Durante una década José De Zer se convirtió en un personaje excéntrico del periodismo argentino. Cuando en 1984 comenzó en Nuevediario, el noticiero de Canal 9, era un notero polifuncional que realizaba notas de interés general. Sin embargo, de inmediato ganaría protagonismo por realizar las coberturas de los casos policiales relevantes del momento.
Primero tuvo que relatar lo que había pasado con el femicidio de Aurelia Catalina Briant, una profesora de inglés mejor conocida como Oriel Briant, hecho ocurrido el 13 de julio de 1984, y después se encargó de describir todos los detalles de la desaparición de la médica Cecilia Enriqueta Giubileo, en el otoño de 1985, generando uno de los mayores misterios de la historia policial argentina.
El cronista nació un 21 de febrero de 1941. Su apellido original es Keizer, pero por una sugerencia del periodista Horacio de Dios se lo cambiaría: De, por De Dios, y Zer, por las últimas letras de su propio apellido. A partir de ese momento sería simplemente José De Zer.
Antes de llegar a la televisión fue boletero de un teatro a instancias de su padre, que era iluminador. No terminó el colegio secundario y en 1967 fue subteniente de reserva en el ejército de Israel durante la Guerra de los Seis Días. Comenzó en el periodismo haciendo trabajos en pequeños periódicos hasta que un amigo lo hizo entrar en la revista Gente. No tenía estudios formales pero, según De Zer, este oficio se aprendía en la calle.
Trabajando para la publicación sufriría un grave accidente automovilístico al volcar con su auto viajando a la Patagonia. Sufrió múltiples fracturas, principalmente en los brazos, y tuvo que someterse a cuatro cirugías. A partir de allí desarrollaría una adicción crónica a los calmantes.
En la década del 70 también formaba parte del programa Generación Espontánea (Radio Belgrano) y hacía sus primeros pasos como notero televisivo en distintos canales. Una nota de 1972 lo describía como odiado, discutido y rara vez alabado. En sus comienzos entrevistaba principalmente a las estrellas del espectáculo nacional y cuando los tenía que criticar lo hacía sin pelos en la lengua: “En el medio artístico son aparentadores”, se atrevió a decir en alguna oportunidad.
Con el correr de los años José se transformó en una estrella bizarra de la televisión. Corría el mes de enero de 1986 y, junto a su equipo de trabajo, se encontraba haciendo notas veraniegas en Villa Carlos Paz. Una mañana los medios locales comenzaron a hablar de una huella quemada que había aparecido en el Cerro Pajarillo, unos 80 kilómetros de distancia de Capilla del Monte. Los primeros testimonios especulaban con que podía ser la marcada dejada por un OVNI.
Junto a su camarógrafo, Carlos Chango Torres, De Zer llegó a las inmediaciones del cerro y en los caminos de tierra encontraron cascarudos muertos, algo normal en medio de un verano extremadamente caluroso y bastante seco. El periodista hizo encender la cámara e, inspirado, comenzó a hablar de insectos calcinados como si un OVNI los hubiese quemado desde arriba. Desde ese momento empezó a realizar investigaciones sensacionalistas que mezclaban la realidad y la fantasía.
A medida que pasaba el tiempo, gracias a sus informes diarios que paralizaban al país a las 20 horas, el Cerro Uritorco y Capilla del Monte se transformarían en la meca del turismo ufológico y paranormal. Mientras tanto, Nuevediario se convertía en el noticiero más visto de la televisión argentina por amplio margen, alcanzando marcas de 50 puntos de rating.
Un día llegó una carta a la redacción del noticiero: un vidente de La Plata enviaba dos fotografías. En una imagen, un gnomo se introducía en un pozo. En la segunda, un gnomo asomaba su barba entre unos pastizales. La persona afirmaba que los había encontrado gracias a su péndulo mientras daba una caminata por una casa abandonada en barrio Aeropuerto. En un momento, su cámara pocket se había disparado dos veces. Los gnomos, decía, amaban los flashes.
De Zer y su inseparable compañero Chango decidieron trasladarse hasta el lugar y se instalaron durante cinco noches para intentar grabar lo que había señalado el hombre. En la primera, el vidente se cayó al pozo mientras gritaba que una fuerza maligna lo devoraba. Para completar la historia, el compaginador insertaba voces en off: gnomos jurando que iban a atraparlos. Cada vez más vecinos se acercaban a ver la filmación. A la quinta noche, no había aparecido ni siquiera un zapato de gnomo.
De Zer y Torres debieron escapar en un patrullero para que no los lincharan. Yayo Toledo, cronista de Canal 11, vivía en La Plata y los refugió en su casa. “Llegó pálido. Decía que había sufrido más cubriendo a los enanitos verdes que cuando registró el copamiento de La Tablada. Él sabía que iba a morir recordado por sus notas paranormales. Eso le reventaba”, dijo su mejor amigo y colega.
Otro momento increíble de su carrera fue cuando en la Semana Santa de 1987 sucedió el levantamiento militar conocido como la rebelión carapintada. El general Ernesto Alais tenía la misión de poner fin al acuartelamiento de los sublevados bajo las órdenes de Aldo Rico. Alais se negaba a hablar con los periodistas, pero hizo una excepción y pidió conversar con De Zer.
Ante la mirada celosa de los otros colegas, el periodista habló con el militar un largo rato a solas. Al salir, De Zer les dijo a sus compañeros que Alais no le había revelado nada sobre lo que iba a suceder con la rebelión carapintada. Simplemente, mientras se esperaba el desenlace de la situación, el general de brigada quería saber si lo del pozo que hablaba era verdad o no.
Otra nota que le daría notoriedad a José De Zer fue cuando entrevistó a Carlos Monzón en la cárcel de Batán, condenado por el femicidio de su mujer, Alicia Muñiz. Más tarde cubriría a fondo el caso María Soledad Morales en Catamarca, que tendría una enorme repercusión nacional. En cada uno de sus investigaciones, informes y entrevistas quedarían grabadas en la memoria popular sus corridas con la voz agitada de fumador empedernido y su latiguillo de “¡Seguime, Chango, seguime!”.
“El vicio era respirar fuerte cerca del micrófono para dar una sensación de agitación, de cansancio, de fatiga. Era, probablemente, lo más cierto de José de Zer. El cansancio era producto del café, del Valium y del cigarrillo. Tomaba Valium para tranquilizarse, casi no comía, ni bebía. Se agitaba a morir. Pero todo lo hacíamos con placer. Realmente nos fascinaba estar a medianoche en un pueblito planificando el día después”, reveló en alguna oportunidad el Chango, aquel camarógrafo que acompañaba a sol y sombra al recordado periodista.
La salud de José empezó a deteriorarse: tenía un tembleque cada vez más severo y fue diagnosticado con mal de Parkinson, motivo por el cual sus articulaciones habían empezado a endurecerse. Estaba deprimido y cada vez que se encontraba con un amigo, un colega o un compañero, le apretaba la mano bien fuerte.
Su fama se prolongó por al menos 10 años hasta que en 1994 Nuevediario dejó de existir y la nueva dirección de noticias del canal redujo su protagonismo. Se acabaron los alienígenas, los pozos encantados y al poco tiempo se quedó sin trabajo. Alejandro Romay se contactó con José, y en un diálogo en buenos términos, decidieron terminar la relación laboral.
“Alejandro ya lo veía mal a papá. Se perdía y no coordinaba con ciertos temas -recordó Paula De Zer, la hija del periodista, que trabajó en Canal 9 durante 10 años como productora-. Con mi mamá decidimos llevarlo a internar a un neuropsiquiátrico porque tomaba mucho Rivotril, demasiado café y era un fumador nato. Pensamos que tenía algo neurológico porque se olvidaba de las cosas y deliraba en algunas situaciones en la casa. Cuando recibimos el resultado de los estudios descubrieron que tenía un cáncer de esófago que le estaba tomando parte de la cabeza”.
Sus últimos días fueron muy difíciles. Horas antes de morir se produjo un hecho que sorprendió a su esposa María Inés Bunge, también productora de televisión. Acostado en su cama matrimonial y ya casi sin poder hablar, de pronto se sentó, miró un cuadro colgado en su habitación y dijo: “Mamá, papá ya voy… espérenme que ya voy”. Su compañera de vida, asombrada, le preguntó: “¿Qué te pasa, Tata?”. Y él le respondió que había escuchado una música muy linda y que vio a sus padres, que lo estaban esperando.
Al día siguiente, el 2 de abril de 1997, dejaba de existir físicamente con apenas 56 años aquel hombre de cabello canoso que supo imponer un estilo propio, a pesar de las innumerables críticas y dudas sobre la clase de periodismo que había elegido transitar durante toda su vida.
El sueño de José De Zer era ser enterrado en el mismo lugar donde descansaban los restos de sus abuelos, en el Cementerio de La Tablada. “Romay se hizo cargo de todos los gastos. En ese momento era muy caro para nosotros costear con esos gastos, pero Alejandro llamó al lugar y consiguió un lugar para que el cuerpo de mi papá pudiera estar junto a ellos”, destacó una emocionada Paula, al revelar el profundo gesto que tuvo el zar de la televisión con su querido y entrañable padre.
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