David Lebón espera sentado en un sillón amarillo en el centro de un estudio de grabación del barrio de Chacarita. Zapatillas, pantalón y camisa azules. Pelo blanco. Dos aritos dorados. Las consolas del estudio están apagadas, no hay nadie más que él. Todo brilla y resalta en la quietud. En unas horas será 5 de octubre otra vez, su cumpleaños, el 70.
Hijo de un dandy porteño y una paracaidista y servicio secreto china de origen ruso, se le murió su padre literalmente en sus manos a los 8, se fue a vivir a Estados Unidos con su madre, volvió adolescente guitarrista enloquecido por los Beatles al barrio de Belgrano, conoció a Spinetta, a Pappo, a García, enloqueció (también) con Hendrix y en la cresta de la ola de su juventud se hizo pieza central, eslabón brillante y constante, de la explosión creativa y popular del rock nacional. Tomó drogas y alcohol en exceso, meditó, fue padre varias veces y atravesó la corriente de lo inexplicable: la muerte de una hija. Setenta. Número redondo para Lebón, libriano que vivió mil vidas.
“Soy muy sensible, ¿viste?”. David estira su sonrisa desde el sillón, abre los brazos, se pone de pie, da un abrazo, pide un agua y un café, vuelve al sillón amarillo. De la nada, habla del perro con el que vive. “Tenemos un perro, que estamos cuidando a la hija de Pato (por Patricia Oviedo, su pareja y manager) hasta que vayamos a Italia, donde ella vive, y se lo llevemos. Y nos miramos... y vos sabés que él estaba con los ojos brillantes y le dije ‘posiblemente no nos veamos más’, ¿viste? Yo por mi edad y por la edad de él. Y me largué a llorar”.
El silencio del estudio se corta al ras con una carcajada que explota justo. David ríe. Está feliz y vital. Sacó un disco nuevo -Lebon & Co Vol. 2-, a fines de noviembre hará un Luna Park y mañana, jueves 6, será el centro de atención en el CCK donde, de alguna manera, el país lo va a celebrar como lo merece un prócer de la música popular.
El amor es el sentimiento que atraviesa la obra de Lebón. En una persona como él, la obra es su vida y viceversa. “No hay nada más lindo que sentir amor, y estar sensible y sentirte bien. Yo no pedí nada de eso, me vino de regalo. La gente siente lo que yo hago. A mí es lo que me gusta. Cumplo 70 y cada vez lleno más lugares, y la banda suena cada vez mejor y los discos suenan muy lindos. Nunca lo imaginé a los 20 años cuando estaba ocupado con Pescado Rabioso, Polifemo, Serú Girán. Pensé que me iba a pasar en esa época, no ahora”, ríe de nuevo: cuando pronuncia “ocupado” hace señas de comillas.
- Los 70 te llegan en un buen momento.
- Sí, y además no tengo que hacer ningún esfuerzo sobrehumano. Ya lo hice. Dejé la cocaína, el alcohol, los cigarrillos. Me costó muchísimo. Estuve 12 años en Mendoza y lo único que hacía era componer y consumir. En un momento me di cuenta que ya era cualquier boludez.
- ¿Cómo te diste cuenta?
- Me sentía mal. La cocaína es... vos te das un saque y el alma hace las valijas y se va. Es lógica, podés trabajar 24 horas con una computadora y no te cansás. Y hacés lo que tenés que hacer. Pero después para tocar en vivo no, no sentís nada, es una cosa desagradable. Hace más de 20 años que no tomo y estoy muy contento porque el cuerpo me responde. Salvo por el marcapasos, que tengo acá.
Lebón se abre la camisa. En su costado izquierdo sobresale algo del tamaño de una caja de cigarrilos debajo de la piel. “El marcapasos, otro pedal”, bromea David y lo mueve, lo toca y explica: “Tengo el corazón más grande, como Maradona. Yo jodo y digo que lo tengo más grande porque el público ahora me aplaude mucho”.
El “Volúmen 1″ de Lebón & Co. tiene millones de escuchas en Spotify. David gira con su banda -Dhani Ferrón, Daniel Colombres, Leandro Bulacio, Tavo Lozano y Roby Seitz- por todo el país. Los lugares se llenan. El público lo adora como lo que es: un socio fundador del Mito. “Es hermoso eso, yo estoy constantemente mirándolos desde el escenario y a algunos ya los reconozco”, dice. La conversación con Lebón sigue el curso de la digresión.
- Viste que Paul Mc Cartney escribió “When I’m sixty-four″ desde los veintipico sobre cómo se veía él a los 64. ¿Cómo te imaginabas tus 70 cuando tenías 20?
- A los 19, cuando estaba por nacer Tayda (su primer hijo), tuve mucha suerte, porque tomé conocimientos de Prem Rawat, un maestro, y eso me ayudó mucho a sentir más que pensar. Los pensamientos que vos puedas tener te sirven para ciertas cosas, como organizarte, pero no para amar, o hacerte preguntas como ‘qué va a pasar cuando me muera’, ¿viste? La mente no sabe, eso nació con vos.
- Vivís en un presente continuo.
- ¡Claro, acá! Mientras estoy acá tengo que pasarla lo mejor posible porque ese es el regalo.
- ¿Cuando eras joven no pensabas en el futuro? ¿No tenías la ansiedad de “ser algo”?
- Yo quería tocar, yo quería ser como los Beatles. Nadie pidió ser lo que es. Por eso tener la libertad de poder ser lo que podés ser es hermoso. Por eso amo a mis hijos, que cuando les preguntan qué les enseñó su papá responden ‘nada’.
- ¿Te gusta ser padre?
- Estoy contento porque pude entender de muy joven, cuando se quemó Nayla. Yo era muy joven (tenía 28 años) y ella, que hoy tiene 36, tenía ocho meses. Estábamos grabando Bicicletas (el disco de Serú Girán) y tuve que dejar de grabar y me instalé en el Hospital de Niños. Fue otro mundo, chicos con cara deforme, un pabellón enorme, un año en terapia intensiva, se nos iba, se quedaba, eso me ayudó. De chiquitos me los perdí un poco, porque estaba de gira con Serú. Y nos pasó a muchos músicos. Pero mi grupo familiar no sabés lo que es, son re amorosos porque mis hijos están viendo que el viejo se está poniendo viejo.
Lebón cuenta que medita con su nieto de seis años. Describe una foto que recibió al WhatsApp con el nene sentado frente a Buda. Cuenta que su hijo Panchi, baterista de 46 que vive en Tucumán, le cayó de sorpresa a un show en Córdoba y tocaron tres temas en el escenario después de un largo tiempo sin verse: “El otro día me dijo te amo y casi me muero”.
- Y ahora Nayla participa en uno de los temas de tu nuevo disco.
- Es la primera vez que grabamos juntos. Ella canta lírico. Además es un tema de ella que escribí después del accidente (Tema de Nayla). Le agradezco siempre, que gracias a su dolor y a todo lo que le pasó no tengo más el ego que tenía. Ahora puedo tocar suelto. Toco y siento y disfruto de mí mismo. Hay alguien adentro mío que sabe más que yo. Obviamente mi otra hija se puso celosa. ¡Siguen siendo celosas! Yo me cago de la risa, la paso bomba. Me gustaría, le pido a Mi Creador, bueno, le pido muchas cosas, lo que más le pido es tiempo para estar con ellos. Quiero hacer unos discos más, unos shows más y parar un poco, ir más lento, grabar en mi casa, tocarlo dos o tres veces al año en lugares grandes y listo.
- ¿Meditás todos los días?
- Hace 55 años. No te digo todos los días porque es más fácil ser millonario que sentarse en silencio. Descubrí realmente algo que me relajó. Calmate. Dejá de escuchar ruidos de afuera y de adentro.
- ¿Esos ruidos de dónde vienen?
- Los ruidos son cualquier cosa. Por qué le tiraron a Cristina un tiro, puede ser. Preguntas casi tontas. La cabeza lo que ve lo agarra. Por eso vivo en un mundo agradable (sonríe). Y yo transmito eso, con todo mi amor y toda humildad. Yo no digo lo que hay que hacer, no vendo estampitas. Yo lo que no quiero es ofender, nada más. Cuando lo vi a Jesús en la cruz mientras era monaguillo no me gustó. Lo hubieran puesto en un burrito con la gente que lo seguía. Jesús decía ‘me reconocerán por mis frutos’.
- ¿Te acordás cuando agarraste la guitarra por primera vez en tu vida?
- ¡Sí! En el baño de mi casa en Artilleros y Mendoza. Y saqué “Zamba del guitarrero”, de Los Fronterizos. La saqué de oído. Yo tenía un tocadiscos que lo ponías en 16 y no se iba de tono, entonces ponía los temas de los Beatles en 16 y los iba sacando despacito, los solos también.
Después de aquellas primeras incursiones en la guitarra, Lebón fue testigo de la muerte de su padre, un hombre joven, de 42 años. Y se fue con su mamá a Miami. Allí atravesó gran parte de su infancia y preadolescencia y casi una década más tarde, cuando él tenía 17, volvió al barrio de Belgrano.
Y se cruzó con Rinaldo Rafanelli, quien luego sería parte de Sui Generis. “Estaba tocando en una esquina temas de los Beatles. En la calle. Me senté con él. Nos hicimos amigos. Yo vivía con mi hermana y un día el papá de Rinaldo me dice ‘¿Querés ser mi hijo’? Rectificaba motores el quía. Y yo me quedé como... Y dije sí. Era hermoso el tipo, fue mi viejo. Me compró una guitarra. Yo trabajaba con la mamá de Rino cosiendo a máquina cueros. Y ahí escuché por primera vez “Con una pequeña ayuda de mis amigos” pero por Joe Cocker. Tuve que parar todo y estaba la mamá que no entendía mucho, ella nos hacía las camisas tipo Hendrix. Tuve que parar, no podía creer, me gustaba mucho más que la versión de Ringo. Y ahí me di cuenta que me tiraba el rock.
- ¿Te ponés a pensar a veces en la coincidencia de todos ustedes juntos en un mismo lugar y una misma época? Charly, Spinetta, Pappo y tantos más.
- Hicimos una escuela, somos sanmartinianos. Hicimos la escuela y seguimos tocando.
Inevitablemente, el estudio se llena de anécdotas, que crecen como flores por la boca de Lebón.
- Viví un tiempo con Pappo, fue novio de mi hermana y un día la fue a buscar con un auto fúnebre. Se sentaba en la mesa, en calzoncillos y se tiraba pedos y los prendía fuego con el encendedor. Y la mamá le decía “Ay, Norberto”. Y cuando vivimos con Luis en mi casa también, hice una canción por primera vez en ese momento. Fue una tarde. Y yo no sabía que él estaba en casa. Y empecé a tocar y se aparece Luis. Y a mí me dio vergüenza. El hacía 15 temas por minuto mientras yo me iba a comprar ropa. Entonces me dice ‘cantalo, a ver’, y se sentó al lado y empiezo ‘Hoy me vuelo...’ (Lebón canta las primeras palabras de “Hola dulce viento”) y se le pianta un lagrimón. Y me dice ‘hoy lo grabamos’. Y ese momento fue cuando se abrió la puerta para que yo pueda componer, además de cantar. Y me di cuenta que no hacía falta tirar letras con frases célebres.
- Te abrió la puerta tu amigo Luis...
- No tuve la suerte de cruzarme con los Beatles pero me crucé con Spinetta. El veía otras cosas, no veía la mierda del mundo. Estaba en el re carajo y me enamoré completamente de él. Y él de mí. Fuimos muy amigos.
Lebón recuerda que en la época que eran compañeros de vida con Spinetta los llevaban presos por como iban vestidos, por el pelo, por la guitarra. “Luis se ponía unos sacos de oveja que te corría la cana”, ríe.
Y después los gestos de la cara le cambian. Algo se oscurece en el estudio. “Tuve una vida dura”, dice. Y sigue: “No me gusta hablar, no me gusta sacarla del cajón. Me pasó de todo, fui detenido, torturado. Fuerte me pasó de todo. Está guardado en un cajón con llave. De Tayda -su hija, muerta en Nueva York en 2021- puedo hablar porque está en mi corazón, como Luis y Pappo. Pero cuando me picanearon no, no puedo entender cómo un ser humano... no me entra. Y yo en mis letras hablo siempre de amor. Mientras los tipos me estaban golpeando yo entendía más que eso, yo tenía amor. Ellos no tenían la culpa de eso, ¿viste? Estaban perdidos”.
“Por ahí me quiebro”, avisa. Se le afloja la voz, se le llenan los ojos de lágrimas. “Es fuerte”, dice sobre el día que Patricia y una de sus hijas le tuvieron que decir que Tayda había muerto. “Yo decía ‘no, no, no, no, no’ porque sabía que era él. Y empecé a gritar. Porque yo lo dejé ir a Nueva York, no estaba interesado en su onda de transicionar a mujer, no por machista sino porque me parecía que se estaba yendo muy lejos. Tuvo un accidente, tomó metanfetamina, se tropezó y lo atropellaron”.
Después, otro silencio. Y David vuelve a iluminarse. Bebe un sorbo de agua. Dice que está feliz. “Estoy en un momento muy feliz, me encanta que hablemos de esto”, comenta, todavía con los ojos en estado de conmoción. Y pregunta la hora y lanza la broma: “¡Mirá que a esta hora estoy mirando Los Simpsons!”.
- Siempre decís que sos fan de Los Simpsons. ¿Te sabés capítulos de memoria?
- ¡Todos! ¡Te los puedo hablar en inglés!
- ¿Cuál es tu escena preferida?
- Cuando Homero habla con Dios. Viene Dios, saca el techo de la casa y se mete y se sienta con él. Homero le reclama: ‘Tenemos que hacer algo con el pastor’ y Dios le dice ‘es cierto, es medio aburrido’. Y se van de la mano caminando y Homero le pregunta: “Dios, ¿cuándo me voy a morir?’. ‘No vas a querer saber’, le responde el Quía, Homero le insiste y entonces ¿qué le dice Dios? Le dice ‘pronto’.
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