En 2018 durante su visita a PH, Podemos hablar, el periodista Carlos Bebe Contepomi contó una conmovedora historia de su numerosa familia. Hijo de Carlos y María Elena, creció en San Isidro junto a sus siete hermanos, entre el colegio Cardenal Newman, el rugby y sus primeros escarceos con el rock. Un día la tragedia golpeó a la familia, cuando un matrimonio muy amigo de sus padres falleció en un accidente de avión. Cuatro hijos quedaron huérfanos y vivieron un tiempo con su abuela. Hasta que una noche, papá Contepomi reunió a la prole para hacer una consulta importante. “Hablé con Mechi, la más grande de los Villegas, la idea es que se vengan a vivir con nosotros”, planteó. Los hermanos no tuvieron que pensarlo demasiado. “Cuando terminó la frase todos levantamos las manos y dijimos que sí”, expresó el conductor, dando inicio a una nueva vida.
Desde entonces, los hermanos pasaron a ser doce, como los apóstoles. Y no hubo más apellidos sino esos lazos de hermandad que son más fuertes que los de sangre. “Me llevo mejor con algunos Villegas que con algunos Contepomis”, se permite bromear el creador de La Viola para graficar la situación. Y el viernes pasado, durante su visita a Diego Leuco en Radio Mitre para el programa La tarde de Diego, volvió a referirse al asunto.
Luego de hablar de otros Contepomis famosos, como los expumas Felipe y Manuel, el Bebe hablaba con el conductor y su equipo sobre quién era el hermano más famoso. Y en el repaso apareció el nombre de otro hermano, muchos menos mediático pero con una hermosa historia para contar. “No sé si es el menos famoso, pero es el mejor, lejos”, reconoció el conductor en referencia a Juan Pablo, Juampi, su hermano sacerdote. En el programa se tentaron de preguntarle si alguna vez se había confesado con él, conocedores de la vida del Bebe ligada a los pecados del rock, pero el conductor esquivó con estilo: “Juan Pablo ya me perdona antes de hablar”, aseguró y dio algunos detalles de la vida del Contepomi célibe.
Contó, por caso, que es un admirador de la obra del Cura Brochero, y por eso vivió mucho tiempo en Córdoba, siguiendo la obra del sacerdote en las sierras. “Ahora se volvió y está en una parroquia en Merlo”, agregó contento de tenerlo más cerca, viendo cómo la familia de a poco vuelve a reunirse ya que Felipe también emprendió la vuelta desde Irlanda donde residía para asumir como entrenador de Los Pumas.
“Los educamos para ser libres” fue lo que escuchó Juampi cuando le contó a sus padres que iba a seguir el camino de la fe. En 1993, viajó a Calcuta para ver de cerca la obra de la Madre Teresa ”El poder percibir y ver lo que Dios había hecho en la Madre Teresa, su disponibilidad a acoger, cuidar, sobre todo en la casa de los moribundos, estando allí tuve la intuición de hacer lo mismo en la Argentina”, contó en una entrevista en Radio María.
Al año siguiente se hizo devoto del cura Brochero y durante once años fue párroco en la Parroquia San Pedro y San Pablo de Olivos. Con las enseñanzas recogidas en la India, en 2002 fundó el primer hospice del país y en 2008 crea la fundación Camino a Jericó, la cual tiene por misión “Asistir, acompañar y promover a las personas adultas en situación de calle o en estado de abandono, para lograr juntos la recuperación de su dignidad”.
Pero antes de abrazar definitivamente la fe, Juampi tenía todo para seguir el camino de los mellizos. “Cuando tenía 18 años jugaba al rugby en Newman y era un crack total”, contó Bebe en la radio. Pero lo que llamó la atención fue su romance adolescente con una joven que sería una de las figuras más importantes de la televisión: “Estaba de novio con Millie Stegman, la actriz. Y un día dijo ‘entro al seminario’ y dejó todo”, acotó el conductor.
En ese momento la periodista Karina Iavícoli puntualizó que Millie, retirada hace un tiempo de los focos del espectáculo, también había experimentado un camino espiritual. “¿Se alejó de los medios también por eso?”, indagó. Y fiel a su estilo, un poco en serio pero con un dejo de ironía, el Bebe respondió: “Sí, tendrá algo que ver seguramente la historia”.
Millie Stegman conoció la popularidad en 1994 como la contrafigura de Andrea del Boca en Perla Negra. En 1997 protagonizó Naranja y media junto a Guillermo Francella y allí se topó con la masividad. Y en el 2008, con el Bailando por un sueño, se expuso al escándalo mediático con un inesperado romance con La Tota Santillán, en una época donde todo parecía un inocente juego de niños.
Pero un día Milagros -como la conocían en su Coronel Pringles natal- se bajó del escenario de una manera tan sigilosa que pocos repararon en su ausencia. Hasta que la prensa la halló en 2012 cuidando los jardines del Hospital Rivadavia. “Es algo que surge del amor, no lo hago para que se me reconozca por eso -declaró Millie-. El servicio nace de mi creencia en Dios. Además, me encanta trabajar en jardinería y con las plantas. Ese es mi trabajo. Y también rezar”.
Milagros era católica aunque no practicante. “Pero el Espíritu se manifestó y me consagré al Señor y la Virgen”, dijo sobre su experiencia mística frente a la Virgen del Cerro, en Salta. “Escuché el llamado…”, precisa sobre ese día, del que ya pasaron más de quince años. Y en consecuencia Millie dejó de atender otros llamados: los de aquellos productores que le ofrecían trabajo en una televisión que la tuvo como protagonista en décadas lejanas. Y de alguna manera, la volvió a unir con aquel joven de San Isidro, que cambió las canchas de rugby y las novias adolescentes por una vida ligada a la fe.
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