Su irrupción en el mundo del espectáculo fue breve, fugaz, pero alcanzó para abrir una brecha, para marcar un camino a recorrer. Cris Miró fue la primera travesti en ser aceptada masivamente por el público. Después de ella, vendrían muchas más. Pero fue ella la primera en protagonizar una obra en la calle Corrientes, por fuera del circuito comercial. Y fue ella, gracias a su imponente figura y su histrionismo, quien en 1995 logró ser considerada La Vedette del Año, a pesar de no haber nacido mujer.
Figura emblemática de los años ’90, prácticamente no pudo disfrutar de esa apertura que había logrado… Tan sólo cuatro años después de haber llegado a la fama, y con apenas 33 años, Cris Miró murió, envuelta en el más profundo de los misterios y en el más absoluto de los silencios.
El jueves 20 de mayo de 1999 la primera trans en triunfar en nuestro país entró caminando al sanatorio Santa Isabel, del barrio de Caballito. Era su tercera internación en menos de seis meses y casi no podía hablar. Tenía fiebre, alergia y fuertes dolores en el pecho. A pesar de haber entrado a la clínica por sus propios medios, estaba débil, había perdido varios kilos y su contundente 1.85 de estatura se notaba más demacrado que nunca.
Como en sus otras internaciones, todo era hermetismo. Ni sus allegados ni los médicos que la asistían querían explicar cuál era la misteriosa enfermedad que estaba afectando a la vedette del momento.
Miró quedó internada en la habitación 307 de la clínica bajo estrictas medidas de asepsia debido al bajo nivel de sus defensas. Un cartel escrito a mano prohibía la entrada al cuarto de cualquier persona que no estuviera autorizada. Sólo su madre, Hilda de Virgues, podía visitarla, pero antes de ingresar a la habitación debía ponerse un ambo y barbijo.
En 1997, cuando se encontraba en la cúspide de su carrera y ya había sido considerada La Vedette del Año, una internación en el Hospital Fernández -donde trabajaba su hermano mayor, Esteban- provocó la primera gran preocupación.
En aquellos días, familiares y amigos de la actriz y bailarina dejaron trascender que la travesti había sufrido una afección pulmonar. Sin embargo, fuentes extraoficiales indicaron que un análisis de HIV le había dado positivo. Lo cierto es que desde aquel momento su vida alternó entre actuaciones y visitas a los médicos.
En septiembre de 1998 Cris Miró debió someterse a una larga serie de análisis. Según ella, había consumido agua contaminada, lo que le provocó una intoxicación que le afectaba los glóbulos rojos y le consumía las energías. Por primera vez la chica trans que había triunfado en la calle Corrientes se atrevía a hablar sobre las versiones de su enfermedad, pero fue terminante: "No inventen más, no tengo Sida", dijo.
Pocos meses más tarde, a comienzos de 1999, mientras realizaba un unipersonal junto a dos strippers por la Costa Atlántica, la vedette sufrió una inflamación lumbar provocada por un mal movimiento. A partir de ese momento debió infiltrarse para poder seguir actuando, pero en medio de la gira no soportó más el dolor y decidió internarse en una clínica en Mar de Ajó. Por tal motivo, canceló todas sus presentaciones, y luego regresó a Buenos Aires para someterse a estudios clínicos. Su salud no estaba bien y comenzaba a preocuparse.
El 22 de febrero ingresó al Sanatorio Del Norte para que los especialistas le hicieran un diagnóstico de la lesión óseo muscular: le realizaron una tomografía computada y una resonancia magnética. Cris Miró pensaba que sería sólo un trámite, pero los médicos ordenaron una internación urgente.
Luego de varios días internada fue dada de alta, pero debió seguir un estricto tratamiento ambulatorio que incluía reposo, control médico continuo y la aplicación de antiinflamatorios. A pesar que le faltaban dos materias para recibirse de odontóloga, ese año por primera vez desde que había entrado a la facultad, no se inscribió para cursar y también dejó de lado las ofertas de trabajo en teatro y presentaciones en vivo.
El jueves 20 de mayo de 1999 la vida de Cris Miró entró en un cono de sombras: postrada en la cama de una habitación privada, pasó sus últimos días en compañía de su madre. El jueves 27 todos intuyeron que su vida estaba cerca del final: le habían bajado demasiado las plaquetas y un cáncer linfático comenzaba a hacer estragos.
Esa noche tuvieron que realizarle una transfusión de sangre y el sábado 29, otra más de urgencia. 48 horas después, el lunes 31 de mayo, tal vez como último deseo, con el hilo de voz que le quedaba, pidió que le sacaran el suero para poder descansar en paz.
A la mañana siguiente, el martes 1° de junio de 1999, Cris Miró entró en estado de coma irreversible. A las 2.10 de la tarde su corazón no aguantó más tanto sufrimiento y dejó de latir.
Tal vez por su juventud o por la velocidad en que la enfermedad la invadió, su muerte causó sorpresa y un enorme impacto. Era el momento del llanto la tristeza y la desolación.
Según los trascendidos, las causas de su muerte fueron por demás variadas y alimentaron un sin fin de rumores. Al silencio de los médicos que la atendieron se sumaron las versiones de sus familiares y amigos, quienes se ocuparon de afirmar que un cáncer linfático la había matado.
Por aquellos días la Comunidad Homosexual Argentina (CHA) comenzaba a reconocer la brecha abierta por ella. “Cris Miró sufrió la peor de las enfermedades: la discriminación. Sin embargo tuvo la valentía de ser una persona que se enfrentó públicamente a la intolerancia, desde su trabajo y su arte”, destacaron desde el organismo.
Cris Miró había nacido el 19 de septiembre de 1968, con el nombre de Gerardo Elías. Su padre, Esteban Virgues, y su madre la mandaron a una escuela mixta que estaba enfrente de su casa, en el barrio de Belgrano. Pero cuando llegó al secundario, ingresó a un colegio al que sólo concurrían varones. Ya era toda una adolescente y fue por ese entonces que conoció a su primer amor: un chico alto, rubio y con buen físico, un año más grande que ella.
Su historia no fue fácil. Una tarde, su padre -oficial de la Armada- le preguntó qué le pasaba. A pesar de los temores de sus 16 años, le respondió con total sinceridad, contándole lo que sentía y lo que quería para su vida. Su papá, conmocionado por la noticia, sólo atinó a darle un abrazo, y le prometió que siempre la respetaría.
Gerardo empezaba a desaparecer y Cris Miró empezaba a surgir. Años después, cuando su padre estaba a punto de morir y ella ya era una de las vedettes principales del teatro Maipo, volvieron a abrazarse. Esa vez fue el papá de la actriz y bailarina quien le pidió que cumpliera con una promesa: nunca faltaría al teatro.
En 1993, Juanito Belmonte la descubrió en un cóctel. Dos años tardó en saltar a la fama. En 1995, su espectacular figura y sus enormes ojos verdes, la llevaron a consagrarse como La Vedette del Año. Aunque lo suyo era el perfil bajo, las polémicas no tardaron en explotar. Era el costo que debía pagar por abrir una senda.
"A pesar de que nací con un determinado sexo, que hace que tenga documentos con nombre y género de hombre, lo más importante es lo que yo siento. Soy una sola persona, y eso es lo que a mí me importa. Eso de los opuestos lo ven los demás. Yo lo vivo de una sola manera", decía Cris Miró.
El miércoles 2 de junio de 1999 a las 10 de la mañana, sus restos mortales partieron de la casa velatoria hacia el Cementerio de la Chacarita, donde fueron cremados.
Aunque nunca levantó pancartas, ni tampoco hizo proselitismo, siempre reivindicó la libertad sexual y luchó para ser reconocida como persona. Nunca le gustaron los encasillamientos: travesti, mujer, hombre. Ella prefería que la calificaran de artista, y ese fue su gran mérito, haber traspasado esa frontera que ubica a lo travesti con lo marginal, y lograr ser aceptada por la sociedad.
Esa misma sociedad, que cuando llego el momento del ultimo adiós, se acercó a despedirla, brindándole en un aplauso cerrado, todo su afecto y el mayor de los respetos.
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