Puede que la muerte sea la única certeza que encontremos en esta vida: a todos nos sucederá, sin excepción alguna. ¿La paradoja? Cuando le ocurre a una persona amada, nos colmamos de preguntas que no parecen encontrar una respuesta posible, llenándonos de dudas, alejándonos de toda certeza. Este lunes 11 de abril se cumple un mes de la partida de Gerardo Rozín. Y en el corazón de quienes lo aman todavía resuenan aquellas preguntas que surgieron incluso antes de ese viernes 11 de marzo, en esos días previos en que se supo que su desenlace resultaba inevitable. “¿Por qué?”, es el primer interrogante. Y es muy pronto: solo el tiempo esbozará alguna respuesta posible.
Hubo un tiempo, en tanto, en el que nacieron otros interrogantes. Y fue el propio Gerardo quien los resolvió, uno a uno. Todo surgió como una sección que instaló en Mundo Rozín, su programa de FM Pop: cuando un integrante del ciclo cumplía años, el resto del equipo lo entrevistaba -como si fuera un invitado cualquiera- para que hablara de su vida y dejara al descubierto aspectos personales. A su turno, eso pasó con la locutora Eugenia Quibel; también con la periodista Tatiana Schapiro y con el guionista Sebastián Meschengieser. Y así fue como el 18 de junio de 2012 quien asumió ese rol fue el propio conductor, que ese día alcanzó los 42 años.
“En este programa el que cumple años es reporteado”, anunció Rozín ese día, a modo de preámbulo del reportaje que lo tendría como protagonista. “Hoy te toca ponerte en el lugar del entrevistado...”, le advirtió Quibel. “¡No sabés cómo lo disfruto!”, se sinceró el creador de La pregunta animal esperando el cuestionario, que se inauguraría con la siguiente pregunta: “¿A qué figura le hubiera gustado entrevistar y no se dio?”.
Como a lo largo de toda el reportaje -que al fin, permitiría vislumbrar a otro Gerardo-, el rosarino contestaría sin dudar, casi de inmediato: “A Maradona. Nunca se dio. Desconozco el motivo; no se dio. Lo admiro mucho. Nunca pude. Le hice preguntas, compartí con él el living de Nico (Repetto). Pero una entrevista, no. Hay colegas de mi edad que le han hecho entrevistas maravillosas, así que quizás no hace falta que yo le haga una. Pero a mí, me gustaría”.
Destacó que en su hija Elena se encontraba parecido “en los gestos” (“Elena soy yo”, dijo, orgulloso), mientras a Pedro lo veía “parecido físicamente” y en ese humor “bastante ácido”. Hacía entonces una salvedad al respecto: “Ahora que está aprendiendo dónde se usa y dónde no, está aprendiendo algo que el padre todavía no aprendió: es bastante más vivo. Me gusta mucho más lo que tiene diferente a mí que lo que tiene en común. Es más canchero; es canchero de verdad. Yo nunca voy a serlo, y me encantaría”.
Ese día en la radio Rozín reveló que cuando a los 20 años fue contratado en blanco por un diario de Rosario sintió “que había llegado”. “(Experimenté) la sensación de ‘bueno, ya estoy hecho’. Siempre tuve la idea de que llegar era trabajar y estar en un diario. En cuanto a la carrera y la guita me fue mejor que si me hubiera quedado con aquel sueldo, pero también fue distinto: yo no sé qué carrera hubiera hecho si me quedaba en la gráfica, porque me gustaba mucho escribir. No sé si es más: es distinto, y es mejor desde lo económico”.
Se puso un tanto nostálgico al contar que de su Rosario natal extrañaba “el río (Paraná), aunque parezca una boludez, porque el río le da el marco a todo: es con río o en sin río. Y me falta ver el río...”. En tren de confesiones, habló de su primera vez: fue a los 14 o 15 años en un campamento, con “una chica preciosa, de La Plata, y nunca más la volví a ver”. Y detalló: “Estaba a las cuatro de la mañana, había un fogón, y una vez por hora se turnaba la pareja que estaba de guardia en el campamento. Rosqueé, y me tocó la guardia y a las cuatro de la mañana, que ya sé que todos los que cantan, ya no cantan más. Laburé ahí, y al día siguiente, ocurrió. ¿Si fue lindo? ¡Fua! ¡¿Cómo?!”.
El hombre que en ciclos como Morfi o Gracias por venir, gracias por estar (Telefe) sabía convidar emoción, reconoció que no le resultaba sencillo “disfrutar”. “No tengo el don -dijo-. El momento sí lo disfruto: un gol, un orgasmo, un chiste que me tira mi hijo. Las cosas lindas. Pero... se me va. El otro día ganamos en el rating y sí, lo disfruto; pero me dura dos minutos: después pienso en todo lo que hicimos mal. Ya no lo contagio. Antes lo contagiaba; ahora me voy calladito, no digo nada. Felicito a todos, y yo me voy como diciendo... No puedo salir de lo que está mal. No tengo esa posibilidad”.
Hasta que Eugenia Quibel le preguntó: “¿Miedos? ¿A qué cosas le tenés miedo?”. De nuevo, en ese reportaje que tuvo lugar una década atrás, Rozín contestó al instante: “A enfermarme”. Y sin que le temblara la voz, se explayó: “Yo tengo una salud delicada. Me asumo así. Ya estoy sordo de un oído hace diez años por una enfermedad autoinmune. No me cuido demasiado: tuve un episodio de presión, como ustedes saben, no hace tanto. Es decir: tengo muchos números de los que no hay que tener. Y una pelea permanente con toda el área respiratoria, como tantos otros que se han dedicado a esto. A mí me requiere más concentración llegar con el instrumento, con el cuerpo, con la voz bien a los programas de radio y a los programas de tele que la preparación de los programas en sí. Es mi gran desafío: cómo no toser, cómo hacer que se me entienda cuando respiro mal. Yo tengo como una lucha permanente (con mi salud). Nada grave, nada terminal, afortunadamente, por ahora... Pero yo tengo como una pelea constante con mi manera de respirar y con mi salud. Yo soy un tipo que toma remedios”.
Tres años después de que se emitiera aquel reportaje, Rozín y Quibel comenzaron a salir. Se habían conocido en ese programa de FM Pop y supieron ensamblarse como pareja a la vez que siguieron siendo compañeros en Morfi, él en su rol de productor y conductor, ella como locutora: les encantaba trabajar juntos. Además, los unía el gusto por la música, la convicción de respaldar al otro en su carrera profesional y esa necesidad de mantener el perfil bajo de la relación: no se escondían, pero tampoco buscaban exhibirse en público. Y algo más, claro: “Él no podía más de amor por ella...”, contaban sus amigos.
Fue justamente ella quien estuvo a su lado hasta el último instante de ese viernes 11 de marzo, cuando las preguntas que ya venía haciéndose desde meses antes, se renovaron. Y si bien todavía andará buscando sus propias respuestas, Eugenia entenderá que hace tiempo encontró la mayor de las certezas: el amor que tenían con Gerardo. Ya lo escribió Neruda: si nada nos salvará de la muerte, que el amor nos salve de la vida.
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