“Tocar en la calle Corrientes siempre es hermoso, el teatro Broadway es lindísimo e histórico. Y en esta época, después de pasar imagino lo peor de esta pesadilla, poder volver a cantar mirando a los ojos a la gente, es impagable. Suena naif pero volver a hacer tu oficio como corresponde, y no frente a una pantalla, lo necesitamos mucho. Estaremos ahí con canciones de anteayer, ayer, hoy y siempre, como dicen los tangueros”, adelanta Iván Noble entusiasmado sobre el que será su primer show presencial y sin aforo, el viernes 29 de abril. La excusa: presentar su nuevo disco El arte de comer sin ser comido; la promesa: tocar los éxitos de sus tres décadas de carrera, tanto de su época solita como de sus comienzos al frente de Caballeros de la Quema, la banda que formó a comienzos de la década del 90 y que, cada tanto, se vuelve a juntar para algún concierto. “Lo del disco es una coartada”, advierte.
A solas con Teleshow y en una entrevista íntima, el músico de 54 años habla del proceso creativo que lo llevó a crear un disco íntegramente en pandemia, de sus canciones preferidas, de aquel pibe que salió pujante de sueños del oeste del conurbano y logró todo aquello que buscaba. La relación musical que conforma con su hijo Benito y la construcción familiar que en esta etapa de su vida elige hacer. Pasado y presente de un referente del rock nacional que conmueve con sus baladas y forma parte de la banda de sonido de amores y desamores de muchos argentinos.
—¿Cómo fue componer un disco en pandemia?
—Fue un proceso tan raro como la vida misma para todos. Los primeros dos o tres meses de cuarentena estricta estuvieron fenómenos, para mí que soy un tipo bastante perezoso, hace un tiempo que vivo mucho adentro de mi casa y no siento que me esté perdiendo nada en la noche. Pero después se puso un poco cuesta arriba, creo que como a todo el mundo. Y ahí es que me decidí empezar a escribir canciones y me salieron varias que me gustaron, algo que tampoco sucede muy seguido. Venía de varios años de que no me gusten las canciones que salían entonces no hacía directamente. Y ahora salieron varias que me gustaban, que supuse que podía sacar la cara por ellas, y se transformaron en disco. Creo que se nota: es un disco mínimo, con pocos músicos, con un concepto muy íntimo, muy pianísitico, muy de puertas para adentro digamos. A algunos discos se les nota el espíritu de época.
—¿Salió todo de un tirón? ¿Sentías que desde el encierro tenías mucho para contar?
—No sé si mucho para contar, a esta altura descreo de que los tipos que hacemos canciones tengamos muchas cosas para decir, ya más o menos dijimos todo después de 20 o 30 años. Lo que sí me pasó es que de vuelta me entusiasmaba agarrar una birome, la guitarra y hacer canciones. Salvo que seas muy genial, que no es el caso, todos los que nos dedicamos a alguna actividad artística, un poco te mordés la cola. No creo que tengas tanto que proclamarle al universo.
—¿Sentías que te venías repitiendo un poco a lo largo de estos años?
—Sí, pero está bueno saberlo, darse cuenta Y es una sensación que no tiene que ser angustiante. Cuando arranqué a hacer canciones hace muchos años, pensando en lo que vendría, alguna vez dije que si lograra al final del camino completar un casette TDK imaginario de 90 minutos con unas veinte canciones que a mí me gustaran, me daba por hecho. Y eso ya pasó.
—¿Cuáles son los temas tuyos que más te gustan? ¿Los identificás o son varios?
—Por épocas. Sé con cuáles tengo más anclaje emocional, cuáles me gusta más escucharlos todavía, a pesar de que yo nunca escucho mis discos.
—¿Por qué? ¿No escuchás nada?
—Me parece una imprudencia volver a escucharse, porque a diferencia de un actor que por ahí, cuando hace teatro, todas las noches repite y puede volver a reconstruir su criatura, un disco es un hecho consumado, lo mismo que un cuadro, y cada vez que lo mires o cada vez que lo escuches le vas a encontrar algo.
—Y puede ser una pesadilla…
—Se puede convertir en una pesadilla si sos muy impiadoso con vos mismo, pero con los años aprendí que hacer canciones es un oficio como cualquier otro: como el de un carpintero, como el de un remisero, como el de un abogado, como el de un periodista. Es un oficio. Hay que tenerle mucho respeto y hacerlo cada vez mejor, pero no hay que pensar que… Bah yo no creo en eso de “el arte, cada vez que hace algo le está convidando al planeta un obra importante que la gente tiene que pararse y escuchar”. La verdad, sobre todo los que hacemos música popular, yo aspiro a hacer canciones decentes, lindas, que alguna gente las disfrute mientras va en el auto, que las silbe. O que algunas canciones sirvan de banda de sonido de borracheras, de divorcios, de añoranzas, que es lo que me suelen decir de las canciones que yo hago, la gente que les presta atención.
—También tenés muchas canciones de los 90, de corte social, que siguen vigentes
—Sí, hace pocas semanas hicimos un show muy grande con los Caballeros en Morón, después de un tiempo largo. Fue muy especial y tremendo en todo sentido: por la cantidad de gente, porque volvimos al barrio por primera vez desde que nos habíamos separado, porque fue en el marco del Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia, en el Gorki Grana que había sido un centro clandestino de detención, la Mansión Seré. Y habían pasado 20 años por reloj desde la última vez que habíamos tocado en nuestro oeste natal. Y la verdad es que no sabíamos qué iba a ocurrir. Y de repente, se juntaron 35 mil personas, vimos a padres e hijos con la remera de los Caballeros, y eso que para mí es impensado, al fin y al cabo, es lo que queda. Si las canciones perduran para mucha gente en el tiempo y siguen cerca del corazón, como dicen los españoles: “me doy por bien pagao”.
—¿Qué música escuchás cuando estás solo en tu casa o cuando vas en el auto?
—Casi nunca rock, escucho música en general muy tranquila. Me gusta mucho escuchar a los grandes cantantes, a todos los que uno nunca va a ser: Frank Sinatra, Tony Bennett, Ella Fitzgerald, Sarah Vaughan. Me gusta mucho la música brasiltera: Djavan, Chico Buarque, Adriana Calcanhotto. Me gusta mucho el tango, me hace acordar mucho a mi viejo. Edmundo Rivero, mucho más que Gardel, que me vuelve loco. Y después, tengo un hijo de 16 que me convida la música más contemporánea, alguna de la cual aprendo a disfrutar. Lo que me pasa es lo que le pasaba a mi viejo cuando yo iba atrás, en el Renault 12. Ahora va mi hijo adelante y cuando sube al auto es el dueño del bluetooth. Escucha mucho hip hop, trap, rock clásico y baladas de los 80, creo que está empezando a tener sus primeros amores y desamores. Y Guns N’ Roses, mucho rock de los 80 y los 90, y a mí eso me alegra. Pero también me muestra toda esa otra música que sino, no conocería de ninguna manera: Post Malone, Mac Miller, Trippie Redd y tipos que no me acuerdo ni el nombre. Y Billie Eilish, que me parece hermosísimo lo que hace. Música que aprendí por él y que le pido que vaya pasando a mi playlist.
—Y de estas bandas y músicos emergentes, ¿cuál te llega?
—Lo que creo que nos pasa a los grandes con la música nueva, es que nos puede gustar mucho, nos puede parecer muy agradable pero difícilmente nos emocione como nos emociona la música que escuchábamos cuando teníamos 20 o 25 años. Eso tiene una explicación y no es musical, y es que cuando uno escucha canciones con la cuales creció, estás no solamente escuchando música: estás escuchando tu educación sentimental, te estás acordando de tu primera novia, de tu primer beso. Y la música nueva no te lleva a ningún lugar porque ya estuviste en casi todos prácticamente. Pero estoy abierto a lo nuevo.
El 12 de noviembre de 2005 su vida cambió para siempre. Nacía Benito, su único hijo, aquel que nació de la fusión y amor con quien era su esposa, la actriz Julieta Ortega. Fueron 7 años de amor y luego, años de complicidad y familia ensamblada. Sin embargo, y aunque ya pasaron 13 años de su separación, les consultan a menudo sobre la posibilidad de volver a estar en pareja. Iván se sorprende de esa pregunta mecánica que le suelen hacer y asegura: “Nos separamos hace muchísimo tiempo, tenemos un hijo hermoso, es una mujer espectacular a la cual adoro y con la cual agradezco haber tenido un hijo. Nunca más estuvimos enamorados, pero somos dos personas que tenemos nuestro destino ligado por él”.
“Me parece que es lo más natural del mundo tener ese tipo de relaciones. No somos los únicos ni ahí. Cada vez escucho más ex parejas que simplemente son civilizados o cariñosos entre sí. Lo otro es un desastre, es un adefesio para mí si hay hijos en el medio”, agrega mientras habla de ese adolescente de 16 años que crece y va tomando sus propias decisiones.
En cuanto a Benito, por ahora, prefiere no interferir en la búsqueda de su futuro laboral: “Tiene muchísima facilidad para lo que es percusivo, para batería y percusión, pero yo no quiero indagar tampoco tanto porque al ser músico, no quiero ser como esos papás que están en el alambrado queriendo que su hijo sea futbolista. No quiero estar en el alambrado repitiéndole: ´hijo, ¿querés ir a un profesor?´. Se lo ofrezco de vez en cuando, por ahora no lo quiere. Los pibes tienen una aproximación a la música y todo lo que orbita alrededor que yo ni sospecho: no sé lo que es un youtuber, lo que es un tiktoker, y por ahí tal vez entra algo”.
—¿Qué queda de ese pibe del oeste lleno de proyectos?
—Bueno, de pibe no me queda nada, eso está clarísimo (Risas). Y del oeste me queda mucho, en mi casa natal sigue viviendo mi vieja, vivió mi viejo hasta su muerte hace muy poquito. Voy todas las semanas de mi vieja a tomar mate o a cenar, camino las mismas calles que caminaba, paso por el colegio donde hice la primaria, la escuela número 6, y dos estaciones más adelante está el Nacional de Morón, otro colegio al que fui. Casi todos mis amigos siguen viviendo en el oeste. Eso ya está un poco en el ADN. Yo siempre me cuidé de decir que eso tampoco significa un mérito artístico. En los 90 muchos decían que el rock barrial tenía sabiduría, aguante, y no. Depende.
—Vos mismo recibiste muchas críticas en su momento, porque eras de clase media y no salías de los barrios bajos como indicaba el manual rockero de la época
—Nunca me hice cargo. Nací en Ituzaingó, los Caballeros son de Morón, alquilábamos una casa vieja, la usamos de sala de ensayo. Vivimos muchas aventuras, pateamos todo el país, fuimos muy felices, crecimos, nos separamos, nos peleamos, envejecimos, nos volvemos a encontrar cada tanto y cuando nos juntamos en un escenario, la pasamos muy bien. Volverá a pasar de vez en cuando.
—¿Qué crees que ese joven rebelde pensaría de este Ivan? ¿Diría que fue un buen recorrido, estaría contento o dirá que te aburguesaste?
—Pero por supuesto, ¿cómo no me voy a aburguesar? Tuve una prosperidad que no escondo ni me parece un demérito. El pibe que tenía 20 años pasó de vivir en la casa de sus viejos a vivir en esa sala de ensayo y dormir en un colchón roñoso, en bolsas de dormir, tomando vino de damajuana, pero divirtiéndose mucho y aprendiendo de este oficio. Y el tipo que ahora tiene 54 no, duermo en un colchón de 2x2, creo que en lo que más plata gasto es en vino porque es lo que más me gusta. Me importan un cuerno los autos, los barquitos. Me siguen gustando las mismas cosas solo que ahora, las puedo hacer más seguido y son más ricas.—Entonces estás conforme de tu recorrido en estas cinco décadas
—Tuve mucho más de lo que merezco. Gente muchísimo mejor que yo, que hace lo que hago muchísimo mejor, o nunca pudo vivir de la música, o si vivió de la música tuvo muchos sobresaltos. Sería un papanatas si me quejo, al contrario. Lo que pasa es que la vida también es una lotería macabra. Yo te digo esto y capaz salgo de acá y recibo la peor noticia de mi vida, o me pisa un bondi y por todo lo que estoy contento, se acaba. Pero si hablamos en términos de profesión, sí, estoy conforme.
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