“Buenas noches, ¡bienvenidos a Trinchera!”, dijo Adrián Dárgelos como para introducir al público de Buenos Aires a esta etapa, signada por el álbum editado a fines de mayo. Acto seguido, sonó “Flora y fauno”, de A propósito (2011). Como siempre, Babasónicos hace lo que quiere.
Y en ese viaje, hace parte a su gente: desde ahí, en lo alto de un pasillo que surcaba a la muchedumbre, empezó el show el cantante para capitanear el macrodancing irresistible de la adhesiva “Bye Bye”, cuyos versos podían seguirse en simultáneo desde las pantallas laterales del Movistar Arena. “Hazme el amor, pégate a mí / si es que el mundo sigue en pie / si nosotros tenemos arreglo”: banda y público en comunión orgiástica, siendo cómplices en esta batalla efímera contra todos los males de este mundo, a contramano del algoritmo y las tendencias. Desde una trinchera más que imaginaria.
Cuando terminó el tema, Dárgelos se unió a sus compañeros sobre el escenario: los seis babasónicos -Mariano Roger, Diego Tuñón, Panza Castellano, Carca, Tuta Torres y Diego Uma- estaban parados por delante de los paneles-pantalla de la escenografía psicodélica y lumínica diseñada por Sergio Lacroix, formando una ve invertida. Algo así como la punta de una flecha -mejor aun: una lanza- propulsada por el calor humano.
La última vez que habían tocado en esta ciudad fue en este mismo estadio y había sido especial por ser la vuelta tras el hermetismo pandémico. Pero lejos estuvo de ser el show ideal: la banda descansó en los temas que tiene más aceitados para el vivo y salvó la noche con el puñado de novedades que había hasta ese momento (”Suficiente”, “La izquierda de la noche”).
Ahora, con lo más nuevo integrado al resto del repertorio, las cosas tuvieron otro sabor. El pulso eléctrico de “Mimos son mimos” y “Paradoja”, unidas por los chispazos de Roger al igual que en Trinchera, mientras que “Mentira nórdica” y “Anubis” contagiaron un baile hipnótico y optimista después de todo.
Otras como “Chisme de zorro”, “Su ciervo” y la formidable “La pregunta” (esta última de Discutible, un disco al que el coronavirus le comió, al menos, un año de recorrido) le hicieron contrapeso a “las de siempre”, esas que les salen de taquito y que por alguna razón no pueden dejar de tocar, como “Pendejo”, “Desfachatados”, “Irresponsables”, “Sin mi diablo”, “Como eran las cosas” y el tándem “Carismático” / “Yegua”.
“Denme más, denme todo, hasta lo que tengan en los bolsillos”, reclamó Dárgelos con su sonrisa pícara el pago del “impuesto de fe”. El público entrega y la banda también. Pero si acaso podrían debernos algo, será el aspecto más oscuro e introspectivo de Trinchera: quedaron por estrenar “Vacío”, “Madera ideológica”, “Viento y marea”, “Capital afectivo” y “Lujo”, algo que quizás ocurra en la función que agregaron para el 28 de octubre en este mismo lugar.
Luego de una falsa retirada y de las descargas de “Humo” y “El colmo”, todo parecía haber llegado a su final. Pero la banda marcó cuatro y volvió a tocar “Bye bye”, como para reforzar el leitmotiv que hoy por hoy los mantiene girando y parados de mano contra la muerte. Que una banda de rock con más de 30 años de recorrido siga engrosando y transformando su obra sin repetirse ni aburrir, es lo más parecido a un milagro que pide ser escuchado hasta el final. Si es que el mundo sigue en pie.
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