“Todavía no caigo”, dice Martín Liberman sin poder contener las lágrimas. Y la imagen que guarda en su retina es la de su hijo mayor, Blas, abrazando al recién nacido y besándolo con amor. En la tarde del lunes, el periodista se convirtió en padre por segunda vez con el nacimiento de Milo, que llegó al mundo mediante una cesárea programada en el Sanatorio de la Trinidad de Palermo. Él y su esposa, la bailarina Ana Laura López, se sometieron a tres tratamientos de fertilización hasta lograr el tan deseado embarazo. Y ahora, que el bebé ya está entre sus brazos, el actual jurado de Los 8 Escalones (ElTrece) siente que solo le resta agradecer por tanta felicidad.
—¿Cómo fue el nacimiento?
—Nosotros teníamos en claro que el bebé nunca había girado, que estaba de cola, por lo cual la posibilidad de un parto natural era muy remota. Entonces, quedamos con el obstetra, Germán Van Thilo, en que cumplida la semana 39 de embarazo y si nada cambiaba, íbamos a ver qué hacíamos. La cuestión es que, charlando con él, nos pareció que no habiendo otro camino más que la cesárea, lo mejor era programarla con tranquilidad y no salir corriendo en medio de la madrugada.
—¿Entonces?
—Decidimos programar la cesárea para este lunes, pero eso era algo que sabíamos solo Anita y yo...
—¿Por qué decidieron guardar el secreto?
—Nosotros somos así, somos medio raros... Pero a mí no me gusta que nadie sepa nada para que no me metan presión. Imaginate que desde el día anterior hubiera estado toda la familia preguntando a qué hora, cómo y dónde. Así que yo prefería que nadie supiera nada y Anita coincidió conmigo, de manera que lo vivimos juntitos y tranquilos. Pasamos un fin de semana genial: salimos a comer el viernes, el sábado y el domingo. Nos pusimos al día, porque hoy era el gran día. Pero solo nosotros lo sabíamos.
—¿Qué pasó cuando llegaron a la clínica?
—Salió todo perfecto. Llegamos a las 16 hs., a las 17 hs. teníamos quirófano y 17:30 hs. nació Milo.
—¿Cuánto pesó?
—3,360 kilos.
—¡Grandote!
—Todos dicen que es grandote, pero yo lo veo chiquitito...
—Es un bebé...
—Cuando veníamos haciendo las ecografías con el doctor Jorge Hammer, él nos decía que era un bebé grande. ¡Y la verdad es que o no lo veo grande!
—¿Cómo está la mamá?
—Anita es una genia, una leona. Le puso mucho coraje en toda la previa, durante los tratamientos que hicimos en el Cegyr con el doctor Sergio Papier, con todas las inyecciones y todas las frustraciones. Pensá que ella le tenía miedo a las agujas y se bancó todo. Pero, después, fue un embarazo estupendo el que tuvo: nunca una náusea, nunca un mareo y nunca me hizo salir corriendo a la noche a comprar nada. Hasta el sábado, ella siguió entrenando todos los días haciendo yoga, caminata y bicicleta fija. Así que salió todo perfecto. Evidentemente, tenía una fuerza que no sabía que tenía.
—Viene con la maternidad...
—Debe ser. Pero la verdad es que tuvo un embarazo de maravillas. Y ahora está feliz con su bebé. Todavía no se prendió a la teta, pero tiene la capacidad de succión perfecta según los médicos, así que es cuestión de esperar unas horas.
—¿Qué te pasó a vos cuando lo viste nacer a Milo?
—¿Cómo te explico? Yo en un momento de mi vida había dejado de lado por completo la posibilidad de ser padre otra vez. Siempre quise que Blas tuviera un hermano, pero después mi pareja anterior (con Marcela Greco) se terminó. Y, ahora, en lo único que pensaba era en tratar de ser feliz. Pero encontré una buena compañera, joven y que no había pasado por esto todavía. Y esa fue una de las primeras cosas que me planteó cuando empezamos a salir.
—¿Cómo fue eso?
—Anita me dijo: “Escuchame, mirá que yo algún día voy a querer ser madre. Avisame si vos tenés bloqueada esa posibilidad porque entonces tengo que irme”.
—¡Fuerte! ¿Y qué le respondiste?
—Me acuerdo que le contesté: “Mirá, cerrada no está, pero primero enamorémonos”. Y bueno, acá estamos. No era un plan que teníamos para tal momento. Pero en la pandemia, estando encerrados, nos llevamos muy bien y disfrutábamos tanto de un momento tan feo, que cuando se abrieron las prácticas médicas ella tuvo la idea de empezar la búsqueda. Por suerte nos habíamos casado antes y pudimos festejar. Y en esos meses la pasamos tan lindo, que hasta dudamos en cambiar esa onda que teníamos los dos solos. Pero yo tampoco soy un nene y, cuando antes fuera, iba a ser mejor.
—¿Estás preparado para volver a los llantos nocturnos, los pañales y todo lo que implica la llegada de un bebé?
—En un tiempo te cuento...En su momento, lo disfruté y que fui feliz con eso. Pasaron 12 años. Hoy creo que tengo más aplomo y más madurez. La verdad es que es muy lindo tener un hijo. Yo lo miro y todavía no caigo.
—¿Blas ya conoció a Milo?
—Fue el único que lo vio. Por suerte recibió muy bien la noticia, porque él iba a tener un hermano por parte de padre pero no iba a ser hijo de su madre. Sin embargo, él se lleva muy bien con Anita y, lo único que me dijo, era que quería ser el primero en conocerlo. Y así fue: conté con la complicidad de su padrino, Andrés Justitz, que es mi mejor amigo, y armamos todo un plan.
—Contame...
—Él lo fue a buscar a la escuela con la excusa de que yo estaba complicado y no llegaba. Y, como Blas está con una mano fracturada, lo llevó a merendar y le dijo que lo traía a la Trinidad a hacerse unas placas. Se las hizo, porque mañana tiene que ir al traumatólogo. Y, después, subió al sexto piso para que lo revistara un médico especialista, supuestamente. Cuando abrió la puerta, estaba yo. ¡No sabés la cara del nene! Porque no se imaginaba nada, pero fue muy emocionante. Enseguida le empezó a sacar fotos y se las mandaba a su grupo de amigos del club.
—¿El resto de la familia lo va a ir conociendo de a poco?
—Sí, hicimos llamados y WhatsApp a los parientes y los amigos. Pero apenas pasaron unas horas del nacimiento.
—Ahora será cuestión de acomodarse en casa...
—Ya está todo listo. Y lo importante es que hay amor. En casa hay paz, se vive en armonía y estamos todos contentos. Así que este bebé lo único que puede aportarnos es más felicidad. Un hijo es lo más lindo que hay. Y cuando yo veía como Blas abrazaba a Milo se me caía la baba. Yo sé que soy llorón, pero la verdad es que me la pasé llorando en la previa y en el parto, agradeciéndole a Dios por todo lo que me dio.
—Sobre todo después de tanto esfuerzo, ¿no?
—Ver a mi hijo con su hermano fue hermosísimo. Y ahora que lo digo me doy cuenta: no es mi hijo abrazando a su hermano, son mis hijos. Un hijo tenía en brazos al otro. La verdad es que es un premio. Yo le tengo que agradecer también al doctor Sergio Pasqualini y al doctor Jonathan Finkelstein por sus consejos. Y a Matercell, donde guardamos el cordón umbilical por las células madre. Pero la verdad es que esta es la concreción de un milagro. Es un premio al no bajar los brazos. Yo nunca tuve pruritos a la hora de contar las vicisitudes médicas que me tocó atravesar. Al revés. Sentí que era casi una obligación, porque era la manera de alentar a la gente que está pasando por la misma situación para que sepa que es posible.
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