Decir que tres películas le valieron a James Dean convertirse en uno de los grandes íconos de Hollywood del siglo XX es tan cierto como incompleto. Saltó a la pantalla grande en 1954 con Al este del Edén y al año siguiente se estrenaron Rebelde sin causa y Gigante, ambas póstumas. Porque el 30 de septiembre de 1955, falleció en un accidente rodeado de teorías y conspiraciones. Y aquí termina de cobrar forma el mito en una historia que parece guionada a su medida: una muerte trágica, un cuerpo bello, joven y eterno, el contexto de la explosión del rock and roll y la primera gran rebeldía generacional en la sociedad americana en el siglo pasado.
De su escueta filmografía, Rebelde sin causa es James Dean. O viceversa. El título quedó como un alter ego, un seudónimo sobre el cual quedó enlazada su efímera carrera, esa que abrazó de chico y que truncó un día como hoy cuando solo tenía 24 años. Había nacido en Marion, Indiana, el 8 de febrero de 1931 y allí realizó sus primeras armas en el teatro. Para principio de los ‘50, cuando todo estaba por suceder, pivoteó entre Los Ángeles y Nueva York, las grandes usinas culturales de la época.
En la Gran Manzana se formó en el mítico Actors Studio, logró pequeños papeles en tres películas y cumplió su primer sueño al subirse a las tablas de Broadway. En The Inmoralist empezó a recibir el ojo de la crítica. Y algo de eso vio Elia Kazan cuando en 1954 le ofreció el papel de Carl Trask en Al este del Edén. Al poco tiempo, Nicholas Ray lo contrató para el papel de Jim Stark en Rebelde sin causa, coprotagonizada por Natalie Wood y Sal Mineo. El objetivo era contar el descontento juvenil de la época y terminó uniendo tres destinos marcados por la tragedia.
Jim Stark (Dean), John “Plato” Crawford (Sal Mineo) y Judy (Natalie Wood) coinciden en la división juvenil de una comisaría de Los Ángeles. Mientras salen a luz sus preocupaciones adolescentes, se van a dar cuenta de las cosas que tienen en común y que el mundo de los adultos está mucho más allá que a un par de años. No quieren seguir sus pasos ni repetir sus mandatos. Una mojada de oreja al sueño americano que vivía años de esplendor. Una jugada que les salió muy cara.
Mientras desarrollaba su camino meteórico en la actuación, James también iba a toda velocidad en las carreteras. La afición por los vehículos la tuvo de chico y a los 13 años le regalaron un motor extra para su bicicleta con la que podía acelerar hasta 50 km/h. El siguiente paso natural fueron las motocicletas y a los 16 levantaba polvareda sobre dos ruedas. Los autos deportivos fueron cuestión de tiempo. En sus años universitarios, pasó del Ford al Chevrolet mientras carburaba un sueño que de momento era inalcanzable y manejaba a toda velocidad y de manera bastante temeraria quizás como una manera de acortar los tiempos.
Aquel sueño tenía nombre propio: los Porsche, que a comienzos de los ‘50 lideraba las competencias de los autos deportivos. También una ambientación que le resultaba familiar: California era la región en la donde los principiantes realizaban sus primeras carreras. El éxito de sus películas le permitió obtener su primer modelo de la marca alemana. El círculo se había cerrado y James se hizo habitué de los autódromos informales, donde enseguida mostró su talento. Si bien solo pudo competir en tres carreras, en ninguna bajó del podio. Tenía en mente una cuarta competencia y quiso redoblar los esfuerzos.
Gracias a un adelanto del estudio cinematográfico logró hacerse con un Porsche 550 Spyder, que adquirió el 21 de septiembre de 1955. Era un coche demasiado liviano, pensado más para los autódromos que para las carreteras y en seis días, Dean tuvo dos avisos en forma de accidentes leves que optó por seguir de largo. El 30 de septiembre de 1955 conducía como solía hacerlo rumbo al circuito de Salinas. Fue su último viaje: en el camino, impactó de frente contra otro vehículo y James murió casi en el acto. En esa misma escena, que solo él sabe cómo y por qué sucedió, nacía el mito.
Sal Mineo, el eterno adolescente
Hijo de inmigrantes italianos y criado en el Bronx neoyorkino, Salvatore Mineo Jr. fue descubierto durante la infancia por un buscador de talentos que lo vio junto a su hermana en la puerta de su hogar. A los 11 años hizo su debut en Broadway en The Rose Tatto y fue el príncipe del musical The King and I, con tanto éxito que le sirvió de puente a la pantalla chica.
Allí supo construir un physique du rol de joven problemático, pandillero, atormentado y con ese currículum el paso a Rebelde sin causa fue casi natural. Cuenta la leyenda que Sal audicionó para un papel menor, pero terminó siendo el vértice del triángulo de Dean y Wood con su John “Platón” Crawford. La ambigua relación con el Jim de James fue uno de los atractivos de la película, con una IMPLICITIA homosexual. Pero de eso en el cine mucho no se hablaba, y menos en las casas de familia. Tuvieron que pasar algunos años para que Sal hablara de su bisexualidad en una entrevista.
La carrera de Mineo siguió con éxito en títulos como Marcado por el Odio y Éxodo, que le valió su segunda nominación a un premio de la Academia. Se sentía una estrella de rock y quiso probarlo en carne propia lanzando un álbum con su nombre. Pero a medida que el joven crecía, el actor fue perdiendo brillo y para peor, las malas administraciones lo dejaron al borde de la quiebra económica.
Se refugió en su primer amor, el teatro, donde pudo llevar adelante apuestas más jugadas en un ambiente menos pacato. En eso estaba la noche del 12 de 1976, cuando regresaba de un ensayo y fue apuñalado a la altura del corazón. Se habló de un crimen pasional, de un ajuste de cuentas y todo pareció cerrar en un intento de robo que salió mal. Tenía 37 años.
Natalie Wood, el grito que nadie quiso escuchar
Natalia Zakharenko nació en San Francisco el 20 de julio de 1938, hija de inmigrantes rusos que se anticiparon a la Guerra Fría y se afincaron en California. Tenía cinco años cuando el director Irving Pichel la descubrió en la primera fila de los curiosos que asistían al rodaje de Happy Land (1943). El nombre artístico se lo debe a Bill Goetz, uno de los fundadores de 20th Century Pictures, y a sus 8, tuvo su primer protagónico en la exitosa Milagro en la calle 34.
Cuando se puso en la piel de Judy, Natalie tenía mucho más recorrido que los protagonistas varones de Rebelde sin causa. Según contó en muchas oportunidades, fue el primer guion que leyó y eligió sin que lo hicieran por ella sus padres, que dicho sea, se oponían a que actuara en el filme que marcó a una generación. Y naturalmente, a ella misma.
Luego trabajó en clásicos como The Searchers, Esplendor en la hierba y Amor sin barreras, entre sus títulos más destacados. A los 43 años, rodaba Proyecto Brainstorm cuando perdió la vida en circunstancias nunca aclaradas. Era la noche del 29 de noviembre de 1981 y viajaba con su marido Robert Wagner, el actor Christopher Walken y el piloto del yate. Su muerte es uno de los grandes misterios de Hollywood y su cuerpo dejó de latir con un crudo historial de abusos y maltratos que nadie en la industria quiso escuchar.
Rebelde sin causa se estrenó el 27 de octubre de 1955, a casi un mes de la muerte de su protagonista y fue un éxito inmediato en las salas estadounidense que se excitaron o escandalizaron según la edad del cliente. La crítica también acompañó al igual que la Academia, que nominó a Natalie Wood y Sal Mineo en la categoría -cuestionable- de actor y actriz de reparto y a Ray como mejor guion. Pero la tragedia pareció alcanzar también a este rubro ya que ninguno fue premiado. Para continuar con el juego de las paradojas, Dean fue nominado por sus protagónicos en Al este del paraíso y Gigante. Sin embargo, su gran mérito es haberse convertido en leyenda. En ícono de una generación. En el póster de cada habitación. En objeto de deseo sexual de hombres y mujeres de todos los tiempos. En motivo de especulaciones eternas sobre lo que pasó, y lo que hubiera pasado, si no hubiera impactado su Porsche en una carretera cerca de Cholame, un día como hoy hace 67 años.
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