Laura Oliva es una artista multifacética de 51 años que a lo largo de su carrera se desempeñó como bailarina, conductora y actriz. En la actualidad estudia la licenciatura en Artes de la Escritura, más allá de que siempre escribió textos para expresarse. Ahora protagoniza la comedia dramática Laponia con Jorge Suárez, Héctor Díaz y Paula Ransenberg. Además, sigue realizando El recurso de Amparo, la obra que marca su debut como dramaturga.
“Soy adicta a la tele”, reconoció en diálogo con Teleshow y señaló que no extraña participar en algún programa. Además, defendió a Florencia Peña por las críticas a su ciclo La Pura Ama (América) y sentó su postura respecto a la manera de hacer humor hoy: “Me parece fantástico que haya que afinar el lápiz y sentarse a hacer un humor inteligente, porque el humor de la burla y del bullying es muy fácil hacerlo”.
A diferencia de muchas figuras del espectáculo que exponen su intimidad y expresan sus opiniones sin filtro, Oliva no usa redes sociales: “No tengo por qué obligarme a hacer algo que no me representa para nada... Me parece un delirio abrir una vía para que el mundo te insulte”.
—Estás protagonizando Laponia, ¿qué es lo más interesante de la obra?
—En general las obras desarrollan un mismo concepto, encuentran un conflicto y lo desarrollan de principio a fin. Acá lo más novedoso es que la obra tiene un cúmulo de conflictos. Esta sumatoria de conflictos hace que uno se identifique más fácilmente al ser varias propuestas de temática. La trama no vuelve sobre un mismo tema, sino que abre una ventana hacia otra. Cuando arranca la obra uno piensa que el conflicto va a ser las idiosincrasias entre Argentina y Finlandia, pero después pasa a otros temas. Uno va descubriendo que la obra no se trata de lo que uno ya pensó que se iba a tratar, entonces eso mantiene al espectador muy atento.
La comedia dramática Laponia es una obra divertida y súper emotiva, con un talentoso elenco dirigido por Nelson Valente. La trama muestra la conflictiva relación entre dos hermanas, Mónica y Ana, quienes viven en países diferentes, Argentina y Finlandia. Ellas con sus respectivas parejas, Marcos y Olavi, debaten sobre las diferentes idiosincrasias, los valores familiares, las tradiciones y se pelean por la manera de criar a sus hijos. Una propuesta interesante que reflexiona sobre las internas familiares y si vale la pena mentir o decir la verdad.
—Cuando preparás un personaje como el de Mónica en esta obra, ¿cómo es el proceso en general?
—Los procesos de preparar un personaje son muy diferentes, no los podría comparar, unificar. Cada personaje tiene su corazón, su dificultad. Mónica no tiene demasiado trabajo de composición. Es una persona común y corriente, con una expresividad que puede ser parecida a la mía porque es una persona muy explícita, confrontativa, sincera, expresiva. Javier Daulte me dijo: “Ella es el personaje que está enojada, pero lo bueno es que la gente se dé cuenta que al final ella está más dolida que enojada”. Para Mónica tengo que enfocarme en su tránsito emocional, en que ese enojo que ella tiene no sea por nada. Uno utiliza las herramientas actorales para abordar a cada personaje. Pero se aborda de manera diferente porque cada personaje lo necesita.
—En tu carrera trabajaste como bailarina, conductora y actriz. Ahora estás estudiando la licenciatura de Artes de la Escritura y escribiste una obra.
—Escribí El recurso de Amparo dentro del taller de dramaturgia de Javier Daulte. Después la empecé a mover para hacerla y Javier la dirige. Ahora la presentamos en Dumón 4040 los lunes. También estoy perteneciendo al elenco. En un principio Gloria Carrá estaba en el papel que estoy haciendo yo. Nunca pensamos que iba a seguir después de la primera temporada. La verdad que nos fue muy bien y me sumé al elenco porque Gloria ya tenía compromisos previos. En esta obra en particular soy la dramaturga y estoy en el elenco.
—¿Cómo te sentís haciendo las dos tareas?
—La verdad que la escritura es una tarea que queda “en el pasado”. En el momento en que uno escribe lleva tiempo y energía, pero una vez que termina, el acto artístico queda ahí. Después empieza el proceso de llevarla al escenario, porque a veces las obras quedan en un cajón. Este no fue el caso. Entonces entregás el material, ya sea a un director, ya sea a un elenco para permitir que ese material tenga vuelo propio. Yo viví el proceso de ensayos desde afuera. Después, cuando me subí al escenario para formar parte del elenco, lo viví como un proceso actoral más, más allá de que tengo en el cuerpo la experiencia de haber tenido hace dos, tres años atrás la tarea de escribirla.
—¿Qué sentís cuando ves la obra?
—Es una cosa rarísima. Yo siempre lo tuve como una asignatura pendiente y me parece que era el paso que me faltaba: escribir y pasar a la acción. Cuando lo vi desde la platea y ahora desde el escenario me genera una libertad muy grande. Sabés que dependés un poquito menos del afuera. El actor depende mucho del afuera: que te convoquen, que te busquen, que te tengan en cuenta, que el material te guste. Hay muchas cosas que se tienen que dar para que un actor tenga trabajo. En este caso te da la sensación de tener la sartén por el mango.
—¿Cuándo empezaste a escribir?
—Escribo desde siempre, como una cuestión de desahogo o una manera más de expresión. En algún momento me propusieron hacer un libro. Yo mostré lo que ya tenía escrito porque venía haciéndolo desde mucho antes. En 2004, Editorial Sudamericana publicó el libro Oliva extra virgen. El año anterior a la pandemia, entré en el taller de dramaturgia de Javier Daulte, con la idea de escribir El recurso de Amparo. Cuando la terminé, empezó la pandemia y me dio el tiempo de reescribirla y corregirla. Luego, la mandé a este proceso que ellos tienen que se llama incubadora de primeras obras. Y a partir de ahí empezó la rueda de poder llevarla al escenario, encontrándome con la gente que necesitaba, como el productor ejecutivo Raúl Algán que ahora es mi mano derecha, porque yo no tenía ni idea de cómo pasar del papel al escenario.
—¿Extrañas la tele?
—Soy adicta a la tele, soy de la generación que se crió con la tele, me gusta como medio, me encanta. En un momento había hecho muchísima tele. Hasta hace poco estuve haciendo mi propio programa en el Canal de la Ciudad. Son etapas, no lo vivo para nada como algo que extraño, primero, porque trabajé mucho y segundo, porque de ninguna manera lo tomo como algo que ya no puedo volver a hacer.
—Cuando fui a ver la obra con un amigo, él me decía que te recordaba de la época que estabas en la tribuna del programa de Nico Repetto.
—Es increíble, me llama la atención, a mí también me lo dicen mucho. Pero es muy loco que a esta altura del partido se acuerden de Nico, un ciclo del año 95. En el fondo la gente no sabe por qué recuerda tal cosa en particular. Nosotros los actores sabemos porque todo el tiempo estamos laburando con la memoria emotiva. Entiendo que muchas veces la memoria tiene que ver con un momento emocional y eso es lo que en realidad linkea con el programa. También hay mucha gente que me habla de Grandiosas. El otro día alguien me decía que amamantaba mientras veía el programa y otra persona me contó que estaba en una depresión tremenda y ese programa lo ayudaba.
—Te cambio de tema: ¿pensás que es difícil hacer humor hoy?
—Creo el humor ha sido utilizado. Debajo del manto del humor y de la excusa de que es humor se ha hecho mucho daño y se ha solapado mucha burla y bullying. Ahora se dice que no se puede hacer humor por nada, con nada, que es difícil. El humorista hoy por hoy se confronta con el hecho de cómo hacer humor, sin lastimar a nadie y eso es muy difícil de hacer. Pero me parece fantástico que haya que afinar el lápiz y sentarse a hacer un humor inteligente, porque el humor de la burla y del bullying es muy fácil hacerlo. Lo ha hecho mucha gente que no tenía el don del humor porque es muy fácil reírse de otro. ¿Se puede hacer humor de todo? No. No se puede hacer humor en contra de la persona a la cual vos estás involucrando en ese humor. Vos tenés que ver si esa persona quiere ser parte de ese humor tuyo o no, con todas estas restricciones. Creo que hoy no hay restricciones de tema, lo que hay son restricciones de que no podés hacerte el gracioso con cualquier cosa de cualquier persona.
—Hablando del humor, Flor Peña fue muy criticada por su programa La Pura Ama. ¿A vos qué te pareció?
—Ella decía: Si esto lo hiciera un hombre, como Yayo (Guridi), no lo criticarían. Lo que me parece impactante de Flor es la manera en que muestra esto que quería hacer y me parece fantástico. Lo que ella tiene que darnos o darles a mí no me horroriza para nada. Me parece divino lo que hace, es una cuestión de tiempo a que quizá uno se acostumbre a la Flor de ahora con respecto a la Flor del programa que estaba haciendo en Telefe (Flor de equipo). Ella siempre tiene un nivel de picantez, de ironía y de doble sentido. No sé de qué se horroriza hoy la gente. Es un programa que va después de las 10 de la noche y además ella dice: si no te gusta, cambia. No lo mires, si nadie te está poniendo una pistola en la cabeza. Hay 500 canales. Me parece que ella tiene unos huevos fabulosos para decir no lo mires. Es su propio programa y dice no lo mires, parece que se está tirando en contra de ella misma. Sin embargo, creo que es la frase perfecta y ella lo dice sin miedo a que eso le repercuta en el rating.
—¿Por qué decidiste no tener redes sociales?
—No es una decisión, con las redes nunca pude comulgar, de arranque me parece un delirio. Que cada uno haga lo que quiera, como lo estamos hablando en el programa de Florencia. No sé cómo se te puede ocurrir sacarte una foto con 8 de dilatación antes de parir. No puedo linkear una cosa con la otra, por lo cual no sirvo para las redes sociales. Quieren saber cosas de tu intimidad, no es que no quiera mostrar la intimidad, no se me pasa por la cabeza. Muchas veces estamos en un estreno y me dicen las fotos para las redes y yo digo, claro las redes... No digo que no funcione, pero hay muchas cosas que funcionan, sobre todo espectáculos. La gente va a ver espectáculos porque lo ve en las redes. Pero no es algo afín, no tengo por qué obligarme a hacer algo que no me representa para nada. La contracara es que me parece un delirio abrir una vía para que el mundo te insulte. Me parece genial, es como abrir la puerta de tu casa para que entre alguien y te putee. Es un gran delirio del cual me cuesta subirme.
—¿Alguna vez probaste abrir una cuenta?
—Lo he intentado cuando empecé el programa en el Canal de la Ciudad y me pidieron que abriera una cuenta en Twitter. Estuvo todo bien, yo no soy una persona muy agredida en general, por supuesto que siempre hay alguien. Así que no fue por una cuestión de agresión, sino que un día me llegó un mensaje diciendo: no sabemos nada de vos. Pensé: claro, esto se trata de mostrar mi casa, mi perra. Yo no puedo hacer eso, no me sale, no es que tengo un gran motivo. Hay gente que lo usa para trabajar y obviamente ahí puede ser que haya algo distinto con la gente que no se le exige que muestre algo. Todo el mundo te felicita: te dicen qué bien, ¿sabés la cantidad de tiempo que pierdo en las redes? Entonces, cerrala. Después eso es imborrable, queda en la nube. Si yo dijera todo lo que se cruza en la cabeza… Prefiero calmarme y no tener una vía de escape para hablar y decir barbaridades que se dicen en caliente.
—¿Qué pensás respecto a este momento en el que las mujeres ya no nos callamos y peleamos por nuestros derechos?
—Creo que las mujeres peleamos por nuestros derechos desde hace tiempo. Simplemente hoy hay algo que en los últimos 20 años se visibilizó mucho más. Todas las luchas que se venían batallando se materializaron en algún lugar. Se están viendo algunos resultados, faltan muchos todavía de una lucha que viene de hace mucho tiempo. Estoy hablando de las mujeres sufragistas y de ahí para adelante. Lo que estamos cosechando es algún fruto y eso se festeja muchísimo. Siempre digo que me puse a llorar cuando vi la campaña sobre acoso en los transportes públicos que decía: ni loca, ni histérica, ni de mal humor, el acoso en el transporte público existe. Soy de la generación en la que a nadie se le ocurría abrir la boca cuando eras tocada, apoyada y otros tipos de acosos en el colectivo. Sabías que no solamente ibas a ser tomada como una loca, sino probablemente la persona que te estaba apoyando se pusiera agresiva. Tengo una sobrina de 19 años y festejo que ella sienta el derecho de darse vuelta a marcar al tipo y que sienta que el resto del colectivo lo va a bajar del transporte. Yo me acuerdo de pasar por las veredas con los famosos piropos de la época de carnavales y sentir terror, pánico de un grupo de pibes que se te venía encima, te encerraba y alguna mano te ligabas. Hoy uno puede denunciar eso, la gente cree que es una pavada, pero no es ninguna pavada.
—Respecto a tu vida personal, ¿te pesó en algún momento los mandatos, de tener que casarte y ser madre?
—Tengo 51 años, no he tenido hijos y sigo sintiendo la mirada. Algunos me dicen: bueno, pero tenés una carrera hermosa… eso va a estar eternamente. Pero en el fondo lo entiendo, es genético y tiene que ver con la preservación de la especie. Hay un pensamiento arcaico genético de preservación: la mujer tiene que tener hijos porque sino la humanidad se va a la mierda. Eso yo lo entiendo, pero uno lo sigue sufriendo. En general, las mujeres sufren eternamente: la que ha decidido no tener hijos, la que ha decidido ser madre o la que ha decidido tener un hijo sola. Son mandatos que va a costar muchísimo correr. Por suerte, ya hay una mirada un poco más abierta sobre eso, pero una mirada al fin.
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