Al momento de enamorarse, a veces el amor tiene serios problemas con la reciprocidad. Casi todos alguna vez rechazamos y fuimos rechazados. Imagine el lector una reunión de viejos compañeros de escuela. Una recuerda la vez que rebotó a ese compañero que le resultaba bueno pero aburrido. Está el que cuenta el día que la vecina con la sonrisa más linda del barrio le dijo que solo lo quería como amigo, y la que que rechazó al más simpático del colegio porque sabía que la palabra fidelidad le resultaba desconocida.
Pero imagine el lector que a esa reunión están invitadas Graciela Borges, Esther Goris y Adriana Varela. Al momento de contar rememoran que desairaron a tres señores. Hasta ahí podría ser una historia común, pero cuando revelan que eran nada más y nada menos que Warren Beatty, Robert De Niro y Michael Douglas, la cosa se pone más que interesante... Y ahora, las tres comparten con los lectores de Teleshow sus historias inolvidables.
Cuando la fama cohibe
Graciela Borges no es solo la diva indiscutible del cine nacional, también es una mujer con una vida atrapante y casi increíble. De adolescente vivió un tiempo en la casa de Rafael Alberti. Ahí escuchaba a Vittorio Gassman recitar poemas y Miguel Asturias le enseñaba a leer cuentos. En 1966 Paul Mc Cartney brillaba en Los Beatles y bailó con ella toda una noche. Pero hay más: Pablo Picasso le dibujó una servilleta. “¡Me la lavaron! Por suerte quedaron las fotos”, contó.
Entre tantas historias hay una que parece cuento pero sucedió de verdad: rechazó a Warren Beatty. Hoy es un actor de 85 años casado hace 30 años con Annette Bening, pero en 1960 era uno de los hombres más bellos, ya no de Hollywood sino del mundo. A su pinta indiscutible se le sumaba una personalidad arrolladora y una capacidad de seducción única. Madonna, Diana Keaton, Barbra Streisand, Natalie Wood, Julie Christie y Joan Collins fueron algunas de sus relaciones más conocidas.
En el apogeo de su fama y belleza, Beatty se cruzó con la morocha más hermosa de la Argentina. “Estaba en el Festival de Cine de Río de Janeiro -le cuenta Graciela a Teleshow, con su voz inconfundible y su calidez única-, había llegado con mi amiga Socorro Gonzalez de Rico, que es la madrina de mi hijo, Juan Cruz. Yo tenía 18, 19 años. Estados Unidos había enviado a Warren Beatty con una película que lo había colocado en la cima, Mickey One”, comienza a relatar, aunque aclara que le da cierto pudor “contar estas anécdotas románticas” y una no puede menos que rogarle que siga, ya no por oficio y porque salga la nota sino porque vale la pena escucharla.
“En la noche de baile en el Copacabana Palace él me miró y se acercó. Nos presentaron e inmediatamente me invitó a comer, a tomar el té, pero yo le ponía alguna excusa. No era que no me gustaba, pero era el centro de la atención de los actores varones y uno se corta con la gente muy famosa”, explica. Con Socorro pasaron por la habitación para decirle que rechazaban sus invitaciones. “Nos recibió en jeans, descalzo y con una camiseta, y se quedó sorprendido porque le dije que no”.
Graciela asegura que Beatty era “encantador, cualquier persona hubiera salido con él. De hecho es uno de los hombres más queridos de Hollywood”. Ante la negativa de la argentina, Warren insistió, sin traspasar los límites. “A la noche llamaba al cuarto de hotel que yo compartía con Socorrito, ella atendía el teléfono y cuando él preguntaba por mí, le respondía: ‘She sleep. ¿And you?’ (’Ella duerme ¿y vos?’). El le respondía: ‘I’m drinking’ (’Estoy bebiendo’). Me buscó todo el festival”, cierra con una carcajada pícara.
Por qué Warren Beatty se fijó en la Borges no necesita explicación. Alcanza con mirar una foto y sobre todo escucharla reír para saber que cualquier persona caería rendido a sus pies. Pero por qué ella rechazó al actor amerita una explicación y la da. “A uno le pasa con cierta gente, y sobre todo cuando uno es muy joven, que las estrellas, las personas muy famosas, dan una imagen de lejanía. Da pudor cuando uno está cerca de ellas. El último día lo vi en el mostrador del hotel pagando la cuenta. Tenía un paraguas en la mano. Me quedé atrás y me dio vergüenza saludarlo. Se subió al auto, se dio vuelta y entonces sí lo saludé, y él se llevó una mano al corazón y me hizo un gesto como de ‘¡qué pena!’”, concluye Graciela su anécdota. Y en el fondo nos consuela. Si uno se cohibió ante ese compañerito de banco que era el más lindo del grado, cómo la Borges no se iba a cohibir ante el hombre más seductor del cine.
¿Y si volvemos el tiempo atrás?
Esher Goris hizo la mejor versión de Eva Perón, protagonizó unitarios y tiras, escribió novelas, modeló para gráfica y el modisto Thierry Mugler la invitó a París. Además de su reconocido talento, es dueña de un histrionismo propio y un manejo del lenguaje que enorgullecería al mismísimo Miguel de Cervantes. Con una personalidad arrolladora y una belleza evidente, no pasa desapercibida, tanto que el mismísimo Robert De Niro intentó compartir un rato con ella.
“Era el año 1987, yo tenía 23 años -accede a contar con simpatía a Teleshow-. Unos amigos me invitaron a la casa de una chica que era traductora, no la conocía, ¿pero viste cuando amigos te invitan a la casa de otros amigos? Acepté. Me dijeron que era un reunión importante, algo que me llamó la atención, pero además me pidieron que llegara temprano y me advirtieron que era una fiesta para pocas personas. Me resultó un poco molesto tanta recomendación. Llegó el día, fui pero llegué tarde”.
En el lugar observó que había una ronda de unas 15 personas. “Veo una cara que me resulta conocida y en inglés me saluda con un ‘Hi’, como la dueña de casa era traductora de inglés me pareció normal”. Cuando preguntó quién era el hombre que le resultaba conocido le dijeron: Christopher Walken. Goris siguió saludando hasta que al final reconoce a Robert De Niro. “Estaba en el país pero no había trascendido su visita. Llegó para el estreno de Cuba y su pequeño Teddy porque era muy amigo de Lito Cruz, que estrenaba en Buenos Aires la obra que él había protagonizado en Nueva York”, cuenta hoy como si hubiera sido ayer.
Al ver a De Niro, Goris no se animó a saludarlo y se puso a hablar con el grupo “no sé en qué idioma porque mi inglés de ese entonces era peor que el de ahora”, admite con humor y sigue. “En un momento Lito se va con De Niro. Al rato vuelve, yo en ese momento a Lito no lo conocía, sabía que era un profesor de teatro muy importante pero no tenía confianza con él, pero desde la puerta me dice: ‘Esther, Bob quiere tomar un café con vos’, y me hace una seña con la mano como diciendo ‘Vení'. Yo vi esa seña y me pareció muy mal así que le contesté: ‘Decile que por lo menos se moleste en venir a pedírmelo’”. Luego agregaría un tajante “No, mejor decile que no se moleste en subir”.
Esther admite con humor que al día siguiente ya estaba arrepentida. “Hoy lo que pienso es que el culpable fue Lito, que me hizo ese gesto. A lo mejor De Niro se lo pidió muy bien y como todo un caballero”. Lo increíble es que luego de un tiempo Goris se volvió a encontrar con Cruz y él le contó que la estrella de Taxi Driver era muy tímido y que lo había enviado a él porque no se animó a conversar directamente con ella. “Si pienso ahora cómo viví esa cuestión, no lo volvería a hacer. Ni siquiera me resistiría al De Niro, de ahora que es bastante diferente a ese del 87 cuando estaba en la plenitud”, concluye.
Ninguna chance
Con su voz sensual, sus piernas perfectas y una personalidad magnética, Adriana La Gata Varela es de esas personas que, aún sin seducir, seducen. Su presencia es tan explosiva que Cacho Castaña le dedicó un tango que describe: “La Gata sale a cantar, envuelta en adrenalina, y perfuma el escenario con inciensos y glicinas”. La anécdota es que cuando Castaña la llamó para cantárselo por primera vez y por teléfono, ella no podía atenderlo y le largó un desopilante: “Pasámelo por birome”.
La Gata no suele dar muchas entrevistas, pero cuando lo hace es tan magnética como en el escenario. Narradora fenomenal, dan ganas de producirle un espectáculo donde solo cuente sus anécdotas. Como esa vez que en medio de un recital un fan le pidió “Baladaaaaa” (por “Balada por un loco”) y ella entendió que le gritaban “Taradaaaaaa”. En otra ocasión participó de un recital con Joan Manuel Serrat. El catalán le cedió su taburete, algo que nunca había hecho. “Cantábamos juntos ‘Soy lo prohibido’, y de pronto me besa. Me bajó la energía por la sorpresa y casi que empecé a cantar como Libertad Lamarque, con una vocecita finita”, cuenta graciosa. La canción siguió, Adriana tenía colocado en sus oídos unos auriculares. En un momento, Serrat se le acerca y con ese encanto catalán le pregunta: “¿Bailás?”, y ella, como en un chiste de confusiones, le responde: “Yo también te quiero mucho, Juan”.
Donde no hubo problemas de oído pero si de flechazo fue con Michael Douglas. “El productor Quincy Jones me convoca para un concierto en Estados Unidos. Él estaba casado con Nastassja Kinski, bailaban tango y me conocían porque les habían llevado discos míos. Fui al concierto y al terminar de cantar ambos me abrazaron muy emocionados. En el recital también habían estado Paul Anka, Daniela Mercury, Rita Marley y otros. Antes de cantar esperaba en una especie de boxes que nos habían habilitado y fui al baño. Veo tres personas y una de ellas se da vuelta, me mira y sonríe. Le contesté la sonrisa. Era Michael Douglas. Vuelvo y veo que entra al lugar donde estaba yo. Me dice algo como: ‘Te quiero conocer, tomemos algo después’, a lo que respondí tajante: ‘No’”.
La cara de Douglas reflejó su sorpresa por el rechazo de la tanguera y se fue. “Las chicas que estaban empiezan a decir alborotadísimas: ‘¿Cómo le dijiste que no a Michael Douglas?’”. Su respuesta fue muy simple. “Es que no me gusta Michael Douglas. Por más que sea... Michael Douglas”. Porque como afirma “cuando alguien no me gusta... no me gusta por más que sea el rey de Marte. No me pasa por la cholulez”.
¿A quién le hubiera dicho que sí? A Gary Oldman, Jeremy Irons o Benicio del Toro. Para Adriana, que Douglas haya querido alguna vez seducirla es algo intrascendente, quizás porque como dice el tango en su honor: “La Gata tiene el orgullo de tener la mente fresca en el medio del barullo”.
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