Una colchoneta acomodada frente al televisor bastaba para que las amas de casa de los ochenta encontraran un salvoconducto, un momento solo para ellas entre las ajetreadas tareas domésticas y la crianza de sus hijos. Era su única excusa cada mañana para salir de la rutina y tenían una líder de lujo, María Amuchástegui. La escena se repetía en miles de casas argentinas y el look era casi idéntico: calzas o medibachas de colores y una malla enteriza por encima, como la conductora, que combinaba desde las medias hasta la gomita con la que se sujetaba el pelo como marcaba la época. Ocho más gritaba la entrenadora y la arenga traspasaba la pantalla, y arribas las piernas otra vez para completar la serie de ejercicios.
Fue bailarina, cantante y profesora de gimnasia, surgió en Mesa de noticias pero saltó a la fama con su programa Buen día salud, en ATC, desde donde revolucionó las mañanas. Luego pasó por los viejos Canal 13 y Canal 11 con Buen día María, ya con un tinte más periodístico. Se sumaron movileros y el doctor Eduardo Lorenzo Borocotó que daba consejos de salud mientras ella hacía gimnasia junto a un grupo de jóvenes llamadas Las Marías. Así fue bautizada como “la Jane Fonda argentina”, en alusión a la actriz estadounidense que puso en pausa la actuación y se convirtió en pionera en este tipo de formato que hasta el momento era completamente desconocido a nivel local.
María fue la aliada de las mujeres de la época, que no se perdían ninguno de sus programas ni sus clases de entrenamiento televisadas y adaptadas para que todas las puedan hacer: no existían impedimentos de de estado físico ni de clase social, todos podían seguir sus rutinas. Un palo de escoba, dos botellas de plástico, un elástico de costura, todo objeto servía para reemplazar pesas, mancuernas y demás elementos que para la época, no eran accesibles.
La injusta cancelación televisada
Por aquellos años fue toda una celebridad, en pleno auge, hasta Susana Giménez la llamó para que le diera clases en su casa, y las grandes marcas de alimentos la contrataban para ser la cara de sus productos. Un episodio confuso, una mañana cualquiera, puso de cabeza su mundo laboral y personal. Cuentan que María estaba dando su clase como todos los días y se escuchó un ruido al aire. Si bien estaba sobre una tarima que hacía permanentes ruidos, la conductora salió corriendo y dejó vacío su lugar frente a cámara. La leyenda urbana instaló, además, que se trató de una flatulencia y se repetían videos suyos entrenando con ruidos de fondo, burlándose de ella. El video no existe, o al menos, hasta el momento nadie lo logró encontrar.
No existían las redes sociales ni los chats por mensajería que viralizan videos, pero la condena fue contundente: se trató de una de las primeras cancelaciones en la televisión, de la que todos fueron cómplices. Por años se le cerraron las puertas en la pantalla chica y si bien se cansó de repetir que se trató de un ruido aislado, ya la sociedad había dado su veredicto. Uno injusto y machista.
Fueron años de tristeza y vergüenza para María pero que con lágrimas supo capitalizar para sí. Durante esos años, formó una familia. Se casó con el polista Juan José Alberdi, en una boda que fue cubierta por todas las revistas de actualidad. Y tuvieron un hijo, al que llamaron como su papá y que hoy tiene 33 años. En 2016 el joven se casó en una ceremonia al aire libre y pese a estar separados, sus papás estuvieron a su lado y esa fue una de las últimas apariciones públicas de Amuchástegui.
De a poco, tímidamente, María volvió a tener participaciones aisladas en los medios. Reapareció en Sábado Bus, participó de CQC, Cuestión de peso e interpretó a una profesora de danzas en Graduados, la serie de Sebastián Ortega que recordó la década del 80. De a poco iba tomando confianza nuevamente. Así fue como, en 2005, se animó a cumplir uno de sus sueños y grabó su propio disco, Camino de espejos, con canciones románticas.
Sus raíces musicales
María nació el 14 de marzo de 1953 en la ciudad de Buenos Aires. A pesar de su inclinación por el mundo de la actividad física, creció en un ambiente artístico: su madre fue cantante de tango y su padre un músico integral. “Mi casa fue musical. El recuerdo que yo tengo de mis viejos es con una guitarra y un bandoneón. Papá tocaba cinco instrumentos, tenía todos los registros. Era escribano pero era realmente increíble el oído que tenía. Mi mamá tenía una voz muy linda, mezzosoprano y era folclórica, tocaba la guitarra”, recordó en una entrevista en Letra y Música con Silvina Chediek por Canal A.
En esa misma charla, contó que a su marido lo conoció cuando tenía 13 años y que su formación era de bailarina clásica, ya que tomó clases desde sus 4 a los 25 años. A los 14, viajó por primera vez a Estados Unidos para estudiar tap dance, una disciplina que a fines de los años 60 no existía a nivel local. “Me fui a perfeccionar allá porque acá no había nada de todo eso, ni tap ni aeróbic. Pero la cantante me acompañaba siempre, a donde iba llevaba mi guitarra, escribía mis propias canciones y cantaba. Y si podía también bailar, hacia las dos cosas. La televisión fue un disparador, mi programa prendió mucho en la tele y popularicé la gimnasia”, recordó sobre sus comienzos y su verdadera pasión.
En aquellos años de parate televisivo, fue por eso que encontró refugio en la música y se animó a cruzar los muros de sus afectos. Así grabó su disco. “Tenía que cantar porque no me podía ir de este mundo sin haber logrado mi gran sueño, que es poder estar con músicos y conectarme a la magia que es la música. Pude conocer a Joan Manuel Serrat, lo conocí por casualidad en una exhibición mía en el interior, él estaba para dar un show y pudimos hablar y cantar una canción juntos. Él marcó una época muy importante de mi vida”, contó con emoción. Su voz cálida deslumbró al Nano y le devolvió a María la seguridad y la certeza de que quería cantar hasta el final de sus días.
Hace cinco años, el 19 de julio de 2017, moría a los 64 años a causa de un cáncer de pulmón. La conductora, además, había sufrido un ACV con graves secuelas, que la mantuvo internada durante dos meses. Se fue rodeada de sus afectos, de su público que aún la recordaba y de sus amigos famosos, como el caso de Marcelo Tinelli que le dedicó un emotivo posteo. “Voy a extrañar tus consejos, amiga”, le escribió el conductor.
Dejó un legado y una enseñanza, que pagó con su propio cuerpo, mente y corazón. El primero, el camino allanado para un formato desconocido y explotado hasta la actualidad, los entrenamientos televisados -que incluso, en plena pandemia de coronavirus, fueron furor mutados en streaming-. El segundo, una lección que analizada a la distancia, cobra aún más fuerza: el poder de la construcción mediática y la herida profunda que produce la cancelación y el juzgamiento sin piedad.
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