Por unas horas, Barcelona fue Tandil, fue Villa María, fue La Plata, fue Concordia. Por unas horas, Barcelona fue lo más parecido a aquel canto utópico de “andate a tocar a la Luna, la Luna vamos a copar”. Los ricoteros se adueñaron este jueves de las calles de Poblenou, el distrito cultural, artístico y gastronómico de la capital catalana, plantaron banderas y le hicieron el aguante a Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado.
La banda que acompañó a Carlos Alberto Solari en sus presentaciones en vivo desde el comienzo de su etapa solista hasta el recital de 2017 en Olavarría, ya tiene vida propia. Arropados por el repertorio conseguido a lo largo de los cinco discos en solitario del Indio, pero también por el legado de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, el grupo sigue adelante mientras Solari batalla contra el mal de Parkinson, enfermedad que lo alejó de los escenarios. Este de Barcelona fue el octavo show de una aventura (avalada y apoyada por Solari) que arrancó en 2019 y también el primero fuera de Argentina.
A las 20.30 puntual, las luces de la sala Razzmatazz se apagaron para dejar paso a una música Sioux mezclada con la intro de la serie Star Trek (¿acaso esa amalgama de elementos primitivos con ciencia ficción no define perfectamente el universo Solari?). El ya clásico “Damas y caballeros: Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado” en la voz del Indio hizo el resto. Los primeros acordes de “Vino Mariani” dieron el puntapié inicial a un show que duró exactamente dos horas y 22 canciones: 10 del Solari solista y 12 de Los Redondos.
“Van a sonar aplausos para todos hoy”, dice el track incluido en “El perfume de la tempestad” (2010) y suena casi como una premonición. Los Fundamentalistas reparten la carga vocal entre todos y todas sus integrantes, aunque la mayor responsabilidad recae en los guitarristas Gaspar Benegas y Baltasar Comotto, además del polivalente Pablo Sbaraglia. Justamente él se hizo cargo de “Había una vez”, coreadísima por esa gente que con los puños en alto demuestra que una revolución sí se puede hacer con una canción de amor.
La tercera del set fue un estreno total en vivo: “Ostende Hotel”. El tema es parte de El Ruiseñor, El Amor y La Muerte (2018), álbum editado tras el alejamiento del Indio de los escenarios. En este caso fue Baltasar quien llevó las voces de una de las composiciones más intrincadas de Solari, donde teclados y guitarras forman una pared sonora que se construye y destruye alternativamente. Fue recibida con un mix de tibieza y sorpresa, pero sin dejar de ser un acierto su inclusión.
“Buen provecho”, tiró Sbaraglia, e inmediatamente comenzó el riff de “Yo caníbal”, el primer dardo ricotero de la noche. Las banderas de Monte Chingolo, Mendoza, Lomas de Zamora, Rafael Calzada y tantas otras comenzaron a ondear, a cobrar protagonismo. Es que, por primera vez, el que se sumó desde la pantalla fue el propio Indio aportando su voz en un material fílmico grabado en Luzbola, su estudio personal, su lugar en el mundo. El “Soy redondo hasta que me muera” retumbó fuerte en Razzmatazz y no dejó indiferente a la banda, que acompañó con palmas, brazos en alto e incluso con Comotto levantando su copa. Esa comunión, que escapa a cualquier análisis o discusión, es la clave del éxito de estos encuentros.
El grupo le viene a dar al público lo que quiere, sin rodeos. Solari, obsesionado con la traición desde que el alma de Patricio Rey se rompiera en 2001, puede estar tranquilo. Aquí nadie va a quebrantar ninguna fidelidad. El saxofonista Sergio Colombo se hizo cargo de “Me matan limón”, otro clásico ricotero. Entre el público se comenzaron a multiplicar las videollamadas porque, al fin y al cabo, aquí hay 2500 emigrados vivenciando el soundtrack de su vida. Las cinco horas de diferencia con Argentina no son nada cuando la conexión es tan fuerte. “Joder, tío”, lanzó Gaspar a mitad de “Gualicho”, justo antes de los vientos con aire español traídos por el saxo de Colombo y la trompeta de Miguel Angel Tallarita.
La etapa solista de Solari volvió a escena con “¿Porque será que Dios no me quiere?” en la voz de Luciana Palacios, y “Amok Amok”, cantada por Benegas. Fueron dos leyendas ricoteras las que dieron ambiente de misa ochentosa, esa época en la que Los Redondos tocaban para más o menos audiencias de este tamaño, justo antes del estallido de popularidad. Desde Gulp! (1985) apareció “El infierno está encantador”, gracias a Deborah Dixon, y luego desde Oktubre (1986), “Preso en mi ciudad”, con el bajista Fernando Nalé en el mic, pero absolutamente superpuesto por el público que tomó el “casi ya no llora, atrapado en libertad” como un grito de guerra. “En estos shows tendremos la cercanía de la gente”, le dijo había dicho Gaspar Benegas a Teleshow en una entrevista exclusiva, previa al show.
A mitad de show llegó el punto de inflexión con la irrupción de Solari cantando desde la pantalla “Encuentro con un ángel amateur”, ese ejercicio revisionista que es uno de los últimos estrenos de su discografía. Fue también el momento más emocionante de un concierto donde no hubo mucho espacio para la melancolía y el “meloneo”, un término común en el diccionario solariano. La estrofa “Un ángel sonso amateur / me condenó al paraíso / Solo me falta saber la fecha y el lugar / Y allí me iré cantando”, arrancó lágrimas. La tristeza se convirtió en rabia con “Nike es la cultura”, donde Sbaraglia cantó y extendió su dedo medio (la “botifarra” para los catalanes, la “peineta” para los españoles, el “fuck you” para el resto del mundo) para graficar su rechazo al poder del marketing. Otra demostración del Indio visionario, entonando “No logo” en 2004, mientras en 2022 hay artistas que nombran ciertas marcas en sus canciones para alimentar una falsa idea de lo que significa ser exitoso.
“Amnesia” y “El tesoro de los inocentes” fueron los últimos estertores de la carrera solista de Solari en el setlist de hoy. Es que a partir de allí (salvo por una canción más) todo fueron clásicos de PR. “Nadie es perfecto” pegado a “Ñam fri fruli fali fru” (¡que dúo narcótico!) y luego “Susanita”, con el Indio en pantalla, desataron la locura de los rocanroles que vienen desde los satélites. La única forma de bajar de allí fue subiendo la intensidad con el estreno en formato Fundamentalistas de “Todo un palo”. Luciana Palacios fue la encargada de que por primera vez en estos ocho shows sin el Indio suene el “yo voy en trenes / no tengo dónde ir / algo me late / y no es mi corazón”. ¿Cómo no sentirse así al escuchar ese himno? Pura mística redonda que precedió a “Juguetes perdidos” y otra vez el desfile de banderas, de videollamadas, de abrazos partidos. “Cuando la noche es más oscura, se viene el día en tu corazón”, retumba el mantra.
La seguidilla final de rocanroles hizo los honores para dejar atrás las penas con tres perlas primigenias ricoteras: “Un tal Brigitte Bardot”, “Mariposa Pontiac” y “Rock del País”. En la pantalla, imágenes de otros tiempos, alguna misa en blanco y negro, el Indio arriba del escenario; entre el público, quizás estos argentinos que hoy pisan suelo europeo. Todo cambió pero nada cambió, parafraseando a Giuseppe Tomasi di Lampedusa. “Felices de estar acá con ustedes. Teníamos muchas ganas de compartir estas emociones gigantescas”, soltó sobre el final Pablo Sbaraglia, antes de que el Indio brille por última vez para nosotros, en una animación realizada en base a ilustraciones del artista Serafín, para cantar “Flight 959″ desde su segundo disco solista Porco Rex (2007).
El cierre, lógicamente, fue con “Ji ji ji” y lo de siempre: el pogo desatado, el desborde, la locura. El estreno de Los Fundamentalistas en el Viejo Continente fue auspicioso (continua con shows en Palma de Mallorca, Madrid, Valencia y Málaga), y debería ser la primera de muchas incursiones por estas tierras. ¡El que la seca la llena!
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