Si hay un actor que ha vivido tanto en el cielo como en el infierno ese es David Duchovny. Su carrera transitó varios vaivenes, pasó por distintas situaciones que lo marcaron a fuego. Circunstancias vinculadas a la ficción, pero de las que no se pudo liberar y terminó absorbiéndolas. Supo probar las mieles del éxito, todo lo que trae consigo convertirse en una figura a nivel mundial. Pero también, todo aquello le provocó un gran dolor de cabeza del que, gracias a un trabajo interno y la asistencia de la medicina, pudo dejar atrás.
Duchovny vivió una infancia sin demasiados sobresaltos. Su madre –Margaret Miller- era maestra de escuela y su papá –Amram Duchvny-, escritor y publicista. Se destacó por ser un gran alumno: en su casa no faltaban los libros, que eran su gran pasatiempo. Pero la literatura estaba a la par del deporte, su otra pasión. En su adolescencia jugó al básquet y al béisbol. Cuando terminó el secundario, las mejores universidades le abrieron sus puertas, gracias a sus capacidades atléticas.
David empezó a estudiar literatura, con la ilusión de continuar el legado de su padre. En alguna oportunidad contó que por aquellos años soñaba con convertirse en un prestigioso poeta, ser conocido por todos los libros que soñaba escribir, pero en un momento puntual el camino de su destino se bifurcó, debió elegir. Y se dirigió para el lado menos pensado. Resultó sorpresivo porque marchaba bien: tuvo de profesor a Harold Bloom, un reconocido crítico y teórico literario que le había dado su bendición. Pero nada de eso lo hizo retomar. Incluso, ni cuando estuvo cerca de lograr su doctorado.
¿Qué ocurrió? Llegó un momento en el que quiso una independencia económica, pese a que no lo necesitaba. Tenía todo el apoyo de sus padres, pero no quería depender de ellos. Hizo la publicidad de una marca de cerveza. Ese fue el punto exacto en el que dejó todo para volcarse de lleno al mundo por el cual se hizo famoso. Sucedió que con tan solo unas horas de filmación ganó muchísimo dinero. Y además, gracias a ese anuncio, su cara se hizo conocida a lo largo y lo ancho de Estados Unidos. Salía con sus amigos y, en los bares y boliches, todos se daban vuelta para ver al chico de la tele. La fama y el dinero le ganó la batalla a la literatura.
Uno de los primeros directores que le dieron una posibilidad fue Mike Nichols cuando lo eligió para Secretaria ejecutiva, que Harrison Ford y Melanie Griffith protagonizaron en 1988. Si bien Duchovny tuvo una participación menor, la película fue nominada al Oscar, consiguiendo una gran repercusión. Sin embargo, los directores no se repararon en él. Ese golpe de suerte para el joven que nunca había estudiado actuación no se repetiría enseguida.
En 1990 otra vez un llamado lo subió al ring. Esta vez sí aprovechó la oportunidad y ya no se bajó más. Fue cuando le dieron un lugar en la serie Twin Peaks, por entonces un gran éxito en la televisión estadounidense. Allí estuvo hasta que en 1993 otra vez le sonó el teléfono: el llamado lo catapultaría a la fama mundial. Duchovny se había presentado al casting para ponerse en la piel del agente Fox Mulder, en Los Expedientes X, y se ganó ese lugar para protagonizar junto a Gillian Anderson, que en la ficción sería Dana Scully.
Ambos agentes tenían la misión de investigar casos inexplicables, misterios paranormales y vida extraterrestre. Expedientes X pronto se convertiría en una serie de culto -lo sigue siendo, al día de hoy-, y la vida de sus protagonistas cambiaría por completo. Si bien la ficción estuvo nueve temporadas al aire, Duchovny se fue en la séptima. Apareció en algunos capítulos de la octava, pero fueron los que ya habían sido grabados. Si bien se marchó dando un portazo, con un juicio de por medio contra los creadores, en 2008 regresó para la película. También lo hizo en 2016 cuando la temporada 10 convocó a sus actores originales, como una suerte de despedida.
En el medio, el infierno mencionado. Que tiene que ver con la otra serie que marcaría la vida de David: Californication. El actor venía de pasos en falsos, de proyectos como Return to me (2000), Evolution (2001), House of D (2004, lo que también significó su debut como director). Lo conseguido en los 90 parecía desvanecerse. Hasta que en 2007 protagonizaría una ficción en la que mostraría otra faceta poniéndose en la piel de Hank Moody, un escritor que era un depravado sexual.
Este proyecto lo devolvió a las grades ligas: fueron siete temporadas, y hasta le valdría un Globo de Oro. En el medio, los rumores que empezaron a tomar cada vez más fuerza. Si bien nunca quiso hablar de su vida privada, el tema explotó en 2008. Ese año atravesó una fuerte crisis con la actriz Tea Leoni, madre de sus dos hijos, Madeleine y Kyd. La relación pendió de un hilo hasta que en 2014 se separaron definitivamente.
Sucedió que su vida privada y la de su personaje parecieron mimetizarse. Se multiplicaron las versiones sobre relaciones amorosas extramatrimoniales. Y la prensa comenzó a hablar de una presunta adicción al sexo. ¿La respuesta del actor? Demandó a los medios que publicaban sus presuntas aventuras e incursiones a recintos nocturnos en busca de trabajadoras sexuales. Acorralado por las habladurías, ensayó una tibia defensa, diciendo que solo consumía pornografía por Internet.
Todo eso no fue nada grato. Padeció el escándalo y buscó ayuda. No solo porque su carrera quedó a un costado -en torno a su figura, no se hablaba de otra cosa-, sino porque perdió a su familia. Ingresó voluntariamente a un centro de adictos al sexo. Una vez recuperado, volvió al trabajo. Sin ir más lejos, meses atrás estrenó La burbuja, un filme vinculado a la pandemia. Y como le sucede al mundo con el coronavirus, de a poco la vida de David Duchovny recupera la normalidad.
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