La repentina muerte de Lino Patalano todavía duele en el mundo del espectáculo y va a tardar en cicatrizar. Productor único, creador de éxitos prestigiosos y populares, su nombre quedará en lo más alto de la cultura nacional, asociado para siempre a figuras como Julio Bocca, Norma Aleandro, Susana Giménez, Enrique Pinti y Les Luthiers, entre tantos otros. Esta noche, el teatro corre un gran telón negro en su homenaje y el Maipo, la sede de sus grandes gestas, será también el de su último adiós. Y como sucede con los artistas, nada mejor que recordarlo en sus palabras y en sus anécdotas.
El Maipo, sus estrellas y sus fantasmas
La unión de Lino Patalano con el Teatro Maipo se volvió una de las referencias más emblemáticas para el espectáculo nacional. El productor desembarcó en la sala de la calle Esmeralda 443 en el año 1994 y desde entonces lo sintió propio. Su escenario, su peso específico, sus aromas, y ese no se qué lo convirtieron en el ámbito ideal para llevar adelante su gran pasión. “El teatro fue siempre lo que me gustó, de lo que viví y lo que hice”, señaló en una entrevista con Teleshow donde resumió su día a día. “Es un desgaste enorme, pero también es muy placentero”.
El teatro inaugurado en 1908 guarda en su interior un sinfín de anécdotas y recuerdos artísticos de quienes lo habitaron con su arte. Y también de los fantasmas y espíritus que se niegan a abandonarlo. “No son fantasmas, son las energías de todos los que pasaron por acá. Yo no creo en la muerte, sino en un cambio de estado”, contó convencido a este medio. Y se refirió a un caso puntual.
“Hay una energía fundamental: la de Cáceres, un maquinista chileno. En un momento, le decretaron tres meses de vida. Se estaba haciendo La mujer del año con Susana Giménez. Él vino, hizo todo su trabajo, se bañó, se vistió y se ahorcó en el techo del teatro, del lado de afuera. Dejó dicho lo que le pasaba: no tenía familia, no quería volver a Chile y quería morir en el lugar que más amó”, relató el productor.
Desde ese momento, el Maipo contó con una leyenda más para su historial. Y Catalano explicó cómo hicieron entonces para lidiar con el fantasma: “Ese cadáver quedó tres funciones ahí en el techo. Cuando llegamos nosotros, Cáceres estaba muy enojado, pero después nos amigamos. Con Alfredo Alcón y Norma Aleandro lo seducimos y ahora es un amigo”. Luego, señaló que tras su muerte, le pasaron sucesos raros, como cuando se quedaba solo en el teatro y de repente el ascensor del edificio subía. “A lo mejor era casualidad y había un cortocircuito, no sé…”, reflexionó.
Pero la leyenda de la casa de los espíritus no termina allí. Lino contaba que su espíritu, o el de otro, quién sabe, se apoderaba de la sala cada vez que su gran amigo, el recordado Enrique Pinti, presentaba un espectáculo allí: “Siempre que Pinti actúa en el Maipo, aparece un murciélago. Él le tiene terror a todo lo que es plumífero y volador. No sé de dónde viene, porque después el murciélago no está”.
Un creador sin límites ni fronteras
El prestigioso director y productor teatral había nacido el 21 de abril de 1946 en Gaeta, Italia, y había emigrado con su familia a la Argentina en 1951. Llegó con el nombre de Pasquale Cósimo Patalano que en poco tiempo se iba a convertir en una formalidad. Se formó junto a Luis Mottura y María Luz Regás en el teatro Regina de Buenos Aires desde 1963. Y, en 1969 y con apenas 23 años de edad, realizó su primera producción en el viejo Teatro Embassy de la calle Suipacha.
Su larga trayectoria incluye la creación de dos legendarios café concerts en la década del ‘70: El gallo rojo y La gallina Embarazada. En estos locales, ubicados en el barrio de San Telmo, se presentaron figuras como Edda Díaz, Carlos Perciavalle, Antonio Gasala, Cipe Lincovsky, Egle Martin, Jorge Luz, Niní Marshal, Amelita Baltar, María Rosa Gallo, Nacha Guevara, Enrique Pinti y Les Luthiers entre otros, de quiénes fue mánager y amigo.
Con el tiempo se convirtió en uno de los productores más destacados del ambiente artístico. Se asoció económica y artísticamente con Julio Bocca y conquistaron el mundo. En el Maipo, produjo obras inmortales como Escenas de la vida conyugal, con Norma Aleandro y Alfredo Alcón, Niní, con Marilú Marini y Pinti canta las cuarenta y el Maipo cumple noventa, un doble homenaje al humorista y a la sala y de alguna manera una retrospectiva del espectáculo contemporáneo.
En más de medio siglo de carrera, trabajó con Mercedes Sosa, Astor Piazolla, María Elena Walsh, Niní Marshall y Facundo Cabral entre tantos otros y trajo al país a Liza Minnelli y Shirley Mac Laine. “Es una fiesta trabajar con el 90% de los artistas y con el otro 10% es un infierno”, reconoció con acidez, pero sin dar más precisiones.
Basta ver este recorrido antojadizo y selectivo para dar cuenta de su varita mágica para construir éxito a partir de la fantasía. Algo que lograba solo con esa sabiduría mezclada con intuición que da la experiencia: “El productor tiene que coincidir con lo que el público quiere ver en ese momento. Esa es la fórmula. Si coincidís con lo que quiere ver el público, es un éxito, si no coincidís, te vas a la mierda. Es por olfato, yo juego a lo que me gusta a mí. A veces coincido y otras no”, explicó al respecto, acaso guardando para él algunos secretos. Hoy lo llora el mundo del espectáculo, pero su legado permanecerá vivo para siempre.
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