Los primeros habitantes de la ciudad de Chattanooga en Tennessee fueron los Creek, pero cuando Samuel L. Jackson tenía 10 años, los pueblos originarios habían sido desplazados y la mayoría de la población era afroamericana, pobre y descendiente de esclavos. La segregación racial era algo cotidiano. Samuel como todos sus amigos y conocidos iba a una escuela para negros, con maestros negros y compañeros negros. Para él eso era lo “normal”. También le resultaba “normal” asistir a funciones de cine donde los negros ocupaban todas las butacas y los únicos blancos que se veían estaban en la pantalla. Esa “normalidad” incluía bajar la mirada las pocas veces que se cruzaba con un blanco caminando por el centro de Chattanooga.
Crecer sin su papá también formaba parte de su “normalidad”. El hombre lo abandonó cuando todavía estaba en pañales y solo reaparecería en su vida una vez más y para conocer a su nieta. “Conversamos y él dijo algo como: ‘No puedes hablarme de esa manera, soy tu padre’. Y yo dije: ‘No, no lo eres, solo somos dos personas hablando’”.
Sin un padre presente y con una madre muchas horas ausentes por tener que trabajar, la gran figura paterna fue su abuelo, y la materna, su tía Edna. La mujer era maestra de escuela y le enseñó a su sobrino a leer a los tres años. Hacía de todo para estimular la inteligencia del pequeño, el problema surgió cuando comenzó la escuela porque la tía también era su docente. “Cuando un niño no podía responder una pregunta en su clase, ella decía ‘Sam’ y yo respondía la pregunta”. Lo que era un orgullo para su tía se transformaba en bronca de sus compañeros mayores. “En la hora del almuerzo todos los alumnos de cuarto grado decían: ‘Oh, tú piensas que eres inteligente’, comenzaban a golpearme y yo a defenderme. Me convertí en un buen luchador, además de un niño inteligente”.
Jackson aprendió a sobrellevar su fama de nerd pero desarrolló una tartamudez muy fuerte. Las bromas eran tan fuertes que “llegué al punto de dejar de hablar por casi un año”, explicó el protagonista de The Hateful Eight. Su dificultad para expresarse siguió hasta que descubrió una palabra “mágica” que lo ayudó a controlar el problema que aún lo sigue afectando en algunas ocasiones. Cada vez que se trababa comenzó a introducir un “motherfucker”. “Tartamudeé durante mucho tiempo, y realmente me ayudó a detenerme. La palabra me dio algo en qué concentrarme y liberó la presión, y me permitía sacar el resto de la oración”, reveló en Vanity Fair. “Fue espontáneo cómo lo descubrí: fue la palabra que me golpeó, y la palabra que me ayudó a dejar de tartamudear con los d-d-d y b-b-b”. Con el tiempo este “remedio” se convertiría en casi una marca registrada de sus actuaciones. La película Terror a bordo no sería lo mismo sin su “estoy harto de estas motherfucker serpientes en este motherfucker avión”.
Antes de brillar en Hollywood, Jackson pasó un tiempo por la universidad donde tenía la idea de recibirse de biólogo. Pero eran los tiempos del black power y Jackson se involucró en la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos. “Tenía ira en mí”, dijo a la revista Parade en 2005. “Provenía de crecer reprimido en una sociedad segregada. Todos esos años de infancia de lugares ‘solo para blancos’, y niños que te pasaban en el autobús gritando ‘¡Negro!’, sin que nada pudiera hacer al respecto”.
La muerte de su primo en la Guerra de Vietnam fue otro hecho fundamental. Repasemos un poco de historia para entender algo de su furia. Aunque el ejército se jactaba de su integración racial con el lema “el único color que reconocemos es el verde oliva”, en los hechos no era tan así. Las paredes de los baños estaban llenas de pintadas racistas que decían “prefiero una cara amarilla a un morenito” y los símbolos del Ku Kux Klan solían aparecer en sus tiendas de campaña. Además, mientras la retaguardia y los trabajos de oficina en su mayoría lo hacían soldados blancos, el frente era con mayoría de negros. La muerte de ese primo que tenía su misma edad lo radicalizó. “Me di cuenta de que estábamos siendo preparados para ser algo que no necesariamente quería ser”. Se volvió firmemente antibélico e intensificó sus posturas contra el establishment.
Jackson sentía que debía hacer algo. Hasta ese momento había sido un joven que como era universitario estaba exceptuado de ser convocado y aprovechaba su tiempo estudiando pero también experimentando con drogas psicodélicas mientras escuchaba a Jimi Hendrix. La muerte de su primo y el asesinato de Martin Luther King le darían un giro de 180 grados a su vida.
No había terminado la furia y el dolor por la muerte de su primo que, un año después, estaba en una licorería comprando cerveza cuando “el cajero dijo: ‘Al Dr. King le dispararon’. Pregunté: ‘¿Está muerto?’. Y él respondió: ‘No, todavía no’”, según contó. Jackson decidió no romper su rutina de ir al cine, estaba viendo Un yanqui en el harén cuando la película se interrumpió, un hombre entró en medio de la proyección y a los gritos anunció que King estaba muerto y que tenían que hacer algo. “Todos se fueron. Volví a mi dormitorio y no pude encontrar a mi compañero de cuarto, al parecer estaba en la calle con un montón de personas, destrozando y quemando nuestro vecindario”, revelaría de ese día y luego contó cómo pasaría a la acción.
“Un par de días después, estos tipos nos dijeron que Bill Cosby y Robert Culp querían que compartiéramos un avión con ellos y volar a Memphis para marchar con los trabajadores de la basura”. Tomó un avión con destino a Memphis y se unió a una huelga de trabajadores. “No sabíamos qué esperar cuando llegamos a Memphis. Todos pensamos que habría enfrentamientos, a pesar de que la Guardia Nacional estaba allí. Culp y Cosby intentaban darnos instrucciones sobre cómo comportarnos para respetar el sueño de King de ser no violentos. Fue genial que nos llevaran a Memphis y pagaran la factura por ello. Nos alegramos de que hubiera algo que pudiéramos hacer aparte de quemar, saquear y destruir nuestro propio vecindario”.
Se esperaba que el funeral del líder de los derechos civiles fuera multitudinario. Jackson se ofreció como voluntario para ayudar y lo pusieron como acomodador. “Recuerdo haber visto a personas como Harry Belafonte y Sidney Poitier. Gente que pensé que nunca vería… El funeral fue bastante intenso”, recordaría.
Enojado por la muerte de su primo, conmovido por el asesinato de Luther King, un hecho más lo sublevaba: en la universidad se silenciaba la historia de los afroamericanos. Decidió cambiar la historia, pedir cambios en los contenidos pero también en la participación en los centros de poder universitario. Para lograrlo, junto con un grupo de estudiantes, mantuvo como rehenes a los miembros de la junta de la universidad, incluido el papá de Luther King. Sabía que estaban infringiendo la ley pero creía que de otro modo no sería escuchado. Parecía que la drástica medida era acertada cuando en medio de la toma, King comenzó a sentir fuertes dolores en el pecho. Temiendo que sufriera un infarto pero también ser vencidos en sus reclamos, los estudiantes decidieron no abrir la puerta para que entraran los médicos sino que lo sacaron por una ventana.
La toma duró dos días. Se lograron algunos avances y Jackson con sus compañeros levantaron la medida. Liberaron a los miembros de la Junta bajo la condición de no ser expulsados, las autoridades aceptaron. Pero ya sabemos que aceptar no es sinónimo de cumplir. En los meses siguientes todos los que participaron de la toma incluido Jackson fueron expulsados de la universidad.
Ser expulsado de la universidad no fue el único problema que enfrentó Jackson. Alguien denunció que guardaba en su casa un arsenal de armas para usar en una revolución lo que lo puso en la mira del FBI. En una entrevista de 2018 con la revista Moda, admitió que él y sus compañeros estaban acumulando armas en previsión de una “rebelión armada” en los Estados Unidos pero desmintió que tuviera un arsenal.
El FBI tomó la denuncia en serio. “Ese verano del 69, alguien del FBI vino a la casa de mi madre en Tennessee y le dijo que necesitaba sacarme de Atlanta antes de que me mataran”, recordó Jackson “Ella apareció y dijo que me iba a llevar a almorzar. Subí al coche y ella me llevó al aeropuerto y me dijo: ‘Sube a este avión, no te bajes. Hablaré contigo cuando llegues a casa de tu tía en Los Ángeles’”.
El viaje cambió la vida de Samuel L Jackson. En Los Ángeles comenzó a explorar su pasión por el cine y pasó de papeles secundarios a convertirse en uno de los actores más importantes de Hollywood. Ese capítulo de su vida es tan rico e intenso que bien merece otra nota. Se lo prometo lector y en este caso prometer será cumplir. Y si no, autorizo al lector a usar con esta escriba la palabra mágica que tan bien usa Jackson.
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