Pucho está caliente, hecho un fuego. Debajo suyo, el público es como una lava. Todo rebalsa en la noche atónita de Buenos Aires, en el Movistar Arena. Mientras el resto de la ciudad calla, C. Tangana -Antón Álvarez Alfaro- abre la boca y dice lo que ya nadie puede decir, nadie después esta noche: sólo él tiene la gracia y la poesía suficientes para cantar algunos versos como “un WhatsApp sin abrir, hablando de cosas que no dicen nada pa’ ver si aún estás”, y que cada palabra suene a literatura.
Es la segunda fecha del madrileño en Buenos Aires, y la segunda a sala llena. Ya el título de su gira enuncia la provocación: “Sin Cantar ni Afinar Tour”, como si cualquiera pudiera hacerlo, aunque lo que presenta es absolutamente lo contrario, algo irrepetible.
Producido por DF Entertainment, el músico español se presentó ante su público argentino y demostró por qué es la irrupción más importante del mundo musical hispánico de la última década. No solo eso: Tangana sorprendió a todos. Nadie sabía que era también un cineasta, un actor, un dramaturgo y un maestro de la iluminación. Es que su show es una fiesta que cruza cine con teatro y música y danza y cualquier otro tipo de arte escénico imaginable. Los planos secuencias a lo largo de todo el espectáculo sorprendieron a la gente, que se maravilló con la doble propuesta visual, disfrutable por igual desde cualquier lugar de la sala.
Luego de visitar Colombia y México, el cantante llegó a la Argentina y fue anunciado en el escenario por la irrupción de las trompetas. Luces a negro y vientos para la aparición estelar del joven de 32 años. Después de un inicio trapero, entonando una canción de su primer disco, C. Tangana comenzó con la lista de canciones perfectas de su disco El Madrileño. La primera fue “Te Olvidaste”, y más tarde llegaron “Cambia!”, “Comerte entera”, “Yelo”, “Nominao”, “Me maten”, “Ingobernable” y una versión coral del clásico bolero “Sabor a mi”.
Acompañado por músicos tradicionales españoles y por la presencia sorpresiva de Nathy Peluso (con quien cantó “Ateo”), los intérpretes compusieron durante toda la noche una suerte de barra de amigos que llevan adelante un musical melodramático por momentos, cómico por otros, que hizo sentir a todos en un bar de los sesenta, con su barra de tragos, su orquesta a todo trapo y las coreografías de los big shows de Las Vegas.
Sobre el final, ya pasando las 23 horas, el artista bromeó con que no tenía más canciones en su repertorio, y ofreció una versión propia de “Suavemente”, de Elvis Crespo, y bailó y jugó con su camarógrafo una vez más. El público fue otro integrante de la banda: recurrió a él en varias canciones, o más justo sería decir que le concedió el derecho a cantar juntos, habida cuenta de la desesperación de muchos por ser parte de la increíble puesta en escena, donde hay pases de comedia con el supuesto camarero del show y referencias videográficas a casi todas las décadas desde el sesenta a esta parte.
Por supuesto, hubo momento de celulares encendidos para llenar la sala de luciérnagas, luces para la noche unánime del trovador, que no será ya nunca más solo madrileño.
No debiera sorprender su vocación por innovar, ya en su último disco, C. Tangana dejó en claro que es un héroe neomoderno de la honestidad, que rompe sin pudor con el imperio de la corrección, como si hubiera llegado a la escena para recordar que, antes que para condescender, el artista está en el mundo para romper el silencio.
Pucho seguirá su gira por Chile, donde lo espera solo un show en Santiago con el que cerrará su gira latinoamericana, la cual deja impactada para siempre a la industria del espectáculo que, solo en raras ocasiones, cuando se cruza con un artista verdadero, da de resultas una obra maestra como esta.