¿Cómo abordar la vida de Paul McCartney sin caer en los números justo cuando se prepara para soplar 80 velitas? La tentación se justifica en la inmensidad de su obra, clave para entender el mundo de posguerra, en la voracidad compositiva a prueba de bronces, en la necesidad de tener la antena presente aun en los momentos más oscuros y en las situaciones más desfavorables. Y en su inobjetable vigencia: nadie firmó tantos número uno y pocos se dan el lujo de seguir girando como si fuera la primera vez.
Y en el juego de las preguntas sin respuestas: ¿Quién no se puso a pensar qué hubiera pasado si Paul no hubiera ido a ver a los Quarrymen, en el patio de la iglesia de San Pedro de Woolton y no hubiera charlado tras bambalinas con su hipnótico líder, John Lennon. Las grandes historias están repletas de estas pequeñas anécdotas que parecen atadas por un hilo tan frágil que no dan ganas de tirar demasiado por miedo a que se rompa.
Algo inverso ocurre con las canciones. Requieren una y otra escucha para conocerlas en profundidad. Y algunas de ellas, como las que siguen a continuación, tienen tantos códigos y marcas que hacen que cada vez puede ser diferente a la anterior pero parecida a la primera. Diez canciones y diez discos, un acercamiento incompleto y posible al genio de Paul McCartney.
The Beatles: Please, Please Me (1963)
En 2019, durante una entrevista con Howard Stern, Paul se vio inducido, una vez más, a bucear en su frondoso catálogo para elegir su canción preferida entre su repertorio. Y la respuesta del músico pudo haber sorprendido. No se trató de la más vendida, ni la más emotiva, ni la más coreada en sus conciertos. Tampoco la que había elegido anteriormente. Pero sí tiene un caracter iniciático, esa pátina adolescente que siempre cautiva. Y tiene el sello de haberla escrito a cuatro manos con John Lennon.
“I saw her standing there”, el tema en cuestión, abre la discografía oficial de Los Beatles en long play y sienta las bases de la primera etapa del grupo. Se trata de una correría de adolescente, iniciada por Paul, corregida y aumentada por John y muestra el desparpajo de un grupo dispuesto a llevarse todo por delante. Su voz y composición sobresalen en la cadenciosa “Love me do”, primer single oficial del grupo, y en la “P.S. I love you”, un tema escrito en los años de Hamburgo e inspirado en la lírica epistolar. El disco trae ocho canciones propias, seis ajenas y un cuidado por los arreglos y las voces que no iban a negociar nunca.
The Beatles: Help! (1965)
Además de englobar la banda sonora de una de las películas de la cosecha beatle, aquella del anillo de Ringo, Help! es el disco que incluye “Yesterday”. La melodía se le apareció a Paul mientras dormía en la casa de su novia de entonces, Jane Asher. Cuando se levantó fue al piano, tomó un grabador, puso rec+play y empezó a cambiar la historia de la música popular. No fue muy sencillo: tuvo que superar los fantasmas del plagio, darle seriedad a una letra que hablaba de los “huevos revueltos” (”Scrambled eggs” era el título provisorio) y los resquemores de George y Ringo para lanzarla como single, más aun después del arreglo de cuerdas de George Martin. Una canción impropia en el estilo de una banda de rock, y su arrollador éxito fue la muestra que podían animarse a hacer cualquier cosa que se propusieran.
El libro de los récords Guinness la erigió como la canción más famosa de la música moderna y terminó por darle solemnidad enciclopédica a un himno adoptado en todas partes del mundo. Como dato negativo, eclipsó a su otro gran aporte al disco que fue “I’ve just seen a face”,un galope con aires country que daba muestras de su inconformismo. Estaba todo bien con el rock and roll, pero Los Beatles estaban para mucho más que eso.
The Beatles: Revolver (1966)
Ubicado por buena parte de sus fans como el disco favorito, Revolver sacude definitivamente la inocencia del traje y los flequillos. Con el grupo metido definitivamente en la contracultura rock, la poesía de Bob Dylan, el Swinging London y las experiencias con las drogas terminan de moldear la obra. Sobre estas bases, Paul destaca “Here, there and everyone”, la que durante mucho tiempo eligió como su preferida, y cuya ambigüedad entre la sencillez y la complejidad funciona como puente entre el pasado y el futuro.
El otro aporte clave de Paul es “Eleanor Rigby”, una fábula urbana y melancólica sobre la que hay unanimidad en que es su idea y que nació en el piano de la casa de su novia Jane Asher, pero opiniones encontradas sobre el resto de la composición. Además de reparar en la gente solitaria, justo él que volaba con sus camaradas por la cima del mundo, la letra da lugar a una de esas leyendas que tanto gustan a los fans. En el cementerio de la iglesia de Woolton, aquella del encuentro que cambió todo, pueden leerse los nombres de Eleanor Rigby y Father McKenzie en diversas lápidas. El propio Paul aseguró que los personajes son producto de su imaginación, y que la protagonista no es otra que la actriz Eleanor Bron, que había actuado en Help!, aunque con el tiempo concedió un posible registro inconsciente de esa tumba fechada en 1939 que es parada obligada del turismo beatle en la ciudad portuaria.
En modo menos solemne y amparada por los vientos souleros, con “Got to get you into my life” Paul refleja su gusto por la marihuana que se iba a mantener en el tiempo y le iba a traer algún que otro problema. Con la guerra fría entre los líderes a punto de desatarse, el disco se editó en agosto y salieron de gira. A partir de entonces, muchas cosas cambiarían.
The Beatles: Sgt Peppers Lonely Hearts Club Band (1967)
“El mañana nunca sabe”, es una frase atribuida a Ringo Starr que sirve para cerrar Revolver y anticipar lo que iba a venir. La gira había hecho ruido en la interna del grupo, que ya no disfrutaba como antes de la vida de escenarios y el fervor de la beatlemanía. Su música se había vuelto más compleja para interpretar en vivo y los gritos de los fans tapaban cualquier atisbo sonoro. Unas vacaciones fueron fundamentales para recargar pilas. Y mientras volvía de un safari por África, en la cabeza de Paul empezó a maquinar la idea de dar forma a la Banda del Club de los Corazones Solitarios del Sargento Pimienta.
Quien siempre se atribuyó el hecho de crear el alter ego fue Neil Aspinall, el histórico roadie que propuso que los cuatro adquirieran nuevas personalidades enfundados en un look victoriano. Siempre atentos a lo que pudiera pasar a su alrededor, si Dylan había inspirado a profundizar sus letras, las escuchas de Pet sounds de The Beach Boys y de Freak out de Frank Zappa & The Mothers of Invention los empujaron hacia la idea de un álbum conceptual, que diera descanso a Paul, John, George y Ringo que ya habían trabajado demasiado. Y que de ser posible, los enterrara para siempre.
En rigor de los hechos, no hay un concepto tal que una a las canciones del disco. Sí quizás una atmósfera liverpooleana circense y algo decadente, que remontaba con una niñez latida sobre los escombros de la guerra. Un hilo que se remontaba a los dos singles que habían anticipado el álbum y marcan el clímax de su obra: su “Penny Lane” y el “Strawberry fields forever”, de John. Con su habitual estilo juguetón, Paul firmó “When i´ve sixty four”, una sátira de su vida como abuelo que los hechos se encargaron de refutar. Y como cronista más ácido, reflejó en “She’s leaving home” la búsqueda liberadora de las chicas de la época.
The Beatles: Abbey Road (1969)
Construido sobre las cenizas de lo que luego sería Let it be, entre tironeos, renuncias y discusiones, Abbey Road es la última muestra de la genialidad de Los Beatles: una obra cohesiva y coherente de cuatro tipos que apenas se podían mirar a la cara. Y otra vez, el cerebro inquieto de Paul viendo de qué manera se podía innovar para que esa última oportunidad que se dieron como grupo terminara de la manera más digna posible.
A esa altura, la dupla compositiva Lennon/McCartney era una formalidad en la que nadie creía y que solo serviría para la histórica pelea de Paul contra John, y sobre todo contra Yoko. Cada uno llevó sus propias canciones y quizás como un acto de justicia poética, los focos cayeron sobre George y sus joyas “Something” y “Here comes the sun”, mientras que McCartney quiso explorar al máximo su potencial de crooner soulero en la balada “Oh darling”. Pero su gran aporte estuvo otra vez en el concepto, el famoso medley del lado B que se escucha como una suite, un rompecabezas de ocho piezas que compuso un grupo hecho añicos.
Son ocho canciones enlazadas en las que el bajista se reserva el cierre con “Golden Slumbers”, “Carry that weight” y “The End”. Sus últimas palabras fueron cuidadosamente elegidas: “Y al final, el amor que te llevas es equivalente al amor que das”, el epitafio perfecto para un sueño que terminaba mientras otro estaba por empezar.
Paul McCartney: McCartney (1970)
El 17 de abril de 1970 el mundo se sorprendió con la aparición de McCartney I, como su nombre lo indica, primer trabajo como solista de Paul McCartney. Es el resultado de un refugio en su granja en Escocia, ubicada en la península de Kintyre, para huir de un ambiente beatle irrespirable, con renuncias, regresos, agresiones, insultos y un sinfín de anécdotas que guardan las cuatro paredes de Abbey Road. También es una huida hacia adelante del acoso de las fanáticas que alteraban la calma conyugal que buscaba en su esposa Linda y la hija de ella, Heather, que había adoptado como propia.
Pero en lugar de encontrar luz y calma halló la oscuridad. Sin levantarse de la cama, bebiendo wiskhy, fumando tabaco y marihuana, con su cabeza yendo a los litigios comerciales y afectivos con sus inminentes ex compañeros. Se apoyó en Linda como si no tuviera otra opción, como escalón para volver a componer melodías como él sabe. Grabó todos los instrumentos y solo requirió de los coros de su esposa, quizás probando el terreno para el futuro. Escarbó en los cajones y rescató “Junk”, hecha un bollo desde las sesiones del Album Blanco y le regaló a su mujer la balada “Maybe I’amazed”, una declaración de amor para todos los tiempos.
Paul McCartney & Wings: Band on the run (1973)
La consagración definitiva del grupo post Beatles llegó en su tercer trabajo con Wings. Apuntalado por el éxito de “Live and let die”, banda de sonido de la película homónima de James Bond, estaba dispuesto a innovar una vez más en su carrera. Esta vez, iba a darle una atmósfera diferente al registro del álbum. Le solicitó a la EMI un catálogo con las oficinas de la compañía alrededor del mundo. Y puso el dedo sobre Kenia.
Antes de viajar, desertaron el guitarrista Henry McCullough y el baterista Denny Seiwell, una jugada que Paul contrarrestó reclutando a Geoff Emerick, el ingeniero con el que no trabajaba desde Abbey Road. Y una vez en suelo africano, tuvo unas cuantas desventuras. En medio de las sesiones, sufrió un asalto a punta de cuchillo y le robaron demos y anotaciones vinculadas al álbum. También tuvo un incidente con el músico local Feli Kuti, quien lo acusó de explotar la música de su tierra.
Band on the run (en castellano, ”Banda en fuga”) es de alguna manera la respuesta a este escenario y a un pasado cada vez más lejano, una película protagonizada por un tipo que está de vuelta de y solo quiere divertirse con sus nuevos secuaces. También puede verse como hacer las paces con los escenarios. “Jet”, “Let me roll it” y la que da título al disco forjaron el sonido de rock de estadios y son número puesto en sus conciertos hasta hoy.
Paul McCartney: Tug of war (1982)
A comienzos de 1982, y luego de una frustrada gira por Japón que terminó en la cárcel y con un grupo resentido en su estructura, Paul anunciaba la disolución de Wings y lanzaba un nuevo trabajo. Inicialmente pensado para editarlo con su banda, Tug of war es el cuarto bajo su nombre y apellido y el primero luego del asesinato de John Lennon en la puerta del Dakota. En ese sentimiento de orfandad, convocó a un viejo conocido como George Martin para darle vuelo a sus canciones.
En modo urgente, compuso “Here today”, un homenaje al amigo eterno en una conversación imaginaria y desgarradora sobre lágrimas, risas y canciones, acaso esa que se debieron. También le pegó un llamadito a Ringo Starr para “Take it away”, y dar otra muestra de ese pop perfecto que le sale de taquito. Pero Paul siempre se caracterizó en mirar para adelante y esta no iba a ser la excepción.
El gran desafío era poner el pie en la nueva década y Paul desembarcó en los ‘80 sabiendo perfectamente lo que tenía que hacer: un dueto con Stevie Wonder. La jugada le salió perfecta. “Ebony & Ivory” -”Ébano y Marfil”-, fue una oda al piano y también un mensaje integrador para terminar con las diferencias raciales y dejó la vara muy alta para lo que vendría después, y aunque estaba acostumbrado a medirse con su propia leyenda, le iba a costar unos años recuperarse.
Paul McCartney: Run Devil Run (1999)
El 17 de abril de 1998, su amada Linda murió luego de dos años de batallar contra un cáncer de mama que se le extendió hacia el hígado. A poco de cumplirse un año, Paul celebró un concierto en su homenaje junto a Eric Clapton, Phil Collins y otros artistas invitados. Mientras tanto, estaba registrando un nuevo trabajo solista que editaría en octubre de ese año.
Así como había ocurrido en Tug of war, para el duelo post Linda también apeló a un golpe de timón y se propuso volver a las fuentes. En este caso optó por tocar las canciones de rock and roll que lo habían enamorado 40 años antes, y también volver a componerlas, como aquel adolescente inquieto de Liverpool que soñaba ser Little Richard y se aventuró a ver un grupo de skiffle en el patio trasero de una iglesia.
Cuando levantó el teléfono, sonaron los celulares de David Gilmour (Pink Floyd), Ian Paice (Deep Purple) y del sesionista Mick Green para echar mano a canciones de Elvis Presley, Chuck Berry, Carl Perkins y Gene Vincent. Para redondear la idea, el disco se grabó en los estudios Abbey Road y se presentó en pub en el que forjaron su leyenda: “Volveré solo por una noche como un guiño a la música que siempre me ha emocionado. No puedo pensar en una mejor manera de rockear el fin de siglo que con una fiesta de rock ‘n’ roll en The Cavern”, escribió antes de la presentación del 14 de diciembre, con el que se cerraba un capítulo importante de su historia.
Paul McCartney: McCartney III (2020)
Mientras el mundo se detuvo, Paul siguió andando y durante la pandemia dio vida a su decimo octavo disco de estudio. Mientras arreglaba el jardín y cortaba la hierba, pergeñó un trabajo a la altura de su leyenda. En modo hombre orquesta y a 50 años de su primer trabajo en solitario, Sir Paul construyó puentes con su pasado y completó una trilogía con su apellido en lo más alto.
Como un artesano de canciones, Paul coqueteó con el rock industrial, exhibió su facilidad para la construcción de las melodías perfectas y dio prueba de su eterna insatisfacción compositiva. Y para entender esta aparente contradicción que resume su filosofía artística, publicó al año siguiente McCartney III Imagined, un trabajo de colaboraciones que lo ubica en un lugar diferente. Artistas diversos como Jeff Beck, Radiohead, Massive Attack, Queens Of The Stone Age o Beck visten las canciones de Paul y las hacen propias respetando un ADN. Y ratificando su sitial de músico clásico, ese que trasciende su propia obra y sabe captar como nadie el mundo que lo rodea
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