Llegó unos minutos antes de la hora pautada para la entrevista y mientras el estudio se acondicionaba, hicimos una recorrida por la redacción. Su presencia no pasó inadvertida. Y todos los saludos recibidos coincidían con una frase: “¡Cómo creciste!”. Carolina Amoroso se sonrojaba y agradecía con humildad, y con el sentimiento de que, para ella, todavia se encuentra en pleno proceso.
En esta charla íntima con Teleshow, la periodista agradece el reconocimiento de sus pares, pero confiesa que todavía está pensando en qué quiere ser cuando sea grande. Habla también de una revaloración de su oficio. Y de una convicción: sostiene que hay un lugar para un periodismo cada vez más humano, social. No invierte demasiado tiempo en la política, pero sabe que la salida es por ahí.
Entusiasta, generosa y con una mirada pícara de principio a fin, Carolina sabe lo que quiere y asegura que las grandes lecciones nacen de la historia de alguien a quien decidís mirar a los ojos y escuchar con el corazón. También hubo tiempo para hablar de actualidad, de amor, de desconsuelo y de certezas. Una Carolina ni tan bella ni tan bestia, una Carolina a flor de piel, con la herida abierta de una América Latina que se desangra.
—¿Cómo está y cómo se siente ante cada colega que le dice: “¡Cómo creciste!”?
—Estoy muy contenta de estar acá. A mí me encantan las redacciones. Y me encanta estar con vos. Repetimos tándem entrevistadora-entrevistada. Y es muy lindo. Cruzarme con gente que viene de ese camino de redacciones está bueno. Te vuelve a la mística de ese periodismo.
—¿Se da cuenta de su crecimiento?
—No: yo todavía estoy pensando qué quiero ser cuando sea grande. Siento que todo está como recién empezando, y que quiero hacer más y mejor periodismo, más periodismo de aquel en el que creo. Porque a veces, hay tanto periodismo como periodistas. Pero creo que hay un trabajo de revaloración de los fundamentos de este oficio en el que me gustaría seguir profundizando.
—¿Cuál es el periodismo que le gustaría hacer? ¿O qué quiere ser “cuando sea grande”?
—Mirá, yo admiro a las Oriana Fallaci, las que trabajan en el territorio. Y pongo como referencia a mujeres porque tengo algunos ejemplos muy claros. Me parece muy interesante la carrera que hizo Christiane Amanpour. El camino que está haciendo Clarissa Ward. Son todos faros de un periodismo con mucha territorialidad, de un periodismo de historias, sobre todo entendiendo que los grandes temas o algunos de los temas más complejos que atraviesan la agenda mundial tienen que ver con las historias, o se sintetizan bien en las historias. Hay lugar para que el periodismo vuelva a una función social clara y cada vez más humana. Yo creo en un periodismo humanitario, si es que existe tal categoría.
—La entrevisté hace más de un año, y en este tiempo le puso el cuerpo a la guerra y a viajes muy significativos. ¿Cómo fueron esas experiencias?
—Y... son decisiones que se toman, casi, en segundos. Yo había tenido algunas experiencias que me habían marcado y que me habían indicado que quería transitar ese sendero. Había estado en la frontera colombo-venezolana cuando fue el frustrado paso de la ayuda humanitaria en 2019. Había estado en la caída de Evo (Morales) en Bolivia, en su salida del poder. Había estado en la liberación de Lula en Brasil. Y ahí entendí que claramente había algo de mí que vibraba fuerte con eso. Mi primer libro, Llorarás, son historias del éxodo venezolano. Conecté mucho con contar, por ejemplo, la tragedia de Venezuela y mi vínculo particular con los temas que tienen que ver con derechos humanos y crisis humanitarias. Y para mí se fue delineando muy claro y casi sin esfuerzo que tenía que estar ahí. Un mes antes de que se diera la invasión rusa a Ucrania, yo ya estaba levantando la mano y diciendo: “Quiero estar ahí, necesito poder contar algo así”.
—Si tuviera la posibilidad de elegir hacer periodismo humanitario, ¿qué historias le gustaría mostrar?
—Yo tenía una historia que la llevaba en mi corazón: la selva del Darién, la ruta migratoria más peligrosa de las américas, y este año tuve la oportunidad, gracias a que Rapa, Ricardo Ravanelli, me dijo que vaya. Todo el trabajo sobre el Darién para mí era una asignatura pendiente.
—Y en nuestro país, ¿a qué historias oscuras le gustaría darle luz?
—En algún momento me tocó viajar al Impenetrable, cuando fue la muerte de un chiquito, Néstor Femenia. Había muerto de desnutrición y tuberculosis. Cuando llegamos al paraje donde vivía, prácticamente en todos los hogares, hogares muy muy precarios, nos encontramos con la misma situación: tuberculosis y desnutrición. Y ahí entendí que también en la Argentina hemos naturalizado o aceptado que suceda lo insoportable: que haya ciudadanos no reconocidos como personas, y en plena necesidad de tener y de reivindicar sus propios derechos. Eso me parece criminal e insoportable y creo que sigue siendo una asignatura pendiente. Se han hecho coberturas sobre lo que sucede en el Impenetrable pero nunca es suficiente porque, tristemente, forma parte de esas realidades con las que entendemos que se vive y se naturaliza. Y es terrible, y no debiéramos naturalizarlo nunca.
—Cuando se escucha o se ve a Carolina Amoroso, la mayoría de la gente asocia su trabajo a un periodismo de campo y al ámbito internacional, no tanto con la política. ¿Cómo se maneja con la política?
—A mí me parece interesante: tengo como una pata ahí. Hago un programa diario con Nico Wiñazki, Bella y bestia. Me parece muy interesante, aprendo mucho de Nico, además de que es de los mejores compañeros que he tenido en toda mi carrera. Pero siento que a veces los periodistas podemos llegar a caer en la trampa de quedar presos de la conversación de la política, que no tiene que ver con resolverle los problemas a la gente, que no tiene que ver con desnaturalizar lo insoportable, con pensar una Argentina posible de cara al futuro, ni con pensar un salto al desarrollo. Que en muchos casos tiene que ver con ambiciones y con juegos de poder que explican, entre otras cosas, el divorcio que hay sobre la agenda de la Argentina urgente.
—No la imagino reunida con políticos. ¿Lo hace?
—No es algo en lo que invierta mucho tiempo. No tengo para nada el discurso ni la idea anti política; creo que siempre la salida es política. Digo, en lugares y para quienes cubrimos internacionales lo sabemos: donde la salida no es política el horizonte es muy pero muy sombrío. Creo en el sentido de virtud profundo que hay en la política, pero una parte de nuestra clase política está absolutamente divorciada de la realidad, no tiene ninguna aspiración de resolverle los problemas a la gente y tiene una concepción de poder que para mí no tiene nada que ver con ese sentido de virtud.
—¿Qué quieren los políticos hoy?
—¿Qué quieren? No lo sé. No quiero ser injusta y generalizar porque el “todo es lo mismo” también es una trampa. Me parece que en la previa de un año electoral, como va a ser el 2023, hay mucho que tiene que ver con el lugar que tendrá cada uno y las disputas por las candidaturas. Quiero pensar que alguien realmente nos quiere sacar de este laberinto y de esta paradoja de ser un país que podría ser muchas cosas pero que lo cierto es que es un país con demasiadas deudas, demasiadas asignaturas pendientes.
—De todo el panelismo de políticos que figuran por todos los programas de televisión, ¿quién cree que puede estar más capacitado para sacar al país adelante?
—Qué difícil la pregunta. Tengo alguna idea pero me la reservo. Hay algunas personas a las que les he escuchado ideas que me resultan sensatas y que me parece que tienen que ver con la idea de dar un salto al desarrollo, con apuntalar sectores productivos que pueden ayudar a incluir más y mejor en la Argentina.
—¿Se reserva el nombre por miedo a las críticas o es solo para preservarse?
—No, me parece que tiene que ver también con una cuestión de prudencia: todavía quiero escuchar más sobre los proyectos y sobre los programas. Me parece que hace falta una agenda más propositiva. Quizás el año que viene hablamos y te doy una respuesta. De cualquier manera trato de tomar cierta distancia para mantener ese rigor profesional. De saber que ante cualquiera sea el candidato o ante cualquiera sea el referente político voy a poder pararme con la misma distancia y el mismo rigor periodístico, más allá de que coincida más o menos con sus ideas. Me parece que eso es importante.
—Entre guerras, viajes, televisión y radio escribió su segundo libro. ¿Cómo lo hizo?
—(Risas) El libro se llama Hackear la Argentina o Hacer la Argentina, porque si vos lees la tapa hay dos letras que están como más finitas y hay un juego. El libro básicamente lo coescribimos con Juan Meriño; en realidad, Juan es el alma del proyecto y me subió un poco a esa idea. Yo había hecho Argentina Penélope. Bueno, habíamos trabajado con un equipo de producción en una serie documental que hablaba sobre este espíritu argentino de tejer y destejer nuestro destino, y uno de los capítulos estaba dedicado a la economía del conocimiento, al boom tecnológico, a los emprendedores, que son, en muchos casos, gente muy joven que está empujando una suerte de Silicon Valley argentino o Start-up Nation Argentina. Pero claro, lo está haciendo en un contexto que es adverso. Y lo que hicimos fue reunir conversaciones, charlas, entrevistas con las mentes de lo que entendemos es este Silicon Valley argentino.
—¿Qué es lo que más le quedó de todas esas conversaciones?
—Primero, que muchos de ellos tienen una lógica quizás inversa a la que el común de los mortales tenemos. Son personas capaces de enamorarse de un problema. Por eso les planteábamos este desafío de hackear la Argentina: bueno, ¿qué pasa si el problema fuera la Argentina? Porque son expertos en brindar y en ofrecer soluciones. Me quedo con algunas frases sueltas, una frase de Migoya que decía: “Dejen de correr el arco, ni siquiera pongan regulación que nos ayude, solo dejen de correr el arco. Dejen la cancha como está y vamos a seguir metiendo más goles”.
—La veo y reafirmo su crecimiento. Ahora quiero saber: ¿cómo hace o qué hizo Carolina para lograr esta solidez? ¿Se sigue preparando, sigue estudiando?
—A mí siempre me gustó mucho estudiar y me resulta fácil, accesible, digamos. En definitiva no tiene mucha ciencia: son horas de silla. Pero siempre me gustó mucho estudiar. Después, he tenido la suerte y el privilegio de que hubiera personas que creyeran en algunas instancias en mí y me dieran la posibilidad de tener y adquirir horas de vuelo en experiencias que son muy formativas. Y después, también, y es algo que aconsejaría, hay que elegir los interlocutores cotidianos y las conversaciones que uno tiene a diario. Y digo esto porque elegir mejores conversaciones también nos prepara mejor para la vida. En todo sentido. Y no hablo necesariamente de reunirte con un intelectual o en una mesa de personas sesudas. No, no: muchas veces las grandes lecciones que aprendés o las grandes relevaciones sobre un tema que te resulta profundamente intrincado aparecen en la forma de una historia de alguien a quien decidís mirar a los ojos, prestarle atención y escuchar, por sobre todo, con el corazón. Yo creo que una de las cosas que más me ha formado en la vida es poder detectar dónde había una buena conversación y sentarme a la mesa.
—¿Se acuerda cuál fue la mejor conversación que tuvo?
—Todas con mi madre. Todas. Yo vengo de una casa donde se alimentaba mucho eso: la conversación. En mi casa se fomentaba mucho dar la conversación por ejemplo sobre temas de Derechos Humanos, sobre política. Mis padres nos incentivaban mucho incluso a ir por nuestro lado cada uno. Los tres, con mis dos hermanos, somos muy distintos pero al mismo tiempo tenemos eso en común, ese gen curioso. Muy alimentado por mis padres que promovían todo el tiempo una conversación sobre grandes temas, quizás para invitarnos a trazarnos grandes objetivos, digamos. Hacer cosas que impactaran donde realmente importaba. Sí, recuerdo conversaciones sobre el amor con mi madre que son únicas.
—Hablaban de amor.
—Sí. Una vez mi madre me dijo que el amor era una gran conversación y que ella sabía que seguía amando a mi papá porque lo seguía eligiendo todos los días para conversar. Y otra vez me acuerdo de que en un desconsuelo, no me acuerdo cuándo le fui a mi madre con alguna historia que parecía como, bueno, el fin de todo, cuando uno es adolescente...
—Cuente la historia.
—Algún desamor, Mariana, algún desamor. Y recuerdo que ella me dijo: “Caro, a veces tenés que aprender simplemente a decirle buen día a tu tristeza. Como el poema ‘Bonjour tristesse’, tenés que simplemente aprender a decirle buen día”. Y me pareció una manera tan profunda, linda y sensible de entender lo que nos pasa con lo irreparable, pero además cómo la vida se impone con su prepotencia todos los días, pero es una manera tan bella de ponerlo que lo adopté como lema cuando me puede el desconsuelo.
—¿La puede mucho el desconsuelo?
—No. No soy muy enamoradiza, pero…
—¿Qué tiene que tener un hombre para que le guste?
—A mí me conmueve mucho la decencia. El sentido de deber. Cuando una persona tiene un propósito, tiene un por qué. Eso me parece imbatible. Me enamora.
—¿Está enamorada ahora?
—No.
—¿Los hombres le escriben mucho por las redes?
—Me da vergüenza.
—Reformulo: ¿cómo se maneja con las redes?
—Yo agradezco mucho: siempre es muy lindo recibir un halago. Lo recibo así digamos. Bueno, siempre que sea en el marco de lo respetuoso y lo elogioso, en un sentido sutil. Pero me da vergüenza hablar de esto. Pero bueno, también con esa distancia. Que obviamente implica no saber quién está del otro lado. Uno no lo sabe.
—Vamos a hablar un poco de la imagen. La invito a cerrar los ojos y a imaginarse por un segundo a la Carolina de hace cuatro años, en TN; ahora, imagínese a la Carolina actual. ¿Qué ve? Contémosle a la gente, porque no es fácil hacer televisión a diario.
—Bueno, pero ahí hay que descansar también en los que saben: el equipo de maquillaje, de peinado.
—Pero, ¿se dio cuenta de que tuvo que resetearse?
—Sí. Lo que pasa es que de repente me vuelve la rebeldía y el sentido como de impunidad total: he salido al aire a cara lavada y con los pelos todos revueltos. Muchas veces me pasa en cobertura eso. Se me impone salir y estar, y por ahí después me veo y digo: “Bueno, me podría haber puesto el cubreojeras”. Pero nada, me parece que ahí lo más importante y lo que se impone es estar donde tenés que estar.
—¿Se ve en la televisión? ¿Se graba? ¿Es crítica?
—Trato de no verme mucho porque yo soy bastante exigente. Es difícil promocionar para mí (risas). O sea, cuando yo veo algo, me cuesta mucho terminar de soltar y decir: “Bueno, sí, definitivamente acá estoy conforme, esto estuvo bien”. En cada nota, en cada cobertura, siento que es como la primera vez que lo estoy haciendo, porque ninguna nota se parece a otra, porque nuestro trabajo tiene mucho que ver con ese aquí y ahora, con eso que está sucediendo. Lo único que puedo garantizar es que tengo la suficiente cantidad de horas en mi oficio como para tener relativa o cierta pericia en el ejercicio del oficio. Y eso me lo garanticé. Y otra de las cosas que puedo garantizarme es que tengo bien calibrada la brújula: entiendo por qué estoy haciendo esto, entiendo cuáles son mis intenciones, qué me mueve, y antepongo eso, la persona al periodista. Para mí siempre hay que entender que para aproximarse a ciertas situaciones, coberturas y realidades, primero tiene que aparecer una persona decente, con un sentido de propósito muy claro, incapaz de caer en algo, revictimizante con el otro, porque son situaciones realmente muy delicadas. Incluso, a veces, uno sin querer puede estar cometiendo el error. Pero hay que entender que esos valores están bien claros para que después entre el oficio.
—Nombró la palabra propósito. ¿Cuál es el propósito de Carolina Amoroso?
—Y a mí me gustaría que mi trabajo funcione como una suerte de puente de empatía para que el dolor, la herida de mucha gente, deje de resultar indiferente. Y quizás, eventualmente, y esto es casi una ilusión infantil pero vale tenerla, cambiar el orden de las cosas. A mí me parece terrible que en América Latina, con toda la historia que tenemos, todavía tengamos que soportar hasta relativizaciones por parte de referentes políticos sobre centros de tortura como en Chipote en Nicaragua o en el Helicoide en Venezuela. Que hoy en América Latina estemos ante éxodos masivos de millones y millones de personas arrojadas a la nada. Que hoy en América Latina estemos hablando de brotes de xenofobia. Hablo particularmente de América Latina porque ha sido casi mi obsesión.
—¿Cómo ve al Gobierno ante los hechos que enumeró y que duelen?
—La política exterior de la actual administración ha sido muy errática. No hablo de personas: hablo de decisiones en materia de política exterior. Y han demostrado no tener la suficiente sensibilidad para entender la gravedad de las situaciones como las que nombro. Ni que hablar del caso cubano: hemos asistido, a lo largo de los años, décadas, lisa y llanamente al negacionismo sobre violaciones de Derechos Humanos. Y acá sí a mí me parece importante ponerle nombres y decir que el régimen venezolano tiene una investigación en curso en la Corte Penal Internacional. Que hay violaciones de derechos humanos en Nicaragua, en Cuba, en Venezuela. Que hay un éxodo masivo producto de una crisis humanitaria generada por un régimen expulsivo y un proyecto de hambre. Eso ha sido el proyecto del chavismo, sobre todo, en los últimos años.
—Sin eufemismos.
—Sin eufemismos. El eufemismo es connivencia. Sugar coating.
—¿Cómo viene el 2023 de Carolina?
—Por lo menos me voy a tomar unas buenas vacaciones. Voy a ver a mi hermano que vive en Canadá. Y a mi sobrina y a mi cuñada, obviamente. Y mis sobrinas que son mi vida, mi mundo, mi todo.
—Habló de sobrinas. ¿Tiene el deseo de ser mamá en algún momento?
—Sí. No me genera ansiedad, pero por esto de que yo siempre me estoy preguntando qué quiero ser cuando sea grande.
—La veo con la panza, viajando y haciendo coberturas.
—No tengo la ansiedad del tiempo.
—Pero le gustaría ser mamá.
—Sí, definitivamente. Me parece una linda experiencia de vida. Y me parece una de esas experiencias que es como un renacer. O sea, hay algo que cambia drásticamente. Mis sobrinas fueron como una gran revelación en ese sentido. Sí. Pero bueno, hay también distintas formas de maternar.
—¿Qué es lo más difícil de ser usted o lo que más le cuesta?
—Y... a veces decir que no a algunas cosas. Porque además a mí me pasa, sobre todo con las cosas de trabajo. Y trabajar de periodista para mí es un privilegio tan grande, yo realmente quiero mucho este oficio. Yo amo esto. Para mí es un privilegio y es una forma de vivir.
—¿De qué cosa está segura Carolina?
—Que un día no estamos más. Pero vos sabés que esa certeza, que es una obviedad lo que voy a decir, creo que voy a parafrasear a Steve Jobs en el famoso discurso del commencement speech, donde él decía que esa certeza es lo que te impide caer en la trampa de que tenés algo para perder. Sí, tengo algunas otras certezas. Pero creo que esa es hasta una certeza que me genera cierto alivio. No por la muerte per se que es, bueno, el miedo definitivo o el mayor de los miedos, sino porque creo que nos permite construir el sentido de nuestra línea de tiempo hasta donde dure. Me parece que es interesante como propuesta.
—¿Qué le diría hoy a sus padres?
—A mi padre, que sigue siendo el tipo más noble que conozco. Y que nunca me decepcionó: siempre tuvo el norte claro. Y a mi madre le diría que es mi persona favorita.
—Se emociona.
—Sí, es que de verdad…
—¿Cómo se llama su mamá?
—Mi madre se llama Zulema pero le dicen Negrita.
—Cuando Negrita ve a su nena en la tele, ¿cómo es?
—Ojo. porque también de repente me corrige cosas, me dice: “No tantos adverbios”, o “Fijate que este conector lo usaste…”. Mi mamá fue profesora de literatura. A veces cuando lee algo que escribo me pregunta: “¿Por qué ‘de tanto en tanto’? Caro, creo que me gustaría más el ’de vez en cuando’”. Me corrige, me va ayudando a pulir. Sigue siendo mi correctora favorita, obvio. Es increíble mi madre. Además tiene una sensibilidad única. Es todo lo que está bien.
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