Leslie Nielsen: de niño le hacía chistes a su padre para evitar sus golpes, de grande pergeñó una broma para después de su muerte

El mandato ordenaba que fuera militar, su pasión por la actuación pudo más. Rey del absurdo, brilló en comedias disparatadas. Y aunque la fama le llegaría de manera tardía, supo disfrutar del cariño de su público hasta el último día

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Leslie Nielsen (parado) en el filme ¿Y dónde está el piloto?, de 1980, junto a Julie Hagerty, Lorna Patterson y Peter Graves (Shutterstock)
Leslie Nielsen (parado) en el filme ¿Y dónde está el piloto?, de 1980, junto a Julie Hagerty, Lorna Patterson y Peter Graves (Shutterstock)

Cuando a Leslie Nielsen le llegó el guion de ¿Y dónde está el piloto? ya había participado en cien películas, encarnado 200 personajes y aparecido –literalmente- más de mil veces en televisión. Pese a lo que se denomina una prolífica carrera nunca había logrado pasar a la categoría actor famoso. Para los espectadores resultaba una cara conocida, pero pocos, muy pocos, podían decir su nombre. Los productores lo sabían pero no lo consideraban para protagónicos.

Leslie no quería admitirlo pero a los 54 años sentía que ya había pasado su cuarto de hora. El guion en sus manos se lo demostraba. Lo convocaban para realizar un rol secundario, como siempre. Pero lo que lo asombró/indignó fue que era para una película que parodiaba las de catástrofes aéreas. Es cierto que al menos reconocían su capacidad de transformar lo dramático en cómico. Desarrolló esa capacidad, allá lejos y hace tiempo, cuando fue el escudo que descubrió contra la violencia de su padre. Si lograba hacerlo reír, el golpe no llegaba.

Nacido el 11 de febrero de 1926 en Regina, Canadá, su infancia tuvo poco de idílica. A la violencia de su padre policía se le sumó que contrajo raquitismo. La enfermedad dejó secuelas físicas. Sus piernas quedaron arqueadas, lo que derivó en una forma de andar distinta. Así que otra vez, el humor lo salvó del dolor que le provocaban las burlas de sus compañeros.

El histrionismo no solo era un buen escudo contra burlas y sopapos, sino también algo que le salía bien y le gustaba. Cuando insinuó en su casa que deseaba ser actor, la mirada fulminante de su padre paralizó su deseo. Aunque Leslie era considerado sordo y debía usar audífonos se anotó en la Fuerza Aérea canadiense, donde recibió entrenamiento como artillero. Pero –y por suerte siempre hay un pero- la familia contaba con un tío actor. Jean Hersholt había sido una estrella del cine mudo e incentivó a su sobrino a dedicarse a lo que amaba.

Leslie Nielsen en sus comienzos (Shutterstock)
Leslie Nielsen en sus comienzos (Shutterstock)

Así que el joven escuchó a su tío, desoyó a su padre, armó sus valijas y se marchó a Nueva York. Gracias a una beca logró estudiar en la escuela de teatro The Neighborhood Playhouse. Se anotó en pruebas y audiciones y apenas consiguió una pequeña aparición en un programa de televisión: Estudio Uno. Le pagaron 75 dólares. Si la suerte le era esquiva en el este iría a buscarla al oeste: juntó sus cosas y marchó a Los Ángeles. El viaje de varias horas le demandó varios días. Sin auto ni plata para pasajes llegó haciendo dedo.

Sus ganas de trabajar eran inversamente proporcionales a sus oportunidades laborales. Hizo algunos pequeños papeles y en un momento se cansó de remarla y volvió a Canadá. Estuvo unos meses, no consiguió buenos papeles pero sí empleo de musicalizador de una radio. No era lo suyo y volvió a Hollywood; si iba a fracasar al menos lo haría intentando lo que le gustaba.

Al cumplir los 30 parecía que por fin le llegaba la gran oportunidad. Fue protagonista de El rey vagabundo y El planeta prohibido. Pero lo que parecía el inicio de la carrera se fue transformando en un camino irregular donde alternaba papeles en televisión con roles en películas. Su rostro adusto y serio era ideal para papeles de malvado o conflictivo.

En 1970 otra vez creyó que la gran oportunidad llamaba a su puerta. Lo convocaron para La aventura de Poseidón. La película fue un éxito mayúsculo pero –y otra vez siempre hay un pero- él protagonizaba al capitán de un barco que… se hundía. Leslie pensó que la vida no era nada sutil para mandarle mensajes. Y como siempre que se está mal se puede estar peor, a su errática carrera se le sumó un segundo divorcio: Alisande Ullman decidió separarse después de 10 años juntos y dos hijas.

Leslie Nielsen
Leslie Nielsen

Cuando en 1979 le llegó el guion de David Zucker, Jim Abrahams y Jerry Zucker para interpretar al doctor Rumack en ¿Y dónde está el piloto?, no supo muy bien por qué lo convocaban. Los guionistas le explicaron que precisaban actores que los espectadores conocieran de películas dramáticas: al verlos en clave de humor, los gags serían más efectivos. Un actor famoso jamás aceptaría ese rol, pero uno conocido, sí. Su semblante adusto y grave enmarcado por su cabellera canosa era ideal, ya que necesitaban alguien capaz de permanecer serio e imperturbable mientras protagonizaban una serie de gags de humor desopilante.

Y como para muestra alcanza un botón va un diálogo de Rumack (Nielsen):

—Hay que llevar a esta mujer a un hospital.

—¡¿A un hospital?! ¿Qué es, doctor?

—Un gran edificio lleno de enfermos y a veces, faltan camas.

Todo esto, dicho con la seriedad de un parlamento de Shakespeare.

La película llevó el humor absurdo a un nivel superior y se convirtió en éxito global. Y como el éxito trae al éxito, Leslie encontró por fin reconocimiento y buenos proyectos. De ser un conocido actor de reparto pasó a ser un famoso comediante sin jamás mudar su expresión seria. A ¿Y dónde está el piloto? le siguió y, ya en un rol principal, la saga de La pistola desnuda.

Leslie Nielsen en "La pistola desnuda" en 1994 (Crédito: Shutterstock)
Leslie Nielsen en "La pistola desnuda" en 1994 (Crédito: Shutterstock)

Leslie explotó una capacidad única para hacer cosas que no tienen gracia de una manera que tampoco tiene gracia y lograr que el público estallara en carcajadas. Para convencer de su talento le alcanzaba una pequeña prueba. Decía una frase cotidiana, estilo: “¿Pueden venir a cenar?”, como Leslie, y luego la repetía como uno de sus personajes. No había manera de no estallar de risa.

Su capacidad para el absurdo lo llevó a ser uno de los pocos actores que protagonizó las tapas de Penthouse y Playboy. Lo hizo rodeado de chicas en bikini, caracterizado como sus personajes y manteniendo su cara de “no me puede estar pasando esto a mí”.

A la edad en que la mayoría de la gente piensa en el retiro, Leslie encontró que estaba más activo que nunca. El humor lo rejuveneció y comprobó que por fin estaba haciendo lo que deseaba hacer. Las películas se sucedieron. Drácula: muerto, pero feliz, Duro de espiar, una serie de películas Scary Movie y Superhéroes: La Película. Los títulos no siempre eran elogiados por la crítica pero el público sabía que era garantía de risas o al menos de olvidar por un rato un pésimo día.

Leslie Nielsen y Anna Nicole Smith en La pistola desnuda, de 1994 (Shutterstock)
Leslie Nielsen y Anna Nicole Smith en La pistola desnuda, de 1994 (Shutterstock)

Junto con las buenas laborales también le llegaron nuevas oportunidades en el amor. En 1981 se casó con Brooks Oliver. En 1983 se divorció, pero ese mismo año conoció a Barabaree Earl. Se casaron en 2001 y no se separaron más.

Con el éxito asegurado, Nielsen comenzó a ser invitado frecuente en los programas de televisión. Allí seguía ejerciendo su humor absurdo, como esa vez que contó que pensaba internarse en una clínica de rehabilitación porque no podía dejar de consumir chistes malos. O aseguraba que había sido nominado a premios con nombres tan rimbombantes como inexistentes.

Solía satirizar distintos momentos de su vida. Si le preguntaban sobre su vocación actoral aseguraba que “a 150 kilómetros del Círculo Polar, con cuatro meses de duro invierno a 50 grados bajo cero, todo lo que se ve es nieve. En algún momento comienzas a hablar contigo mismo. Creo que ese fue el comienzo de mi carrera actoral”. Y si le decían que era el Lawrence Olivier de la parodia, contestaba “que eso hace a Lawrence Olivier el Leslie Nielsen de Shakespeare”. Si le preguntaban si quería volver a interpretar papeles serios replicaba que para eso estaba Eric, su hermano, nombrado ministro de Defensa y luego viceprimer ministro de Canadá.

Pero su marca de fábrica fue un pequeño artefacto que siempre llevaba en su bolsillo y que, al apretar disimuladamente, lanzaba una sonora, distinguida y reconocible flatulencia. El actor solía usarlo en los reportajes para ver la reacción de su interlocutor y comprobar que lo miraban disgustados, y finalmente no disimulaban sus ganas de reírse. Lo usaba cuando le presentaban a los técnicos de filmación, a sus compañeros de elenco e incluso para evitar peleas. “La de líos que me evité con esta máquina de pedos. Siempre la llevo encima, y cuando alguien se pone violento, la saco y la utilizo a discreción: nadie puede resistirse, la gente empieza a reírse. Y cuando te estás riendo se te van las ganas de pelear. Es un invento maravilloso y un compañero de viaje imprescindible”.

Leslie Nielsen en Dracula, Dead and Loving It, de 1995 (Shutterstock)
Leslie Nielsen en Dracula, Dead and Loving It, de 1995 (Shutterstock)

Hasta desarrolló una teoría sobre cómo hombres y mujeres encaraban un “escape de gas”. “El pedo genera muchos conflictos. Pondré un ejemplo: si una mujer bonita deja ir uno de esos, puede salirse con la suya tranquilamente. Basta con que tome la decisión de no decirle a nadie que fue ella. Un hombre nunca podría hacer eso”.

Pero se ponía serio cuando reflexionaba sobre el cariño de la gente. “Las personas me quieren, formo parte de sus vidas y me encanta que sea así. Esa es la gran virtud del humor: que la gente te relaciona con los buenos momentos, con sus buenos momentos. Siempre estará ahí, lo que la gente recordará cuando me haya ido”.

El 28 de noviembre de 2010 a los 84 años, y luego de una neumonía que se complicó, murió en su casa, rodeado de su esposa y sus dos hijos. Pero el hombre que hizo de la carcajada un modo de vida no dejaría que la muerte derrotara a la risa. Junto a su tumba hay un banco con un último consejo que dio a los que desean seguir sus pasos: “Siéntate siempre que puedas”. Pero su última gran broma está en su tumba. Ordenó que se escribiera “Let ‘er rip” frase que se suele traducir como un permiso para comenzar algo, pero que también permite un juego de palabras en inglés entre el RIP de los fallecidos y el “rip a fart”, que significa “tirarse un pedo”.

Un final poco solemne pero absolutamente coherente.

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