Andrea Stivel recibe a Teleshow en la inmensa soledad de la sala desierta del Teatro Astros dispuesta a abrir su corazón y sus recuerdos y a proyectar su futuro. A viajar hasta lo más profundo de su infancia, jugueteando entre bambalinas y sets de televisión, curioseando lo que hacía papá David, creador de emblemáticas ficciones que marcaron época. A recordar sus 22 años junto a Jorge Guinzburg, con quien formó una hermosa familia y a quien acompañó en algunos de sus trabajos más recordados como La Biblia y el Calefón o Mañanas Informales. Pero sobre todo a conocer ese espíritu laborioso y soñador, que nunca se conformó con ser hija o esposa de y siempre construyó su propio camino. Ese que la llevó a convertirse en una de las productoras más importantes de la televisión y que hoy la encuentra en la dirección artística del Astros.
La remodelada sala del histórico reducto porteño es la escenografía que eligió Andrea para dejar volar su imaginación. Esa que fue desarrollando casi sin darse cuenta y que abrazó sin pedir explicaciones ni esbozar reproches, como se abrazan las pasiones. Hoy elige crear y cranear desde aquí, mientras decodifica qué rumbo tomará la pantalla chica en tiempos de multiplataformas y recambios generacionales. “Quiero recuperar un teatro que yo vi de chica en lo que hacía mi viejo con el clan”, dice en relación al colectivo artístico que encabezó su padre y que marcó el pulso cultural de los convulsionados ‘60.
“El teatro de alguna manera es un juego arriba del escenario, y en esta cuestión de programar y de fantasear, busco que sea un juego también abajo”, dice la productora y cuenta cómo se movieron las fichas en este nuevo tablero. Mientras ella imaginaba qué obra podía cortar la cinta de inauguración, Javier Daulte estaba preparando Las irresponsables, con Gloria Carrá, Julieta Díaz y Paola Krum. Andaban sin buscarse pero sabían que se iban a encontrar. Cuando Javier visitó la sala, ella no tenía las mejores expectativas. “Esto era Kosovo, pensé que iban a salir corriendo”, admite Andrea, y larga la carcajada. Pero la mirada a futuro del director vio todo con claridad y se dieron la mano. Conocimiento, azar, intuición, esos ingredientes que cuando entran en combustión no fallan.
Hoy cada rincón del teatro luce maravilloso y desde su reapertura el 2 de mayo no para de sumar alegrías. La primera temporada se fue armando con Inferno, la pieza que escribe, dirige y protagoniza Rafael Spregelbund; y Oh, Dios mío, con Paula Morales y Gastón Ricaud. En simultáneo, cobró forma una variada cartelera musical con un escenario abierto por el que ya pasaron Fernando Cabrera y Luis Pescetti y proyecta a Jorge Vázquez y Daniel Drexler. Y acompaña el reverdecer de la industria y el hormigueo de calle Corrientes, tan golpeada durante la pandemia, que vuelve a ver las postales de antaño.
Mientras esto sucede, la televisión tradicional, en la que tanto supo construir Andrea, se encuentra en estado de revisión. “Amo la tele”, aclara la productora de entrada, alertando que no es personal el asunto. O sí, pero no tiene que ver con el desengaño ni con la traición y sí con ciertos cuidados. “El estrés de la televisión en vivo es muy fuerte. Siento que estoy grande, me comprometo mucho y pongo mucho el cuerpo, y acá se trabaja de otra manera”, admite después de su paso por Mañanas públicas (TV Pública). En todo caso, son magias distintas, y la del teatro le permite viajar un poco más en los caminos de la mente. “Te distrae de la realidad de la cotidiano y de los fantasmas de cada uno. Sentarse a ver una obra de teatro es como descansar un poco de todo”, afirma. Y abre el telón de su vida e invita a pasar.
En la segunda mitad de los ‘60, David Stivel comandó una experiencia cultural llamada Gente de Teatro que quedó en la historia como El clan Stivel. Lo integraban Norma Aleandro, Barbara Mugica, Federico Luppi, Marilina Ross, Emilio Alfaro, entre otros. Con títulos como El rehén en el teatro y Cosa juzgada en la pantalla de Canal 11 demostraron en que se podía hacer un producto de calidad y comprometido que rindiera económicamente.
“¿Siempre supiste que tu vida iba a estar ligada a la industria del espectáculo?”. Andrea escucha la pregunta, mira hacia atrás y no tiene que pensar demasiado la respuesta. “Creo que fue inevitable”, resume sin resentimientos. Como hija de padres separados, Andrea visitaba a David los fines de semana, coincidiendo con su horario laboral. “Los teatros o los estudios de televisión eran como mi casa, eran los momentos que tenía para compartir con él”, recuerda. Y lo revalida con una anécdota que retrata el vínculo entre ambos.
En una de las funciones de El rehén, Norma Aleandro andaba con algún inconveniente que ponía en duda su presencia. Andrea tenía 4 años y reclamaba abiertamente su lugar. “Sabía de memoria toda la obra, y me enojé con mi papá porque no me dejaba actuar”, recuerda entre risas. “Son esas cosas que te marcan, algo como primario que no sé si elegís, pero te termina gustando porque va ligado a algo familiar”.
—Cuando pudiste elegir optaste por el detrás de escena. ¿A aquella niña se le fueron las ganas de actuar?
—¡Sí! Me da una vergüenza espantosa (risas)
En 1974 y luego de ser amenazado por la Triple A, David Stivel se exilió en Colombia -donde vivió hasta su muerte en 1992- y durante tres años eso fue todo lo que supo Andrea. Todavía faltaban un tiempo para que pudiera reencontrarse cara a cara, en Uruguay primero y en Colombia después. Recuerda pasar aquellos años difíciles muy cuidada y protegida por su madre, mientras brotaba esa fuerza primaria e inevitable que se impuso sin resistencia en su camino profesional.
Su primer trabajo fue en Canal 9 como meritoria del director Roberto Denis en la tira Aprender a vivir. Corría el año 1981 y todo marchaba bien hasta que alguien en el canal le pasó el dato al interventor de la dictadura militar, el coronel Clodoveo Batesti, que el apellido de esa joven era Stivel, y por tanto, hija de. “Desde ese día me prohibieron la entrada”, suelta con amargura.
Al regresar la democracia, el presidente Raúl Alfonsín invitó a algunas figuras de la cultura para volver al país. David ya estaba muy instalado profesional y afectivamente en Colombia, pero estuvo de paso el tiempo suficiente para trabajar con Andrea. Juntos hicieron Los gringos en ATC y La memoria, una coproducción con Colombia. “Para mí fue un cimbronazo, porque él era muy exigente, y yo también, pero no tenía la experiencia que él de alguna manera me exigía. Fue muy movilizante, muy estresante y al mismo tiempo una gran enseñanza”, recuerda a la distancia, con una mirada que parece acompañar cada momento.
El sello Stivel quedó marcado en sus tres hijos, todos de distinta madre y cada uno vinculado a la creación artística a su manera y desde algún lugar del mundo. El mayor, Alejo, músico, desde su exilio en España revolucionó la escena rockera de la movida con Tequila y luego se convirtió en productor de Joaquín Sabina, La Oreja de Van Gogh y MClan, entre tantos artistas. El menor, Mateo, nació en Colombia, donde se desarrolló como un talentoso director de cine, reconocido por sus producciones para gigantes como Caracol, Disney y Netflix.
“Evidentemente mi viejo mostró eso, creo que era su manera de educar”, dice la del medio, Andrea, la protagonista de esta historia que hizo su camino fundamentalmente en la televisión. Ya con papá instalado nuevamente en Colombia, siguió trabajando en el canal estatal, en el detrás de escena de Mesa de noticias, un éxito de la época, como también lo era La noticia rebelde. Y entonces fue que conoció a Jorge Guinzburg.
Fueron seis meses de seducción en forma de mensajes escritos a máquina, hasta que Andrea aceptó la invitación para ir a cenar. Hablaron mucho, se rieron más, se terminaron de enamorar. Se dieron cuenta que los 14 años que le llevaba él -37 a 23- y los 15 centímetros por los que lo aventajaba ella eran problemas menores al lado de una química irresistible sostenida por el humor, la inteligencia y la capacidad ilimitada de crear juntos.
Andrea y Jorge estuvieron juntos 22 años, hasta la inexplicable partida del conductor el 12 de marzo de 2008. Juntos tuvieron de Sacha e Ian, quienes cada uno a su manera continúan con el legado artístico. Coincidieron en algunos ciclos como Ilustres y desconocidos, La Biblia y el Calefón, Peor es nada o Mañanas informales. Justamente el ciclo matutino es el que considera la versión más acabada de Jorge.
“Es el programa donde pudo desarrollar todas sus habilidades en un punto de maduración como periodista y como conductor”, sentencia Andrea con conocimiento de primera mano. “Le permitía brillar por todos lados. Podía entrevistar en profundidad, hablar de actualidad, desplegar todo su humor y sumar elementos de prensa escrita. Fue como un concentrado de Jorge”, agrega sobre un ciclo que modificó la manera de hacer televisión.
—Mañanas informarles también es donde más se te vio delante de cámara, en medio de ese caos hermosísimo que transmitía el programa. ¿Cómo se dio?
—Fue una idea de Jorge. Él estaba enloquecido con hacer algo a la mañana, porque veíamos mucho la televisión de Estados Unidos y sabía que podía funcionar, pero nunca se daba. Cuando aparece la posibilidad era un bombazo y era un producto muy para él y es por eso que creo que me pidió que lo acompañe. Tres horas y media en vivo, todos los días, es muy demandante. Yo no estaba muy convencida de meterme a laburar de esa manera pero me convenció. “Una vez que arranca, te vas”, me dijo. Y al final me quedé.
—¿Cómo te llevaste con esa exposición?
—Yo nunca la busqué, al contrario, siempre fui muy cuidadosa. Estar casada con Jorge te ponía en un lugar de mayor exhibición, y algunos de los programas que hice, como Infómanas, también me pusieron en un lugar visible. Acompañaba desde un lugar cauto, sutil, sin fogonear.
—¿Dónde se veía tu mano?
—Todo lo que se logró tuvo mucho que ver con el clima y con la gente que trabajaba, porque si ves el primer programa y lo comparás con los años siguientes, es otro producto. Fuimos todos, y él fundamentalmente, que le encontró la identidad y lo marcó de una manera gigante. Todos los productos de Jorge son él, él superaba cualquier formato con su impronta.
—¿Cómo recordás la experiencia de Infómanas a la distancia?
—Creo que eso estaba en nosotras y que acompaña una evolución que tiene que ver con los años. Hay una mirada mía ahí de dar vuelta las cosas, siempre me gusta mirar desde otro ángulo, porque eso de por sí es enriquecedor. En ese momento la mujer tenía un lugar muy acotado en la televisión y también en en la vida, y a nosotras nos fluía hacer ese programa, no era impostado. Nos salía naturalmente.
Si cada programa tiene su momento, el de Mañanas Informales es sin dudas cuando Jorge Guinzburg dejó atrás su bigote característico luego de perder una apuesta con Gastón Recondo. El periodista deportivo se había propuesto bajar de peso y como si fuera un boxeador se preparó para afrontar la balanza. “Jorge iba a fondo y de verdad le encantaba jugar. Este era un juego pero tenía que ver con las reglas, con algo que se respeta. Un pacto de caballeros”, evoca Andrea con una sonrisa. Y no había productora ni esposa capaz de decirle “Che, Jorge, ¿te parece”. ”Cuando vi que esa situación había cobrado tanta fuerza, sabía que iba a ser imposible”, agrega ya con una carcajada.
Otro indiscutido highlight de la factoría Guinzburg es el memorable programa de La Biblia y el Calefón en el que coincidieron Diego Maradona, Charly García, Joaquín Sabina, y Graciela Alfano. “Fue una situación única e irrepetible, por cantidad y calidad. Eso habla de lo que era él y de lo que era capaz de generar”, sintetiza Andrea. La noche no terminó en el estudio sino que se prolongó en una cena en su casa de Belgrano con los mismos comensales, pero su memoria llega hasta ahí.
—¿Dónde lo imaginarías hoy a Jorge?
—Él decía que quería era tomarse un año sabático, algo que nunca pasó. O trabajar menos, que tampoco ocurrió. Entonces te diría que estaría trabajando, no sé dónde, pero no hubiese podido correrse porque era más fuerte que él. Es muy difícil juntar lo laboral con lo vocacional, y cuando se da es muy gratificante.
—¿Vos te permitís ese descanso?
—No, aunque la vida me enseñó a frenar un poco. Cuando los proyectos me encantan, como este, me tiro de cabeza, y no me pongo muchos límites. A veces es el cuerpo el que me lo pone, más que mi cabeza.
—¿Pudiste entender lo que pasó con él?
—Hay cosas que no tiene explicación. Una hace lo que puede, de la manera que puede y así va.
— Llevás más de 40 años trabajando en la industria. ¿Cómo mirás tu recorrido?
—¡Qué difícil...! yo estoy muy muy feliz con lo hecho, con lo caminado, con todas las situaciones que tienen que ver con la vida. La vida a veces te cachetea y te pone en lugares que una nunca se imaginó, pero en lo personal aprendo todos los días, intento pasarla bien. Y en lo profesional me encanta trabajar, me involucro desde un lugar obrero, que me gusta porque empecé así. Laburo desde chica y siento que me fue bien.
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