No todo lo que empieza bien suele terminar bien y si no habrá que preguntarle a Kevin Costner. A principios de 1994 su matrimonio de casi dos décadas con Cindy Silva era uno de los más estables en el inestable Hollywood. Como actor, el público lo elegía y los productores lo apoyaban no solo con palabras sino con 60 millones de dólares para financiar su próxima película. A fines de 1995, Costner se divorciaba, los productores lo detestaban y “la historia más asombrosa jamás filmada” pasaba sin escalas a ser el “mayor fiasco”. Lo que empezó bien y terminó mal tiene nombre: Waterworld.
Después de su éxito en Los Intocables, Danza con lobos, Robin Hood y sobre todo, El guardaespaldas, y pese a que no le había ido tan bien con Un mundo perfecto ni con Wyatt Earp, los estudios seguían apostando por Kevin Costner. El actor anhelaba encarnar un héroe de acción, rol que todavía no había intentado. Se interesó por un guion que narraba la historia de un hombre mitad hombre mitad pez, que abandonaba una ciudad flotante llamada Atolón para navegar por el océano mientras protegía a una mujer y una niña y era perseguido por el malvado Deacon. El estudio Universal era el dueño de la historia, cuando Costner les dijo a sus ejecutivos que deseaba protagonizarla no dudaron en contratarlo por 14 millones de dólares y asignarle 60 millones de dólares para su proyecto. ¿Qué podía salir mal? Todo.
En octubre de 1993 se inició la preproducción de la película en Hawái, en el puerto de Kawaihae. El primer problema surgió con la construcción de la ciudad flotante de mil toneladas de peso. Para armarla se invirtieron cuatro millones de dólares. Usaron todo el acero de la isla y cuando se terminó fue necesario traer más desde Estados Unidos. Cargaron todo en un Boeing 747 y le sumaron dos barcos que utilizaría el protagonista. Olvidaron un pequeño detalle. La pista del aeropuerto de Hawái resultaba demasiado corta para el aterrizaje de ese tipo de aviones y hubo que realizar una ampliación que pagó el estudio.
Elegido el lugar a nadie le pareció importante invertir unos dólares en un buen informe climático, al fin de cuentas si Hawái era un destino ideal de vacaciones, qué podría pasar. Lo que pasó no fue uno sino dos huracanes que destrozaron los decorados que hubo que volver a armar con un costo superior al de un abono al servicio meteorológico.
La mayor parte de la filmación se desarrollaba en el océano. Desde el punto de vista del libreto era genial, pero de la logística resultó espantoso. Cada día había que mover la ciudad flotante quinientos metros lejos de la costa, para evitar que la isla apareciera al fondo de las tomas. Una vez en el “no lugar”, el mar picado, el calor sofocante y el clima cambiante obligaban a todos a regresar. A veces solo podían realizar una toma y a volver.
Todos los días 55 embarcaciones, desde jet-skis, catamaranes y barcos de 45 metros, trasladaban a los actores, sus dobles y en algunas jornadas, 500 extras hasta el medio del mar. Debían aguardar en las embarcaciones hasta filmar lo que provocaba que en cada jornada un promedio de 50 personas sufrieran vómitos y mareos. Si alguien expresaba su necesidad de ir al baño, volvía en lancha a la isla, para mantener la higiene en el decorado.
Si después de tantos inconvenientes una escena quedaba bien, Costner se retiraba a pensar la siguiente. Lo hacía en el lujoso yate que los estudios le habían alquilado para su uso personal, en la villa con vista al mar que costaba 1800 dólares por día o en la suite del hotel Mauna Lani Bay con piscina, cocinero y mayordomo personal. La diferencia de alojamiento con el equipo era notable ya que la mayoría dormía en sencillas e incómodas casas prefabricadas.
El enojo crecía. En una jornada, el equipo había dado por terminada su tarea. En la última toma, Costner debía quedar atado a un mástil a doce metros de altura observando el mar. Así estaba cuando el viento cambió de dirección y la embarcación comenzó a zarandearse un metro y medio en ambas direcciones. El viento y el movimiento del barco hacían peligrosa la tarea de bajarlo y nadie se ofreció a ayudar. El actor fue obligado a quedarse en su posición por treinta minutos que le resultaron interminables. Esa noche al regresar a su trailer solo masculló un “casi muero hoy”.
Entre todos los que la pasaron mal, la que la pasó peor fue Tina Majorino. La niña de diez años había sido elegida para interpretar a Enola. Las aguas vivas la picaban constantemente, tanto que Costner la llamaba “el caramelo de las medusas”. El peor momento ocurrió en una jornada cuando una violenta ola la lanzó a ella y a Jeanne Tripplehorn al mar. Tina que no sabía nadar bien quedó cerca de una hélice de la embarcación que estaba en movimiento. Un buzo advirtió el peligro, se lanzó al agua y evitó que la hélice la despedazara. Logró salvarla pero sufrió una herida en su estómago que implicó veinte puntos de sutura, como detalla el sitio especializado Películas de culto.
Entre tantos problemas, Costner se mostró feliz el día que su hijo Joe viajó hasta la isla para visitarlo. Planeaban pasar la jornada juntos, pero el doble del actor sufrió una embolia mientras filmaba bajo el agua. Costner terminó con el doble en su avión personal rumbo al hospital mientras miraba por la ventanilla a su hijo que iba en auto de regreso. “Estaba tan contento que mi hijo hubiera venido a verme. No podía hacerle algo así… Pero tenía que ocuparme del doble”.
Los continuos retrasos, los problemas pequeños y grandes en el rodaje elevaron los costos de la película de nivel olita a tsunami. Según los horarios estipulados por los sindicatos, por cada 15 minutos de retraso que un miembro del equipo sufría en su horario de comida, el estudio debía pagar 30 dólares. Teniendo en cuenta el número de empleados y los continuos retrasos los 30 dólares diarios llegaron a 2,7 millones.
A diferencia de lo que pasa en Las Vegas que queda en Las Vegas, lo que ocurría en Hawái no quedaba en Hawái. Pronto llegaron al continente las noticias de que Waterworld se estaba convirtiendo en un desastre. Entre información verídica se empezó a colar la que solo era verosímil como esa que aseguraba que Costner y su equipo despilfarraban el dinero comiendo langosta que traían de afuera y comprando alcohol.
“Hasta que uno no trabaja en el agua no sabe de lo que se trata”, intentaba explicar Costner. “Es como querer mantener arriba de una pelota de plástico, de esas para jugar en la playa, una docena de bolitas”. Por ejemplo, una escena de escape de su personaje que en pantalla dura tres minutos, llevó siete días de filmación.
La suma de gastos lógicos e ilógicos hizo que el presupuesto de 65 millones pasara a 100, algo que preocupó a los productores pero cuando llegó a 120, decidieron que era momento de dejar sus oficinas en Los Ángeles para ir hasta Hawái y no de vacaciones. En septiembre de 1994, los jefes de Universal Pictures se reunieron con Costner y le exigieron acortar el guión y filmar menos. El actor no aceptó y ofreció renunciar a su participación del 15% de las ganancias que se obtuvieran en los cines. Eso sí, su salario quedaba intacto.
Si como asegura el dicho “sobre llovido, mojado”; mucho más si se trata de una película en medio del mar, a los problemas laborales de Costner se le sumaron los personales. El actor llevaba casi dos décadas casado con Cindy, su primera novia y madre de sus tres hijos. Pero entonces trascendió un romance con una bailarina hawaiana casada. La noticia ocupó las portadas de las revistas. Hubo divorcio y un acuerdo donde el actor pagó 80 millones de dólares. “Estamos hablando de mi amiga, esposa y compañera por veinte años. Combinen eso con una película que fue tan difícil como esta, estar siete meses lejos de casa y que la gente te esté pegando todo el tiempo”, decía el actor.
Terminada la filmación y el matrimonio, el lector pensará que se acabaron los problemas, pero no. El actor jura que el peor momento llegó cuando vio el montaje final que realizó el director, Kevin Reynolds. “Tantas cosas no estaban en el filme… Presenciamos una obra que no tenía las escenas por las que el estudio había pagado tanto dinero”, recordaría Costner. Para solucionar esto y después de 157 días de rodaje, el director ofreció volver a la isla a filmar lo que faltaba. La respuesta fue obvia: no.
Waterworld se estrenó el 28 de julio de 1995. El estudio invirtió 65 millones de dólares en publicidad por lo que el costo final se elevó a 235 millones de dólares. En los Estados Unidos recaudó 88 millones y en el resto del mundo 176 así que los ejecutivos de Universal respiraron porque lograron recuperar lo invertido. Por las dudas, Costner se encargó de aclarar “Si esta historia genera un éxito desde el punto de vista comercial, bienvenido. Si piensan que manejo mi carrera según las ventas de entradas, no me conocen”, para agregar que “me gusta el éxito como a cualquier otra persona y haría cualquier cosa por obtenerlo”. También se permitía bromear “La gente querrá verla por la curiosidad de saber dónde están los 200 millones de presupuesto. Pero en realidad el dinero fue a parar a la comida de los trabajadores”, aunque como señala una crónica de El País, “de sus gastos de alojamiento no dijo nada”.
A Costner le llevó bastante tiempo recobrar la confianza de los productores y sobre todo de sus billeteras. Una secuela jamás se planteó y recuperar algo de lo invertido con el merchandising pasó de ser una buena idea a otra descabellada. Hace unos años, el actor reflotó la película: “Sé que la gente puede pensar en Waterworld como un punto bajo para mí. No lo fue. Podría haber tenido un mejor y más obvio resultado. Lo que sé es que nunca me he sentido tan orgulloso por una película cuando la mayoría iba en sentido contrario. La película, con todas sus imperfecciones, para mí fue una alegría… una alegría mirar hacia atrás y haber participado en ella”; ya lo decía su personaje cuando todo parecía hundido: “más allá del horizonte está el secreto de un nuevo comienzo”. Sobre todo cuando la plata despilfarrada no salió de tu bolsillo, agregará más de uno.
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