Corría el año 1999 y Fernando de la Rúa era presidente de la Nación. El fin de los 90 invadía de cumbia la televisión argentina. Las autoridades de Azul TV - Canal 9 necesitaban un programa que desarmara los fines de semana de América, que emitía dos programas con miles de horas de música tropical en la pantalla. Así nació Pasión Tropical. El programa le ganaría al de América y con eso Azul TV lograría superar a su adversario en la medición de rating. ¿Y qué tiene que ver todo esto con El Potro?
El mero azar me llevó a la grabación del mayor éxito de Rodrigo Bueno, el Potro Cordobés: Rodrigo a 2000 – En vivo se grabó en S’combro Bailable, en una invernal y helada noche de julio en José C. Paz.
La producción del programa comenzó tímidamente en mayo del 1999. Para ese entonces el conductor, Daniel La Tota Santillán, nos notaba un poco ajenos “al ambiente”. “Ustedes son ‘muy de colegio privado’”, nos solía decir, y fue así que nos aconsejó: “Deberían ir a conocer una bailanta y empaparse del tema”. Muchos de nosotros veníamos de la radio, de Telefe, del negocio de la música, pero aun así no comprendíamos el ambiente de la cumbia, al que estúpidamente observábamos con prejuicio. Fue así como un insistente Tota Santillán, después de la típica reunión de producción, retoma su cruzada y espeta: “Hoy graba el disco mi amigo, ¡vénganse!”. Con más dudas que certezas nos miramos con Diego Conde y emprendimos -sin las tres carabelas- un fantástico viaje al epicentro de la movida tropical en el corazón del conurbano bonaerense: S’combro Bailable, José C. Paz.
Llegamos a una discoteca colmada de gente, muchísima gente que la estaba pasando muy muy bien… ya que un amigo de la Tota, llamado Rodrigo, grababa su disco de cuarteto en vivo. Cruzamos puertas y subimos por una escalerita, que nos daba acceso a un escenario diminuto. Ahí, una banda enérgica y muy profesional daba un verdadero show. El frontman lo dejaba todo en escena: hacía un concierto de rock, like a Rolling Stone, pero a ritmo de cuarteto cordobés. El recital ya había comenzado, estaban grabando en vivo, así fue que vi a Rodrigo Bueno por primera vez: pelo azul, remera de futbol americano con un enorme número en el pecho, jeans ajustados.
De golpe, gira, le da la espalda al público y mira a la banda… antes del estribillo de la canción hace el gesto abrupto de corte: 5000 personas cantan fuerte y a capella “fue lo mejor del amor, lo que he vivido contigo...”. Rodrigo ríe, mira al cielo, marca cuatro (o tres, como marca el cuarteto), y la banda retoma, a todo ritmo: la gente, extasiada junto a él. Una verdadera fiesta de la música popular de la que no estábamos ni enterados. Fue de mera casualidad (y causalidad tal vez) que estuviese parado ahí un productor de televisión lleno de prejuicios que caía rendido ante el Mick Jagger argentino que no era Juanse ¡Noooo! El Jagger argentino era Rodrigo. Y no, no hacía rock.
Lo invité a cantar en la tevé. Rodrigo preguntó si era en vivo con los músicos o “como hacen ustedes en televisión”. “¡En vivo con los músicos! ¡Esto que hacés acá!”, desafié, envalentonado y sin filtro, pasando por arriba de sus mánagers y sin planificar nada de nada. Lo anunció ahí mismo, por el micrófono, ante los 5000 presentes. Mientras tanto por dentro me preguntaba de dónde había salido este pibe. No hay alfombra roja (¡no hay ni alfombra!). ¿Adónde estaban los grandes medios? ¿Los sellos discográficos? ¿Y la prensa? ¿Cómo es que hay una silenciosa movida ricotera infernal que viaja por las catacumbas de la provincia a tan solo 30 kilómetros de Capital y en Palermo nadie, absolutamente nadie, está enterado de semejante suceso? Nadie en CABA estaba enterado que una aplanadora cuartetera nos iba a pasar por arriba. Nadie.
La primera invitación se la hicimos a Rodrigo un domingo: el 8 de agosto de 1999, para el Día del Niño, tocaría en vivo -sin playback- con todos sus músicos en un mini recital, ao vivo. Su mánager, José Luis Gozalo, y los técnicos llegaron temprano, luego fueron arribando los músicos. Mientras esperábamos a Rodrigo nos encontramos con Sid Vicious, verdadero punk y bajista de los Sex Pistols que a fines de los 70 militó la autodestrucción hasta su muerte. Como Sid, Rodrigo había tenido una muy mala noche y jamás apareció. Su debut con nosotros fue plantarnos. Plantó a la televisión.
La noche en que conocí a Rodrigo estaba grabando su disco en vivo, lo bautizó Rodrigo a 2000. Acordamos con su sello discográfico editar el álbum. Nosotros habíamos quedado muy entusiasmados y el Potro no tenía una gran relación con ellos, por lo que encontramos un claro rol: editarlo y distribuirlo por Editorial Atlántida. Estaban de moda los reviposter; Jorge Kirovsky, de Magenta, recomendó que Rodrigo a 2000 saliera exclusivamente por esa vía: “Tienen que distribuirlo en los 20 mil kioscos de diarios que hay en todo el país”.
Rodrigo a 2000 fue inicialmente fue un Reviposter que venía con un CD “de regalo”. Se editó un 9 de diciembre de 1999. El arte del disco era hermoso. Por aquel entonces Rodrigo pasaba sus horas con el Negro Moreno, quien lo ayudó a reencontrarse con los orígenes del cuarteto característico. Si prestan atención a letra de “Soy cordobés”, encontrarán que homenajea a las grandes glorias del cuarteto que habían bajado de los barcos 80 años atrás y se habían instalado en Córdoba.
Para la primera tirada de A 2000 se imprimieron 100 mil ejemplares, pero no alcanzó. Terminamos vendiendo más de 600 mil copias. Fue el éxito más grande de su carrera. ¡Obtuvo 10 galardones como Disco de Platino en menos de cuatro meses! Y quedó como disco de culto al día de hoy. Todos estábamos contentos. El artista, su manager, su sello, la editorial y nosotros, en el canal.
Como canal de televisión, que es lo que finalmente representábamos de nuestro lado, hicimos un acuerdo con Gozalo para promocionar los shows que vendrían del Potro: arrancarían en el Teatro Astral, donde presentaría oficialmente el flamante álbum. Tres teatros agotados, en el canal me presionaban para hacer más shows. Todo era un éxito: las regalías, el rating, las visitas a los otros programas, otros canales que nos lo solicitaban y Telefe -nuestro Gran Hermano- que nos miraba medio de reojo.
En la empresa me exigían más funciones, pero Gozalo no quiso agregarlas. Un acierto: vendría el verano y se trataría de una gira fenomenal como ningún músico de la movida tropical había realizado jamás. Llegaría la máxima consagración: su show ante medio millón de personas en Mar del Plata, para luego sí retomar el año y lanzar las fechas en el Luna Park. Gozalo era el alma máter y quien mejor empujaba el proyecto. Todo por momentos se tornaba ingobernable y era Gozalo quien conseguía sacar luz de ese caos y empujar así el tren hacia adelante, semejante locomotora a todo lo que da. El éxito no ayudaba y la personalidad del Potro, menos.
Moreno ideó con Rodrigo el concepto del ring de box, atinado y preciso, que inspiraba la idea de llegar al Luna Park, donde fuera la catedral del box. El Potro ingresaba al estadio como un verdadero campeón, en bata, con el cinturón y los guantes puestos. Lo hacía por un pasillo entre el público, mientras los músicos tocaban una introducción infernal y un seguidor lo iluminaba con un haz de luz blanco como un rayo. La gloria encarnada en cuerpo y alma.
Tras este éxito arrollador, las megaventas, el rating, las ganancias exorbitantes, la prensa y los 13 Luna Park, Rodrigo viajó a los Estados Unidos a descansar (muy poco).Gozalo cerró un acuerdo de sponsoreo con una cerveza que lo auspiciaría. Para ello debía abandonar Azul TV e irse a América. Así, repentinamente, nos divorciamos. Rodrigo y Gozalo por su lado en América y, Pasión Tropical en Azul TV por el otro. La industria es extraña y hostil: en aquella alianza estratégica todos habíamos ganado, pero solo a nosotros nos tocaba perder esta vez. Adrián Serantoni, que conocía muy bien el tablero, había movido mejor las piezas.
Madrugada del sábado 24 de junio del 2000. Volvíamos de un festival en Madariaga y teníamos que ir al canal para hacer el programa. No se trataba de un sábado cualquiera: Rodrigo asistiría por primera vez tras nuestro “divorcio” al ciclo de América que competía con nosotros. Tras unas horas en la ruta, un accidente detuvo el tránsito. Desviaban los autos a la banquina. Bajamos la velocidad y un tipo enorme nos golpea la ventana: “¡Hey, se mató el loco! ¡¡Se mató!!”. Se trataba de El Buda, su custodio. Me había reconocido y me cuenta que atrás, sobre el asfalto, Rodrigo se encontraba tirado tras un choque fatal que se lo llevaba a él y a Fernando Olmedo de esta vida. No entendía nada de nada. Volví corriendo por el medio del asfalto. Es el día de hoy en que no logro captar con precisión qué sentía en ese instante en que me enteré. Sí recuerdo que bajé del auto y me largué a correr sin pensar.
Rodrigo Alejandro Bueno comenzó su carrera artística muchos años antes de cruzarse por mero azar conmigo una noche fría de julio de 1999 en la que cambió su destino y el mío. El éxito, como las canciones, eran exclusivamente de él y de nadie mas. El resto, en el lugar que nos tocó actuar, solo fuimos participes secundarios de esa aplanadora triunfal que ingresó a la Capital Federal desde Córdoba -o desde el conurbano bonaerense, depende desde dónde quieras verlo- para consagrarse inmortal como la estrella de rock que fue.
Del día en que nos conocimos hasta el accidente en la Ruta 2 pasaron solo 11 meses. Como un círculo imperfecto que se había abierto delante mío, ahora se cerraba, cruel, vertiginosa y abruptamente, también delante de mí. Otra vez el puto azar.
Yo estaba parado ahí.
Yo vi el principio y el fin.
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