Un Movistar Arena colmadísimo, transpirado, encantado por las melodías, se puso a corear “Ruuusooo, Ruuuusoooo” seguido del consagratorio “olé, olé, olé, oléee”. Ahí, Mateo Sujatovich, el Ruso, principal destinatario de toda esa energía por ser el líder espiritual del proyecto Conociendo Rusia, miró a la multitud a los ojos, tomó el micrófono y, mitad en broma, mitad en serio, confesó en voz alta: “Se me escapó de las manos lo de tener una banda de rock”.
Ocurrió el pasado 5 de noviembre en el show propio más grande que hasta el momento dio el grupo que nació en 2018 por inventiva e iniciativa de Mateo. “Lo viví increíble, fue de los que más disfruté de todos los que hice. Y me sorprende, porque a veces cuando tenés algo tan grande, tan importante, con tanta presión y con tanta organización, a veces no es tan fácil disfrutar del momento”, le cuenta Sujatovich hoy a Teleshow, en la víspera de una segunda función en el estadio ubicado en Villa Crespo: será el próximo viernes 16 de diciembre.
“Lo de que ‘se me escapó de las manos’ fue una humorada porque nunca me hubiera imaginado todas estas cosas que me están pasando: hace 5 años yo estaba trabajando con mi viejo, haciendo música de publicidades y a la noche me iba a grabar unas canciones para sacar un disco. Todo lo que pasó estaba fuera de mis expectativas y mi control”, resume Sujatovich.
Su papá es Leo Sujatovich, un exquisito y versátil tecladista que tocó con Luis Alberto Spinetta, PorSuiGieco y Fito Páez, entre otros nombres dorados del rock argentino, música que corre por el adn y las venas de Mateo, quien nació en enero de 1991. Y en esas sesiones entre jingles y eslóganes, comenzó a encontrar su voz como cantante. “Estaba muy dedicado a hacer música para televisión: hice muchas cosas para Las aventuras de Zamba, que compuse algunos temas y canté otros. Y en eso aprendí a cantar, me fui encontrando con referencias como Spinetta, Elvis Costello, Calamaro, Fito, McCartney, Joni Mitchell… Soy buen imitador”, dice Sujatovich.
Con un gusto moldeado por el “puro rock nacional” más radiable de los 2000 y los clásicos impresos en su memoria emotiva, Mateo fue ensamblando este pop tanguero que lo tiene como una de las atracciones principales de la escena rockera actual no solo en Argentina, sino también en buena parte del resto del continente.
El camino comenzó con el álbum homónimo Conociendo Rusia -en donde Mateo grabó casi toda la música que se escucha a lo largo de los siete temas que lo integran-. Poco más de un año después, en el último trimestre de 2019, subió de nivel con Cabildo y Juramento: un disco hitero, cargado de melancolía épica y de época con polaroids que Mateo le fue sacando a esa intersección belgranera, tan cercana a sus recuerdos de juventud como a la de cualquiera que, en Buenos Aires, la haya utilizado alguna vez como punto de encuentro o desencuentro.
Y hace poco más de un año, La Dirección cerró esta especie de trilogía de CR -aumentada además por algunos singles que fueron saliendo en el camino, como “Tu encanto”, con Fito-, con la que no solo aumentó su tribu sino que también recibió el reconocimiento de la industria: en agosto pasado se alzó con los galardones a Mejor álbum de artista rock y Mejor diseño de portada (realizada por Alejandro Ros y Guido Adler) en los Premios Gardel.
“Tengo un lugar en la industria que se va solidificando y es muy lindo. Las nominaciones y los premios son un apoyo, un visto bueno que me pone en otro lugar. Pero ganar o no ganar un premio dista mucho de lo que se trata la música, que corre por otro camino”, dice Mateo.
—¿Cómo fue meterte en una rueda gigante para la tapa del disco?
—(se ríe) Estuvimos buscando símbolos que sean representativos de “la dirección”. Entonces pasamos por el arco y flecha, por la rueda, por los carteles… pero ya Cabildo y Juramento era un cartel. Ahí me di cuenta de que yo sigo hablando de lugares o de caminos. Así que dije: “Probemos lo de la rueda, pero no quiero una pequeña rueda: yo quiero una rueda gigante. No sé si existe, debe existir, ¡busquemosla!”. Mi equipo encontró un lugar en donde nos daban una rueda gigante, una gomería pero industrial, un lugar muy hermoso. Y ahí estaba la rueda, que es de un tractor minero y me metí adentro. En media hora ya teníamos la foto de la tapa: la idea estaba tan claro y el concepto tan logrado, que la definimos muy rápido. Yo quería que mi postura dé la impresión de que yo estoy empujando la rueda, que estoy siempre en movimiento. Que la dirección es una búsqueda constante.
—A la vez sugiere algo de “tracción a sangre”, cada vez menos frecuente en el mainstream actual.
—Creo que sí. Y me parece que este es solo un momento. Yo confío mucho en el género, confío mucho en la canción, confío en el rock, confío en el pop, en las bandas, en los instrumentos, en los ensambles. Son etapas y supongo que ya volverá un boom, un poco más de movida.
—El audio del disco pareciera acompañar este momento tuyo de expansión. ¿Fue pensado para el vivo?
—No lo pensé tan así. Todavía no me pasó esa de componer en función del show. Pero sí es cierto que fuimos encontrando un repertorio que patea bastante para adelante y vienen bien para el vivo. Es un mix de canciones más rockeras, a diferencia de Cabildo y Juramento, aunque no dejo de lado mi aspecto más tranqui. También puede ser que se me salga un poco de la canción de amor, a diferencia de los anteriores.
—Después de hacer jingles, ¿en qué le encontraste el gusto al hecho de contar historias con canciones?
—Es el juego que más me gusta jugar. Y es el único en el que no se gana ni se pierde. Nada está ni bien ni mal en una canción, podés hacer lo que quieras. Disfruto mucho de que a otras personas le guste y me dejan participar de sus vidas. Es bastante mágico eso de hacer canciones que acompañan la vida de los demás en distintos momentos.
—¿Con qué te enroscás más a la hora de cerrar una canción?
—La letra es el punto más delicado de una canción. Al menos es lo que me pasa a mí, que estoy mucho más formado en la música. Hasta los 26, 27 años yo no escribía canciones. Tengo como 15 años de guitarrista y de músico. De escritor, poco y nada. Es lo que más trabajo me lleva y lo que más tengo que ejercitar. Me acuerdo que para “Cabildo y Juramento” escribí una estrofa y recién a los 4, 5 meses pude escribir la siguiente. Pero a veces eso viene bien: no hay que apurar algo por el hecho de querer sacarselo encima, con la ansiedad de querer cerrar una letra. Hay que esperar que una señal te indique el camino.
—Y justo le pusiste La Dirección al disco y a un tema.
—Tiene que ver con mis conversaciones, las cosas que me pasan a mi, que tienen siempre que ver con el camino hacia donde voy. Cada un par de años todo el mundo está revisando en qué está, si le gusta el trabajo que tiene, si quiere estudiar lo que estudia u otra cosa... La vida está hecha de eso, de momentos y cambios de direcciones.
—¿Te incomoda que te pongan como continuador de la tradición Charly - Litto - Spinetta - Fito - Andrés?
—Que a mi me consideren y me pongan en una lista así, es un reconocimiento. Yo no me puedo poner en ese lugar… Si a mi me quieren poner una silla en una mesa en donde está esa gente y me invitan a sentarme, me voy a sentar. Pero yo no voy a poner una silla ahí. No soy tan agrandado. Confío en mí. Soy una persona trabajadora y voy para adelante con mis ideas. Yo estoy en mi lugar. Me parece que es un reconocimiento que, bienvenido sea, pero no es donde yo me pienso. Me pienso en la mía. Yo me siento muy identificado con el rock argentino y es algo que está metido en mi, en los huesos y lo saco para afuera.
Seguir leyendo: