“La rabia empieza en la adolescencia y nunca te abandona del todo”, decía Johnny Ramone en Commando, su autobiografía, publicada varios años después de su muerte. La rabia era un estado natural para John William Cummings, criado en Nueva York por un matrimonio trabajador que manejó una taberna en la que los inmigrantes iban por unas cervezas cada noche. En medio de cajas y botellas, sus padres lo acercaron a la que sería su gran pasión: la música. No es que fueran melómanos, pero en el bar había una rockola y cada noche salían de allí los sonidos que, años más tarde, el pequeño Johnny iba a querer interpretar con su guitarra.
Estelle, de ascendencia polaca y ucraniana, y Frank, de origen irlandés, eran de clase trabajadora y muy creyentes. Ambos católicos, le inculcaron a Johnny la religión hasta que las monjas se pasaron con los castigos físicos. “Como tantos niños, no me llevaba bien con las monjas, que siempre me estaban pegando. No creo que hiciera nada para merecerlo, pero aun así me daban con un palo. Dejé de ir a la escuela religiosa cuando le enseñé a mi madre las marcas”, contó el guitarrista ya siendo un adulto. Aunque no asistía a misa, siguió creyente hasta el último de sus días.
Ya de adolescente, el gusto por la música de John William Cummings (nacido el 8 de octubre de 1948 Long Island, Estados Unidos) por la música se fue haciendo más intenso. Aunque usaba el pelo largo (para la época una tímida melena) odiaba a los hippies. “Nunca me gustó toda esa mierda de la paz y el amor”, ha sabido confesar sin vergüenza. Antes de tocar la guitarra ya andaba metido en peleas, consumía drogas de todo tipo, aspiraba pegamento y se pasaba con el alcohol.
Las riñas callejeras y los robos sin sentido le valieron varios enfrentamientos con la policía y cerca de cumplir los 20 años estaba hecho un desastre: su madre le descubrió heroína en los bolsillos y estaba peleado a muerte con su padre.
La llamada
Por esos días, si veía en la calle televisores tirados, se subía a la terraza y “los arrojaba a los pies de la gente que pasaba, solo por asustarlos”. Sus padres ya no lo soportaban, la vida no tenía sentido, hasta que una señal lo hizo cambiar de rumbo. “Iba caminando hacia la esquina de la 99 con la avenida 66 de Forest Hills, no lejos de casa, y oí una voz. No sé quién era, Dios quizás, pero era algo que no había oído nunca antes y que me dijo: ‘¿Qué estás haciendo de tu vida? ¿Acaso estás aquí para esto?’. Fue un despertar espiritual y lo dejé todo inmediatamente: un corte que lo aclaró todo. Volví a casa y dejé las drogas, el alcohol, todo lo malo”, contó en su autobiografía, y explicó que recién un año después pudo volver a tomar una cerveza cada tanto, pero ya nunca más en exceso.
Tras ese cambio radical de conducta Johnny le pidió trabajo a su padre en la construcción, rubro en el cual se desempeñó durante cinco años. Para ese entonces ya conocía a Tommy Erdélyi (primer baterista y confundador de Ramones) y había tenido un acercamiento con Dee Dee. A todos les gustaba la música, pero no estaban decididos a formar un grupo.
Su primer concierto como fan había sido en 1964 cuando vio a los Rolling Stones, luego vendrían The Who, Black Sabbath, The Doors y Alice Cooper. Además de The Beatles, su banda de cabecera, la influencia que llegó para cambiar su vida fue la de New York Dolls, un grupo de muchachos que no parecían tan virtuosos pero que tocaban una fibra en Johnny que lo volvía loco y lo hacía pensar en subir al escenario algún día.
Al día siguiente de cumplir 23 años se casó con su primera esposa, Rosana, con la que compartía las salidas a ver bandas y quien lo esperaba en casa cuando él seguía trabajando en la construcción. Por ese entonces conoció a Joey, con quien compartiría banda desde su fundación hasta el último día que dijeron “¡Adiós, amigos!”. El conflicto siempre estuvo ahí, latente: “Yo era el matón del barrio. Una vez, antes de que formáramos el grupo, le pegué incluso a Joey, nuestro vocalista, allá en nuestro barrio. Yo tenía 21 años y él 19; habíamos quedado para ir al cine, pero como llegó tarde le metí un buen puñetazo, y es que no tenía ninguna excusa para llegar tarde”.
Con los Ramones encontraron un modo único de tocar y de transmitir la música, sin la búsqueda de virtuosismo de las bandas de los 60, pero con una rapidez nunca antes vista. Muchos guitarristas intentaron copiar el modo de tocar de Johnny, pocos lo lograron. La relación con sus compañeros siempre fue áspera, él no era un tipo fácil. “Marky, nuestro segundo baterista, y yo podíamos pasar meses sin hablarnos por cualquier estupidez, como quién tenía que firmar esto o aquello. Estábamos en Japón, se le había rajado un platillo y pensé que podíamos firmarlo todos y venderlo. La bronca vino por eso; él insistía en que debía firmarlo solo él porque era el baterista, y yo decía que para un fan era mejor un platillo firmado por todos. Acabamos firmándolo todos y lo vendimos”.
Enemigos íntimos
Para 1981 Ramones ya tenía su buen número de seguidores y con una formación que incluía a Joey Ramone en la voz, Johnny Ramone en la guitarra, Dee Dee Ramone en el bajo y las voces, y Marky Ramone en la batería, el grupo se preparaba para sacar su sexto álbum hasta que una bomba les estalló adentro. Linda Danielle, la novia de Joey, decidió dejarlo sin darle muchas explicaciones. El cantante entró en una especie de depresión y ya nunca volvió a conocérsele una pareja estable. Pero no solo esa relación se había erosionado, también su círculo laboral comenzaba a intoxicarse.
Johhny ya no estaba con Rosana y por un tiempo le ocultó a Joey que se estaba viendo con Linda. Lo peor fue que la pareja perduró y juntos fueron uno, hasta el fin de los días del guitarrista. Dee Dee entendía el dolor de Joey, Marky lo minimizaba y todos juntos seguían adelante por un bien común: los Ramones. La leyenda urbana cuenta que Joey le cantaba “The KKK took my baby away” a Johnny, como una metáfora por ser xenófobo, racista, simpatizante de la derecha y por, justamente, haberle “robado” a su chica. El hermano de Joey, en una entrevista que dio hace unos años, desmintió categóricamente esta versión, que a muchos les sigue divirtiendo creer.
Lo cierto es que el guitarrista y el cantante ya no se hablaban y si tenían que comunicarse algo (¡tocaron juntos 15 años más!) lo hacían a través de otro miembro del grupo o del staff. Nadie le dio nunca a Joey una explicación del asunto y sus allegados sabían lo que había sufrido. En 2001, Joey murió víctima de un linfoma y ni Johnny ni Linda fueron a despedirlo. Duro como una roca, cuando le preguntaron el porqué de su ausencia, Johnny dijo que solo quería ver a sus amigos y Joey no era uno de ellos. En aquel momento, el guitarrista sabía que también él estaba enfermo y finalmente el 15 de septiembre 2004 le llegó su turno. Johhny Ramone murió a los 55 años al lado de Linda, por causa de un cáncer de próstata.
Los Ramones habían dejado de tocar en 1996 y en su autobiografía (en la que venía trabajando y que finalmente editó su viuda en 2012) dijo, no sin un poquito de culpa: "Imagino que a los fans no les haría gracia saber que los de su banda favorita se desprecian entre sí". También dejó entrever que, aunque era difícil de concretarse, quizás hubiera vuelto con la banda, pero que cualquier posibilidad se esfumó en 2001: "No había Ramones sin Joey, era irremplazable a pesar de lo insoportable que era".
Las diferencias personales y políticas entre uno y otro eran irreconciliables. Mientras Joey se manifestaba de inclinación progresista y se sabía de su origen judío, Johhny era un católico de derecha. Esa simpatía se hizo explícita cuando el día que entraron al Rock And Roll Hall of Fame, Johnny dijo: “Dios bendiga al presidente Bush, Dios bendiga a América”. Por ese entonces, muchos músicos repudiaban al político republicano por su papel en la guerra de Afganistán, pero al guitarrista poco le importó. Johnny fue un punk que comenzó detestando el sistema y terminó como miembro de la Asociación Nacional del Rifle venerando a Ronald Reagan.
La polarización de adentro hizo que ser un Ramone (apodo que tomaron prestado de Paul McCartney, quien se hospedaba con ese falso apellido en los hoteles) se convirtiera en una declaración de principios por sí misma, era formar parte de la banda más cruda de Nueva York, sin tener que darle explicaciones a nadie. En Commando, así lo cuenta el propio Johnny: “Con los Ramones te lo pasabas de miedo, y cuanto más intensos mejor. En nuestras actuaciones había violencia: había peleas, había sangre. Yo me habría aburrido salvajemente si no hubiese habido salvajadas. Un día, a principios de los noventa, cayó en mis manos un spray de gas lacrimógeno, cortesía de un ex policía de Nueva York que trabajó con nuestro equipo durante un concierto en Washington, D. C. (…) Le dije que estuviera preparado para rociar a la gente en un determinado momento de la actuación. De manera que se colocó tras la columna de altavoces y empezó a fumigar”.
Complejo, difícil, Johnny hizo de Ramones una experiencia extrema y de su vida, lo que quiso. Así cerraba la anécdota del gas pimienta y abría una puerta al universo Ramones: "Fue tremendo, una maravilla, como si hubiera caído una bomba: las cervezas volaban y todo el mundo corría con la cabeza empapada. Eso era una actuación de los Ramones".
SEGUÍ LEYENDO: