Keanu Reeves: el hombre que aprendió que las tragedias se atraviesan, pero nunca se superan

Es una de las grades estrellas del cine de acción. Pero detrás se encuentra una vida de resiliencia

Keanu Reeves en la alfombra roja de The Matrix Resurrections, en San Francisco (Foto: REUTERS)

Esta nota se inicia con un final. O más bien con su spoiler, correspondiente a la última escena de una magnífica película: Punto límite (Point Break).

Allí, el agente Johnny Utah -interpretado por un Keanu Reeves que lograría su consagración- consigue esposar a Bodhi -un Patrick Swayze en su madurez actoral- luego de una feroz pelea a puño limpio. Están en la playa, en medio de un temporal, frente a un mal bravío con olas colosales. Es un hecho: ese maleante irá a la cárcel, capturado por aquel policía. Pero claro: ante todo, Bodhi es amigo de Utah.

Entonces, le pide que lo deje ir. Le promete que se entregará luego de surfear la ola perfecta, el momento que esperó toda su vida. Johnny se sumerge en sus contradicciones, cavilando entre el deber y el querer, entre el destino inevitable y aquel que puede construir. Y lo mira. Se miran. Utah le quita las esposas. Bodhi toma su tabla y se pierde entre las olas interminables. Escuchando los reproches de los otros policías que llegan al lugar (”¡Lo dejaste escapar! Lo arrestaremos cuando regrese”), mientras camina en soledad por la arena espesa, Utah suelta una advertencia que es a la vez un lamento: “Él no regresará”.

Cuando el filme -un verdadero éxito de taquilla y un clásico de su época- se estrenó, a principios de los 90, la palabra soltar no se aplicaba casi como un mantra para definir a lo único que se puede hacer al enfrentar al dolor más profundo de un pérdida valiosa. O la partida de un ser amado. Y si algo le faltaba a esa escena para terminar siendo una alegoría de lo que sería la vida personal del propio Reeves, es la frase que Johnny le dice -en castellano- a Bodhi, tras liberarlo de las esposas: “Vaya con Dios...”.

Porque tristemente el tiempo le daría la razón, tanto a Utah como a Keanu.

Nace una estrella

Keanu Reeves, adolescente

Keanu -“brisa fresca sobre las montañas” en hawaiano- se asomó al mundo el 2 de septiembre de 1964 en el Líbano. Su padre, Samuel Nowlin Reeves, era un geólogo oriundo de Hawai, y su madre, Patricia Taylor, era una británica que se desempeñaba como diseñadora de vestuario y corista en un casino de Beirut.

Su infancia no fue nada sencilla y tal vez por esto es que se refugió en el arte, en la actuación. Comenzó su carrera con tan solo nueve años haciendo teatro, siendo parte del elenco de la pieza Damn Yankees. A los 15 cumplió un sueño al protagonizar Romeo y Julieta.

Hablar de sus primeros años es recordar el desamor por parte de su padre. Nunca estuvo muy presente y la relación no era la ideal. Cuando Keanu tenía tres años, el hombre decidió abandonarlos. Hasta ese entonces iba y venía, pasaba varios días lejos del hogar sin que nadie supiera de él. Y cuando estaba, no hacía más que maltratarlos, física y verbalmente.

Sin dar mayores explicaciones, un día Reeves junto sus cosas y se marchó, dejando a toda su familia a la deriva. En ese entonces la madre de Keanu se tuvo que hacer cargo de todo, aún con el poco tiempo disponible por la cantidad de horas que le dedicaba al trabajo, para que a Keanu y su hermana Kim no les faltara nada.

Con el actor ya incursionando en la actuación, a los 17 años decidió dejar el colegio para dedicarse de lleno a su pasión. La familia ya se había mudado a los Estados Unidos. Su mamá se puso en pareja con un norteamericano que los ayudó en sus inicios. Así fue cómo ese adolescente que soñaba con ser una estrella viajó a Los Ángeles para probar su suerte. Como el dinero que ingresaba no era mucho, también realizó publicidades para cubrir sus gastos.

Keanu Reeves con Sandra Bullock en Máxima velocidad

El éxito no tardaría en llegar. Para hablar de sus trabajos no hace falta ser un fanático y de ese modo recordar, además de Punto límite, Máxima velocidad, El abogado del diablo, La casa del lago y Constantine, entre otros tantos títulos. Y sobre todos ellos, la saga de Matrix.

Retomando su vida dramática, a los 13 años vio por última vez a su papá. Mantuvieron una charla profunda y durante una década no supo más de él. Reapareció en los 90, cuando fue el hombre quien volvió a buscarlo, pero desde otro plano. Keanu ya era famoso cuando Samuel Nowlin cayó preso por comercializar cocaína y ser parte de una banda de narcotraficantes. Y recurrió a su hijo, ya una figura reconocida del cine, para que lo ayudara.

La adolescencia tampoco le resultó sencilla, ya que la inestabilidad laboral de su mamá los obligaba a mudarse continuamente de una ciudad a otra. Incluso, de un país a otro. Algunos hasta creen que Reeves es australiano, ya que vivió mucho tiempo en Sídney. Esta dinámica nómade le trajo inconvenientes en la escuela: no alcanzaba a afianzarse, a hacerse de amigos, cuando una vez más le tocaba armar las valijas.

Esta circunstancia no fue nada comparado con la pérdida de seres amados. El dolor ha sido tan grande que Keanu ha contado en varias ocasiones que ya no necesita de la felicidad para poder vivir. Aprendió a prescindir de la dicha para continuar adelante.

Keanu Reeves en Matrix

Las tragedias

La muerte se le presentó en más de una oportunidad a Reeves. Y lo hizo desde muy temprano. El primer dolor fue en 1993, cuando murió el actor River Phoenix, su gran amigo, el hermano del alma. Keanu ha contado que no forma muchas amistades porque le da una gran importancia a esa palabra, y cuando alguien llega a ocupar ese rol en su vida es porque realmente lo siente.

A Phoenix lo conoció en 1989 mientras filmaban la comedia de humor negro Te amaré hasta que te mate. En los momentos libres conversaban, se sintieron identificados con sus infancias difíciles, de mudanzas sistemáticas, y eso hizo que surgiera una empatía que los unió fuertemente. “Hasta ese momento, prácticamente no tenía amigos en la industria porque no había conocido a nadie con quien quisiera pasar el rato en privado. Es más fácil para mí separar mi vida privada de mi vida laboral”, había manifestado en su momento Reeves. Este pensamiento lo mantiene hasta el día de hoy.

Keanu Reeves y River Phoenix

Al tiempo de la partida de River volvió a trabajar, embarcándose en proyectos que mantenían su cabeza ocupada. En en 1998 conoció a la actriz Jennifer Syme. Fue amor a primera vista, y eso se vio reflejado en los pasos que tomaron juntos. La convivencia no tardó en llegar, ni tampoco las ganas de formar una familia. Y entonces, de nuevo la oscuridad.

En la Navidad de 1999 Jennifer, que transitaba un embarazo de ocho meses, sintió un fuerte dolor abdominal que le impedía mantenerse en pie. Keanu la llevó de urgencia a un hospital, donde nació su beba, a la que llamaron Ava Archer. La pequeña apenas alcanzaría a vivir un par de horas y murió. Syme y Reeves no solo no pudieron asimilar el golpe: tampoco pudieron afrontarlo juntos. Al tiempo se separaron, pero siguieron frecuentándose, ya como amigos.

El 1 de abril de 2001 la actriz tuvo un accidente volviendo de una fiesta en la casa de Marilyn Manson. Su camioneta chocó contra tres autos, y murió en el acto. Tenía 28 años. Keanu estuvo presente en el velatorio y se encargó de portar el cajón en el cementerio, donde el cuerpo de Jennifer descansa junto al de su beba.

Jennifer Syme y su hija descansan juntas en un cementerio de Los Ángeles

En los 90, la década de gloria de Reeves en lo profesional, también acompañó a su hermana cuando Kim fue diagnosticada con leucemia en 1991. Batalló contra la enfermedad hasta el 2000, cuando finalmente pudo superarla.

“El duelo cambia de forma, pero nunca acaba. Lo único que puedes hacer es esperar que el duelo se transforme, y en lugar de sentir dolor y confusión, exista consuelo y placer allí, no solo pérdida. La gente tiene la idea errónea de que puedes lidiar con esto, pero se equivocan. Cuando las personas que amas no están, estás solo”, dijo alguna vez Keanu Reeves respecto a tanto dolor vivido.

Se trata de aquel hombre que, siendo muy joven y en la ficción, entendió que en medio del temporal debía dejar ir a las personas amadas. Aun comprendiendo cuál era el fatídico destino. Sabiendo que ya nunca recuperaría la sonrisa. Y comprobando que el único sendero posible lo conduciría por la arena espesa, en soledad.

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