En el invierno de 1989, Johnny Depp estaba en Vancouver filmando un programa de televisión. Para el actor era una situación muy difícil. Atado por un contrato, trabajaba sin esfuerzo y sin ganas en una serie llamada Comando especial que tenía un argumento muy poco creíble: policías encubiertos en una escuela secundaria.
Una noche y luego de terminar una jornada de grabaciones donde se sintió más atrapado y aburrido que otras veces comenzó a pensar sus opciones. Las escribió en un papel. La primera era “soportar el asunto lo mejor que pudiera y rezar para sufrir la menor erosión posible”. La segunda consistía en “conseguir que me echen lo más rápidamente posible y sufrir la menor erosión posible”. La tercera y más drástica: “Renunciar y ser demandado y perder no solo mi dinero sino el de mis hijos y el de los hijos de mis hijos”.
Ante semejante dilema, sonrió, otro poco se fastidió, pero sobre todo se percibió en una encerrona del destino. Volvió a leer sus opciones y se decidió por la primera. Sintió que esa decisión llevaba el germen de la destrucción de su futuro. Imaginaba que lo convocarían solo para participar en proyectos estilo Chips, la serie furor del momento que narraba las andanzas de dos agentes de patrulla motorizados. “Me había convertido en un ídolo adolescente consumido por los jóvenes republicanos. Yo era un póster de plástico”.
Sin un proyecto que lo ayudara a despertar del letargo laboral, un día -que se convirtió en buen día-, su agente le envió un guion para que leyera. Contaba la historia de un muchacho con tijeras en lugar de manos llamado Edward Scissorhands. Intrigado comenzó a leer, ya desde la tercera página sintió esa felicidad que atrapa cuando estás ante una historia extraordinaria. Esas narraciones donde suplicás que el tiempo se detenga y buscás la manera de no avanzar con la lectura porque implica que la historia terminará y con eso terminará ese mundo mágico en el que estuviste viviendo. La página final lo encontró llorando “como un recién nacido y sin poder creer que existiera alguien tan brillante como para haber escrito algo así”.
Tan encantado como entusiasmado con el proyecto empezó a trabajar para ser Edward. Decidió documentarse, miró las láminas de la Anatomía de Gray -el libro del siglo XIX considerado la biblia de la anatomía- y se interiorizó en textos sobre psicología infantil. De ahí pasó a los cuentos de hadas clásicos... Leyó, comparó y se detuvo par evaluar su carrera, entonces comprendió lo inevitable. “Yo era uno de esos actores juveniles de televisión. Ningún director en sus cabales me contrataría para semejante papel protagónico”.
Aun así, su agente arregló una entrevista. Conocería a Tim Burton y como quería causarle una buena impresión, se preparó. Aunque algo sabía de su vida decidió averiguar más. Investigó y supo que el primer trabajo del director fue como aprendiz de animación en Disney, pero que al tiempo renunció porque el estudio jamás logró entender sus diseños.
Su universo comenzó a ser conocido con el microrrelato para niños Vincent. En 1984 estrenó Frankenweenie, un cortometraje inspirado en Frankestein que narraba los esfuerzos de un niño para reanimar a su perro tras ser atropellado por un auto. Pese a lo escabroso que parecía el tema transformó la historia de horror en otra de amor y ternura. Siguió La gran aventura de Pee Wee y luego Beetlejuice donde aparecía una jovencita de mirada marrón y sonrisa luminosa: Winona Ryder.
Burton acababa de filmar Batman, con Michael Keaton de protagonista y Jack Nicholson, como el Jocker, y el mundo se rendía ante el talento de ese director que creaba personajes que vivían en las sombras y soñaban con torcer su destino. Historias con una estética gótica pero que atrapaban por su desesperanza esperanzadora. El mismo Burton parecía un personaje escapado de sus películas. Alto, desgarbado, vestido siempre de negro, mal afeitado y nunca peinado aseguraba que le apasionaba la gente “que pasa por muchas experiencias y se mantiene fiel”.
Asombrado por el talento de Burton, Depp pensó lo que no quería pensar: nunca conseguiría el papel. Perdido por perdido al menos no perdería la oportunidad de conocer al director. Voló a Los Ángeles.
La cita no fue en un imponente estudio ni en una desangelada oficina sino en la cafetería de un hotel. Apenas llegó se puse a mirar dónde estaba Burton. En tiempos sin web solo tenía un vago recuerdo de alguna foto en periódicos. Observó a una pareja que conversaba, un joven de traje bostezaba aburrido mientras leía el diario y otro, de aspecto prolijo se servía un café. En una mesa no muy visible pero tampoco escondida descubrió a un hombre pálido y de aspecto frágil con un pelo que expresaba mucho más que un simple duelo con la almohada. Era Burton. Deep se acercó, se presentó, se sentó.
“No podía dejar de mirarle el pelo mientras lo escuchaba. Entonces la verdad me golpeó como una maza de dos toneladas en el centro de la frente. Sus manos –el modo en que las movía en el aire y sin control, sus dedos golpeando, nerviosos, la superficie de la mesa– y esos ojos que parecían mirar todo desde ninguna parte y con una curiosidad devoradora. Este loco hipersensitivo era Edward Scissorhands”.
Comenzaron a charlar como los desconocidos que más se conocen. Compartieron cuatro jarras de café, se completaron las frases e ideas inconclusas y se despidieron un “encantado de haberte conocido” y un apretón de manos. “Yo me sentí todavía peor que antes y me alejé del lugar completamente acelerado por la cafeína y mordiendo la cucharita como un perro rabioso. El haberme sentido tan conectado con Burton me hacía sufrir todavía más. Los dos habíamos comprendido la perversión implícita en la jarrita de la crema, la fascinación lustrosa por las uvas de plástico, la complejidad y el poder crudo de una de esos retratos de microrelato sobre terciopelo, el profundo respeto por ‘aquellos que no son como los otros’”.
A Depp le habían contado que varios artistas famosos, entre ellos Michael Jackson, estaban siendo considerados para el personaje. Se lo habían enviado a Tom Cruise pero el apuesto actor que comenzaba a pisar fuerte respondió que solo aceptaría hacerlo “siempre y cuando al final al héroe le crezcan las manos y se vuelva lindo”.
Ante tanta competencia, Depp pensó que lo único que tenía a favor era estar convencido de que, de trabajar juntos, podría trasladar la visión artística de Tim al personaje de Edward. “¿Habría visto Tim algo en mí que lo hiciera arriesgarse? Yo esperaba que sí”. Esperó en su casa. Atendió cada llamado, abrió cada carta y hasta llamó más de lo habitual a su agente, pero no pasaba nada. Se acumulaban preguntas y faltaban respuestas. Cuando ya se resignaba a su destino de actor de póster, sonó el teléfono y una voz le anunció: “Johnny... Tú eres Edward Scissorhands”.
“Colgué el teléfono y me repetí esas palabras para mí mismo. Una y otra vez. Y empecé a repetírselas a todo aquel con quien me cruzaba. No podía creerlo. Burton estaba dispuesto a arriesgarse. Ignorando al estudio –que quería una gran estrella–, Burton me había elegido a mí. Me convertí instantáneamente en una persona religiosa: estaba convencido de que una intervención divina había tenido lugar. Este papel no significaba para mí un avance en mi carrera. Este papel era libertad. Libertad para crear, experimentar, aprender y exorcizar algo que llevaba muy adentro mío”.
Depp se sintió rescatado del mundo de los productos en masa por ese extraño y genial hombre que había pasado su adolescencia haciendo dibujitos raros y sintiéndose un marciano. “Es muy difícil escribir acerca de una persona a la que se aprecia y se respeta y se siente tan cercana. Solo diré que Tim me rescató, y que no necesita más que pronunciar unas pocas palabras desconectadas entre ellas, ladear su cabeza, entrecerrar sus ojos y lanzarme una de esas miradas para que yo sepa lo que quiere de mí en determinada escena, y que siempre obtendrá de mí lo mejor que tengo para dar”.
Así fue como el director del pelo sin peinar y el joven de extraño rostro de pómulos perfectos comenzaron una dupla creativa que dejó en pantallas las criaturas más raras e inolvidables del cine de las últimas décadas. Ya sea en roles más oscuros o en otros más coloridos, en películas con guiones originales o adaptaciones, la dupla se las ingenió para entregarnos un universo fascinante donde lo que el otro percibe monstruoso en realidad se trata de un ser con tanto dolor como cualquier ser humano. Comenzaron con El joven manos de tijera y siguieron con otras historias inolvidables como Charlie y la fábrica de chocolate, Ed Wood, El cadáver de la novia, El misterio del jinete sin cabeza, Sweeney Todd: el barbero demoníaco de la calle Fleet, Alicia en el país de las maravillas y Sombras tenebrosas.
Después de El joven manos de tijeras, la fama de Depp se disparó. El actor que recordaba que “No puedo decir que mi infancia fue perfecta, si hacía algo mal, me pegaban, si no, también” pasó a ser el objeto de deseo de directores y seguidores. Novió con las mujeres más lindas de su tiempo como Kate Moss y Winona Ryder y se casó con Vanessa Paradis. Protagonizó grandes películas y grandes bodrios. Se hizo 26 tatuajes y cambió uno: el célebre Winona Ryder lo transformó en Wino Forever. Entró en el libro Guinness de los Récords como el actor mejor pagado del cine, con 75 millones de dólares por película. Lo nominaron tres veces al Oscar y tres veces lo perdió. Lapidó su fortuna en excéntricos lujos como en una isla propia en Bahamas y una finca con viñedos en el sur de Francia. En los últimos tiempos fue noticia por el conflictivo divorcio y juicio contra su ex Amber Heard que lo acusó de maltrato y luego él la llevó al estrado por difamación.
Ante las denuncias de violencia doméstica, los productores de Piratas del Caribe 6 decidieron bajarle el pulgar y lo sacaron del elenco. Luego se sumaría la baja de Animales fantásticos: los secretos de Dumbledore. Hollywood le daba la espalda y parecía que su futuro sería quedarse solo y repudiado en una mansión como Edward. Y entonces apareció esa persona que te rescata para seguir andando. Burton anunció que tenía planes de realizar Beetlejuice 2 y que quería contar con Depp. El director demostraba que seguía siendo ese tipo diferente que hasta los poderosos productores respetaban pero sobre todo, el tipo que así como 30 años atrás se había animado a pelear por un Depp tan talentoso como desconocido, ahora peleaba por un actor talentoso, agobiado, cuestionado pero siempre amigo.
Cada vez que puede o le preguntan, Depp deja en claro su opinión sobre Burton. “Es un artístico, genial, chiflado, demente, brillante, valiente, histéricamente divertido, leal, inconformista y honesto amigo. Le debo algo imposible de ser saldado y lo respeto mucho más de lo que nunca podré expresar por escrito. Nunca conocí a nadie tan obviamente fuera de lugar que encaje mejor en cualquier parte y, siempre, a su manera. Él es él y eso es todo. Y también es, sin lugar a dudas, el mejor imitador de Sammy Davis Jr. en todo el planeta. En resumen: debo la mayor parte del éxito que conseguí en mi vida a Tim Burton″.
Depp asegura que no le importa cuál será la película que Tim decida filmar. Si lo necesita, allí estará. “Confío ciegamente en él, en su visión, su gusto, su sentido del humor, su corazón y su cerebro. Tim es para mí un verdadero genio y no le adjudico semejante palabra a muchas personas, pueden creerme. No se puede etiquetar o definir lo que él hace. No es magia, porque eso implicaría algún tipo de truco. No es habilidad, porque no parece ser algo que haya aprendido. Lo que Tim tiene es un don muy especial, algo que no se ve todos los días. No alcanza con considerarlo un simple y gran director de cine. Por eso, el raro título de “genio” le queda mejor”. El escritor Rodrigo Fresán escribió alguna vez que “hay buenos actores que tienen la buena fortuna de un buen día coincidir con un buen director que los use, los defina y les dé una razón de ser. O tal vez sea al revés: quizá sea el director quien encuentra al actor. Y eso le pasó a Johnny Depp con Tim Burton y a Tim Burton con Johnny Depp”. No podemos menos que estar completamente de acuerdo.
Artículo escrito en base a la traducción y adaptación que Rodrigo Fresán realizó del prólogo del libro de entrevistas “Burton on Burton”, editado por Mark Salisbury y publicó el suplemento Radar
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