“El que se tire contra Fierrito se tira también contra mí”, dice Diego Maradona en una entrevista del año 2000. Y Carlos Ferro Viera guarda ese recorte cual si fuera un tesoro, junto a un baúl de fotos y documentos que acreditan cada una de sus anécdotas junto al astro. El empresario platense siempre fue sindicado como una mala influencia para el Diez. Y él mismo reconoce que fue su ladero en los años más oscuros, dónde las drogas se adueñaron de su voluntad y lo llevaron por el camino de la perdición. Pero se justifica diciendo que él estaba aún más enfermo que el exjugador fallecido el pasado 25 de noviembre de 2020. Y asume su responsabilidad.
—¿Quién era usted antes de conocer a Maradona?
—Era un empresario de publicidad. Había trabajado durante diez años en la noche platense, donde tenía un boliche al que Los Redondos le hicieron un tema que es El Puticlub. Y también traía muchos espectáculos. Pero, para ese entonces, me dedicaba a hacer campañas como las de Carlos Menem o Antonio Cafiero. Y todos los veranos me iba de vacaciones a Pinamar, dónde en 1996 se desató la causa del jarrón de Guillermo Cóppola que terminó con el juez federal de Dolores Hernán Bernasconi. Ahí fue cuando yo también quedé detenido.
—¿Por qué?
—Por una causa anterior, que tenía que ver con los ricos y famosos. Ahí caímos todos los referentes de la noche, entre los que estábamos Gustavo Palmer y yo, porque el juez estaba detrás de la nocturnidad y las drogas. ¡Cayó hasta Alberto Trantini! Yo me había empezado a drogar después de los 33 años, cuando ya no trabajaba en la noche. Pero encontraron droga en mi casa de Pinamar, dónde había como veinte personas, y yo me hice cargo. Así fue como terminé en la cárcel de Dolores.
—¿Junto con Coppola?
—Él cayó seis o siete meses después. Yo estuve casi un año detenido. Y a Guillermo lo había conocido en la campaña del ‘95, cuando él estaba con Carlitos Menem Junior, pero no se acordaba de mí. La cosa es que, cuando él llegó al penal, yo ya estaba “acomodado”.
—¿Qué significa eso para los que no sabemos nada de cárceles?
—Que estaba en un pabellón de trabajadores. Yo siempre fui muy inquieto, así que había armado la radio, hacía las fichas de las visitas de los detenidos... Y ya conocía a casi todos, incluso al director, que es el que maneja la cárcel, y al jefe del penal que es el que se encarga de todo lo interno.
—¿Pagaba por algún beneficio?
—Bueno, sí... Se paga por algunas cosas. Yo no necesité protección, pero ayudé mucho al penal.
—O sea que cuando llegó Guillermo estaba en condiciones de darle una mano...
—Yo lo recibí. Y hablé con el jefe del penal, porque estaban todos preocupados por ver dónde lo ponían. Imaginate que era una persona pública y muy importante, sobre todo por ser amigo de Maradona. Así que nadie se atrevía a mandarlo a un pabellón. ¡Ni siquiera al mío! Entonces sacamos las cosas que había en la oficina de requisa, la limpiamos y lo alojamos ahí con una cama. O sea que estaba solo. Pero desde las ocho de la noche hasta las cinco de la mañana tenía que hacer sus necesidades en un tarro porque no tenía baño.
—¿Es decir que no la pasó bien, por más que muchos creyeran que era un preso VIP?
—¡Para nada! Sufrió muchísimo Guillermo...Porque, además, no estaba preparado para eso. Y yo ya sabía que Bernasconi era trucho y que le habían puesto la droga en el jarrón. Así que cuando lo venía a ver su abogado, Mariano Cúneo Libarona, yo lo volvía loco con la causa. Pero lo ayudé mucho a desenmascarar al juez.
—¿Y cómo lo conoció a Diego?
—Él lo iba a visitar a Guillermo, que le hablaba mucho de mí porque “rancheábamos” juntos, es decir, almorzábamos. Como yo tenía quién me comprara cosas, traía comida de afuera para los dos. Así que Coppola se apoyaba mucho en mí. Y, como yo no podía ir a la visita que le hacía Maradona para que me lo presentara, me hice pasar por mozo y así lo conocí.
—Con la anuencia del director de la cárcel...
—Sí, claro. En realidad fue un domingo que el director no estaba y el jefe del penal, que era más permeable, hizo la vista gorda. Yo siempre hacía macanas: un día limpié una sala y tiré un montón de elementos que habían guardado de distintas causas. Cuando se dio cuenta, empezó a los gritos y tuvimos que pasarnos toda la noche buscando las cosas con reflectores en el basurero. Pero era un tipo bueno. Y gracias a él lo conocí a Diego.
—¿Maradona le agradeció lo que hizo por Coppola?
—Sí, porque para él era su amigo. Hay cosas que me emocionan de Diego. Me acuerdo que una Navidad vino al penal a brindar con Guillermo y, como no lo dejaron entrar, se quedó afuera a pasar la noche. Tenía esas cosas. La cuestión es que mi causa cambió de juzgado, me desprocesaron y yo salí en libertad unos meses antes que Coppola, cosa que él lamentó muchísimo. Yo le decía: “¿Qué querés? ¿Que me quede con vos?”. Pero se quedó llorando cuando me fui. Así que después empecé a ir a visitarlo con Maradona.
—¿Ya había establecido un vínculo con Diego?
—Claro. Al punto que yo me fui directo a mi departamento de Recoleta, en Buenos Aires, dónde él estuvo viviendo durante un año y pico, Después a Guillermo lo trasladan a Caseros, donde yo lo iba a ver con su mamá, con su esposa, con sus hijas y con Maradona. Y le metí un teléfono StarTAC adentro de la cárcel, para que pudiera comunicarse hasta que salió.
—¿Así pasó a formar parte del “entorno” del Diez?
—Exacto. En esa época estaba también el Turco Abdala, que falleció, Sergio Chemen que es muy amigo y nos ayudó mucho... Años después, para el ‘98, llegó Gabriel Bueno. Y había otra gente amiga de Diego. Éramos muchos.
—¿En qué cambió su vida desde ese momento?
—Yo hacía muchos años que me drogaba. Antes de la cárcel, usaba la cocaína para trabajar, nada más. No tenía el vicio. Pero después me agarró un bajón. El tema es que Guillermo quería que Diego volviera al fútbol. Y él, a modo de regalo, en un cumpleaños le dijo: “Vas a ver que en dos meses vuelvo a jugar”. Nosotros nos miramos, porque en ese momento estaba gordo y fuera de estado. Pero en eso vino Ben Johnson, que lo puso a entrenar. Y el asunto es que, al poco tiempo, Maradona estaba jugando en Boca.
—¿Habían dejado la droga?
—En esa época no consumíamos ni él ni yo. Todo el mundo hablaba de mí como “la mala compañía”. Pero yo lo iba a buscar con su camioneta y Claudia Villafañe me recibía lo más bien porque no nos drogábamos. Por ahí, había algún “recreíto”, como decía él, un lunes después de los encuentros. Pero era poco y nada. El problema fue cuando le dio positivo el dopping. Él tenía un contrato por el que cobraba 200 mil dólares por partido, pero al no jugar no cobraba. Entonces se bajoneó y empezamos a drogarnos.
—¿Juntos?
—Sí.
—¿Quién les proveía la droga?
—Algunas veces la traía alguien y otras la íbamos a comprar nosotros. Yo iba con él en la camioneta al bajo Flores, en horarios nocturnos en los que no circulaba nadie, donde se la vendían. ¿Y a Diego quién le iba a decir algo?
—¿En esa época apareció Natalia Garat, la madre de Santiago Lara, a quien según dicen se la presentó usted?
—Claro. En realidad, ellos se conocieron en un desfile de modas. Y, como tantas otras chicas, ella se acercó a Diego. Entonces empezaron a tener relaciones. Una de las últimas fue en el Hotel Cristóforo Colombo, días antes de que viajáramos a Punta del Este.
—¿O sea que a usted le consta esa relación?
—Sí, por supuesto. Pero yo no armé nada, como se dijo. Cuando la chica quedó embarazada, nosotros la auxiliamos.
—Entonces Maradona sabía de esto...
—¡Pero claro! Si con el turco Abdala le hemos llevado plata cuando tuvo al bebé y le pagamos el sanatorio.
—¿Diego pensaba que Santiago era hijo de él?
—A mí me dijo: “Fierrito, yo no voy a comerme este chupetín”.
—¿Qué significaba eso?
—En nuestra jerga, era como decir que no se iba a hacer cargo de algo con lo que no tenía nada que ver. Me dijo: “Encargate. Vos la conocés”. No como haciéndome responsable, pero como ella era de mi ciudad yo me ocupe de los gastos. De todas formas, había un montón de chicas. Y ya estaba Laura Cibilla. De hecho, el último día Diego estaba con ella en el hotel y Natalia se quedó esperando hasta que él pudo verla.
—Laura fue un gran amor en la vida de Maradona...
—Desde mi punto de vista, fue el mayor amor de Diego. Creo que la quiso tanto o más que a Claudia. Lo digo por lo que yo viví.
—¿Qué encontraba en ella?
—Era su gran compañía. Y él estaba profundamente enamorado. También es verdad que consumían juntos, cosa que Claudia no hacía. Yo no puedo hablar de cómo fue el amor con Villafañe porque yo no estuve en esa época. Pero, por lo que yo vi mientras estuve con Diego, Laura era todo para él.
—Ellos se conocieron en el’98 y, el 1 de enero del 2000, fue el episodio de Punta del Este donde Maradona quedó al borde de la muerte. Usted estaba ahí. ¿Qué pasó?
—Viajamos en dos aviones. En uno estaba Guillermo, Claudia y las nenas y Diego, y en el otro fuimos un amigo que no quiere ser nombrado pero que estaba conmigo en ese momento y yo.
—¿O sea que en la cabaña dónde se descompuso Maradona eran tres?
—Claro. Nosotros estábamos en la chacra de Federico Rivero, con Andrea Burstein. Guillermo estaba con su pareja por un lado y, por otro, estaba Pablo Cosentino. Claudia y las nenas estaban en un hotel. Y nosotros tres parábamos en una cabaña a cincuenta metros de la casa principal, adonde íbamos solo a dormir porque llegábamos en un estado deplorable.
—¿Cómo fue esa noche?
—Primero habíamos estado en la fiesta de Cipriani, donde también estaban Claudia y Guillermo. Y fue un papelón porque Diego había llegado muy mal conmigo. De ahí nos fuimos a la fiesta de Franco Macri. Yo me caía de sueño, porque veníamos sin dormir desde Navidad. Así que me volví a la chacra con la camioneta de él y, a mitad de camino, tuve que parar un rato para descansar. Habré llegado a las 3 o 4 de la mañana. Me fui arriba y me desmayé en la cama que estaba en el entrepiso. Así que no me enteré cuando llegó Maradona.
—¿Entonces?
—Como a las 8 o 9 escuché que gritaba: “¡Claudia, Guille, Fierrito!”. Cuando me desperté, miré para abajo y lo vi a Diego con la cara completamente hinchada. Le había agarrado como una reacción alérgica, al punto que los ojos le habían quedado chiquitos y no podía ver. Entonces salí a buscar a Guillermo para avisarle que estaba mal. Él vino corriendo, trató de recuperarlo con unas toallas y hubo como una discusión para ver qué había que hacer. Vino el médico, que se quedó impactado al ver que era Maradona. Y Coppola tomó la posta y dijo: “Vamos a subirlo a la camioneta y lo llevamos al hospital”.
—¿Qué hizo usted?
—Yo ayudé a subir a Diego. Y Guillermo me dijo: “Fierrito, limpiá todo y andate de acá”. Había canutos en billetes, platitos....¡De todo! Yo agarré una bolsa de droga y la escondí en el techo de paja. Creo que todavía debe estar ahí si nadie se dio cuenta...Pero después pensé: “Es muy buena, algo me llevo”. ¡Un loco! Así que la saqué, separé un poco para mí, y la volví a poner. Cosa de drogadicto. La historia es que llamé a un amigo para que me viniera a buscar, armé las valijas y me quedé dormido. ¡Imaginate el estado en que estaba! Y, como para ese entonces no tenía pedido captura ni nada, me vine a Buenos Aires. Por suerte, Coppola siempre estuvo lúcido. Yo le debo mucho a él. Pero pasé por la aduana con un sorbete con cocaína en el bolsillo. ¡Podía haber quedado preso por eso! Pero yo era un adicto y lo asumo. De hecho, diez años después quedé detenido en Montevideo porque todavía estaba esa causa pendiente...
—Después Maradona fue atendido en la Argentina y decidieron internarlo en Cuba. Primero viajó con Claudia, después fue Laura...¿En qué momento llegó usted?
—Cuando la familia se volvió. Para ese entonces, mi relación con Claudia no estaba nada bien. Era lógico, hoy la entiendo. Yo era el que me drogaba con Diego. Y él se había venido a vivir a mi casa, que era un lío....¡Pasó Ricky Martin, Cris Miró y qué se yo cuanta gente más por ahí! Vivíamos de fiesta y la mayoría de las mujeres que salían con Maradona estuvieron en mi departamento. Por eso ella no me quería. Pero, cuando él me llamó, yo fui para Cuba.
—¿Usted no fue con la intención de recuperarse de la adicción?
—¡No! ¿Para qué te voy a mentir?
—Diego sí estaba en tratamiento....
—Él estaba bastante recuperado. Pero yo entré a la Pradera como terapeuta. ¡Una cosa de locos! Yo presenciaba las reuniones de médicos y escuchaba todos los partes. Se suponía que era el que tenía que tratar de hablar con Maradona para ayudarlo, como psicólogo. ¿Y qué lo iba a ayudar yo si estaba peor que él?
—¿Fue con usted que Diego volvió a consumir?
—Al tiempo empezamos con los recreítos. Y en Cuba conseguíamos la droga...Pero muchas veces venía Fidel Castro a verlo a Diego. Y, un día que él había estado con unas chicas a las que metíamos en el baúl del auto para hacerlas entrar, cayó de sorpresa. Yo vivía con Guillermo en otro bungaló y, como Maradona estaba desmayado, me dijo: “¡Hacé algo!”. Así que, mientras Coppola fue a buscarlo, yo me quedé hablando con el comandante. Y, para entretenerlo, le empecé a preguntar por el Che Guevara. Yo, entre que era un poco desprejuiciado y consumía, no medía a quién tenía enfrente. Y le comenté: “Se dice que usted lo mandó a matar”. “¿Pero de dónde saca una cosa de esa?”, me respondió. Y me empezó a contar que él no quería que se fuera, que había sido su mejor ministro de economía, que él sabía que en Bolivia no iba a prender la revolución....Así estuvimos charlando cuarenta minutos, hasta que mi amigo estuvo en condiciones de atenderlo.
—¿Usted le presentó a Mavys Álvarez en esa época?
—La cosa fue así. Estaba viniendo Claudia a La Pradera, así que había que sacar a Laura de La Habana. Ella se fue a un hotel de Varadero. Y, supuestamente, tuvo un romance allá con un animador llamado German. El rumor le llegó por el chofer nuestro, que era un ex compañero de Fidel y sabía todo lo que hacíamos. Entonces Diego me pidió que le averiguara si era verdad y yo le dije que fuéramos juntos. La cuestión es que yo durante el día tenía que decir que Maradona había salido a la noche al boliche y, de noche, tenía que decir había salido a la mañana a hacer deporte. Porque él no se movía de la habitación: estaba encerrado llorando porque se había peleado por celos con Cibilla y ella se había vuelto a la Argentina.
—¿Por un affaire que no existió?
—Claro. Mi investigación fue como para una película. Yo fui al tablero del hotel donde figuraban todos los empleados y encontré a un German. Le llevé la foto a Diego, que siempre me decía: “Fierrito es cien por ciento de efectividad”. Porque lo que me pedía, lo conseguía. Resulta que este pibe era un relacionista público. Yo me lo llevé al bar y lo emborraché, pero él me decía que no había conocido a ninguna Laura. El tema es que después descubrí que había otro chico que se llamaba igual y que se dedicaba a los deportes náuticos. Entonces me hice amigo de una cubana que había sido espía en Angola, que estaba como gobernadora del hotel, y le expliqué lo que necesitaba. Ella me dio una camarita rusa y me hizo entrar al archivo de personal de noche, por una ventana, para sacarle una foto a la ficha de este tipo.
—¡Un delirio!
—Tengo la foto, con la dirección. Lo fui a buscar y me hice amigo. Y yo, sin saber nadar, me puse a hacer todo tipo de deporte náutico: kayak, esquí acuático...¡A cada rato me sacaban ahogado! German me decía: “Eres un loco, te vas a tragar el Atlántico”. La cosa es que, cuando entré en confianza, me confesó que había conocido a Laura pero que no habían tenido relaciones sexuales. Cuando le cuento a Diego, no me quería creer. Estaba muy deprimido. Y, en eso, apareció en el hotel Mavys con la abuela y la mamá.
—¿No es cierto que usted la encontró en una plaza y la llevó hasta ahí?
—No. Por ahí la fue a buscar German, no lo sé. Yo la conocí en el hotel. Y, cuando la vi, me sorprendió lo hermosa que era. Ahí fue cuando le dije a Diego: “Tengo la solución para vos”. Y se la presenté. Cuando él la vio, se enamoró de ella. Y así fue la historia: fuimos a investigar el tema de Laura y encontramos a Mavys.
—Maradona siguió el romance con las dos...
—Sí, claro. Siguió con ellas, después no sé cómo apareció Adonay Frutos y otras más. Una vez, metimos dos chicas que eran hijas de unos ex comandantes y casi nos matan a todos...
—¿Les pagaban a algunas mujeres para que estuvieran con Diego?
—Y, sí...No sé si pagar, pero había mucha necesidad. Pero yo no le presentaba chicas a Maradona: todas lo querían conocer y yo se las tenía que sacar, que era distinto.
—¿Usted estaba con Diego cuando chocó contra un colectivo mientras iba a buscar a Mavys y discutía con Laura?
—Claro. El choque venía para mí, pero dio un volantazo y se lo pegó él. ¡Se quiso matar!
—¿Dice que fue intencional?
—Sí: Diego se quiso matar por Laura. Estábamos yendo a Matanzas, que era donde vivía Mavys, y él venía discutiendo por teléfono con Cibilla. Eso era una constante, porque él tenía como una obsesión con ella. Y en determinado momento vio que venía la guagua en medio de una lluvia torrencial y pegó el volantazo.
—¿Él le dijo que se quiso matar?
—No, pero lo vi yo. Me di cuenta. Por suerte, el chofer del colectivo clavó los frenos, dejó las luces prendidas y se fue al fondo del micro. Por eso la contamos. Pero tuvieron que cortar la camioneta para sacarlo y tengo la foto de cómo quedó el vehículo. Yo me torcí un tobillo, nada más. Pero él estaba aprisionado y me dijo: “Fierrito, me corté las piernas”. Entonces yo lo llamé a Guillermo y le dije: “Chocamos y Diego perdió las piernas”. Después me desmayé. Pero en el momento dije lo que Maradona me había comentado. De ahí sus problemas con los meniscos. Pero nunca más hablamos del tema. Fijate que a mí me internaron porque me descompensé y él se fue a la casa en helicóptero. Y no hizo ninguna mención del tema.
—El noviazgo con Laura continuó, ella quedó embarazada y su hijo nació en enero del 2003.
—Yo ya no estaba con él para esa fecha. Pero hablábamos por teléfono. Y Diego siempre pensó que el hijo era de él. Tenía tanto amor por ella... Pero más no puedo decir porque yo me fui de al lado de Maradona.
—¿Por qué se fue?
—Porque allá por el 2001 o 2002 estábamos filmando una serie con Adrián Suar, que nunca se terminó. Y, en un momento en el que estaba hablando con el Chueco en una barra, me agarró una parálisis facial. Venía de dos o tres días sin dormir y tomando cocaína. Así que me internaron. Yo estaba muy mal. Y Guillermo me dijo: “Volvé a La Plata porque te morís acá”. Diego estuvo un año llamándome y yo no le contestaba, porque no podía. Me habían acusado a mí de ser quien le había llevado droga a la quinta de Mastellone cuando se descompuso en el 2004 y nada que ver, porque yo ya no estaba con él. Pero nunca nos peleamos. Volvimos a hablar y tuvimos diálogo hasta los últimos días, pero perdimos esa cotidianeidad que teníamos cuando él vivía en mi casa y dejamos de vernos personalmente.
—¿Cuándo dejó de consumir usted?
—Yo me recuperé recién hace seis años, cuando me convertí a la Iglesia Evangélica Universal y me entregué a Dios. Y la única asignatura pendiente que tengo con Diego es esa. Porque, cuando los pastores me dijeron que nos acercáramos a él para tratar de ayudarlo, yo no lo hice. Pero, si hubiera ido y pasaba lo que pasó, me hubiera señalado a mí...
—¿Y si hubiera ido y lo hubiera podido ayudar?
—Lo podría haber salvado... No lo sé. A mí siempre me relacionan con todo lo malo. Pero en el último tiempo estaba muy mal. Yo sé que Diego le dijo a Mario Baudry que si le pasaba algo cuidara a Dieguito. Y que Verónica Ojeda es una leona. Me metieron a mí en el tema del hijo de Garat, pero eso es algo que tiene que definir un ADN. A Jana no la conozco y a la madre tampoco, pero ella fue una de las que más estuvo en el último tiempo con Maradona. A Diego Junior nunca lo vi. Y a Dalma y Gianinna las conozco desde chiquitas, porque el padre las adoraba. Y sí, por ahí me arrepiento de no haberme involucrado más para tratar de ayudarlo. Porque él fue y sigue siendo mi amigo.
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