“Cuántos recuerdos, Argentina”, dice Bad Bunny y rebobina la peli, piensa en algo que le pasó cinco años y monedas atrás, hace tan poco y hace tanto a la vez. “Una de las primeras veces que vine aquí, di seis shows en una noche y fue una de las mejores noches de mi vida”, completó su memoria difusa sobre un ajetreado raid bolichero que incluyó una parada en el clásico Pinar de Rocha. Por aquellos días, una nueva ola de reggaetón se veía remozada por el auge del trap y estaba por romperse para tenderle una trampa al mundo: lo puso a cantar y bailar en castellano como nunca, oportunidad que el rapero Benito Antonio Martínez Ocasio aprovechó para convertirse en rey. Aunque cada tanto muera de ganas por volver a pasar tres días y dos noches en el 2016.
“Bienvenidos al tour más caliente en el mundo entero”, tradujo Benito el nombre oficial del World’s Hottest Tour, una de las giras de estadios más popular de la actualidad, con entradas agotadas en casi todas las ciudades que visita. En torno a las canciones de su último disco Un verano sin ti, montó una playa itinerante con heladerita, reposera, palmeras, soundsystem y un mic rojo con la forma del corazoncito compungido y cíclope de la portada. Y en su paso por Buenos Aires, con sede en la cancha de Vélez, su lazo con este país no se quedó solamente en palabras, sino que además entregó dos gestos concretos de gratitud hacia su público argentino.
“Hoy paso el tiempo demoliendo hoteles”, se escuchó fuerte y claro apenas después de “Si Estuviésemos Juntos”. La pista vocal de Charly García en los versos y el estribillo de ese himno nacional del rockstar que abre su icónico Piano Bar sorprendió y fue más que una muestra de respeto para alguien, quien entre muchas cosas inolvidables que hizo, alguna vez pidió prohibir el autotune: también fue una toma de posición en una era en la que los rockstars, además de romper rankings, taquillas u hoteles, rapean encima de pistas, se dibujan la cara y hacen perrear.
Un rato después y reforzando este punto, apareció Duki sobre el final nü grunge de “Hablamos mañana” para cargarse sus versos y provocar otro griterío de orgullo. “Después de mi primera noche en Vélez, como a las 3 de la mañana, Benito me mandó un mensaje, me felicitó por esto y me dijo: ‘Si bien vos sabés que es hermoso romperla, no hay nada más lindo que romperla en tu país y que en tu país te quieran de esta manera’”, contó el argentino y pidió más ruido para Bad Bunny.
“Gracias Argentina por ser así. Los amo, guacho”, saludó después y como recompensa, Benito le cedió por completo su escenario para que haga una propia: “Givenchy”, su promocionada pero excitante vuelta al trap, coreada con una intensidad que dejó de relieve la localía de Duki pese a no ser la estrella principal de la noche. “Te respeto mucho y te amo demasiado. Me da orgullo, cabrón, haber colaborado contigo desde hace mucho”, le devolvió el boricua.
Siempre relajado y atento para atacar, Bad Bunny fue de menos a más para soltar carisma e histrionismo: arrancó desde la reposera (con “Moscow Mule”) y se paró cuando necesitó detonar bombas (”Efecto”), mientras bebía sorbos de lo que tuviera más fresco dentro de su neverita. Para cuando llegó “Party”, se le llenó la playa de bailarines y se encendieron por primera vez las luces de las pulseritas que le fueron entregadas al público antes del show: a diferencia de las sustentables de Coldplay, estas podían ser llevadas a casa como souvenir.
A medida en que iban pasando los temas, el clima de Vélez se iba acercando al desenfreno que se respira en las playas que se transforman en boliches a cielo abierto, sea en Río de Janeiro, Phi Phi Island, Ibiza o Cartagena. Si hay sol, hay playa; si hay playa, hay alcohol; si hay alcohol, hay sexo: Bad Bunny está entre los mejores intérpretes del lenguaje universal del baile y lo demuestra hasta en detalles, como cuando hace cantar una estrofa en japonés a toda una multitud hispana (”Yonaguni”), cuando rompe las transiciones de “Safaera”, en la intervención psicodélica sobre el simpático video de “Neverita”, con un medley de su primer disco X100PRE (“Ni bien ni mal”, “200 mph”, “La romana” y “Estamos bien”) y con guiños a su prehistoria (”Diles”, ”Soy peor”, “Chambea”).
“Lo único que voy a pedirles es que disfruten de esta noche, que es solo una. Que beban, que brinquen, que bailen, que suden, que hagan lo que quieran, esto es de ustedes. La noche es de ustedes”, había saludado a su público que lo arropaba con un “Beniiiito, Beniiiiito”.
Aunque no le escapa a la grandilocuencia que invita un show de estadio, como la lluvia de papelitos, los fuegos artificiales o la palmera voladora con la que salió a saludar al público ubicado en el campo trasero y las plateas (para un “Un coco” y la melancólica “La canción”), también le quedan bien las sutilezas. El registro bossa en “Si veo a tu mamá” y “Yo no soy celoso” -como una especie de fogón lluvioso en el que los bailarines se iban pasando una botella de vino- o el sunset reggae de “Me fui de vacaciones” lo revelan como un cantante versátil que pelea contra la monotonía para seguir voceando lo suyo.
“Tengo mucho frío y creo que me estoy quedando sin voz. Pero sé que ustedes me van a ayudar esta noche”, dijo Benito para tomar aire, mientras se lo veía transpirar fiebre y cubrirse del viento con un par de toallas. Otro truco para regular energía fue convidarle el escenario a su compatriota Mora, quien cantó las propias “Memorias” y “La inocente”. Con todo, la entrega del Conejo Malo fue total, literalmente con el corazón en la mano hasta superar las dos horas y media de show.
El sol de esta playa no tan imaginaria volvió a escena y marcó el final de la fiesta con la alegórica “Enseñame a bailar”, la romántica “Ojitos lindos” (con la pista dulce de Li Saumet), el aguante a Puerto Rico con “El apagón” y la despedida con “Después de la playa”, todas de Un verano sin tí. Mientras Bad Bunny se despedía y el pary se iba apagando, apareció por primera y única vez un grupo de músicos para manipular instrumentos y meterle caña a la coda salsera que marcó la salida.
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