“Cosas veredes, amigo Sancho, que farán fablar las piedras”, es una conocida expresión que equivocadamente se le atribuye al Quijote de Miguel de Cervantes, y que sirve para señalar la perplejidad que nos invade al ver algunas de las cosas que ocurren a nuestro alrededor y que cuesta creer. Semejante introducción -le pido paciencia al lector- es porque al conocer la historia de Mary Cosby no se puede menos que exclamar “Cosas veredes”.
Cosby se hizo famosa en Estados Unidos no tanto por su participación en Las verdaderas amas de casa de Salt Lake City, un reality muy exitoso, sino por su particular historia de vida. Su abuela le legó su fortuna con una condición: casarse con Robert Cosby, su abuelo adoptivo.
En el año 2020 comenzó a emitirse Las verdaderas... El programa sigue la vida tan elitista como poco convencional de seis mujeres que habitan su propio mundo de casas inmensas, compras extravagantes y artículos de lujo. Al verlas moverse en ese mundo o burbuja tan exclusiva no se puede menos que recordar eso de que el lujo es vulgaridad. Sin embargo, quizás por lo lejano a la realidad de la mayoría de los mortales, lo cierto es que el programa atrapa. Hubo varias versiones en distintos países. Una se emitió en Inglaterra y la protagonizaban esposas de futbolistas. En Australia se filmó con mujeres de la alta sociedad, y se replicó con amas de casa millonarias de Miami, New Jersey y, obviamente, Beverly Hills.
Con el formato en plena vigencia surgió la versión de Salt Lake City. Esa ciudad de Utah se caracteriza por ser el centro de la religión mormona en los Estados Unidos. Para los productores resultaba atractivo mostrar cómo las participantes se las arreglarían para equilibrar peleas internas y extravagancias con sus creencias religiosas. Eligieron tres mujeres mormonas, una de la comunidad judía, otra musulmana y a Mary Cosby, que se presentó como miembro y jefa de una megaiglesia pentecostal, cargo que, se sabría después, no le llegó por fe, ni por un cónclave ni por obra del Espíritu Santo, sino por herencia familiar.
En el programa, Mary pronto se hizo notar. Mostraba pasión por consumir ropa de grandes diseñadores pero una especial adicción con la marcha Chanel. Abría sin prurito su guardarropa repleto de prendas costosísimas. Mary no solo era dueña de kilos -toneladas- de ropa, también de mansiones en Utah, Nevada, Nueva York, Indiana y Florida, varios restaurantes y una cadena de peluquerías.
Los problemas económicos no eran parte de su vida, como pronto lo demostró ante las cámaras. Quería regalarle algo bonito a las otras participantes. Pero claro, su billetera no es la de un trabajador independiente ni la de un operario común; la de ella es la de una millonaria. Así que les compró esos zapatos que se caracterizan por su suela roja y precio exorbitante. Cada par le costó 1.300 dólares. En total gastó 7800 dólares.
Ante tanto derroche la audiencia no podía menos que preguntarse cómo había hecho la plata Mary. Descartado haber ganado la lotería, inventar una app, descubrir un pozo petrolero en su casa o estar casada con una estrella de la NBA, quedaba una posibilidad: ser una rica heredera. Y sí, Mary lo era.
Según aseguraba, en 1960 su abuela, Rosemary Redmon Mama Cosby, tuvo una visión que la hizo instalarse en Salt Lake City con sus cuatro hijos. Muy religiosa, trabajaba como empleada doméstica y en sus ratos libres misionaba casa por casa con la iglesia pentecostal. Cuatro años después fundó la Iglesia Pentecostal Faith Temple y levantó un templo propio. El lugar se distinguía por el increíble coro gospel y la fuerza de su pastora. Convincente, comenzó a recibir donaciones que usó para crear centros de enseñanza, una radio y una productora de gospel entre otros emprendimientos. Poco a poco amasó una pequeña gran fortuna. En 1975 se casó con el obispo Robert C. Cosby, 20 años menor. Estuvieron juntos hasta el 4 de enero de 1997, cuando Rosemary falleció.
La familia lloró a la matriarca, pero llegó el momento de leer el testamento. Así que marido, hijos y nietos guardaron lágrimas para escuchar con atención a quién le legaba Rosemary su fortuna/imperio. La elegida para ser la nueva cabeza espiritual de la iglesia de Rose fue Mary. Alegría, felicitaciones, quizá alguna miradita de envidia disimulada. Todo parecía bien, pero había un detalle. Para poder heredar, Mary debía casarse con Robert Cosby, su abuelo adoptivo. Su abuela le había legado no solo su fortuna, también a su esposo.
Si bien Robert no tenía ningún lazo biológico con su nieta, la relación impuesta por la difunta esposa no dejaba de ser extraña. En una de las emisiones, Mary intentó explicar un poco por qué su abuela le legó al marido. Aparentemente no lo hizo por maléfica sino por previsora. “Como Robert era dos décadas menor que ella, mi abuela sintió que le había robado la juventud. Por eso le prometió: ‘Si alguna vez pasa algo, quiero que te cases con una de mis chicas, porque sé que te serán leales y te tratarán bien como tú me trataste a mí’”.
Se casaron apenas un mes después de la muerte de la abuela. Mary no estaba muy segura pero “Rosemary quería que lo hiciera, así que la obedecí. Confié en cada palabra de ella”. Y también en los millones que heredaría, agregaría algún malicioso. Se podría pensar que ante un matrimonio impuesto, ambos conyugues simplemente mantendrían las apariencias. Muerta Rosemary, salvo que desde el mas allá le mandara a la pareja una plaga bíblica o un rayo que los partiera, no había mucho más que la difunta pudiera hacer. Sin embargo la nieta logró amar al marido por herencia y abuelo por destino. Según cuenta, le llevó dos años y “orar mucho”. Créase o no hace, desde hace dos décadas la pareja está unida. Además, tienen un hijo.
Aunque enamorada de su exabuelo adoptivo, actual esposo y padre de su hijo, Mary admite que duermen en cuartos separados y hace años que no mantienen relaciones sexuales entre ellos -no aclaró qué pasa con el rubro “otros”-. Afirma que los matrimonios pueden ser “duros, horribles, una verdadera pesadilla”, pero que el de ella es “hermoso”. Creerle o no es una cuestión de fe.
Además de su matrimonio entre atípico y controversial, Mary despertó polémica como líder de su iglesia. A los feligreses les pidió que no la llamen ni diosa ni diosito sino directamente “Dios”; eso sí, les explica que lo suyo no es ego ni narcisismo sino “porque Dios que vive en mí”. También los presiona para que donen dinero. En una emisión se mostró cómo forzaba a una mujer para que le entregara los 300 mil dólares de la hipoteca de su casa. La situación se vio demasiado real para ser irreal.
En la biografía que cada participante realizó para el programa, Mary se definió como “la primera dama pentescostal, pequeña pero poderosa, con un pasado poco convencional y siempre vestida de punta en blanco”. Como si fuera poco aseguró que tiene “una predilección por Dios, la alta costura y el mejor champagne”. Quizá mintió o solo exageró, pero al verla en acción, ya sea como pastora o mediática, cobra sentido esa frase atribuida a Nietzsche: “Tener fe significa no querer saber la verdad”.
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