Aunque el papa Francisco muestra cierta empatía por la comunidad LGBTQI+, desde hace siglos la enseñanza oficial de la Iglesia católica sostiene que “la inclinación homosexual es objetivamente un desorden”. Mientras Francisco afirma que “los homosexuales tienen derecho a vivir en familia, son hijos de Dios”, la Iglesia les niega el sacramento del matrimonio o el derecho a ordenarse sacerdotes. La relación de la Iglesia Católica con la homosexualidad está marcada por contradicciones y doble moral. Por eso, no es de extrañar que las dos películas más vistas por los católicos y que durante décadas se utilizaron para catequizar, el Vaticano se las haya encargado a Franco Zeffirelli, que aunque recién en sus años finales se animó a hablar de su vida privada, era un conocido director homosexual que hasta había sido pareja del cineasta italiano más importante de la época.
Zeffirelli destacaba que su nacimiento fue un “escándalo” para su época. El director describía a su padre, Gianfranco Corsi, como un “hijo de puta simpatiquísimo”, un comerciante casado que vivió un romance clandestino con Adelaide Garosi, una costurera también casada. “Mi madre encabezó el funeral de su marido embarazada de otro: un escándalo terrible”, escribió en su autobiografía. “Como no podía darme el apellido del marido, ni de su amante, escogió el nombre del aria de Idomeneo de Mozart, Zeffiretti, que adoraba”. Al anotarlo en el Registro Civil, el empleado no entendió bien, escribió mal, y quedó Zeffirelli. Seis años después, su mamá murió de tuberculosis, su padre intentó criarlo, pero su esposa llamaba a ese niño “el bastardito”, así que le encargó su crianza a dos solteronas y una viuda inglesa que le transmitiría la pasión por Shakespeare.
Zeffirelli recordaría su niñez como un tiempo “profundamente doloroso”, rodeado de mujeres afectuosas pero con el estigma de “bastardo”, y donde los hombres se presentaban como seres muy aburridos pero también peligrosos. De chico fue acosado sexualmente por un sacerdote. “Quedó satisfecho después de realizar su deseo escondido con el simple contacto de mi cuerpo... Después se precipitó al confesionario llorando de arrepentimiento”. Recreó esa tortuosa infancia en una de sus películas más recordadas: Té con Mussolini.
El director portaba los genes del arte: su árbol genealógico llevaba hasta Leonardo da Vinci, el genio del Renacimiento. A nadie sorprendió cuando se mudó a Roma y se anotó en la Academia de Bellas Artes y en la Facultad de Arquitectura. Se recibió de arquitecto, pero lejos de planos y construcciones se sintió atraído por el teatro se unió a un grupo como actor y conoció a un hombre que lejos de resultarle aburrido le cambió la vida: Luchino Visconti, el gran director de cine, teatro y ópera. Vivieron un amor “atormentado, roto, pero nunca apagado”, que terminó no por una infidelidad sino porque Visconti, luego de un robo en su casa, puso a Zeffirelli en la lista de sospechosos.
Zeffirelli fue ayudante de dirección de Visconti en los rodajes de La tierra trema, Bellísima y Enson. Asistió a otros gigantes del cine italiano como Michelangelo Antonioni, Vittorio De Sica y Roberto Rossellini. En la década de 1950 se independizó para trabajar como escenógrafo, decorador, diseñador, de vestuario y regisseur de ópera. Su gran sentido, estético sumado a su talento visual, hacía de sus presentaciones éxitos monetarios para los productores y experiencias inolvidables para los espectadores. Se lo definía como un director total: no solo ambientaba sus obras, las dirigía y en muchas ocasiones las escribía. En el Metropolitan de Nueva York, 800 espectáculos llevaron su firma.
En 1968, su película Romeo y Julieta recibió aplausos y cuatro nominaciones al Oscar, de las que ganó dos. En 1972 mostró su costado místico con la filmación de Hermano Sol, Hermana Luna, que narra parte de la vida de San Francisco de Asís. El guion fue escrito por Zeffirelli y lo que se mostró en pantalla fue una visión -para algunos poética y para otros superficial-, que poco tenía que ver con el fundador y el carisma de la orden franciscana. Aunque al polvorello de Asís se lo presentaba más como un hippie medieval que como un auténtico seguidor del Evangelio, la película fue un gran suceso. Miles de adolescentes católicos llenaban los cines para verla en familia o con sus grupos juveniles. Las canciones se interpretaban en misas celebradas en todo el mundo. Zeffirelli resultó nominado al Oscar como mejor director.
Mientras el italiano conocía la gloria, la Iglesia vivía esa gran revolución que significó el Concilio Vaticano II, a Juan XXIII, el Papa bueno, lo sucedía un adusto pero igualmente comprometido Paulo VI. Fue este pontífice que notó el éxito de Moisés y Los hechos de los apóstoles, dos programas religiosos emitidos por la televisión italiana, y propuso filmar la vida de Jesús.
Los productores se entusiasmaron con la idea y pensaron en Ingmar Bergman, un hombre que como hijo de un pastor luterano sabía de fe, pero sus condiciones -como rodar en la isla sueca donde vivía- les resultaron descabelladas y desistieron. Alguien propuso a Zeffirelli: su nombre era conocido y reconocido, sus recreaciones históricas eran rigurosas, era un declarado católico y ex compañero de Paulo VI en la Acción Católica. Pero también era homosexual, algo que la Iglesia condenaba. Cuando lo convocaron, el director recordó esa vez que el cardenal Montini, ahora Paulo VI, al conocer su vocación por el teatro, le dijo: “En otra época te habrían impedido ser enterrado en tierra consagrada, pero ahora la Iglesia cambió, tanto que te acogemos como un instrumento de difusión de buenas ideas y buena esperanza”.
Tolerada solo por discreta su condición homosexual, Zeffirelli se puso al frente de la filmación que narraría la vida de Jesús. Ya desde el comienzo el desafío era enorme. Si encontrar a un actor que cuadre con lo deseado suele ser una tarea compleja, imagine el lector lo que será descubrir alguien que represente al Hijo de Dios. Zeffirelli era consciente del desafío, por eso -astuto- en su contrato incluyó una cláusula que lo eximía de seguir con el proyecto sino encontraba al indicado. La primera opción fue Dustin Hoffmann y se barajó el nombre de Al Pacino, pero sus rostros eran bastante conocidos y podía ser contraproducente. El director decidió pasar un tiempo en Inglaterra viendo obras. Fue así que se topó con Robert Powell y lo convocó para interpretar a Judas.
Después de la prueba, Zeffirelli quedó impactado por los ojos del actor y le pidió que audicionara para el rol de Jesús. Vestido y maquillado con las ropas que usaría el Nazareno, el resultado fue sorprendente: el inglés no solo cumplía su rol con actitud, también irradiaba magnetismo. Elegido el protagonista surgió otro inconveniente. Powell vivía con su pareja en concubinato, algo expresamente condenado por la Iglesia en ese momento. Para evitar problemas, le sugirieron pasar por el altar, algo que acató.
Jesús de Nazareth comenzó a rodarse en septiembre de 1975 y finalizó en mayo de 1976. Se estrenó el domingo 27 de marzo de 1977 en la televisión italiana, que la fue desplegando en cinco capítulos de una hora y cuarto de duración. Después se emitió en el Reino Unido y en los Estados Unidos. 700 millones de personas la vieron en todo el mundo, menos en Egipto, ya que fue prohibida por sus líderes religiosos. El estreno no estuvo libre de polémicas. Algunos religiosos la criticaban por mostrar a un Jesús humano, cercano y poco divino, pero Paulo VI recibió al director en audiencia privada para felicitarlo.
La composición de Powell se reprodujo en millones de estampas religiosas, todavía hoy se encuentran en algunas santerías. El director recibió cientos de cartas de personas que se sintieron impresionadas y a menudo le contaban que se habían vuelto creyente tras ver su Jesús de Nazaret.
A cinco décadas de su estreno, para Semana Santa algún canal de algún país del mundo la incluye en su programación. A veces en capítulos de una hora de duración, pero otras en su versión completa: seis horas, 20 minutos. Lo más curioso sucede en Chile. Desde 1982 se la emite entera y es un fenómeno de audiencia que duplica a la competencia. Si le preguntaban por semejante éxito y vigencia, su director contestaba: “Yo solo hice lo que se podía hacer como cristiano que soy hasta las entrañas del espíritu”.
El italiano siguió firme en sus elecciones y convicciones. Cuando lo cuestionaron por mostrarse cercano a Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, conocido por sus ideas conservadoras, respondió: “El Santo Padre me honra con su estima y sabe que la comunicación cinematográfica de la Iglesia es una ruina. Ratzinger ha restituido el orden en la doctrina y en la liturgia”. Y agregó: “Es un papa que no sonríe mucho pero es un intelectual”. Sin problema colaboró con el Vaticano en transmisiones televisivas, como la beatificación de Maximiliano Kolbe y Teresa de Calcuta. “Estoy a disposición del Papa. Debo tener la total autoridad, que el Santo Padre no me negaría, para fulminar las continuas blasfemias que se hacen con la intención de hacer popular el mensaje cristiano. En el Vaticano lo escucho repetidamente: las actuales películas sobre santos son un horror que la Santa Sede no sabe cómo parar. Si oficialmente me asignan una tarea de supervisión, me dedico a tiempo completo. Conozco personalmente a Ratzinger; es muy consciente de la importancia de la plasmación de lo sagrado”.
Zeffirelli murió el16 de junio de 2019 a los 96 años, sin saber si creó una obra ilustre o no, pero convencido de que “si un solo fotograma consigue sacudir a alguien, despertar en él el eco de ese mensaje divino que todos llevamos dentro, no solo estarán justificados todos los sacrificios que hemos hecho sino que además habrá dado un sentido a mi vida entera”.
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