“Les puedo contar mi vida si les gustan las historias de terror” (Dillom, ”220″)
Divorcio y cocaína. Un allanamiento que terminó con su mamá presa y la opresión del judaísmo ortodoxo reinante en el nuevo hogar de su padre. Adiós al colegio y al trabajo, hola a rapear y a producir. Ramones y Pharrell Williams. Beastie Boys y AC/DC. Eminem y Red Hot Chili Peppers. Melodías vibradoras pop junto al Demian de Hermann Hesse. Freddy Krueger y Peter Capusotto. Una muerte y un renacimiento. Y un disco, el más ecléctico y original de todos los que alumbró la actual generación de raperos de Argentina. Se llama Dillom y fue de la nada a la gloria en menos de cinco años: este miércoles inicia un recorrido en el Teatro Vorterix de la Ciudad de Buenos Aires (agotó cuatro funciones en menos de cinco minutos) y seguirá por Neuquén, San Luis, Rosario, Córdoba, Mar del Plata, Montevideo y San Juan.
Dylan León Masa nació el 5 de diciembre del 2000 y murió el 30 de noviembre de 2021. Al menos eso informaron los obituarios de los diarios. Fue justo un día antes de que se editara Post Mortem, una especie de álbum póstumo en vida que funciona como un ejercicio terapéutico para superar el pánico a morirse. Así es que decidió organizar su propio funeral y llegó al salón, claro, adentro de un cajón. Cuando depositaron el féretro en un escenario, Dillom revivió para cantar sus nuevas canciones.
“El disco empieza en mi cabeza, en una época en donde me agarró un miedo a la muerte muy jodido, por muchas cosas que me estaban pasando de repente. Fue después de haber tenido un boom en 2019, que pasé de no tener nada a que me vaya re bien y poder vivir de lo que me gusta. Que se acerque mucha gente. Y eso me disparó un miedo irracional a morirme de la nada y que quede inconcluso todo”, le cuenta a Teleshow.
Rubiecito, mirada celeste, acuosa, piel pálida que muta a rojizo cuando lo invade la vergüenza o la timidez. Fanático del cine de terror y del punk rock. Fue bajista, dj y productor. Tiene el humor negro a flor de piel, pero es dulce y melancólico. Dice que no le gusta hablar de su vida (“Esa mierda es muy triste”) pero sus historias de pánico y locura se revelan en todas y cada una de las letras del disco. Puede ser literal, puede ser fantasioso, puede ser verosímil, puede ser exagerado, puede pendular entre la introspección y el forreo. Es una perla que florece en el barro, en un contexto en el que la clase media urbana llega a deteriorarse hacia los límites de lo marginal.
De audio robusto y artesanal, Post Mortem contiene a todos los Dillom posibles y hace transición entre entre el trap, el pop, el thrash, el punk, el bounce, la cumbia 420 (con L-Gante). Y un relato leído por Mario Pergolini (“Se re copó: nos lo mandó un domingo, que tranquilamente podría estar con su familia, rascándose las bolas, y el chabón se puso a grabar. Nos mandó varias tomas”). De algún modo, abarca sus intereses musicales y encuentra homogeneidad en el concepto, a la inversa de cómo se está produciendo hoy por hoy en el rap y hip hop. Al enfrentarse a sus demonios personales y exponerlos, edificó una especie de Marshall Mathers porteño: la referencia más vaga e inmediata casi siempre es Eminem (“Soy fan y en un momento muy difícil de mi vida, también fueron una gran ayuda”) pero porta un flow irregular y hooligan que lo acerca a The Streets, a quien dice no haber escuchado jamás.
“Fue un recorrido bastante largo el hacer el disco, muy agotador y bastante movido. Hubo peleas en el medio, nos quisimos agarrar a piñas, un quilombo. Pero quedamos muy contentos con el resultado. Mientras lo estábamos haciendo, éramos conscientes de que era algo que no se había escuchado nunca y que nos parecía que estaba buenísimo. Pero también al estar tan pegado al proyecto, no sabíamos si lo que pensábamos era posta o si por ahí ya habíamos perdido el criterio completamente”, dice sobre el proceso, que implicó viajes y convivencias con sus productores Evar, Fermín y Lamadrid. “Por ahora, estoy de vacaciones de la música porque ya me quemé bastante la cabeza”.
—Vos ponés en juego tus emociones y lo socializás con tu equipo, para armar algo entre todos y que terminás representando vos.
—Sí, esa es una de las cosas más difíciles. Porque al hacer un disco así, conceptual, entre comillas, sobre algo tan abstracto, tan amplio, que abarca muchas cosas y que nadie sabe la respuesta, como lo es la muerte, es muy personal y muy difícil de transmitírselo a un grupo de trabajo tan grande. Es complicado que todos cacen lo mismo que vos y que después lo plasmen en una obra a la par tuya. Cada uno puede entender del proyecto lo que se le canten las bolas, la verdad es esa, y después llevarlo a cabo puede ser enquilombado porque, al final, el que pone la jeta soy yo y al que tiene que representar es a mi. Pero yo solo no puedo hacer todo. Entonces es muy importante la comunicación fluida en esas instancias.
—¿Te gusta el rol de letrista?
—Escribir es como entrenar. Y cada vez vas escribiendo mejores cosas que antes, vas madurando formas de pensar. A mí también me gusta todo lo de romper las bolas y flexear. Pero siempre le doy una vuelta de tuerca, algún agregado, algún distintivo que cuente algo, que transmita, por más que sea verdadero o falso. Yo quizás no escribo tanta cantidad, porque en lo que escribo trato de ser muy fino. Y cuando siento que ya no estoy contando nada o que es medio superficial, a mí mismo me la empieza a bajar y digo: “No, esto no está bueno”. Me hincho las bolas de escribir sobre las mismas cosas o si es algo que ya dije en otro tema.
—¿Cómo te resultó escribir parte de tu historia de vida?
—Fue difícil porque yo tengo un tipo de personalidad con la que por ahí no muestro tanta vulnerabilidad ni debilidad, entonces me costó transmitirlas de alguna forma en la que no me sienta un boludo. Me sirvió rodearme de gente en la que confío, con la que me siento cómodo a la hora de estar en el estudio y pueda escribir lo que se me cante las bolas sin tener ninguna restricción de lo que pueda decir alguien.
—Hay varias referencias literarias (Poe, Lovecraft, Hesse) en el disco. ¿Sos muy lector?
—Sinceramente, no soy un gran lector, no leí tantos libros, la verdad. Habré leído dos o tres, con toda la furia, más que nada de chico. No encuentro tiempo para leer libros o mirar películas y series. Me cuesta mucho estar ahí atento, sentarme. Soy un ansioso de mierda y no puedo estar con el culo sentado media hora. Los libros que leí para el disco me sirvieron bastante de inspiración y ahí entendí un poco más por qué la gente lee libros. Dije: “Ahh, con razón, algo tienen”.
Una madrugada, cuando tenía 15 años, la policía irrumpió en la casa de su madre para realizar un allanamiento. La mujer, que venía de noviazgos violentos y “malas juntas”, quedó involucrada en un caso de drogas. Los oficiales secuestraron todo, incluyendo computadoras y un pen drive de Dillom, quien esa misma noche debutaba con la banda en la que se desempeñaba como dj. Sin embargo, logró convencerlos de que no se llevaran el dispositivo de almacenamiento y pudo estar en el show.
—El allanamiento, que claramente es el punto de quiebre en tu vida, se dio el mismo día en el que debutabas en un escenario. ¿Creés en el destino?
—Sí, sí, obvio. En el momento en que viví esa secuencia fue un impulso automático hacerlo. Y no lo pensé mucho. Pero viéndolo en retrospectiva, es muy loco que justo esas dos cosas hayan pasado en el mismo día. Yo creo que da un mensaje medio inconsciente de que siempre puse en mi vida a la música como prioridad. Me puede estar pasando la peor secuencia, la más traumática del mundo e igual voy a estar pensando en que la música es lo mío, que me voy a tocar, que está por encima de todo lo demás. Un año después de eso, dejé la escuela y el laburo para dedicarme a esto.
—¿Tus papás te bancaron con la música?
—Siempre me apoyaron con las cosas que me gustaban. Desde muy chico yo pasé por varias ramas del arte. No nos sobraba la guita, pero se rompían el orto por mandarme a clases de música. Mi vieja, con la única plata que tenía, me compró mi primera computadora para empezar a producir, cuando yo tenía 14 años. Nunca me dijeron: “No hagas música porque te vas a cagar de hambre”. Después, bueno, pasaron muchos quilombos alrededor.
Esos “quilombos” se desencadenaron tras la separación de sus padres. El hombre formó una nueva familia con una mujer judía ortodoxa, llegando a convertirse. Ahí fue a vivir Dillom cuando su madre quedó presa. Pero él no encajaba en esta dinámica religiosa. “Tengo clavado en la memoria de una vez que estaba muy conflictuado ahí en la casa de mi viejo, con muchos quilombos. Yo tenía una computadora de mierda que me había quedado, tenías unos parlantes chiquititos que sonaban como el orto. Y a la noche, cuando llegaba del trabajo y del colegio, me ponía a producir, pero en volumen muy bajo porque estaban mis hermanitos durmiendo. Y siempre me venían a cagar a pedos porque estaba haciendo ruido. Y yo decía: ‘Pero dale, estoy produciendo, esto es laburo para mi’. Aunque no estaba ganando un mango… Y mi viejo me dijo: ‘Bueno, entonces, si tanto le vas a meter a eso, tenés que trabajar para ser el mejor’. Me cerró la puerta y se fue. Y yo me lo tomé re personal. Dije: ‘¿Ah, sí? Voy a ser el mejor ahora’”, recuerda de un tirón y se ríe.
Pero en ese momento fue un drama y al poco tiempo, su papá lo echó de su casa. Luego de pasar una noche en una plaza, recaló en el hogar de un viejo compañero de la escuela primaria. Desde ese momento, vive con él, con su hermano y con la madre de ambos. Los llama su “familia postiza”.
—¿La ortodoxia de tu viejo se interpuso demasiado entre ustedes?
—Si, totalmente. Yo era un joven adolescente que tenía ganas de hacer cosas de... joven adolescente. Y con una religión ortodoxa de la que no había formado parte nunca en mi vida, obviamente iba a terminar chocando porque no era algo que yo sentía. En su momento no hubo un buen final con respecto a eso. Hoy en día está todo bien porque ya no vivo con ellos (se ríe). Voy, visito un día y ya está.
—En el disco hay frases que pueden estar en el límite del humor para la colectividad judía (“Yo tengo el gas, como Auschwitz” o “Voy a morir en Argentina, como Hitler”). También tenés una foto de Ana Frank en tu avatar de Instagram. ¿Cómo es jugar con eso?
—Yo no estoy insultando a nadie. Siempre trato de encarar esas situaciones sin que sea una ofensa directa. Está la teoría de que Hitler murió acá, no digo: “Qué capo Hitler, fenómeno, lo re banco”. Además, yo tengo a mi familia judía, puedo hacer los chistes. Estoy avalado (se ríe). Lo de Ana Frank es porque todos me dicen que me parezco mucho físicamente. Me lo ponen siempre en todos lados, me etiquetan. Cuando ven el libro de Ana Frank, me mandan una foto… Me hincharon tanto las bolas que me la puse de foto de perfil así me dejan de hacer el chiste.
“La primera” es, sí, la primera canción de Post Mortem. Una especie de reggaetón nostálgico con un riff alegre y una base rugosa. El videoclip del tema lo protagonizan Marcos y Jonás Said Masa, dos de los hermanos de Dillom, quienes lo interpretan a él en distintos momentos de su vida. “Fue muy loco porque son muy parecidos a mi. Ese video es el resumen de todo lo que es mi vida, desde muy chico, en muy poco tiempo y bastante fiel a lo que fue, a lo que siento. Incluso mi viejo estaba en el rodaje y la flasheó: ‘No puede ser, están haciendo una película de lo que fue mi vida en los últimos 20 años’, dijo. Es del video que más orgulloso me siento, el que más me representa y me llena. Y siento que es una de las cosas más atemporales que hicimos, que van a quedar. El día de mañana, si yo ya no estoy más, va a estar ese video”, dice el rapero.
Aunque no necesite avales, sus mayores rockeros lo tienen en el radar. Fito Páez le dio un abrazo y lo publicó en su Instagram: “Gran concierto del pibe Dillom en Saldías. Inapelable”, escribió el rosarino y en los comentarios le extendió una invitación: “La próxima en casa! Sos titanic!”. “Un artista inclasificable. Un poco punk, otro poco rapero y un alma sensible pero curtida. Un álbum conceptual que lo ubica en un lugar único en tiempos de singles. Un diferente en la actual escena argentina. Mi tema favorito es ‘Bicicleta’”, elogió Ale Sergi, de Miranda!, en la revista Mondo Sonoro.
“Vamos a dedicarle esta canción de amor a Dillom, que vino a vernos hoy especialmente”, anunció Santiago Barrionuevo de El mató a un policía motorizado en su show del Lollapalooza antes de cantar “El tesoro”. “Olé, olé, olé, olé, oléee, Dillom, Dillom”, festejó el público, que lo había visto la noche anterior. En el último Masterchef Celebrity 3, Joaquín Levinton de Turf citó una barra de “OPA” (“For free no te doy ni un abrazo”) para burlarse de Paulo Kablan y Santiago del Moro.
Si bien él tiene buena onda con todos y confiesa que gusta de Sumo, Cerati (”Lo fui a ver de chico”), Charly, Virus y los Redondos, el rock argentino no está entre lo que más escucha. “En algún momento estaba medio negado. Decía: ‘La música de acá es una cagada’. Quizás por rebelde pelotudo de joven. Y después escuché cosas de acá, viendo la historia del país, que está muy arraigada a la música y entendiendo el contexto en el que salieron ciertas canciones y artistas”, cuenta.
Pero no solo el rock de acá no lo conmovía; tampoco se sentía a gusto con el trap que monopolizó las tendencias. Dillom surgió por oposición. Cuando salió “Loca”, de Khea, Duki & Cazzu y que supuso la primera gran explosión de esa ola, a él no le gustaba. Fan de artistas yanquis y españoles, consideraba que la versión argentina del trap era “demasiado pop, más radio, más centroamericano”. Al no sentirse representado, decidió hacerlo por él mismo. “Soy como el grunge para el glam”, comparó.
Su advenimiento y él de sus amigos (con los que terminaría conformando el colectivo creativo llamado Rip Gang, con Muerejoven, Saramalacara, Ill Quentin, ODD Mami, Broke Carrey, K4...) no fueron bienvenidos por los jefes de las rimas. “El hate fue más desde los artistas que del público”, se ríe al recordar las stories violentas que le dedicó Duki. “Los gustos que nos unían a nosotros, no eran los más populares. Entonces, sí, quizás éramos la contracultura a lo que estaba impuesto, pero por cuestión de gustos personales. No por decir: ‘Ah, le voy a hacer la contra a este que es re gil’”, dice.
El primer momento de gloria para Dillom y la Rip Gang fue el show en la segunda edición del Buenos Aires Trap, en noviembre de 2019. En un escenario copado por la homogeneidad propuesta por el combo Duki, Khea, Neo Pistea, Bhavi y C.R.O., ellos (y también Ca7riel & Paco Amoroso) fueron los que rompieron el molde. “Fue un momento bastante revelador. Tocamos bastante temprano, como a las 2 de la tarde. Yo fui medio bajado porque dije: ‘No va a venir nadie a esta hora’. Y fue impresionante la cantidad de gente que nos bancó. Muchos nos decían que había sido el mejor show del festival. Esa vuelta tocamos Muerejoven y yo, pero subieron al escenario todos los chicos de la Rip Gang y pudimos dar ese statement de unidad que tenemos nosotros por primera vez en un escenario tan grande como ese”.
—¿Y con el resto de la escena limaron asperezas a partir de ahí?
—Más o menos. Pasó bastante tiempo después de eso. Pero sí, hoy en día está todo bien.
—Igual está bueno que haya discordia, que el beef esté al alcance de la mano.
—Sí, yo lo extraño un poco. Ahora ninguno me bardea, todos me tiran la buena. Extraño que venga alguno y me diga: “Eh, vos, pelotudo” (se ríe).
—Hoy en día no tenés tantos haters como otros artistas de tu generación, como Duki o María Becerra, que dividen mucho la opinión.
—Sí y me preocupa un poco, la verdad (se ríe). Siento que estoy en un momento en que muchísima gente me quiere y el hate es mínimo. La cagada de tener a mucha gente a favor es que todo está muy sensible: no puedo dar ningún paso en falso porque me quieren todos. Entonces, como que en algún punto eso termina condicionándote mucho. Prefiero que me odien un par más.
Cinco momentos en la carrera de Dillom
—¿Por qué “Drippin’” fue la primera canción que editaste?
—Fue la primera que más o menos me gustaba y que decía: “La puedo sacar”. La grabé así y listo. Ahí es donde más se nota esta influencia medio jodona pero de una forma muy rústica. En ese momento el trap estaba en auge y era lo que más escuchaba, lo más novedoso.
—Salió el 5 de noviembre de 2018, igual que “Adan y Eva” de Paulo Londra. Una especie de yin-yang de la escena, ¿no?
—¿Posta? ¡Qué locura! Ahí está claro: lo que estaba sonando popularmente acá y lo que estábamos haciendo nosotros, que era impensable que algún día llegue a ser escuchado por alguien.
—¿Cómo fue grabar una Music Session con Bizarrap?
—En ese momento fue muy piola, yo sabía que era una buena oportunidad estar en su plataforma. Me dijo de hacerla y la verdad que a mi me la re subió porque sabía que me iba a ayudar mucho en mi carrera. Me acuerdo que ese día yo tenía una entrevista y medio que lo ghosteé al de la nota, no me acuerdo donde era. Le dije: “Perdón, justo me surgió esto de Biza y tengo que ir”. Pobre, quedé medio mal, pero lo supo entender. Me dijo: “No, sí, andá”. Y qué bien que la cancelé, la verdad.
—¿Hoy te gusta el tema? Hace poco dijiste que no la vas a tocar nunca más en vivo.
—Como gustar, no, la verdad que no. Tampoco la miro con rechazo. No miro con rechazo casi ninguno de los pasos que di porque son los que me hicieron llegar hasta donde estoy hoy, acá. No es un tema que hoy escuche y diga: “Uy, como la rompía acá”. O sí, pero no a nivel musical, sino a nivel jugada. Pero si es por mí, si me decís que no escucho nunca más en toda la historia ese tema, te digo: “Buenísimo”. No me jode. Siento que hoy puedo darme el lujo de no cantarlo. No sé si nunca más. Quizás en 40 años hago un show así y va a ser medio emotivo que lo toque, va a ser significativo por la nostalgia (se ríe), pero en lo próximo espero que no.
—¿Qué te pasó cuando escuchaste a una nenita cantar el estribillo de “OPA” (”Mis opps son medio opa, los fumo con falopa”) en la TV Pública?
—Por un lado me cagué de risa, obviamente. Por otro lado tenía un poquito de miedo: “Uy, ¿qué onda esto? Puede llegar a ser un escándalo. Finalmente se va a abrir el debate si hay que cancelarme o no, si es que mi música le hace bien a la sociedad o no”. Lo alimenté en su cierta medida, porque me gusta también generar un poco de quilombito. Pero después como que se hizo recontra viral. Dije: “Bueno, es una situación delicada, hay que tomar con pinzas cómo actuar al respecto”.
—Y sacaste una versión ATP, que no cambia el sentido de la canción.
—Quedó joya y graciosa, me fui al otro extremo. Si hubiese querido hacer algo ATP pero pretendiendo que sea medio zarpado también, no iba a tener sentido. Preferí hacer algo recontra super cuidado e infantil, que eso termina demostrando más, creo yo.
—¿Cómo la pasaste en el homenaje a Charly García, en donde cantaste “Fax U”?
—Estaba bastante cagado, la verdad. Era la primera vez que tocaba después de mucho tiempo. Y además era un homenaje a Charly, con lo puristas que son la mayoría de sus fans. Y yo, siendo un representante de toda una movida a la que ellos son bastante escépticos, dije: “Por ahí sale mal y soy la cara de todo lo malo que es el trap. Y voy a terminar siendo la bolsa de boxeo de toda esta gente”. Pero salió bastante bien. Lo que intenté fue capturar la energía de Charly, de lo que hizo en ese tema. Claramente iba a desafinar en algunas partes porque no soy un cantante prodigio ni mucho menos, y tampoco me parecía que sea lo importante eso.
—Presentaste tu disco Post Mortem en un escenario del Cosquín Rock. ¿Cómo fue ver toda esa cantidad de trapos ante tus ojos? ¿O cuando te subís a tocar no ves más allá de los monitores?
—Fue muy loco eso y estaba re cagado, también. Antes de salir a tocar, se me salía el corazón por la boca. Creo que porque es un festival muy rockero y no sabía con lo que me iba a encontrar, si había gente que me bancaba o que me iba a tirar botellazos. Pero me choqué con que había bocha de gente en una carpita así de chica, no se veía el final, era increíble. Fue la primera vez que vi gente con trapos en un show de trap. Más con trapos de Los Piojos, La Renga, de Peñarol… Nos bajamos y nos dijimos: “Che, ¿ustedes vieron la cantidad de trapos que había? Cualquiera”. No era gente que estaba al pedo: estaban en primera fila agitando con el trapo, le gustaban los temas, la música, el show. Es verdad esto de que quizás a veces te abstraes de lo que está pasando más allá de los monitores, sobre todo cuando hay mucha gente, pero acá me volví loco.
—¿Quién es Dylan León Masa?
—Soy una persona que hace música y que le gusta mucho la música. Soy una persona tranquila, dentro de todo. Por más de que aparente lo contrario, soy tranquilo.
—¿Y Dillom?
—Dillom tiene una parte de Dylan, seguramente, pero es lo más exagerado, por así decirlo. Toda la parte más mala, exagerada a un 1000.
—¿Y te das cuenta de que sos un distinto?
—Si te digo que sí, quedo como un engreído hijo de puta. Pero dentro de mi cabeza, sí, obvio que lo pienso. Yo pienso que soy el mejor, de hecho. Pero no lo ando diciendo, tampoco. Me siento raro diciéndolo. Pero sí, sí, soy un distinto. La verdad que sí.
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