Nació en La Plata. Y allí sigue viviendo. Todos los días toma el auto para conducir un programa televisivo en Buenos Aires. Antes, cubría el trayecto en tren. Lo que nunca ha cambiado es su esencia: Esteban Trebucq cree ser periodista desde que tiene uso de razón.
Desde hace cuatro años está al frente de Siempre noticias, por Crónica TV, con un estilo único e informal, para mostrar la realidad sin filtros. Arrancó frente a una cámara sin saber nada de televisión, como cuenta en esta entrevista con Teleshow. Verborrágico por donde se lo mire, no para un minuto de hablar: resultó difícil ponerle un stop, pero se logró.
Entonces, fue contando sobre su adolescencia con un padre ausente y una madre trabajadora. Su rol como padre y la confesión de que nunca había buscado tener hijos. Y su rica formación, que no es académica. Su crecimiento profesional en tiempo récord. Y además, su nuevo desafío profesional. Porque en breve, Trebucq dejará de ser “el Pelado de Crónica”, como muchos lo conocen.
—Hace poco lo distinguieron en el Parlamento Británico. Empecemos por ahí: ¿por qué?
—Una agrupación que vela por los derechos de las mujeres, que está asociada y trabaja con la ONU, observó nuestro trabajo en Crónica en defensa de los derechos de las mujeres, sobre todo, entiendo, las historias que hemos narrado de mujeres golpeadas, violadas, acosadas. El premio se terminó otorgando en la Cámara de los Comunes, en el Palacio de Westminster.
—¿Se imaginaba alguna vez allí?
—La verdad que no. Viajé con mi hija, di un breve discurso cuando me entregaron el premio: Valores Humanitarios de Sudamérica.
—La gente que no lo conoce quiere saber: “¿De dónde salió el Pelado de Crónica”? ¿Cómo llegó a los medios?¿cómo empezó?
—Desde la ducha.
—¿Cómo “desde la ducha”?
—Relataba los partidos desde la ducha cuando tenía cinco años. “Salió un pelado desde el baño”: si querés, poné el título. Soy periodista desde que tengo uso de razón. Empecé a trabajar cuando estaba en tercer año del colegio secundario estatal de La Plata. Primero, en un diario muy pequeño vespertino, el diario El pregón de la tarde; yo escribía la contratapa, era de deportes. Y también trabajaba en una radio de La Plata. Cuando llegué a quinto año se abrió un diario nuevo en La Plata para ser la competencia del diario El Día. Y yo me acerqué al diario. Me tomaba ocho micros por día.
—¿Ocho micros?
—Sí, porque iba a la mañana muy temprano al colegio, de ahí me iba a cubrir los entrenamientos de Estudiantes de La Plata para mi trabajo como periodista, que era ad honorem. Además, jugaba al fútbol en Estudiantes, entonces iba a cubrir el entrenamiento, me iba a entrenar, y después iba al programa del mediodía de la radio. O sea estaba todo el día. Tomaba ocho micros por día. Un día me presenté en la puerta del diario. Me atendió el Rengo Fanjul, una institución del periodismo en La Plata. Era el jefe de Deportes y le dije que quería trabajar. “¿Vos quién sos? ¿Qué tenés para aportar?”. Le llevé un montón de fotos con equipos de fútbol infantil de La Plata. “Puedo escribir conseguir los nombres de todos estos chicos y escribir una columna del fútbol de acá.Los padres van a ver las fotos de todos los chicos y van a comprar el diario”. Me dijo que era buena idea y me contrató como colaborador. A los dos meses ya era efectivo del diario. Con 17 años cobré mi primer sueldo. Llegué a ser director del diario. Me fui en el 2009.
—¿Y dónde siguió?
—Bueno, hice de todo. No quiero usar la palabra desconfío ni quiero ser petulante ni soberbio, pero para ser periodista hay que haber pasado por la gráfica.
—Perdón, hago un paréntesis. ¿Usted estudió Periodismo?
—No. Nunca. Nunca jamás. Como yo trabajaba de periodista cuando terminé el colegio y, quizás como el soberbio que era o lo soy, no lo sé, dije: “Voy a estudiar Derecho porque yo periodismo ya sé”.
—¿Y terminó Derecho?
—No, no terminé. No tengo título de grado. He sido un devorador de libros de muy chico. Hoy soy conductor de televisión, pero primero soy periodista. Amo los datos. Amo la persecución de la verdad. Y creo que le debo mi formación al diario. Me emociona mucho hablar de esto. Yo jamás tiré un currículum en ningún lado. Nunca busqué trabajo. Jamás, Yo estoy seguro de lo que hago. ¿Sabés por qué? Detrás de esta persona que habla en tele todos los días hay, por lo menos, 25 años de formación ininterrumpida. Y de formación de verdad.
—Recalca mucho el tema de su formación. ¿Por qué necesita hacerlo?
—Porque me cuesta admirar a la gente. Y lo digo con respeto. No todas las personas que están frente a cámara son periodistas. Los periodistas no somos ni mejores ni peores, pero no es lo mismo ser locutor que periodista. No es lo mismo ser artista que periodista. No es lo mismo ser modelo que periodista. ¿Me entendés la diferencia?
—Yo lo entiendo, pero explíquele por favor a la gente: ¿qué es ser periodista para usted?
—Primero, ser curioso. Querer saber siempre y dudar de todo. Cuando gané el Martín Fierro dije que nosotros militamos, pero no militamos por una ideología, militamos por una causa superadora de la ideología, que es la verdad. Nosotros militamos por el dato. En Argentina hay una condena a la Vicepresidenta de seis años y además, es un fallo definitivo, no firme pero sí definitivo, que estipula que hubo un robo. Yo no tengo claro si robaron o no un PBI, pero sí que se robaron es la verdad. En Argentina se robaron la verdad. Hoy ya no importan tanto los datos sino quién los diga.
—¿Cómo maneja su opinión?
—Mi opinión, muchas veces, cambia de acuerdo a las circunstancias. Creo que cuando uno va madurando puede ir acomodando. El periodismo y la vida son un constante aprendizaje. Yo en mi programa trato de que las editoriales las haga la gente de la calle.
—Ellos le dan la voz a su editorial.
—Sí. Y en el 99% de los casos tienen razón. La dirigencia política perdió la noción de la realidad. Hay muchos dirigentes que probablemente vayan a Gregorio de Laferrere, a Aldo Bonzi o a El Peligro, en la ciudad de La Plata, dirigentes políticos que se creen muy reputados, prestigiosos y famosos, y probablemente a las tres de la mañana los afanen. Y capaz que a mí me piden una foto. No lo digo con petulancia. Aspiro a abrevar en un dato.
—De abrevar un dato a conducir en Crónica TV. ¿Cómo llegó?
—El día que llegué a A24 por primera vez, en el estudio de Gorriti, no sabía nada de la tele. Bueno, capaz que ahora tampoco sé mucho (risas). Rolando Graña me puso de columnista político en un programa que hacía él, Tercera posición, en la pantalla de A24. Y en ese ínterin fue todo muy vertiginoso. En un momento, cuando salí de América, había una persona en la puerta que no sabía quién era y me dijo: “Vos no me conocés a mí. Yo te voy a llevar a Crónica”. Era Ariel Said.
—¿Lo estaba esperando en la puerta de América?
—Sí, me estaba esperando en la puerta porque iba a visitar a alguien del canal. Y yo había trabajado en ese momento con quien era productor ejecutivo de Rolando, Facundo Pedrini, que es el actual director de Crónica, un hermano de la vida. Y Said me dijo que tenía que ir a conducir a Crónica. Yo tenía meses en la tele. Al tiempo, me llamó por teléfono y me dijo que vaya.
—No es que lo subestime, pero lo que cuenta es como muy vertiginoso, irreal...
—Sí, todo muy fuerte. Me dijo Said que tenía que ir a la mañana un jueves, ponele. Era feriado. Me tomé el tren, el Roca desde mi casa de City Bell, 50 minutos, hasta la estación Constitución. Yo no tenía un peso. Me había medio quedado sin trabajo. Mi auto no estaba en condiciones para venir de City Bell hasta acá y me vine en tren. Compré la tarjeta SUBE. Llegué a Crónica. Nunca había visto Crónica, no conocí al Gallego García, nunca había leído el diario Crónica. Llegué hasta ahí, pregunté por el director y me dijeron que se había ido. Lo llamé a Ariel y me dijo que vaya al otro día, a las seis de la mañana, que iba a estar el productor, y me dijo que iba a conducir un programa de la mañana. Llegué al otro día, también entré de madrugada. El productor ejecutivo, coordinador le decían en aquel entonces, me da una montaña de papeles. Me dice que es la rutina. Yo digo: “¿Y qué hago con esto?”. Me dijo que la lea, que me ponga una cucaracha y que él me iba a ir indicando. Yo como un gil, con una montaña de papeles, parecía el Corán. “¿Estás seguro de que hay que hacer esto?”, le digo, y me respondió: “Sí, sí, vos decís la temperatura. No lo va a ver nadie”. Entro al estudio y te imaginás…
—Me imagino la situación: no sé si reírme o llorar.
—Sí. Crónica estaba como en una metamorfosis. Yo formé parte de la transformación de Crónica. Cuando entré al estudio, el sonidista me pregunta si tenía un auricular. No tenía ni cucaracha y tenía que conducir el programa. Y bueno, nada... Qué sé yo... Conduje. No sé, fui yo.
—Terminó ese primer día de programa, ¿y...?
—Y me llamó Graña para decirme que me habían visto de A24 y que me habían echado, porque no podía estar en Crónica también. Me quedé sin laburo. Y después, el segundo llamado… Yo dije: “Ahora me van a llamar para felicitarme”. No, era la jefa de vestuario de Crónica, Jimena Buero. Me dijo: “Usted se puso la ropa de (Diego) Moranzoni, ¿es pelotudo o qué?”. Yo no sabía, me la puse.
—A usted lo dejaron a la deriva, solo. Y en todo ese proceso, ¿con quién compartía las decisiones, con quién hablaba?
—Facundo Pedrini marcó mi carrera en la tele. Él me dijo casi todo, es un tipo genial. Un creativo. Esas mentes brillantes. Muy joven. Tuvo razón en todo lo que me dijo.
—¿Por ejemplo?
—Yo quería cambiar todo. Aristóteles decía que la duda es el principio del conocimiento y el final del conocimiento es la certeza. Y yo le dije a Facundo y a Ariel Said que quería cambiar todo: “Hagamos algo distinto”. Y creo que ellos coincidían y me bancaron, creyeron en mí. Empezamos a hacer un programa los sábados a la mañana en el que no había rutina. Yo jamás trabajé con papeles. A todas las personas que se acercan a trabajar conmigo, que ponen para coconducir, les digo que tiren los papeles. Los papeles te dan inseguridad y la gente te está mirando por tele: yo le tengo que transmitir seguridad a la gente que nos ve. Puede sonar un poco soberbio esto, pero si algún día se cuenta por lo menos la historia de nuestro canal, de Crónica, se va a contar lo disruptivos que fuimos. Crónica es outsider de la industria. Si nosotros lo hubiésemos hecho en otro canal es muy probable que el país haya estado hablando de nosotros.
—¿Y por qué no hablan?
—No sé, porque siempre, me parece… hay como una mácula, qué sé yo, como que es grasa, bizarro, amarillo, no sé.
—¿Cómo se maneja con esos prejuicios?
—Yo no tengo ningún prejuicio: yo soy periodista. El otro día me dijp un director de un canal muy importante que hacemos algo que está en extinción en los medios: pensamos periodismo. Nosotros hicimos periodismo. No tengo nada de qué avergonzarme. La realidad golpea. La realidad es durísima. Y nosotros contamos el país real. Relatamos la pared descascarada, el Conurbano profundo, policromático, absolutamente injusto, de calles serpenteantes que te llevan a la inseguridad y al hambre. En el Conurbano la gente se caga de hambre. Hay lugares en los que el primer desafío es esquivar las balas, después llegar a la parada del bondi, que en la parada no te afanen, y después, que el bondi llegue. Que el bondi llegue a destino en tiempo y forma para no perder el presentismo en la fábrica. Y esa persona que trabajó todo el día va a llegar a las diez de la noche a su casa, 14 horas afuera de su hogar, y es altamente probable que, como la gran mayoría de los argentinos, esa persona no elija qué comer. Esa es la otra catástrofe argentina: la mayoría de los argentinos no eligen qué comer. ¿Y sabés cuál es la peor catástrofe? Que la clase dirigente no se dio cuenta.
—¿No se dio cuenta?
—No se dio cuenta. La clase dirigente perdió la noción absoluta de la realidad. Argentina es un país pobre, decadente, atrasado y confundido. Con la catástrofe de que la dirigencia no se dio cuenta. Pero sí la población que lo sufre. Hay ocho de cada 10 pibes pobres en algunos lugares del Conurbano. La última clase dirigente o la que gobierna Argentina, gobierna para las minorías.
—¿Hoy, con qué candidato se identifica más?
—No, no sé. No quiero dar nombres porque no quiero que me encasillen en un lugar o en otro. Mi papá, en el año 73, se rehusó a ser colegiado como veterinario. Mi papá fue una mente brillante. Medalla de oro en la Universidad de La Plata. Promedio 10. ¿Sabés que mi viejo se murió cuando yo estaba al aire? Los productores de Crónica lo saben. Se murió mi viejo y yo seguí trabajando. Yo no tenía mucha relación con él, pero decidí seguir trabajando, porque me inculcaron el sacrificio, el esfuerzo. Mi viejo iba a estar más orgulloso de mi trabajando acá que, qué sé yo, al lado de un cajón que ya no era nadie.
—¿Por qué estaba distanciado de su papá?
—Porque mi viejo fue un padre ausente.
—¿Hasta cuándo vivió con él?
—Mis viejos se separaron en el 82, 83. Yo soy del 76; tendría seis o siete años. Me acuerdo que iba caminando al jardín de la mano de mi viejo y él me iba preguntando las capitales del mundo.
—Pero le faltó su papá en plena adolescencia…
—Sí, me faltó. Pero fue muy importante en lo formativo. Me transmitió el gusto por el saber. Por el conocimiento. ¿Sabés qué me dejó mi viejo? Una montaña de libros y diarios. Majestuoso.
—Hablemos de su mamá. ¿Cómo se llama?
—Ana María. Mi vieja fue empleada pública y tuvo cuatro delincuentes: dos hermanas, mi hermano y yo. Cuatro delincuentes en el buen sentido. Íbamos a colegios privados católicos de La Plata, que salían muy caros en ese momento.
—¿Cómo hacía Ana María para mantener sola a la familia?
—Vendía ropa en los ministerios. Ropa usada. Nosotros hacíamos sorteos para vivir. Con mi hermano cambiábamos zapatillas. Colegio privado, de los más caros, no teníamos zapatillas para ir a Educación Física todos los días. Después, mi mamá no lo pudo seguir pagando y terminamos en una escuela estatal. ¿Pero sabés qué no faltó nunca en mi casa? Libros.
—Eso le dio libertad.
—Por supuesto. El conocimiento te da libertad. El conocimiento nos hace no depender. Hoy como Argentina vive la peor catástrofe cultural de su historia tenemos, por lo menos, la mitad la población económicamente activa, que se calcula entre 11 y 12 millones de habitantes, dependiendo en forma directa o indirecta del Estado por la catástrofe cultural. Porque como no abrevamos en el conocimiento, primero somos pobres y después, dependientes del Estado o de quien sea. En mi casa, yo no te quiero decir que faltó comida pero no elegíamos qué comer. Yo no tuve presente a un padre pero el gusto por el saber y por el conocimiento me lo transmitió él.
—¿Qué le gustaría decirle hoy, si pudiera?
—Que me hubiese gustado que me acompañe más a ver a Estudiantes.
—¿Y a su madre?
—A mi mami la tengo, le digo gracias todos los días. Mi vieja es la mujer más importante de mi vida. Mi mamá, mis hijas y las madres de mis hijas. En ese orden.
—¿Por qué se separó?
—Lo decidieron las madres, qué sé yo. Los hombres nunca decidimos nada.
—¿Fue por infidelidad?
—Fui un mal marido, qué sé yo. Me separé dos veces de dos mujeres distintas: debo haber sido un mal marido. Habría que preguntárselo a ellas. Pero en ninguno de los dos casos fue un tema de infidelidad.
—¿Recuerda el día que se enteró de que iba a ser padre por primera vez?
—No me acuerdo cómo me lo dijo Caro. Te juro que no me acuerdo.
—Perdóneme: no puede no acordarse.
—No me acuerdo. No lo decidí yo. Creo que no decidimos tener un hijo. Fue maravilloso lo que vino después. Maravilloso. Había proyectos de vida, pero no lo decidimos.
—Si tuviera que decidir algo hoy, ¿qué decidiría?
—Acabo de decidir, tomé una decisión de vida tremenda que nunca hubiese pensado tomar.
—¿Cuál?
—Decidí irme de Crónica.
—¿Cuándo se va?
—Este jueves 22. Decidí salir de mi zona de confort. Decidí salir de un lugar maravilloso donde no quiero decir que me aman pero donde me tratan muy bien. Donde yo prácticamente podía hacer lo que quería. Donde quise meter una pileta de lona en el estudio y lo hice.
—¿A donde se va?
—A A24. Arranco el 2 de enero con el programa La cruel realidad.
—¿Le costó mucho esta decisión?
—Todavía me cuesta. Salir de mi zona de confort. Un lugar donde me pagan bárbaro. Donde me podría quedar toda la vida. Y donde, yo no sé si puedo revelar esto pero lo digo con respeto, una de las autoridades me dijo: “Pelado, este es tu hogar. Nadie abandona su hogar”. Pero era como seguir con mis viejos en términos televisivos. Y mi vieja, a los 18 años, me pegó un voleo en el culo y me dijo: “Si ya tenés plata para irte de vacaciones a Brasil, andá y hacelo solo”. Y me hizo un favor. Yo les dije que tenía un desafío con el saber. Con el saber y con el periodismo. Y seguí a mi corazón y decidí irme del lugar donde me siento amado. A los 46 años tomé la primera decisión de mi vida. Ni cuando fui padre lo había decidido. Y decidí irme.
—¿En qué momento sintió que es un hombre de la industria?
—Cuando empecé a vivir bien. Me tomaba el tren, y hoy ando en un auto mucho más cómodo. Ahí me di cuenta de que se puede ganar plata. Y no está mal ganar plata, todo lo contrario. Yo admiro a la gente que gana plata. Admiro a la gente que tiene plata. Y aspiro a que la gente que no tiene plata, tenga plata. Bien habida, por supuesto. Yo quiero un país con más ricos. Yo aspiro a un país con más ricos. Lo que pasa es que, como dijo (Miguel Ángel) Pichetto, que habla del pobrismo, Argentina se enamoró tanto de los pobres que los comenzó a multiplicar. ¿Viste que en Argentina no hay más ascenso social? Hay descenso social. No nos enteramos: Argentina se fue a la B. Somos el único país de la región, salvo Venezuela, que todos los años está peor.
—Si sus hijas le plantean irse del país, ¿qué hace?
—Que se vayan. De hecho, mi hija mayor ya me lo dijo. Yo trabajo todos los días para que mi hija no se vaya. Yo quiero cambiar el statu quo. Quiero que este país cambie.
—¿Cómo le planteó su hija el tema?
—El año que viene va a ir a estudiar, va a ir a perfeccionar su inglés afuera. Y nada: ve que es un país con pocas posibilidades. Mi hija es una persona muy inteligente. Yo la voy a tratar de desalentar pero, ¿sabés qué? Va a decidir ella. Yo no voy a decidir por mis hijos, van a decidir ellos. Además yo no la estoy expulsando: la está expulsando el país. Yo lo que les voy a decir a mis hijos es que su papá trabajó todos los días y se rompió el culo para que el país sea mejor.
—¿De qué cosa tiene certeza?
—De que soy un trabajador. El mismo que se tomaba ocho micros cuando tenía 17 años. Tengo la misma pasión y ganas que en ese momento. Yo soy un laburante, no me interesan las fotos. Me interesa que me vaya bien y que la gente me vea para tener trabajo. Pero no me interesa otra cosa. Quiero cambiar la realidad. Bueno, es una gran aspiración. No tengo aspiraciones materiales. No voy por la vida tratando de cambiar el auto. Tengo un lindo auto, pero no es mi aspiración. Cuando decidí cambiarme de trabajo no pregunté cuánto iba a ganar. Mientras pueda ganar para tomarme una cerveza, un vino con quien quiera y cuando quiera, y que mis hijas puedan comer y estudiar, está bien.
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