Su histrionismo, su ADN 100% de artista y su excentricidad son su carta de presentación. En los últimos años se resignificó, y hoy se autodefine como un resiliente de la vida: “Pensarme a futuro fue lo que me mantuvo en pie”, afirma Aníbal Pachano sin titubear. Porque de esa manera llegó a los estudios de Infobae: despojado de egos y sin ningún casete. Distendido y tranquilo, hablará de los políticos argentinos, asegurando que solo tienen una preocupación en mente: “¿Cómo te roban los sueños?”. Y se quejará entonces de tener que transitar su presente con dos muertos a cuestas: Perón y Néstor Kirchner.
Pero en esta entrevista íntima con Teleshow, Pachano también reparará en su infancia, recordará a sus padres y contará cómo fue que a los 12 años empezó a trabajar, debido a que su familia atravesaba penurias económicas, y se dio cuenta de que había un mundo totalmente distinto. Se trata del mismo hombre que de jueves a domingo presenta su obra en el Teatro Regina, que no por casualidad se llama Así... vuelvo. En las palabras que siguen, se comprenderá por qué.
—¿Quién es Aníbal Pachano y en qué momento de su vida se encuentra?
—Soy un arquitecto, un artista, una mezcla de todo un poco, un resiliente de la vida, como digo yo. Trato, desde chico, de pensarme a futuro y creo que eso fue lo que me mantuvo en pie.
—¿Cómo fue su infancia?
—Muy linda, pero en un momento se complicó porque mis viejos perdieron todo, entonces tuve que venirme a Buenos Aires. Tenía 12 años y ese fue el cambio más grueso y más movilizante, porque estaba entrando en el secundario. Más allá de que mis viejos me anotaron en el Manuel Belgrano, un colegio emblemático en su momento, me empecé a conseguir becas y buscaba la manera de poder tener libre la tarde también para poder trabajar… Eso fue lo que más me gustó de esta vida: esta cosa de poder rearmarme, siendo tan chico, y rearmar una historia familiar que para mí fue una manera también de devolverle a mis viejos todo lo que me habían brindado. Mi papá era muy grande, mi mamá tenía 20 años menos que él, o sea que fue un papá abuelo, porque ya venía de tres matrimonios, tenía nueve hijos en total, y yo fui el último varón. Era un personaje bastante particular porque era un niño medio llamativo, tanto desde el tamaño, porque era muy chiquito, muy flaquito, como desde lo social porque era muy metido hacia adentro. Yo me metí mucho en el dibujo, algo que mi mamá permitió, porque vio que pasaba algo distinto a lo que le pasaba a cualquier chico normal y me incentivó. Eso me permitió entrar en un mundo distinto y lograr cosas diferentes. Yo disfrutaba tanto de estar metido para adentro dibujando horas y horas y horas...
—¿Cómo se llevaba con sus compañeros?
—Muy bien. Nací en Tostado, Santa Fe. Ahí hice primer grado y casi mitad del segundo. De hecho, de ahí es mi mejor amigo: Horacio Nain, un odontólogo muy conocido. Eso me fue como marcando, como muchas cosas en el camino: mi primera maestra, esta historia de los dueños y protectores de la escuela donde empecé a aprender. Y la relación que tenía mi viejo políticamente con el medio, porque era jefe de toda la Policía de Santa Fe y un odontólogo muy conocido por cómo atendía, que eso me enorgullece. Mi viejo era un profesional de la hostia, recibido con todos los méritos, y políticamente un tipo muy comprometido, muy amigo de Frondizi. Se abocó a la política desde Tostado y luchó también, pero desde una lucha más inteligente, un poquito menos burda. Eso es lo que más valoro de él, más allá de que era un personaje. Imaginate que de sus nueve hijos me fui enterando a medida que venía a Buenos Aires: me encontraba con hermanos, nietos, sobrinos. Era una cosa rarísima de mi viejo…
—¿Y cómo se enteraba?
—Me iba enterando.
—No era que su papá se lo explicaba…
—No, se sentaba en el momento que se provocaba el quilombo. Como cuando en la primera vuelta a Buenos Aires, mientras yo jugaba con un autito con un nene de mi edad, de cinco años, empezamos a hablar y entonces me dice: “Yo me llamo Fulanito Pachano”. Y le digo:”¿Cómo que te llamás Pachano?”. ”Sí, yo soy el hijo de él”, me dijo, y señaló a mi papá, que tenía cara de póquer. Mi papá me agarra la mano y me lleva a pasear, tomamos el subte, bajamos en Callao y Corrientes, y me muestra, esquina por esquina, hasta el Luna Park, toda la historia de Buenos Aires, y en cada esquina había una historia vivida por él, de la que me hacía partícipe. Este es un viaje del que no me voy a olvidar nunca y lo llevo en el mejor recuerdo del corazón y de mi cabeza. Hasta que llega frente al Tabarís…
—¿Cómo se llamaba su papá?
—Juan Norberto Pachano. Y era una mezcla, así, como de un personaje. Había conocido a Eva (Duarte) en Junín; era muy amigo de todo el grupo de Aída Luz, Jorge Luz, de Fanny Navarro. Ese día, mientras me hace comer una porción de pizza, me fue contando quién era él dentro del Tabarís. Había sido como un dandy, uno famoso, porque mi papá era muy bonito, tenía una cosa masculina femenina muy particular. Me contó que era un cabaret sofisticado, cosa que muy pocos entendieron y lo entienden, un lugar emblemático para la época, era el cabaret de Buenos Aires, que no tiene nada que ver con los espectáculos, es esa cosa que conserva, esa unión que se provoca, esa comunión que tiene la vida nocturna y todos los tejes y manejes que hay, los trueques y no trueques, y las relaciones. Eso me encanta, porque yo soy un cabaretero nato: a mí me encanta la noche, salir, los suburbios, las bailantas, los lugares populares. Me parece que es ahí donde se ve al ser humano tal cual es, con lo bueno y con lo malo, y donde se desnuda un poco…
—Desde esa adolescencia hasta la actualidad, ¿cuáles fueron los momentos bisagra que lo convirtieron en este Aníbal?
—Primero, esa llegada a Buenos Aires. Luego, entrar en la Universidad de Buenos Aires a estudiar Arquitectura. Había elegido primero Ingeniería y me di cuenta de que no era mi vocación y me cambié a Arquitectura. Pero era una profesión que tiene su costo porque hay que tener un presupuesto elevado para estudiarla, y me las rebusqué. Me recibí con todos los honores y eso me permitió, entre los 18 y los 21 años, hacerme ya de un oficio maravilloso en paralelo a la universidad. Hice como una doble carrera.
—Comparándolo con el presente, ¿está muy distante su experiencia a la realidad de los jóvenes de hoy?
—Claro. Pero porque en la realidad se ha hecho una pobreza indigna, y creo que es más fácil tener burros para dominar que gente pensante, y por eso yo hablo de la resiliencia, no como algo relacionado solamente a una enfermedad, sino que tiene que ver con la resiliencia de la vida. Cuando vos tenés que comer, pagar cuentas y demás, vas a buscarte la manera, y mis viejos me mostraron cómo hacerlo: salir a trabajar de la mejor manera que se pueda. Por ejemplo, en la secundaria me presenté en una farmacia y fui cadete. Salía del colegio a las 13, y 13:20 estaba en el edificio Alas, donde estaba la farmacia. Ahí empecé a darme cuenta de que había un mundo totalmente distinto, que tenía que ver con el trabajo, con el respeto para con el otro, el entender qué significaba decir “Buenos días”, “Buenas tardes”, “Buenas noches”, “Gracias”, etcétera, etcétera.
—Me gustaría que esta entrevista la lean los adolescentes.
—Claro, para que sepan que hay que trabajar, que es la cosa más digna que hay, es el permiso a tu libertad, a poder ser una persona con la posibilidad de decisión sobre tu vida. Y sobre tu oficio, el que tenés que aprender, y que vas a tener que aprender un montón de oficios hasta llegar a tu oficio real, el que vos quieras desarrollar. Más allá de formarte intelectualmente también tiene mucho que ver con cómo vos te formás. Y no importa si naciste en un hogar divino con todas las cosas que un chico debería tener, como lo tuve yo, porque de golpe me quedó una valija y un televisor, y así llegué a Buenos Aires con mis viejos. Por eso, en mi espectáculo, se muestra un poquito la valija llena de ilusión y de recuerdos.
—Mencionó a su espectáculo. ¿De qué se trata Así... vuelvo?
—Muestro y voy contando un poquito la historia de toda mi carrera, desde el lugar más positivo que tengo, porque tuve una carrera positiva, todos mis logros fueron positivos. Así... vuelvo tiene que ver con acordarme de mi llegada, de mis principios, de cuáles son mis emociones, cómo te hago viajar por una historia donde el espectador pasa por millones de estados, llora, se ríe, se divierte, se conmueve, se obnubila por una puesta en escena impresionante, con 13 artistas maravillosos, que son la nueva generación, que es lo que yo quiero formar y he formado durante muchos años. He aprendido de todos los grandes que tuve alrededor a ser un niño despierto, ávido de aprendizaje, ávido de afecto, y siento que se puede, que no es imposible. Por eso digo que cuando se habla de la pobreza de este país me refiero a que se ha hecho una pobreza indigna políticamente, no porque la pobreza sea indigna, pobres va a haber en todo el mundo. Pero los pobres también tienen la posibilidad de ser personas comunes y corrientes que puedan transitar una vida con respeto, con educación…
—¿Y por qué no lo son?
—Porque les obligan a no serlo. Porque me parece que la política en estos últimos 40 años… A mí no me la contaron, yo la vi. Como escuché y pude vivenciar e intelectualizar lo que se vivió antes del 55 por mis viejos, por cómo podían admirar a una persona pero a la vez criticarla, como es el caso de Eva: mi papá la admiraba pero también podía criticarla. Como mi mamá, una persona que tuvo un arte y un oficio que le nació, igual que mi abuela, una india de Santiago del Estero, que aprendió a leer y a escribir porque le pedía a su compañera de vivienda que le enseñe. O sea que uno puede. Cuando vos sos chico tenés que tener un cierto mini canal de permiso, y yo creo que mucha gente que vive hoy en la pobreza tiene las mismas ilusiones que tengo yo.- Y creo que eso es lo que hay que rescatar: hay que luchar para que la ilusión de un niño no se pierda. Por ello es que a los 67 años puedo terminar un espectáculo agradeciendo a que mis viejos me permitieron no perder el niño que llevo adentro. Lo que más me preocupa, además de la pobreza indigna, es que se ha generado que con este Boca - River constante, con la supremacía de un partido político, entre comillas, mayoritario, estemos viviendo de un muerto. Yo nací con un muerto a cuestas, Perón, y transito ahora un muerto que fue Kirchner, que no vamos a hacer los puntos de comparación… Mis abuelos, tíos, primos, todo el mundo en Santiago del Estero, donde no había agua, antes de ir a almorzar o de cenar se bañaba y se ordenaba. Era pobre, vivía en un rancho, en el típico rancho de Santiago del Estero, de piso de tierra atizonada, maravillosamente encerado por tizón. Éramos pobres con dignidad, con auto educación. Por eso yo me pregunto: ¿cómo una persona que está a cargo de la educación de este país tiene ese aspecto de roñoso? (Roberto) Baradel, un impresentable de la educación argentina. Lo que no se están dando cuenta todos estos señores es que hay una juventud que viene y que los va a arrasar y los va a pasar por encima, porque ya está...
—¿Siente eso?
—Sí.
—¿En dónde lo percibe más?
—En los pibes que están calladitos, que parece como que están en otro mambo, pero el dinosaurio tiene un tiempo, cumple un ciclo, y estos dinosaurios que nos manejan, mi generación de gerontes, insoportables, trabados, infelices, sin creatividad, que tienen un solo pensamiento: “¿Cómo te robo los sueños?”.
—¿No le gustaría ser político?
—Hay momentos que pienso que sí. Pero la política le generó a mi familia la pobreza, porque mi papá dejó todo, puso toda la carne al asador por su ideal, y no le fue bien a él ni a todo el equipo. El único presidente que terminó en cana fue Frondizi; el resto, está vivito y coleando. Y se robaron un país, se vienen robando el país hace añares.
—La política argentina.
—Tremenda. Y la mundial…
—¿Qué dibujito le representa Alberto Fernández?
—Chirolita.
—¿Cristina?
—Cruella de Vil.
—¿Sergio Massa?
—Panqueque.
—¿Máximo Kirchner?
—No sé qué es ese chico, no… ¿Estudia?
—De toda la política que tenemos, que heredamos, ¿a qué político rescataría o rescata?
—¿De los que ya estuvieron?
—De los que están ahora, los nuevos, los viejos, en general.
—Mirá, hay gente que es interesante, Rogelio Frigerio, Emilio Monzó. Son distintos. Horacio Rodríguez Larreta me gusta. Patricia Bullrich en algunas cosas sí, en otras no. Javier Milei, si se tranquiliza un poco, tiene cosas interesantes para decir o pensar…
—¿Lo nota muy excitado a Milei?
—Sí. Y con tanta adrenalina no podés sedimentar.
—¿Eso es adrenalina o es ego?
—Una mezcla. Bueno, ya con ese peinado te tenés que dar cuenta de que es un egocéntrico. Por eso te lo digo: yo a los políticos les hago la caricatura pero no tienen humor, porque si cada uno asumiera el rol o el papel que juega seríamos diez veces más divertidos. Pero acá se ofenden, acá no asumen mirarse en el espejo y decirse: “Estoy siendo tal cosa”, y no estoy insultando ni faltando el respeto. Milei es como un plumero exorbitado por cómo tiene los pelos, desordenados. Cada uno tiene lo mejor y lo peor, lo creativo y lo no creativo, lo buena persona y lo mala; ahora, si nos creemos que somos todos divinos y que estamos todos espléndidos, ahí tenés al Congreso Nacional y a la Casa Rosada, que no importa quién esté. Lo que sí importa es que no sean mentirosos con ellos mismos. Eso sí quiero que lo recalques, porque son mentirosos con ellos mismos.
—¿Se mienten?
—Obviamente, y te van a hacer creer la mentira.
—¿Psicópatas?
—Psicópatas. Y creo que hay un montón de gente que por ahí no se ven, pero que están haciendo cosas, que trabajan, que tienen otro objetivo. Los buenos pensamientos se pierden en estas cosas que hay que solucionar, los problemas judiciales, etcétera. A mí me ha pasado como artista que en una inmediatez estas metido y metido y enrollado, llega un momento que te sobrepasa. Y un día me vi por televisión y me odié, y dije: “Hasta acá llegué”. Hasta acá se llega con esto, y a partir de eso…
—¿Recuerda qué fue lo que vio y odió?
—Sí, me vi grabado en un programa de Bendita.
—¿Y qué vio?
—Soberbia, creía que era el dueño de la cámara, me creía que era el dueño de poder hacer lo que quería, dormirme, tirarme al piso, tirarme a la pileta, salirme de la cámara. ¿Y quién soy yo más que una persona común y corriente?
—¿Le dio vergüenza verse?
—Obvio, ahí aprendí que la mediatez no es interesante, es copada en el sentido de que está rebueno que la gente te conozca, pero que te conozcan por las buenas acciones.
—¿Piensa que ahora la gente prefiere ver a este Pachano?
—Sí. La gente a mí me acepta como soy porque soy transparente. Yo te cuento esto que fue un momento malo, como también te cuento que me comí un garrón cuando se hizo público lo del VIH, que en algún aspecto voy a reivindicar, porque sirvió para que mucha gente se enterara de que existe y que se tenga la autoridad para decirle el VIH, el COVID, la viruela, el sarampión, todos negociados…
—Cuando se difundió su enfermedad ¿cómo lo vivió?
—Una traición, las cosas que se hablan en privado se mantienen en privado, pero esas son éticas y es educación, eso ni mi mamá, ni mi papá, ni mi abuela de Santiago del Estero en piso de tierra lo hubieran hecho.
—¿Quién lo traicionó?
—Ya sabemos quién. (Graciela) Alfano. No le vamos a dar prensa. Esos son ejemplos de gerontes equivocados. Yo quiero pertenecer a los gerontes que todavía tienen para enseñar y dar amor.
—¿Cómo es usted como padre?
—Creo que bien, qué sé yo.
—¿Lo cambió la paternidad?
—Sí, me pateó la cabeza. Porque cuando me lo dijo Ana (Sanz, la mamá de Sofía Pachano), lo primero que me pasó por la cabeza fue miedo y dije una barrabasada: “Yo no sé si estoy preparado”. Me acuerdo de que Ana se enojó, pero yo dije una verdad, porque no estaba preparado, y eso no significa que sea por maldad, sino es admitir algo que me sorprendió que me estuviera pasando.
—¿Por qué no estaba preparado?
—Porque sentía que estábamos en otro momento, la vorágine del laburo y haciendo un montón de cosas y demás, y dije: “Ser padre, ¿ahora?”. Y después, en el transcurso del embarazo, me di cuenta de que iba a ser lo más maravilloso, que eso me iba a cambiar la vida, que seguramente era un antes y un después, pero no por un día, por muchos años, como es ahora, ya 33 de Sofía, es una cifra interesante, casi la mitad de mi vida.
—¿Cómo fue pasar de ser el esposo de Ana a contar su homosexualidad?
—Es que yo no soy homosexual. Yo soy, en tal caso, bisexual.
—Bisexual, perdón.
—Masculino, femenino, en singular. Que a todos les preocupa… Todos los seres humanos tenemos dos partes: masculina y femenina. Se actúa de acuerdo el momento y se siente de acuerdo al momento, pero cotidianamente todo el tiempo estamos siendo masculinos y femeninos en las acciones, que eso es lo que a la gente no le cae la ficha. Yo lo vivo naturalmente… Cuando estoy o he estado con Ana como mi mujer, yo no necesité otra historia. No soy de historias en paralelo.
—¿Nunca tuvo una historia en paralelo?
—No. Por eso, si mi papá tuvo tres, imaginate con nueve hijos, eso es lo que menos iba a repetir.
—Habla de sus padres con mucha emoción, profundo agradecimiento.
—Tremendo.
—¿Qué dirían ellos hoy de usted?
—Estarían orgullosos.
—¿Qué les diría hoy a ellos?
—Gracias, mil gracias. Y a mi mamá la extraño muchísimo: hace 33 años que no está y es como si estuviera acá.
—¿Qué extraña de ella?
—Su oreja, que me permitía tocársela todo el tiempo. Y su paz y su fuerza.
—¿Le da miedo la muerte?
—A mí no me gusta el estadio final. Lo viví: mi papá se murió en mis brazos. A mi mamá la pude ver el último minuto que estuvo lúcida, y también me pude despedir. Me acuerdo de que le dije: “No te vayas, disfrutá de tu nieta”, a la que le había dejado un ajuar maravilloso, hecho por sus manos, y en ese momento se le corrió una lágrima y me di cuenta de que escuchó. Esa fue la despedida. Y antes de cerrar el cajón, su oreja estaba blandita.
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