Ara Malikian no tuvo infancia y recién ahora, a sus 54 años, está empezando a saber de qué se trata ese momento clave en la vida de cualquier persona en crecimiento. La pandemia detuvo su ritmo -en su caso, solía dar unos 120 shows anuales, repartidos en todo el mundo- y lo obligó a pasar más tiempo en su casa. En aquel funesto 2020, su hijo Kairo tenía 6 años y le hablaba a su padre de “pianos voladores, calamares robóticos, mimos bilingües” y otras fantasías que estaban muy lejos del alcance del violinista cuando era pequeño, mientras crecía en el Líbano, cruzado por una guerra civil.
“Cuando hay una guerra, los niños no pueden salir a la calle, no pueden jugar, no pueden hacer cosas de niños. Entonces, todo ese tiempo perdido cuando yo tenía su edad, lo recuperé ahora”, le contó Malikian a Teleshow acerca de la inspiración de Ara, su nuevo disco que ahora viene a presentar a Buenos Aires: dará una función este viernes 21 en el Luna Park. “Cuando crecemos, nos volvemos aburridos, más terrenales. Fue maravilloso volar con mi hijo”, agregó.
La historia de la familia Malikian está signada por la guerra, las emigraciones forzadas y el violín como salvación. El abuelo de Ara pudo escapar del genocidio armenio haciéndose pasar por violinista de una orquesta. Ese instrumento pasó a las manos de uno de sus hijos, el papá de Ara, quien le puso empeño pero nunca pudo destacarse. Esa frustración fue trasladada al pequeño Ara, quien era obligado a estudiar todos los días, mientras afuera del refugio en el que vivían estallaban las bombas.
“Estudiaba día y noche. Era insoportable, porque un niño de 8, 9, 10 años tenía que jugar. Pero a mí me obligó a eso. En aquella época lo odiaba por eso, pero hoy día le estoy eternamente agradecido”, dice Ara, quien a temprana edad entendió lo que era la disciplina. “Eso me ha quedado hasta hoy, estoy obsesionado: a pesar de viajar y dar conciertos, siempre dedico un tiempo del día para estudiar, todos los días”, explica.
“Mi padre quería ser un concertista, solista. Pero empezó tarde y además en el Líbano no había una salida para hacer lo que él quería. Entonces todo su sueño me lo transmitió a mi. Me obligó a ser violinista y lo soy por él. La verdad que tuve mucha suerte de enamorarme de este oficio, sino tendría la vida más miserable del mundo, porque hubiera hecho lo que mi padre quería”, explica Ara.
—¿Con tu hijo sos igual de severo?
—(se ríe) Al igual que mi padre, yo intenté hacer tocar el violín a mi hijo. Y me dí cuenta de que él no quiere, así que no lo obligo. Él hace lo que quiere y, de hecho, tiene razón. Quiere jugar, quiere disfrutar la vida, de su niñez. Es otra época: cuando yo tenía su edad, era normal que un padre te obligue. Pero hoy en día yo jamás lo haría. De hecho, no tengo el mismo carácter que mi padre. Soy más permisivo.
—¿Seguís tocando el violín de tu abuelo, aquel con el que aprendiste a dominar el instrumento?
—No, no es un violín bueno y no lo utilizo en los conciertos. Pero emocionalmente es muy valioso. Ahí empezó mi historia. Siempre estuvo en la familia. Mi padre, que era un maniático, lo cuidaba de una manera exagerada: lo sacaba del estuche todos los días, lo limpiaba. Entonces yo tengo esa responsabilidad. No soy tan maniático pero lo intento.
—¿Qué te dijo tu papá cuando te vio triunfar en la música como violinista?
—Él no hablaba mucho, era muy exigente. Pero cuando algo no le gustaba, lo decía. Yo tenía mucho miedo porque él quería que yo sea un violinista clásico, estándar. Y yo derive en otra cosa... Que ni sé que es, pero hice lo que me salió. No me sentía a gusto en el mundo de la música clásica. Y tenía miedo, a ver si ponía triste. Pero no... No me dijo mucho, pero con su sonrisa me di cuenta de que lo estaba disfrutando. Lo aprobó, ¡menos mal! (se ríe). Mi padre murió hace 10 años y no vio lo último que estaba haciendo, pero supo que podía vivir de lo que él me había inculcado.
“Gracias a que yo tocaba el violín, he podido salir del Líbano y seguir estudiando. En el Líbano no había futuro para los jóvenes, fue muy valiente de parte de mis padres dejarme ir. Me fui solo, sin ellos”, recuerda Ara y su primer destino fue Hannover, al norte de Alemania. Tenía solo 15 años y no conocía ni la cultura ni mucho menos el idioma de ese país. “Podría haberme ido al lado oscuro de la vida, porque nadie tenía control sobre mi. Pero gracias a estar centrado en el violín y la música, me quedé bajo la luz”, reflexiona sobre su punto de partida.
Establecido hace décadas en Madrid, España, Ara forjó su estilo, una singular mezcla de idiomas y consolidó una familia con la actriz y directora Nata Moreno, con quien tuvieron a Kairo, hoy de 8 años de edad. A través de él, se le filtra algo de la música mainstream de la época. “Estoy obligado a escuchar de todo porque él escucha las cosas modernas, que a mi a veces me espantan. Mis músicos favoritos ya están muertos hace mucho tiempo. Pero siendo alguien que trabaja con públicos jóvenes, tengo que estar al corriente de lo que se hace ahora. Y es verdad que el reggaetón o el trap no es algo que me emocione, pero no todo es malo ni todo es bueno”, dice y cuenta que sus ídolos son los clásicos Niccolò Paganini, Johann Sebastian Bach, Ígor Stravinski, pero también Bruno Mars, Jimi Hendrix y Radiohead.
—¿Es verdad que Boy George te echó de su banda porque te colgaste viendo a Radiohead?
—(risas) ¡Sí! Había llegado a Inglaterra para ganar dinero y me metí en la banda de Boy George, que para una gira necesitaba una pequeña orquesta de cuerdas. Teníamos un concierto en un festival grande, donde había varios escenarios en un parque gigantesco. Y miles y miles de personas. Hicimos la prueba de sonido y Boy George nos dijo: “Vuelvan en una hora que va a empezar el concierto”. Y yo, paseando por el parque, vi a un grupo que en aquella época no era muy conocido. Empecé a escuchar y quedé fascinado... Me quedé el concierto entero, que duró más de dos horas. Y cuando se acabó, me di cuenta de que tenía que estar tocando con Boy George. Fui corriendo al escenario y el concierto casi había acabado. ¡Me echó! Pero este grupo que había descubierto, era Radiohead. Me hipnotizaron. Yo no estaba ahí, estaba en otro lugar, estaba en un trance cuando los escuchaba.
Al vivir en España, Malikian conectó con el tango a partir de unos músicos argentinos que conoció. Fascinado por las creaciones de Ástor Piazzolla, decidió formar una banda para versionarlo. Pero su hito tanguero fue una colaboración con Ándres Calamaro, con quien grabó una versión de “Nostalgias” (Enrique Cadícamo y Juan Carlos Cobián). “A Andrés lo conocí en un concierto y, como me saludó de lejos, pensé: ‘Es amable’. Y me atreví a proponerle grabar un tango. Me dijo que sí y fue una gran experiencia. Hicimos una versión diferente a la que él había hecho y para mi fue maravilloso”, dice.
La otra conexión argentina de Ara es a través de Diego Torres y su participación en la versión multitudinaria de “Color esperanza”, editada en plena pandemia. “Fue el primer trabajo que hice en esa época. Era inimaginable. Como en mi casa no tenía micrófono, tuve que ir de manera clandestina a otro sitio: me fui a la casa de un amigo para grabarlo y salir de casa era la cosa más peligrosa del mundo. Pensaba que estaba arriesgando mi vida, pero valió la pena. Ahí me di cuenta de que era posible salir de casa sin morir”, se ríe hoy Ara.
—En Europa, las nuevas figuras de la derecha ponen el foco en la inmigración y en los refugiados como la causa de todos los males actuales. ¿Qué te pasa con eso?
—La verdad que es muy triste y estoy muy preocupado también por la desinformación que nos dan, que la inmigración es el mal de toda nuestra sociedad. Se han convertido en un problema político, mientras que no es político: es una catástrofe humanitaria. Siempre lucharé por los derechos de los inmigrantes, de los refugiados, porque yo he sido uno de ellos.
—¿Cómo te afecta la ocupación de Azerbaiyán sobre el territorio de Armenia?
—Me preocupa que eso no esté visibilizado. Ahora se habla mucho de la guerra de Rusia y Ucrania, que está bien, pero se debe hablar también de otras guerras que hay en el mundo… Hoy día, en el presente, hay 35 guerras activas en el mundo y no lo sabemos. Una de ellas es en Armenia, donde mueren civiles, se conquistan tierras… En este siglo estamos viendo que se siguen conquistando tierras, es increíble. Creo que el mundo no le pertenece a nadie, a ver si lo aprendemos de una vez. El primer genocidio del siglo XX está olvidado, ni siquiera está reconocido y por eso justamente hay una diáspora muy grande de los armenios.
—¿Tenés esperanza en la humanidad?
—No se puede vivir sin esperanza. Es verdad que a veces cuesta, porque las noticias son terroríficas, pero no se puede vivir sin esperanza. Hay que creer, hay que luchar. Por lo menos hay que empezar a intentar creerlo, aunque cueste. Si no crees, está todo perdido.
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