Cinco años. Como el tiempo en que tardará en desaparecer la humanidad después de que muera el planeta Tierra, según vaticinó Ziggy Stardust. O los que necesitó Luca Prodan para dar vuelta el rock argentino. O lo que tardó Rosalía en pasar de ser una nueva voz del flamenco a domar el universo pop estableciendo sus propias reglas. Y también el lapso en el que Björk dejó reposando el humus a partir del cual concretó su nueva metamorfosis.
La maravilla de la diversidad de los hongos, un réquiem para su madre, el síndrome del nido vacío, la pandemia -cómo no-, el amor por encima de las diferencias, la necesidad de que los humanos no pierdan conexión y la esperanza como último aliento son algunos de los estados de ánimo que sobrevuelan Fossora, su nuevo disco. Para la islandesa todo vale: cuerdas, vientos, sampleos de su propia voz en distintos registros, texturas techno e incluso beats mestizos de afrobeat y reggaetón para que, en su propia tradición, lo orgánico y lo artificial vuelven a darse la mano.
Icónica, rara, escurridiza, innovadora, etérea, experimental, freak. Adjetivos que intentan definirla pero que apenas rozan al aura de esta artista en permanente estado de reset. Y a todos les escapa. “Pasaron cinco años desde mi disco anterior, así que hace mucho que no hago entrevistas. Es interesante volver a hacerlo después de haber pasado todo este tiempo en Islandia haciendo cosas comunes, como cocinar, ir a un café, estar con amigos, con la familia... Tengo que admitir que hay cierto contraste entre esto y aquello. Por eso trato de no pensar mucho en las adjetivaciones sobre mí. Me siento más entusiasmada con el hecho de conocer a diferentes personas, con los diferentes humanos con los que me estoy conectando, aunque sea por Zoom”, le dice Björk a Teleshow en exclusiva, en el único diálogo con la prensa argentina antes de su vuelta a Buenos Aires.
Con la cámara apagada y desde Francia (viajó fugazmente a París para reunirse con la dupla de diseñadores M / M, quienes colaboran con su música desde hace más de 20 años) solo llega el inconfundible blend nórdico / british que lleva como acento, sin su mirada rasgada. “Es una hermosa bendición que la gente siga interesada en mi trabajo. Es algo que nunca doy por sentado, especialmente después de haber estado algo alejada. Es una gran celebración, como la de una cosecha”, amplía.
La islandesa está nuevamente de gira pero casi no pone en escena sus flamantes temas. “Para este show voy a presentarme con una orquesta de cuerdas local. Voy a cantar versiones orquestales de mis canciones viejas. No hay visuales, es casi unplugged”, adelanta de su próximo recital en Argentina -será este miércoles 9- con un repertorio que incluye clásicos como “Hyperballad”, “Aurora” y “Hunter”. Para una mayor inmersión y para no distraer a quien esté al lado, Björk le sugiere a su público que no tome fotos ni videos.
—Alguna vez dijiste que tus discos parten de un sentimiento. ¿Cuál fue en este caso?
—Utopia, mi disco anterior, era como una nube en el cielo, un elemento aéreo, así que para Fossora quería aterrizar y comencé a escribir canciones en ese mood. Luego, por supuesto, la pandemia hizo que este sentimiento se saturara aún más. Así que fue una sensación de querer meterme en el suelo y conectar con los dedos de los pies en la tierra. Empecé haciendo arreglos musicales para seis clarinetes bajos... Y, sí, todo eso era sentir como que estaba haciendo un nido bajo la tierra o algo así como una cueva.
—¿Qué tan importante es la naturaleza en tu día a día?
—Mucho. Además, en Islandia, con el estilo de vida que llevamos, nunca perdemos eso. Acá podés estar en una capital europea tal como te la podrías imaginar, pero seguís estando entre la naturaleza. Y siempre tuve ese balance en mi vida. De hecho, vivo a media hora de Reykjavík, cerca de un lago. Me gusta mi país por esto y creo que por eso es que solo viviría ahí.
—¿Cómo explicarías el concepto de “álbum hongo” que captura Fossora?
—La clave está en la diversidad y te diría que tiene un audio que podría emparentarse al moho. Al haberlo hecho a lo largo de cinco años de mi vida, hay canciones que son muy diferentes entre sí: por ejemplo, “Atopos” tiene esos clarinetes bajos y ritmos profundos que van muy rápido. Pero a la vez convive con baladas y otras canciones que tienen instrumentaciones como cuerdas y flautas. Está todo en la emocionalidad de ser felices estando en casa, echando raíces, rodeados de amigos, familiares, seres queridos. Además, y con respecto a cómo nos atravesó la pandemia, creo que si a este disco lo escuchás muy fuerte en el living de tu casa, te va a revelar las diferentes situaciones en las que todos estuvimos en esa época y cómo justamente ese living fue mutando en consultorio psicológico, peluquería, restaurante, discoteca u oficina. Es serio, luminoso, alegre, bailable, oscuro.
—En líneas generales, tu música se caracteriza por la fusión entre lo natural y lo artificial. ¿Cómo lo desarrollaste en este caso?
—Para mí la tecnología es lo mismo que las herramientas de los viejos tiempos, cuando usábamos martillo, hacha y todo eso. La tecnología representa las herramientas que tenemos hoy. Y siento que las herramientas no hacen canciones: son los humanos quienes hacen canciones. Todo es cuestión de cuánto de tu alma le pongas a eso. No depende de la herramienta, depende del ser humano que esté trabajando con la herramienta. Mi música representa mucho de mi vida en Islandia, que estoy entre la naturaleza y canto con mi voz, que es muy biológica. Y también estoy usando mi teléfono, Internet, un coche eléctrico... Todo eso se une, pero no creo que sean necesariamente enemigas. Es como la energía solar o la energía eólica, donde hay tecnología y naturaleza trabajando en conjunto.
—”La esperanza es un músculo que nos permite conectar”, cantás en “Atopos”. ¿Cómo entrenás ese músculo y dónde depositás esa esperanza?
—Es algo que tenés que trabajar todos los días, porque no te cae del cielo. Me parece que lo importante es que cada persona haga su mejor esfuerzo en ese sentido. Y es parte de la condición humana: hay que trabajar en eso hasta el final de tu vida, sobre todo para conectarte con otra gente, si de verdad tenés la intención real de hacerlo.
—En “Ovule” reflexionás sobre el amor y alguna vez lo caracterizaste como algo que es “tan frágil como un jarrón Ming viajando en tren”. ¿Qué aprendiste de ese sentimiento?
—Es un aprendizaje de toda la vida y en mis letras trato de ir poniendo lo que me va pasando. Por otra parte, escribir letras no es algo natural para mí, me toma mucho tiempo. En este disco hay muchas conclusiones sobre cómo lidiar con el amor. En cierto modo, se podría decir que todo el álbum trata sobre el amor. Y no creo que haya una sola cosa que cuidar en el amor: en una relación, siempre tenés que aprender a empezar de nuevo, de nuevo, de nuevo y de nuevo. Hay que mantener siempre fresco al amor. Puede ser difícil, pero creo que es muy importante cuidarlo a lo largo de la vida.
—Algunos escritores creen que el desamor es más inspirador que el amor para componer. ¿Coincidís?
—No necesariamente. Soy una especie de escritora que compone con sus diferentes estados de ánimo. No importa si estoy feliz, triste, si me siento estúpida, tonta, enojada, enamorada, no enamorada. Para mí es más como un diario, por lo que nunca estoy muy conectada con algo puntual. Escribo en cada condición diferente en la que me encuentro.
—¿Y cómo sos cuando estás enamorada?
—¿Qué me querés decir? (se ríe). Es difícil decirlo en una palabra. En muchas de mis letras se puede ver cuáles son las cosas que me gustan. De hecho, revelo demasiado ahí, quizás más de lo debido.
—Tu mamá falleció en 2018 y en el disco hay dos canciones, “Ancestress” y “Sorrowful Soil”, inspiradas en ella. ¿Cómo fue escribir sobre esto? ¿Qué opinaba ella de tu música?
—La forma en que escribo canciones está muy fuera de control, simplemente me vienen. Realmente no tenía la intención de escribir canciones sobre mi madre, surgió. Ella estaba muy emocionada con el hecho de que yo fuera música, probablemente más que yo misma. Ella hizo conmigo mi primer álbum solista, cuando yo tenía 11 años. Mi mamá estaba muy entusiasmada con la fama y cosas como esta. Pero realmente amo la música, realmente quería trabajar en esto y me siento muy bendecida por haberlo logrado. Resultó bien para mí que me haya empujado a tan temprana edad a hacerlo. Tal vez fue demasiado pronto, porque apenas tenía 11 años, yo era muy joven. Pero está bien... Islandia es un país seguro, tengo una buena y gran familia, así que todo salió bien.
—¿En algún momento te resultó difícil llevar adelante tu maternidad y una carrera exitosa a la vez?
—No, no mucho. Para mi fue siempre muy natural estar rodeada de niños: tengo seis hermanos y hermanas más chicos que yo y siempre los tuve muy cerca. Así que ser madre no me supuso un gran cambio.
—Tus hijos Ísadóra y Sindri grabaron coros en dos canciones de Fossora. ¿Qué te pasa al escuchar sus voces junto a la tuya?
—Es muy hermoso. Estuve esperando el momento para preguntarles si querían participar de mi música. Y me aseguré de hacerlo cuando fueran lo suficientemente grandes y adultos para entender lo bueno y lo malo que puede llegar a tener el hecho de hacer cosas en público. Así que me sentí muy bendecida cuando me dijeron que sí. Al mismo tiempo, tenerlos a los dos a la vez en estas canciones (“Ancestress” y “Her Mother’s House”), me da equilibrio.
—Sos una gran fan del cine de Lucrecia Martel, ¿cómo fue haber sido dirigida por ella para un show?
—Es increíble, una genia y me encantó que me haya ayudado para hacer Cornucopia. Creo que para ella fue complicado porque con mi equipo veníamos trabajando hacía tres años en el proyecto y Lucrecia entró mucho más tarde. Pero hizo un trabajo milagroso tratando de darle un sentimiento más orgánico al teatro digital que montamos. Lo hizo muy bien.
—¿Te acordás de Charly García?
—¿Cómo se deletrea?
—C-H-A-R-L-Y-G-A-R-C-I-A. Es la estrella de rock más grande de la Argentina y se dijo que después de tu show de 2007 en Buenos Aires, él rompió tu copa de champagne con un cuchillo porque supuestamente te hablaba y vos no le prestabas atención. ¿Eso ocurrió?
—Mmm, no, nunca lo conocí, no sé quién es (se ríe). Me parece que no es verdad. Y por lo que me contás, pareciera que fue una situación demasiado machista.
—¿Sos optimista al respecto? ¿Creés en esos cambios que se están dando en la sociedad?
—Sí, por supuesto y también es algo en lo que hay que trabajar todos los días. Es tarea de todas las personas educar a quienes tienen actitudes machistas, aunque a veces puede ser muy difícil (se ríe). Hay que tener mucha paciencia, falta mucho por aprender, pero celebro este gran cambio que se está dando en el mundo.
—Una vez dijiste que te molestaba que te pidieran autógrafos porque la gente se humillaba a sí misma cuando lo hacía. Y que considerabas que el hecho de hacer música es igual a ser electricista u obrero. ¿Lo seguís pensando así? ¿Cómo te llevás hoy con el hecho de ser una figura pública?
—Sí, todavía me siento de la misma manera. En Islandia nadie está pidiendo autógrafos, eso sería algo estúpido (se ríe). Es un pueblo de cien mil personas y la gente no se anda pidiendo autógrafos entre sí, de verdad que sería una tontería. No tenemos estas cosas de jerarquías o estatus de celebridad. No existe eso. Creo que la vida que vivo es muy fácil de llevar. Vivo una vida muy normal y cuando viajo, simplemente, voy a lugares bastante normales. Y eso no me restringe de ninguna manera.
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