De Arequito al mundo, o cómo La Sole conquistó Tel Aviv: “Disfruto más del contacto con la gente que de subir al escenario a cantar”

Soledad Pastorutti cierra este viernes una mini gira por Israel. En diálogo con Infobae, habla de su presente. Pero también, de las dificultades que enfrentó al comienzo de su carrera, siendo una adolescente del interior. Además, el conflicto y la reconciliación con Mercedes Sosa, los prejuicios, y la difícil misión de mantenerse vigente en una época de cambios abruptos

Entrevista a Soledad Pastorutti en Israel

“Te sigo desde chica, bemet”, le dice una mujer de alrededor de 30 años a Soledad Pastorutti. Le habla un poquito en castellano y un poquito en hebreo porque, como gran parte del público que la vino a ver esta noche, emigró hace unos años de Argentina a Israel. “Te fui a ver de chica al Gran Rex y estuve en la última fila: ahora, después de mucho tiempo, estuve en la primera fila, más allá de la distancia...”, le dice emocionada y con aires de nostalgia por el desarraigo. La cantante agradece y accede a sacarse una foto, tanto con ella como con cada uno de los asistentes que le pide una. Lo había prometido sobre el escenario y cumplió: fotos sí, videos no, porque necesita cuidar su voz para los shows siguientes.

El relajo marca 23:30; la Sole acaba de terminar su recital de dos horas en Reading 3, una sala ubicada frente al puerto de Tel Aviv. Con un repertorio que fue desde Teresa Parodi hasta la cumbia de Gilda, sin dejar de tocar sus temas más emblemáticos, el público fue parte del espectáculo. Ponchos y banderas argentinas flameaban desde las plateas hasta que, en el momento más emocionante del show, la cantante tomó una bandera y la revoleó al viento, como cuando se dio a conocer a los 15 años en aquel Festival de Cosquín que cambió su vida para siempre.

Esta es la primera vez que Soledad se presenta como artista solista en este país de Medio Oriente y vino para dar tres recitales: el primero fue el miércoles en Tel Aviv, el segundo se realizó el jueves en Beer Sheva, al sur, y el tercero, el último, será este viernes en Naharia, al norte. Antes, había visitado Israel en 2003 para promocionar la telenovela Rincón de Luz, una coproducción argentino-israelí entre Cris Morena y Yair Dori que la tuvo de protagonista. También estuvo en 2004 para hacer cinco presentaciones con el elenco de la tira, después de los cuales cantaba algunas de sus canciones.

La Sole y uno de los momentos más emotivos de su recital en Tel Aviv (Fotos y video: Maurizio de Bari)

Con paciencia y simpatía, Pastorutti saluda uno por uno a sus fans y les pregunta de dónde son. De cada pueblo pareciera saber al menos algo, por lo que podríamos decir que es una especie de profesora honoraria de Geografía. Este ida y vuelta con el público, que debajo del escenario se da de manera horizontal, fue central durante el concierto. Los asistentes podían votar por Instagram desde sus casas, y mediante código QR en el teatro, cuáles eran los temas que querían escuchar y a quiénes se los querían dedicar: un concierto a la carta, como se dice en la jerga. A pesar de las reglas, en distintos tramos del concierto se escuchaban gritos de “¡Cantá el Bahiano!”, “¡Tren del Cielo!”, junto a referencias acerca de los lugares de procedencia de muchos espectadores. En ese sentido, la vibra era parecida a los almuerzos de Mirtha Legrand en Mar del Plata, cuando la gente se acercaba con carteles pidiendo saludos para sus respectivos barrios.

Después del recital y después de las fotos, la artista que nació, se crio y elige seguir viviendo en Arequito accedió a una entrevista mano a mano con Infobae en la intimidad de su camarín. La charla sucedió horas antes del ataque terrorista que sacudió a Tel Aviv y cambió el pulso de la ciudad (y del país) en un instante.

—¿Qué se siente estar en Israel después de tanto tiempo? Habías venido hace 18 años con Rincón de Luz.

—Después de tanto tiempo parece mentira que podamos estar acá en Israel, en Tel Aviv, haciendo una mini gira de tres conciertos. Primero, porque a mí me conocen acá por la tira de Cris Morena. Vine a cantar aquella vez e hice parte de mi disco Adonde Vayas, pero nunca había venido sola. Y segundo, porque el intento era de hace dos años atrás y ya todo el mundo sabe por qué la cosa se fue retrasando. Parecía que estaba cada vez más lejos la posibilidad de volver… Y volvimos. Creo que siempre vale la pena hacer estos viajes.

Soledad Pastorutti volvió a Israel después de casi dos décadas, pero por primera vez para dar un show como solista

—El público era muy variado: había desde israelíes que te conocieron por la novela hasta argentinos de distintas provincias.

—Cuando viajo afuera del país, el mayor porcentaje de público que me va a ver es el argentino que se fue lejos, y se quedó con una imagen de mí que nada tiene que ver con la de hoy, no porque yo haya cambiado mucho sino porque era muy chica, y es lógico. Entonces hay mucha nostalgia, el pedido de las canciones más cercanas a la tierra viene siempre. También me van a ver hermanos de países limítrofes y de América Latina. En el caso de Israel, muchos me contaban que su infancia tiene que ver con mi música y la novela.

—Aquí, las religiones tienen un lugar importante. ¿Te considerás una persona religiosa?

—Fui criada en la religión católica, apostólica y romana. Sobre todo mi bisabuela Laura, que vino de Italia a la Argentina, era muy religiosa, e íbamos siempre a misa al pueblo de Los Molinos, un lugar muy pequeño al lado de Arequito. Teníamos esa costumbre: íbamos a la misa, después comíamos la pasta del mediodía. En la misa nos encontrábamos las primas de las primas, todos salían y mientras esperaban para saludar, al cura se contaban cosas que habían pasado en la semana. Yo soy una persona creyente, sí, porque me han pasado cosas… En realidad, como todas las personas, he vivido situaciones en donde me alejé, sobre todo, de lo que es la institución, porque en las instituciones están los seres humanos y los seres humanos a veces cometen errores. Pero creo que cuando estamos en una situación límite, difícil, de algo nos tenemos que agarrar. Y a mí, mi religión me ayuda mucho. Cada vez que me encuentro un poco perdida, necesito entrar a una iglesia y me siento bien.

Entrevista a Soledad Pastorutti en Israel

—Pensaba en la idea de la redención, que es central en muchas religiones, y la asociaba a tu relación con Mercedes Sosa, que no empezó de la mejor manera y finalmente se pudieron encontrar desde otro lugar.

—Con Mercedes fue una cosa maravillosa… Al principio, me saludó una vez en el 97 en los premios ACE, como quien pasa por al lado de alguien. Yo me detuve, la saludé y ella nunca supo quién era yo, porque era lógico, recién empezaba. No nos vimos hasta mucho tiempo después. Incluso pasaron muchas cosas en los medios de comunicación, de enfrentarnos, de si una era más popular que la otra, de que una era el prestigio y la otra no lo era. Una cosa muy argenta, ¿no? El River-Boca, esto de la grieta, por así decirlo, que no tiene nada que ver. Yo era muy chica, a mí me faltaba mucho y, además, las razones por las que Mercedes se hizo cantora son muy diferentes a las razones por las que yo me hice cantora. Porque el contexto social, cultural, político, también fue muy diferente. Yo nací en el 80 y solamente tengo registro de un país democrático, con todos los tumbos que hemos dado, y después aprendí en la escuela, con mis padres y por haber leído, la historia de mi país y sufrí, por supuesto. Con Mercedes nos encontramos una vez en Plaza de Mayo cantando el Himno al final, aunque cada uno hacía su show por separado. Yo no iba a cantar el Himno porque tenía otro concierto y, cuando me voy, se cruzan nuestros autos… y un grupo de fans míos la insultan. Entonces lo miré a mi manager y le digo: “Vamos a volver, vamos a pedir disculpas”. Hablamos con su hijo, pasamos a su camarín, no le dije nada del insulto y le digo: “Quería saludarte, la verdad que es un placer compartir el escenario con vos”. De hecho era la primera vez que lo hacíamos. Y me dice: “¿Viste lo que pasó ahí afuera?”. Ahí me dio el pie y le dije que eso lo podíamos corregir enseguida, podíamos sanearlo, cantando juntas: “El día que quieras, el día que te animes, cantamos juntas”. Y empezamos. Primero fue un video de ella para un Gran Rex que hice yo, después hicimos Mar del Plata, que fue un concierto multitudinario en el que ella me prestó su poncho porque hacía frío. Ahí empezamos una relación en la que yo iba a su casa, ella venía a la mía, teníamos charlas larguísimas por teléfono, me mandaba ramos de flores después de las charlas. Me ha regalado cosas muy lindas, de mucho valor. Hasta que llegó Cantora y fui la primera invitada para ese disco: para mí fue un honor, un guiño muy lindo y eso saneó todo. Yo creo que hablando la gente se entiende, conociéndose la gente se entiende, y nos faltaba eso.

—Esa pelea fue fogoneada por los medios, no era algo de ustedes, y además era absurda la comparación porque la diferencia de edad entre las dos era muy grande. No estaban compitiendo per se; se alentaba esa pelea.

—La pelea estaba alentada por los medios y creo que había una cuestión de tinte político mezclada, del cual no me voy a hacer cargo porque nunca fui una persona de utilizar mi forma de pensar en el escenario. Creo que también había una división interna del folclore: estaban como las divinas y las populares, izquierda-derecha, la gente que le fue mejor que a otra. Pero nosotras nunca nos peleamos, no hubo tal pelea, nunca tuvimos una discusión, nunca me pronuncié en contra de Mercedes. Hubo una mala interpretación de Mercedes en un momento en el que le dijeron que había una nena haciendo un revuelo terrible y ella dijo: “Bueno, hay que esperar, revolear el poncho no es cantar”, que quizás es algo que me saldría decir de alguien que empieza ahora. Pero bueno, hay que tener tanto cuidado con lo que uno dice en los medios…

—Mercedes dijo eso en lo de Mirtha, ¿no?

—Creo que lo dijo en lo de Mirtha, donde se armaban unas discusiones también entre Isella (su primer productor), Horacio (Guarany)... Mirá, el otro día me llamó Luis Landriscina porque está haciendo un espectáculo a favor de los médicos de frontera. Tuvimos una larga charla, él se acordaba de esa época, y me dijo tantos conceptos tan lindos y tan claros sobre cosas que me pasaron a mí… porque claro, yo no entendía nada. Era una nena muy chiquita y, como fui una revolución en los 90, como a todos los artistas populares, te ubican en un lugar. Después, cuando pasa el tiempo, si te sobreponés a todos los tiros y a que te tiran de acá para allá, uno puede tener cierta autoridad y la gente empieza a entender que lo único que quiero en esta vida es cantar, cantarle a mi tierra y lo que me gusta.

Entrevista a Soledad Pastorutti en Israel

—Te acusaban, entre comillas, de no ser una militante política de izquierda cuando en realidad eras una adolescente.

—Es cierto. Mirá, era una adolescente, y era una adolescente del interior del país, que no es un dato menor. Ahora los chicos tienen herramientas todo el tiempo, lo veo con mis hijas, que agarran un celular y se enteran al toque de un montón de cosas. Para mí viajar a Buenos Aires era todo un mundo y también siempre fui cautelosa… Soy gringa, tengo mi sangre italiana y soy calentona en el sentido de que me enojo enseguida. Pero mi papá y mi mamá me ayudaron a manejarme con cautela, porque a veces me dolía mucho lo que se decía. Y hoy, si leo esos titulares, todavía me enoja, porque digo: ¿nadie reparó en la edad que yo tenía? Y la revolución yo la estaba haciendo por otro lado. Si alguien quería revolución dentro de la música folclórica, tenía que ver con que no había muchos chicos de mi edad haciendo lo que yo hacía. Era otro contexto. De todo se aprende y acá estoy, con más ganas que nunca, que es lo importante.

—¿Sufriste mucho los prejuicios?

—Había muchos prejuicios sobre mí. Para mucha gente era una especie de producto generado por una compañía discrográfica en un momento en que irrumpía la música latina, la cumbia, la música de Chayanne, de Luis Miguel. Y yo no era un producto, en realidad: yo caí, como dicen en el campo, como peludo de regalo.

—Otro prejuicio que tuviste que soportar fue cuando decidiste ampliar tu repertorio musical, yendo más allá del folclore.

—En su momento, para mucha gente cantar folclore te limitaba a cantar otras cosas. Yo dije, “¿Por qué no? Vamos a demostrar que se puede”. Cuando me fui con Emilio Estefan a grabar un disco a Miami, cuando empecé a hacer televisión, cuando hice una película, hice cosas que para mucha gente eran rarísimas pero esa es mi esencia: salir de la zona de confort. Siempre digo que el que no lo hace no va a saber cómo funciona. Y si hay algo que no me gusta en esta vida es quedarme con la duda. Por supuesto que no me voy a tirar abajo del avión para ver si vuelo, pero si son cosas menos riesgosas, ¿por qué no?

Poncho al viento: un clásico de La Sole, quien llegó a Israel de la mano de Pentagrama Producciones

—Algo que se mantuvo constante en tu carrera ha sido la unión entre generaciones, Siendo un puente entre la vieja guardia del folclore y las nuevas generaciones.

—Eso pasa porque el folclore es una música que se entiende más de grande. Al principio, los nietos con los abuelos encontraron un lugar común: iban a ver a la Sole y las dos generaciones, felices; los padres quedaban en el medio y se regocijaban con esta cosa familiar. Con los años los abuelos se fueron, y los nietos los recuerdan con cariño a través de mi música e intentan hacer lo mismo con las generaciones venideras…Creo que la Sole es familia: yo me considero una artista familiar, una artista popular, una artista de la gente. Con todos los defectos y virtudes que me puedan encontrar, eso es lo que más disfruto. Disfruto más de estar en contacto con la gente que de subir al escenario a cantar. No es que no me guste cantar, pero con todo lo que tengo que hacer para cuidarme la voz, a veces obviaría toda esa parte e iría al saludo de la gente, porque me llena el alma. Es algo que me da energía y me da permanencia. Sigo creyendo en esos métodos más antiguos del boca a boca.

—Al final del concierto dijiste que ahora es todo más complicado que cuando empezaste. ¿A qué te referías?

—Es más complicado ahora porque todo es más vertiginoso, porque los cambios son mucho más bruscos y porque, si bien me considero una mujer que trata de actualizarse, no dejo de ser una mujer de 41 años que fue criada con otro chip y me cuesta actualizarme. Lucho mucho por eso: siento que me falta aprender mucho y a veces la música te marea. Parece que los artistas somos un número de reproducción y también se decía cuando empecé: “A ver, el artista es un número, ¿cuántos discos vendiste?”, y ya está. Hoy el espacio es grande pero hay cada vez más gente que lo quiere ocupar, y obviamente, por una cuestión generacional, el público tiene más presente a sus artistas hoy que a los que venimos de hace tiempo. Yo, por suerte, soy una privilegiada, y además de venir de otra época, creo haber sembrado una semilla que está dando sus frutos. No deja de ser difícil pensar qué hacemos ahora, cómo nos mantenemos. La permanencia es difícil.

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