Un ex Perdidos en la Tribu recordó su padecimiento, a 10 años del reality grabado en África: “Soñaba con comida”

Alan tenía 17 años cuando pasó un mes en Etiopía con sus hermanos y sus padres. En sus redes narró su dura experiencia

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Perdidos en la Tribu
Perdidos en la Tribu

“Sale hilo sobre mi experiencia en Perdidos en la Tribu. Fuimos una de las tres familias seleccionadas después de más de 6 etapas de casting (Flia. Moreno, cuatrillizos)”, comenzó Alan Moreno a contar en Twitter sobre su paso junto con sus padres y sus tres hermanos por el reality de Telefe conducido por Mariano Peluffo, en el 2012. En sus más de 30 tuits, el joven que hoy tiene 27 contó cómo le costó adaptarse, los duros rituales por los que tuvieron que pasar y la sensación que tuvieron al dejar la Etiopía.

“Llegamos a Ezeiza sin saber el destino. Valijas en mano, casi listos para subir al avión, me tocó elegir entre 3 sobres que contenían al azar 3 países. Etiopía. Conviviríamos un mes con una tribu de África. Viajamos más de 30 horas, pasando por avión, avioneta, camioneta y barco hasta llegar a la tribu Hamer. Para que se den una idea, su localización no existe en ningún mapa. Nos recibió Bali, el jefe de la tribu y todos los miembros cantando y saltando con locura. Piel de gallina”, comenzó su recuerdo del viaje más extraño que pudo imaginar.

Perdidos en la Tribu
Perdidos en la Tribu
Perdidos en la Tribu
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En ese momento estaban “agotados y sin energía”, por lo que su hermana Aldana se desmayó. “Empezamos bien . Oscureció al instante. La producción se despidió y se fue al asentamiento que tenían preparado a varios kilómetros. Llegó la primera noche…”, de la que no tiene el mejor de los recuerdos: “Miedo es poco. Imagínense estar a la intemperie en un terreno desconocido (en la otra punta del mundo) y con varios animalitos dando vueltas.. Los hombres debían dormir afuera de las chozas, las mujeres adentro ‘cuidadas’ por nosotros. Nos acostamos sobre la tierra (junto a mi viejo y hermano). No pudimos dejar de abrazarnos en toda la noche. El frío era insoportable, penetrante. No teníamos frazada alguna y ni hablar de colchón o almohada. ¿Ir a hacer pis? Mejor pensarlo dos veces. Claramente prefería aguantarme y esperar al otro día, y así fue. No dormimos en toda la noche. Me levante con el pantalón en la cabeza (intentando simular una almohada) y recuerdo, al revisarlo, haber descubierto un alacrán muerto entre el bollo que había hecho”.

Tras las noches difíciles, por la mañana todos los días iba un médico a revisarlos: “Nos controlaba la presión y nos daba una pastilla contra la malaria (vale aclarar que nos dimos 8 vacunas antes de viajar). A medida que pasaban los días la situación se ponía más heavy. Comíamos muy poco y teníamos el agua justa”. Es que, según contó, la tribu se alimentaba a base de sorgo (alimento para ganado) y se les hacía muy difícil comerlo: “Tenía un gusto parecido a la tierra. Muchos días preferimos no comer. Se hizo insostenible. A esa altura, después de una semana empecé a soñar con comida”.

Al octavo día tuvieron que realizar el ritual de la matanza de la cabrea: “Nos tocaba cómo hombres matarla, carnearla y cocinarla. Como parte de la tribu todos debían tomar sangre del animal muerto. Lo vinculan con la fortaleza y energía… ‘Con el hambre que tenían seguro mataron al animal con ganas’, claramente una mentira. Por la voracidad con la que comimos, dos de mis hermanos se descompusieron. Lucas convulsionando, Nicole desmayada con la cara lastimada por la caída”.

Los hermanos Moreno, hoy
Los hermanos Moreno, hoy

Alan recordó que en ese momento se asustaron, llamaron al médico y que por suerte “la cosa no pasó a mayores”, pero “día a día se ponía más intenso todo” y “la falta de sueño y de alimentación se hacían notar”.

¿Pensaron en volver? “Renunciar significaba tener que devolver todos los gastos de viaje, hoteles y demás que había tenido la producción, además de perder la posibilidad de ganar el premio: $ 300 mil pesos a repartir entre los ganadores. Decidimos seguir adelante. Nos quedaban por delante tres semanas más. Me acuerdo de contar los días con palitos; era una cuenta regresiva para volver a nuestra vida de antes, la estábamos pasando realmente mal. Seguíamos con nuestra ropa de siempre (aunque siempre la misma porque nos habían sacado todo)”.

Sin comer y sin dormir, tampoco podían higienizarse: “Nos lavábamos los dientes con lo poco de agua que juntábamos por día. ¿Bañarse? No había chance. Usábamos el agua para tomar porque era muy muy poca. Siempre digo que fue el único momento de mi vida donde realmente sentí hambre, sed y suciedad”. Sin embargo aseguró que “después todo valió la pena”.

Es que en el mientras tanto, iban forjando una relación que describió como “muy fuerte” y recordó: “Aike, Shada, Lendele, Bali, Azi, Daina, Tadele, algunos de los nombres con los que estábamos día a día. ¿Se acuerdan de Shada, no? Especialmente mi hermana Nicole. Surgió el amor. ¿Fue real? Ella podrá responderlo mejor, pero sin dudas que nada estaba armado. Nada de lo que se vio en la tele estuvo programado. Ni la relación, ni los enojos ni los llantos”.

Nicole y Shada, Perdidos en
Nicole y Shada, Perdidos en la Tribu

Uno de los días más difíciles para la familia fue el del ritual “salto al toro”: “Los hombres adolescentes deben saltar desnudos sobre el lomo de 30 toros agolpados, pasando de un lado al otro varias veces. Con ello consiguen el paso a la adultez. Teníamos 17 años, debíamos hacerlo. Antes, las mujeres familiares del adolescente son azotadas. Antes de ir la producción nos alertó que tengamos mucho cuidado, era un ritual muy peligroso. Llegamos y la pequeña tribu que conocíamos se transformó en miles y miles de ellos. Los hombres se desesperaban por azotar. Fue uno de los momentos más peligrosos de toda la experiencia. Agarraban del brazo a mis dos hermanas, entendían que si estaban ahí era para ser azotadas. Las salvó el jefe de la tribu, Bali, quien avisó que éramos sus ‘protegidos’”.

“Llegó el momento del salto para mi hermano y yo. Queríamos hacerlo pero mis viejos tenían miedo. Desnudos, sin energía y con el riesgo de caer sobre alguno de los cuernos de los 30 toros que estaban encimados. No nos dejaron. El jefe de la tribu se enojó muchísimo. Era nuestra obligación, no teníamos opción. En ese momento ya estábamos con la ropa de ellos (una simple manta para los hombres y unas telas para las mujeres). Nos habían despojado del último aspecto occidental que nos quedaba”, contó.

En ese momento ya estaba 8 kilos abajo de su peso habitual y ya había pasado por otro momento complicado: “Me castigaron por perder tres cabras y me obligaron a recolectar miel de un panal de un árbol altísimo. ¿Protección? Suerte… Usaban el humo para espantar a las abejas. Tuve que treparlo como pude y bajar el panal”.

Hablando otro idioma, aprendieron las palabras básicas, aunque al principio fue todo señas: “Después terminamos entendiéndonos como familia. Los días iban pasando y nos acercábamos al final. Seguíamos resistiendo. La relación entre Shada y mi hermana se afianzaba cada día más. Nos empezábamos a encariñar. Aquello que empezó siendo un suplicio comenzó a transformarse en algo distinto. Luchábamos con la idea de irnos. Queríamos volver a casa, con amigos y familia, pero no queríamos dejarlo”.

Perdidos en la Tribu
Perdidos en la Tribu

“A esta altura, más de 25 días sin bañarse, sin dormir ni comer bien. Nos costaba cada día más. Llegamos al día 30 con lo último. El concejo tribal tenía que decidir si ganábamos el reality. ¿Nos habíamos adaptado? A esa altura ya me consideraba un Hamer más. ‘Tenés que seguir a tu corazón mucho más que a tu razón’ me dijo el jefe de la tribu. Con esa frase nos coronó ganadores. Nos abrazamos. Las lágrimas brotaban solas. Lo habíamos conseguido. Pocas veces vivimos un momento tan fuerte como ese”, recordó sobre cómo ganaron.

“Era el fin. Pero…¿Queríamos irnos? Llegó el momento de la despedida. Nos regalaron una pulsera de bronce típica de ellos (al día de hoy la llevamos puesta). Nos abrazamos ahora entre todos. Éramos una familia. Llorábamos sabiendo que quizás no los volveríamos a ver nunca más. Era un hasta siempre. Tocaba la vuelta. El reencuentro con toda esa gente y ese mundo que habíamos dejado por un mes. La comida y el baño. Llevábamos 30 días sobreviviendo. Empezaba una etapa que desconocíamos. El programa, la tele, la readaptación…”, ceró Alan su relato sobre cómo pasó con sus hermanos Aldana, Nicole y Lucas y sus papás Guillermo y Lila.

Además de ellos viajó la familia Funes (madre, padre y dos hermanos) a Indonesia, con la tribu Mentawai y los Villoslada (madre, madre y dos hermanas) que estuvieron en Nambia con una tribu Himba.

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