Suele decirse que toda persona necesita una cuota de suerte, un guiño del destino para dar un gran paso. Esto aplica para cualquier rubro. Y también, claro está, para el arte de la interpretación. Incluso, si todo aquello tiene algo de verdad, en esta actividad en particular aplicaría por completo. Se trata de una profesión que cuenta con muchos aspirantes para un círculo muy cerrado. Actores con gran talento se quedan afuera porque no encontraron la oportunidad o no recorrieron el callejón indicado.
En los 80, décadas de grandes series si las hay, una ficción dejó su huella en toda una generación: Lobo del aire. Tan solo alcanza con nombrarla para que aquellos que alguna vez la vieron activen su memoria emotiva con esa intro pegadiza y el helicóptero despegando. Fueron cuatro temporadas que le alcanzaron a Jan-Michael Vincent, el protagonista, para ganarse un lugar destacado dentro de la televisión. ¿Su llegada a la actuación? Por casualidad, justamente. Pero él se encargó de demostrar que el destino estaba escrito. Y que si la suerte estaba a su favor, la aprovecharía.
Vincent nació el 15 de julio de 1944, en Denver, Colorado. Cuando era niño sus padres se mudaron a California. Su historia familiar resulta bastante particular: su abuelo fue un reconocido ladrón de bancos en los 20 y 30. Y dos tíos suyos fueron condenados por seguir el mismo camino. Floyd, el padre de Jan-Michael, quedó huérfano cuando tenía apenas 12 años. Siempre se mantuvo al margen de cualquier actividad delictiva. Estuvo en combate en la Segunda Guerra Mundial y cuando regresó –en 1941-, al poco tiempo conoció a Doris para que, fruto de esa relación, naciera el actor.
Pero Floyd cayó en el alcoholismo y su hijo creció en un hogar en el que las cosas no andaban bien. A poco de haber terminado la secundaria Jan-Michael ingresó a la Guardia Nacional del Ejército de los Estados Unidos. Fue allí, en esto que llamamos golpe de suerte, que un cazatalentos lo vio y le propuso hacer cine. Nunca había estudiado actuación, hasta ese momento jamás había estado en sus planes. Pero el hombre que lo descubrió notó algo especial en este joven que en los ratos libres que le dejaba el estudio, se encargaba de entretener a sus compañeros. Talento puro que alguien se encargaría de pulir.
Su primer trabajo fue Los bandidos, en 1967. Allí empezó esta rica historia. Luego de eso Dick Clayton, uno de los agentes de casting más prestigios de entonces, no dudó en contratarlo para que fuera una de las figuras de Universal Estudios. Allí hizo The Hardy Boys, tuvo una participación en Dragnet y participó de Lassie, una película emblemática. Sobre el cierre de la década estuvo en tres capítulos de Bonanza.
Eso que insinuó lo reafirmaría de inmediato. Sin ir más lejos, se llevó todos los elogios en The Tribe (1970). Un año después, tal vez anticipándose a lo que iba a venir, el reconocimiento le llegó por su trabajo en The Persuaders!, donde se puso en la piel de un piloto de helicóptero. En 1973 se probó en la comedia cuando lo convocaron para The World’s Greatest Athlete, el producto de Disney.
En el 74, como si le faltaba algo, hizo un desnudo total en la película Buster and Billi. La escena no hizo más que acrecentar su fama. Los medios hablaban de él, de todo lo que generaba. Los productores lo consideraban en cuanto proyecto surgiera. En el 78 hizo Hopper, el increíble, entre otros títulos. Su carrera en ascenso no se detuvo en los 80. Más bien, todo lo contrario: el recuerdo nos lleva a su papel como el piloto String Fellow Hawke en la icónica serie Lobo del aire, que se emitió entre el 84 al 87.
Ese éxito cambiaría su vida, desde todo punto de vista. Si nos enfocamos en lo económico, ganaba 200 mil dólares por capítulo, una verdadera fortuna para aquellos años. Era el actor mejor pago de la industria. Pero a su vez, el suceso provocó que lo rodearan las amistades de ocasión y oportunistas. Fue en ese preciso momento en el que la droga ingresó a su vida. El consumo de alcohol también fue en ascenso. Un cóctel letal.
Tras ser arrestado en varias oportunidades por peleas en bares o conducir ebrio, y de ser apercibido por llegar tarde a las grabaciones de la serie, Vincent decidió buscar ayuda. Pero nada fue sencillo. El final abrupto de Lobo del aire estuvo vinculado a la problemática que enfrentaba su gran protagonista. El final de ese trabajo empezó a ser también el del propio Jan-Michael, quien continuó trabajando a buen ritmo, pero en proyectos de bajo presupuesto. Ya nada volvería a ser igual: los directores, los encargados de contratarlo, sabían lo que generaba y lo que podía dar, pero al mismo tiempo dependían de sus adicciones.
La prensa de aquellos años aseguraba que su paso por los centros de rehabilitación no era más que una estrategia para evitar ir a prisión. Y que en realidad, sus estadías allí jamás le sirvieron. Bajo los efectos del alcohol, el actor tuvo accidentes automovilísticos graves, que lo tuvieron al borde de la muerte. El primero fue en 1992. Estuvo internado un buen tiempo en terapia intensiva, pero milagrosamente salió adelante. En el segundo, cuatro años más tarde, terminó con varias costillas fracturadas y hasta se quebró tres vértebras del cuello. Eso le generó una lesión en sus cuerdas vocales y el tono de su voz cambió, volviéndose más carrasposa.
Un año antes se había distanciado de su pareja, Lisa Marie Chiafullo, pero en medio de un escándalo que incluyó denuncias por violencia de género. La Justicia lo declaró culpable y Vincent debió indemnizar a Lisa Marie con 374 mil dólares, y una vez más terminó en un centro de rehabilitación. Mientras tanto participó en la película Red Line, en la que apareció con la cara hinchada y varios golpes que se intentaron disimular con maquillaje. La producción nunca realizó aclaración alguna, pero la prensa indicó que había quedado así luego de una de sus tantas peleas.
En el 2000 Jan-Michael tuvo otro desacato con la ley y eso le trajo nuevas consecuencias. Lo sentenciaron a 60 días de cárcel. Ni la fama lo salvó de ese paso. En 2008, ya sin trabajo en los medios porque la industria le dio la espalda, volvió a chocar con su auto; otra vez, el hospital. El colapso fue en 2012 cuando, producto de una infección, los médicos debieron amputar su pierna derecha. Desde entonces hasta el fin de sus días uso una prótesis que le costaba asimilar y por eso cotidianamente utilizaba una silla de ruedas.
A esa altura Jan-Michael Vincent vivía en soledad y sobrevivía con sus ahorros, hasta que terminó por contraer una deuda de más 700 mil dólares, según contó el mismo actor en 2018. Poco se supo de él en los últimos años, apenas alguna que otra foto de manera esporádica, pero no mucho más. Finalmente, el 10 de febrero de 2019, a la edad de 73 años, sufrió un paro cardíaco. Los médicos que lo asistieron en el Mission Hospital Memorial no lograron reanimarlo. Y es que su destino estaba sellado desde hacía tiempo para este hombre que, al fin de cuentas, no supo aprovechar su golpe de suerte. O asimilarlo.
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