Milo Lockett: “Muchos chicos me dicen: ‘Yo dibujo mejor que usted’”

El pintor chaqueño se prepara para la décima edición de Buenos Aires Directo de Artista (BADA), el encuentro que acerca las obras al público. Su infancia como vendedor callejero y el novedoso mundo del metaverso

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Milo Lockett: "Los chicos me dicen ‘Yo dibujo mejor que usted’"

Hay un imaginario que ubica al artista plástico ensimismado en la quietud de su atelier. Perfilando trazos, seleccionando colores, interactuando solo con su lienzo. No es el caso de Milo Lockett. Desde que la crisis del 2001 lo proyectó como artista, el chaqueño no paró de moverse. Y en ese camino creó un estilo avalado por la academia y de acceso popular, sobre todo en los más chicos, que lo adoptaron casi como un par. Y eso, lejos de ofenderlo, lo enorgullece. Y sigue andando.

Por estos días Milo se prepara para una nueva edición del Buenos Aires Directo de Artista (BADA), el encuentro que tendrá lugar del 25 al 28 de agosto en la Rural y que propone acercar las distancias entre los artistas y el público con la obra como puente. Una cita que se hace necesaria en un contexto en el que el arte parece haberse vuelto más introspectivo, pandemia mediante. “Me parece muy importante que la gente pueda conocer a la persona que pintó la obra que tiene colgada en su casa. Y también encontrarnos entre los artistas es interesante”, asegura Lockett en diálogo con Teleshow. Y sigue pintando.

Milo promete ir con todo su arsenal al BADA, una producción que no tiene catalogada pero que calcula de a miles por año. Y mientras tanto, se sumerge en el novedoso mundo de la tecnología de los NFT (tokens no fungibles), que permite certificar la propiedad, la autenticidad y la unicidad de obras digitales. “Cambió la forma de comercialización del arte. Nunca me imaginé que nosotros también podíamos entrar en el e-commerce”, admite sorprendido. Y abre las puertas de su taller y de su corazón, para conocer su infancia callejera en el Chaco, que moldeó su personalidad autodidacta, y su metodología de trabajo que lo convirtió en uno de los artistas plásticos más populares y reconocidos de su tiempo. Y ante todo, en un hombre feliz.

—¿Hay un horario de trabajo? Sé que sos meticuloso.

—Tengo un esquema de trabajo todos los días e incluso tengo ayudantes. Eso me exige ir sí o sí al taller y me gusta, porque allí es el lugar donde un artista más aprende porque trabaja y experimenta.

—¿Se trabaja de a una obra o con varias a la vez?

—Yo trabajo con muchas obras a la vez.

—Y no enloquecés.

—No. Soy disperso y durante mucho tiempo renegaba de eso. Después entendí que tenía que hacer todo al mismo tiempo y ahí entraron los ayudantes. Antes, en la ansiedad empezaba una cosa y terminaba corrigiéndola; hoy tengo la posibilidad de dividir eso y potenciarlo.

—Y sale maravilloso.

—Yo estoy muy contento con lo que hago. Estoy muy feliz con mi obra.

Milo Lockett, el artista que surgió luego de la quiebra

—¿Cuándo entendés que se termina una obra?

—Es difícil. Mis amigos se ríen porque a veces firmo la obra antes de terminarla. Pero la obra tiene un equilibrio visual, y vos firmás y la obra parece que se va para un lado y podés arruinar el cuadro. En cambio, cuando la incluyo, trabajo en función y pasa a ser parte del cuadro.

—¿Imaginás a qué casa se está yendo cada obra?

—No, soy de soltar la obra, no me enrosco con eso. Sí me gusta encontrarme con la obra después del tiempo. Hace poco estuve en Chaco comiendo con amigos y uno de los chicos tenía colgada una obra del 2004 en la entrada y fue como volver años para atrás. Me gusta el valor que le da la gente, porque cuando alguien se lleva una obra y la conserva está conservando una parte de una época.

—Sos el artista argentino más querido por los chicos.

—Sí, los chicos me reconocen mucho con la imagen porque es muy sencilla y fácil de entender. El lenguaje es muy directo. Contiene pocos trazos y enseguida se reconoce algo. Incluso tengo una anécdota muy linda con los chicos, que muchos me dicen: “Yo dibujo mejor que usted”. Eso habla de la naturalidad de los chicos.

—Y está bueno dejarlos crear cuando dibujan.

—Sí, siempre les digo a los padres que no corrijan porque tienen toda la vida para entender los renglones y los márgenes. La creatividad es impulsiva, y cuando uno es chico piensa que no hay errores, y me parece genial eso. Esa gestualidad es muy difícil de conseguir. Generalmente a medida que vamos creciendo después nos vamos acomodando y entrando en el molde.

Primeros trazos. Cuando se desató la crisis del 2001, Milo Lockett era un empresario de la industria textil que se veía un futuro promisorio, hasta que una quiebra puso en jaque su vida y su zona de confort. Se refugió casi instintivamente en la pintura y cuando su obra empezó a llegar a Buenos Aires, entendió que había un camino posible, una luz de esperanza. “Después fue todo muy rápido, muy explosivo y muchos años de no parar hasta el impasse de la pandemia”, asegura. 20 años más tarde, otra vez vendría una época de replanteos.

—¿Hay que agradecerle a aquella quiebra?

—Sí. Fui muy honesto en ese momento que no tenía más ganas de seguir haciendo lo que hacía. La economía en ese momento me abrumaba mucho. Ahora me agarró diferente: tuve muchas pérdidas en la pandemia y creo que la piloteé mejor por esa experiencia previa. En aquel momento necesitaba un cambio de vida y lo encontré en este camino. Que se fue haciendo de a poco, no es que yo tenía tanta claridad, porque hay gente que por ahí piensa: “Largó todo y se convirtió en un gran pintor”. No tenía idea que iba a pintar así. No tenía idea de que iba a ser mi trabajo. En ese momento asumí que quería pintar, y después sí, hubo una esperanza de querer vivir del arte.

—No todo el mundo se anima al cambio: uno a veces se queda en lo que está acostumbrado a hacer.

—Sí, tenemos miedo a lo desconocido. Y es entendible. Pero me parece que está bueno que uno se anime porque la vida es muy corta y pasa muy rápido. En la pandemia al principio me desorienté, no sabía qué iba a hacer. Incluso pensé que venía como un final de esa etapa de artista.

—¿Sí?

—Llegué a pensar que cambiaba todo el mundo, que iba a ser más drástico. Después se me ordenó otra vez y retomé la pintura.

Milo Lockett presenta el Miloverso

—¿Cómo se llevan el arte y la tecnología?

—Muy bien. Creo que toda esta cosa que está empezando del metaverso, este universo nuevo donde entran los NFT, es como cuando hablábamos de las redes sociales o de Internet que no teníamos tanto conocimiento y que no pensábamos que iba a ser tan presente en nuestra vida. El metaverso es una puerta que se abre ahora y no podemos estar ajenos.

—Podemos tener unas obras maravillosas de Milo en ese metaverso. Unos elefantes fantásticos vi.

—Trabajé mucho con otros artistas digitales y gente que me asesoró para este cambio de formato. Primero lo veía como algo que no me interesaba hasta que empecé a experimentar y me gustó el producto. A diferencia de otros NFT, lo que tiene el mío es que trabajé mucho en el formato previo de la imagen. Contratamos una persona para poder desarrollar el 3D del elefante y buscarle la forma.

—El resultado es tan hermoso que lo quiero tener en el living de mi casa...

—Hace poco me dijeron esto en una entrevista en Twitter, y lo gracioso es que era toda gente tecnológica la que lo pedía. Pero tiene que ver con que se trabajó mucho y que supe escuchar a la gente que me asesoró, supe compartir lo que yo hacía y no quedarme con la idea de que era mi arte. Esa capacidad de poder armar un equipo es muy interesante porque te da otra perspectiva de proyección.

—En el estudio también trabajás en equipo, tenés tus ayudantes. Hay algo que se va replicando y es un modelo que evidentemente funciona.

—El mundo que viene es así, muy encadenado todo, y por ahí tememos a lo desconocido. A mí, más allá de lo económico, me pareció interesante lo que pasó a partir del momento que empezamos a promocionarlo. Me emocioné con llamados de España, de Italia, y estaban como impactados porque todos se imaginaban algo mega mundial, y recién eran los primeros pasos de lanzamiento. Incluso todavía no lo hemos comercializado, estamos en la etapa de promoción.

—Primero entenderlo, me imagino.

—Claro. Y armar una comunidad primero, que es lo que más nos interesa. No es una idea vender como si fuera la Bolsa, no funciona por ese lado.

—Vos no sos el artista que está encerrado en su mundo, en su estudio pintando y que no sabe lo que está pasando afuera. Te aman las marcas, pero también acompañaste muchas causas sociales que volvieron tu arte muy popular.

—Me encanta porque me parece que el arte es un derecho que tenemos todos de poder mirar o poder comprar. Por eso es importante BADA, por este pensamiento de que el arte tiene que ser accesible. Y que podemos vivir los artistas de nuestro trabajo. Que no sea únicamente como una timba de pensar que compro algo porque va a valer.

—En ese sentido me parece muy interesante porque permite conocer artistas de nuevas generaciones que hacen cosas geniales. Hoy las redes sociales también permiten un acercamiento distinto, pero no tienen el encuentro cara a cara.

—Sí. Y aparte se generan puestos de trabajo reales también. Los artistas somos trabajadores. Y después, con respecto a ser popular o ser masivo, me gusta que la gente te reconozca por tu trabajo y que se identifique, que sienta que puede hacer algo distinto. La gente me dio mucho cariño, todos estos años fueron increíbles.

—¿Te han mangueado mucho? “Haceme un dibujito, qué te cuesta…”-

—Sí (risas). Pero eso es natural. O cuando hay donaciones, piensan en Milo. Es algo que es lógico porque sos conocido, la gente te asocia al éxito y le gusta lo que hacés. En cierto modo es como un reconocimiento.

—Y has acompañado muchísimas causas. ¿Hay alguna en particular que te haya emocionado?

—Todas las causas son importantes. Me acuerdo cuando empezamos la idea de armar la Casa Garrahan del Chaco, eso fue algo importante. Y ahora estamos tratando de retomar el proyecto de la Casa de los Padres en Buenos Aires. Me gusta porque desde un lugar muy pequeño se puede visualizar un problema que es muy grande y a lo mejor lo ayudas a corregir. Y cuando el arte sirve para eso, chapeau.

—¿Es cierto que alguna vez vendiste ajo en la calle?

—Sí, cuando era chico. En Chaco. Me ayudó mucho y me formó en muchos aspectos como persona. Yo vivía dentro de las cuatro avenidas de la ciudad y eso me permitió conocer toda la periferia, los límites, la barriada.

—¿Qué te dijeron en tu casa?

—Para todos fue raro, porque yo era el más grande de cuatro hermanos y mis padres querían que estudiara en la universidad. A mí siempre me gustó más trabajar, y crecí en una casa muy libre, muy democrática, donde se escuchaba todo lo que uno decía y siempre era bien recibido. Y en la calle empezó mi formación, después lo que uno elige tiene que ver con la educación.

—¿Qué edad tenías?

—Cuando vendía ajo tenía 15, 16 años, pero trabajo desde los 10. Lo primero que hice fue cortar pasto.

—¿Eras bueno?

—Sí, era bueno.

—¿Hoy cortas vos en tu casa o…?

—No, hoy no corto (risas). Pero en ese momento cortaba y aprendí lo que era el valor agregado, cuando uno le pone un plus a las cosas. Porque nosotros, aparte de cortar el pasto, limpiábamos y ordenábamos.

—¿Lo hacías porque tenías ganas o por necesidad?

—No, era porque tenía ganas de hacerlo. Siempre fue la opción. Mis hermanos decidieron estudiar y estudiaron. Yo no soy universitario y soy el más grande, se supone que tenía que marcar el camino. Mis padres se horrorizaban a veces, porque era como muy ecléctico, todo el tiempo tenía emprendimientos. Pero a pesar de que no compartía muchas cosas, siempre me apoyaron.

—¿Y qué queda hoy de aquel pibe de Chaco?

—Mucho, porque tuve una infancia muy linda. Es más, tengo amigos de la infancia todavía que no los veo seguido porque vivimos en distintos lugares, pero cuando nos encontramos es como si nos hubiésemos visto ayer. Y me parece que eso es la amistad: cuando no hay reclamos, cuando no hay tiempos. Y la infancia me fortaleció el amor. Siempre digo que mi mamá me abrazó mucho, me quiso mucho, porque la autoestima siempre la tuve altísima y esa construcción de felicidad de chico me hizo pensar que en los momentos difíciles tenía que ser una persona feliz.

—¿Hoy sos feliz?

—Yo soy una persona muy feliz. Persigo eso. Y también aprendí a decirlo porque a la gente le cuesta. Pero si vos no sos feliz es muy difícil que la persona que viva con vos sea feliz. Que tus hijos sean felices, que tus amigos sean felices. Es como una regla.

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La entrevista completa a Milo Lockett

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