Ismael Cala llega al estudio de Infobae recorriendo cada rincón con la mirada y activando los recuerdos de su última visita. Cinco años pasaron, nada más y nada menos. Y vaya si cambiaron cosas en este contexto de pandemia y de guerra para un hombre que trabaja incansablemente para transformar los escenarios hostiles en busca de la felicidad plena. Un lustro atrás todavía estaba fresca la decisión que cambió su vida, cuando se bajó de su exitoso lugar de presentador estrella en CNN en Español para afrontar un nuevo desafío profesional como escritor y conferencista motivacional. Una decisión radical pero que no es la primera, y quién sabe si será la última, en una vida de quiebres profundos: “Entender lo complejo de este mundo en el que nos toca vivir y hacerlo con esperanza más allá de esas circunstancias lleva un entrenamiento”, asegura el periodista al iniciar la charla con Teleshow, con su decir hipnótico y su apasionada manera de contar las cosas, para empezar a desandar el camino de su libro, que de alguna manera es el de su propia historia.
Porque Ismael no llegó con las manos vacías a la charla con Teleshow. Bajo el brazo trae un ejemplar de Fluir para no sufrir, 11 principios para transformar tu vida, un trabajo en el que pone su experiencia al servicio de todos. Pero este es apenas un disparador para repasar una historia de desarraigos y reinvenciones, de su niñez atravesada por los silencios y los tabúes, de su exilio de Cuba y de tener que empezar de cero, de renunciar a ser el número uno en la cadena más importante de habla hispana por el simple hecho de no ser del todo feliz.
—Te propongo empezar por el libro, y por el ciclo para transformar la vida.
—El ciclo empieza por integridad, porque sin integridad no hay liderazgo. Luego viene espiritualidad, que todos somos seres espirituales. Fuerza serena. Pasión. Colaboración. O sea, son 11 principios. Resiliencia. Flexibilidad. Y termina con conciencia y elevación y también gratitud, que es el principio 11. Entonces es como una lista que está basada en cualidades del bambú. Soy fan de la biomimesis o bioempatía, que es que, si el ser humano se detiene y observa leyes y principios de la naturaleza, ahí hay mucha sabiduría que emular.
—¿Por dónde se empieza ese camino hacia lo espiritual?
—Por pequeñas pausas todos los días. Basta con una pausa de dos minutos donde uno active lo que se llama observador consciente. Es como un pequeño drone invisible, con el que uno quita el piloto automático para poder tomar decisiones conscientes que no estén condicionadas por el pasado. Que sean atrevimientos hacia el futuro.
—La pandemia entre otras cosas nos dejó por un lado gratitud, entender dónde estoy parada y que soy muy afortunada por los privilegios que tengo. Pero también la imperiosa necesidad de tener que vivir mejor.
—La pandemia nos humanizó de vuelta, porque nos estaba ganando el hecho de vivir en automático. Y además nos hizo priorizar mejor qué es lo esencial y qué es lo importante. Cuidarnos. Pasar tiempo a solas. Entender lo que significa un abrazo y no darlo porque sí. Y nos hizo replantear muchos conceptos claves de la vida. Por ejemplo, qué es el éxito. Qué es la paz. Estoy de acuerdo contigo en que gratitud es también la palabra que le honro a ese período tan complicado y difícil que hemos vivido.
—Sí, gratitud de estar sanos, de tener un lugar en el que pasar el aislamiento, de seguir con trabajo...
—Sí, y aun de las cosas que no son tan bonitas. Porque entiendo que todo lo que nosotros procesamos sin tan alta resistencia nos puede dejar fortalecidos. Entonces un quiebre, una bancarrota, la pérdida de un trabajo, en el momento no lo agradecemos, pero si lo procesamos sin resistencia cuando pase el tiempo nos deja en una posición de fortaleza.
—¿Cuáles fueron los quiebres en tu vida que te transformaron en este hombre que sos hoy?
—Hay muchos, porque mi vida por mucho tiempo fue maldecida. Crecí en una familia donde no me permitían tener una conversación curiosa y auténtica que un niño tendría con su padre, al que le faltaba el brazo izquierdo, y a mis 8 años quería preguntarle a mi papá todas esas cosas. Y no se podía.
—¿Por qué no se podía?
—Porque era una familia de mucha vergüenza, de mucho tabú sobre el tema del ahorcamiento de mi abuelito, las enfermedades mentales que han rondado siempre en nuestra familia. Tenemos una historia de suicidios prácticamente en serie.
—Es pesado crecer con eso.
—Claro. Porque además estoy hablando de la década del 70, donde todavía no había un conocimiento de las neurociencias, de la inteligencia emocional como lo hay hoy. No se hablaba de conciencia. No se hablaba de epigenética. Los diagnósticos eran muy básicos y a veces errados y los tratamientos, demasiado simplistas, como por ejemplo electroshocks. Un punto de quiebre en mi vida fue a los 15 años cuando me tocó visitar a mi padre en un hospital psiquiátrico y le habían acabado de dar sesiones de electroshocks. Y la verdad era una persona sin conciencia, era prácticamente un zombi. Yo empecé a llorar, a llorar, a llorar, a llorar, y decreté que en mi vida honraría la lucha de mi padre, pero que no era el espejo en el cual yo podría mirarme y parecerme, porque era de demasiado dolor. Ese fue el primer gran punto de quiebre en mi historia de vida. Decir: “Dios, no sé cómo lo voy a hacer, sálvame, pero te prometo que yo haré todo lo posible por ir salvándome en el camino”.
—Un hacerte cargo de tu destino ¿no?
—Correcto. Y de que el destino fuese diferente. Hay mucha gente que se compra el destino de sus ancestros y que piensan que esas predisposiciones están ya firmadas para que se convierta en tu destino. Yo a los 15 años dije: “No, no, no, este puede ser el destino de muchos en mi familia pero no va a ser el mío, no compro esta historia, y por lo tanto, ¿qué me toca hacer para romper?”.
—Ahí nace Ismael Cala escribiendo su propia historia.
—Sí, sí.
—Todo eso en Cuba todavía.
—Todavía. Hasta los 28 años, en Cuba.
—¿La salida de Cuba fue un segundo quiebre?
—Sí, porque el salir de Cuba fue un deseo que yo tenía desde la niñez. Y siempre aclaro, porque todo el mundo dice que me fui de Cuba por el régimen y es cierto, pero ya como adulto. Obviamente, tener libertad ideológica y que mi mente no sea controlada por un partido ideológico y por un sistema autocrático tuvo mucho peso. Pero recuerdo querer salir de Cuba y explorar el mundo cuando no sabía de política, cuando tenía ocho, nueve, 10 años, y les enviaba cartas a niños de otros países.
—¿Y tú salida cómo fue?
—Logró ser en avión, no en balsa, como además me hubiese atrevido a hacerlo en 1992, que estaba anotado en una expedición a la base naval de Guantánamo desde Santiago de Cuba. Pero gracias a Dios me quedaban todavía momentos importantes de crecimiento personal para vivir en Cuba. Y en el año 1998 un amigo cubano me avisa que estaban invitando a presentar el pabellón cubano en Toronto Cultural y como él no podía, me propuso a mí. Fui, cumplí con mis 11 días de ese compromiso representando la cultura cubana, y luego me quedé a rehacer mi vida. Tenía 28 años.
—¿Te habías despedido antes de irte de tu familia? ¿Ya sabías que te quedabas?
—No del todo, porque en realidad después de ese primer viaje existía una posibilidad bastante concreta de un viaje a Italia. Pero estando en Toronto, Canadá, al tercer día llamo a Cuba para ver cómo iban los preparativos del viaje a Italia y me dicen: “Se suspendió, se canceló”. Y ahí fue la decisión: Dios mandó el botecito salvavidas a Canadá. Yo no conocía a nadie en esa ciudad, no hablaba inglés, y empecé a desandar la avenida donde estaba el pabellón cubano hasta que encontré un restaurante dominicano y ahí cambió mi historia porque el dueño de ese restaurante, el bartender, ellos se convirtieron en padrinos que me ayudaron a instalarme y a conocer gente en Toronto.
—Lo que es el recorrido de cada uno porque evidentemente no tenía que ser seis años antes en esa balsa. Tal vez no serías este que sos hoy.
—Exactamente. No sería. Para serte honesto totalmente, yo aprendí a hablar inglés por desesperación y necesidad de estar en Toronto sintiendo que era un analfabeto porque todo lo que me hablaban los canadienses para mí era ruido. Entonces, si hubiese llegado a Miami, donde tengo amigos que han vivido años allí y no hablan inglés porque parcialmente no lo necesitan, la historia sería otra.
—¿Hubo algún otro quiebre que sientas que te convirtió en este que sos hoy?
—Hubo un quiebre que me hizo ser una persona mucho más humilde de lo que era hasta ese momento, y fue recién llegado a Toronto, siendo mesero en un restaurante dominicano. Digo que ese fue un quiebre importante porque Ismael hasta ahí...
—Era una estrella de la televisión.
—Y vivía por su ego. Un niño que desde los ocho años ya recibía aplausos y reconocimientos especiales porque empezó a hacer radio y se convirtió ya en una figura pública siendo niño. Que a los 15 empezó a hacer televisión y todos los del barrio le reconocían porque salía en la tele. Entonces, cuando sirvo a esa familia cubana una noche en ese restaurante dominicano y una señora que estaba de visita me reconoce, y no podía creer que yo era el mesero que le estaba sirviendo, le dije: “Señora, llevo tres meses, me estoy ganando dignamente mi vida”. Hasta ese día yo estaba a regañadientes haciendo eso. Y era pésimo, porque mi foco no estaba en servir y hacer que los demás tuviesen un mejor momento. A partir de ahí, lloré mucho y fue como que el ego se sintió apuñalado. Me dije: ”Tengo que hacer esto que me toca con amor, con servicio”. Ahí me di cuenta de que me faltaba humildad y apertura para vivir lo que la vida me presentaba sin querer siempre estar en un estado de comparación.
—Hablando de momentos de quiebres, ¿cómo decidís bajarte de un éxito y dejar la televisión?
—El libro muestra un camino de autoconocimiento como el único camino real que hace que un ser humano al final de sus días sienta que su vida tuvo sentido. No es trabajar. No es únicamente hacer una familia. Es el autoconocimiento. Y yo sentía que el personaje de Cala no se estaba pareciendo mucho a la persona, al Ismael real.
—Qué acomodado tiene que estar el ego del que hablábamos para entender que la felicidad tal vez tiene que ver con un poco menos de exposición.
—Sí. Y además, bajo las amenazas de que las primeras personas a las que yo les compartí esta decisión, incluyendo a mi madre, amigos cercanos, a ejecutivos de televisión, amigos, todos me dijeron: “Estás loco, es un suicidio profesional”. Una amiga psicóloga me dijo: “Tú siempre tienes esta actitud, es auto sabotaje”.
—¿Y el momento de la decisión, lo tenés identificado cuál fue? Por supuesto que es algo que lleva mucho tiempo de pensarlo, de analizarlo, ¿pero hay un momento?
—Lo empecé a pensar en 2013 y salí tres años después; fíjate si hubo un ciclo. En abril del 2016 me di cuenta de que era el momento justo de irme porque ya estaba perdiendo pasión por las noticias. Y siempre sugiero que, si vas a desmontar un éxito, desmóntalo no cuando está en curva descendente, porque ahí te vas sin fuerza y los demás se dieron cuenta de que te vas en decadencia.
—Es arriba.
—Se llama punto de anticipación, ni siquiera es cumbre-cumbre, es en el momento en que sientes que estás llegando a tu pico, porque estás todavía subiendo, y esa fuerza es la que vas a usar para seguir subiendo a tu próxima montañita. Siempre me voy con las ganas de querer seguir subiendo.
—Sé que no te gusta opinar de política de ningún país en particular, pero yo tuve la ingenua fantasía de que después de la pandemia íbamos a salir mejores.
—Yo también, y estoy decepcionado. Pero al mismo tiempo siento que siempre tenemos que tocar fondo para que haya una toma de conciencia realmente cualitativa, importante. Eso que se llama un salto cuántico de conciencia, que nos lleva a apreciar la paz después de las guerras, la salud después de una pandemia. Si uno mira desde la conciencia humana, desde el amor, no tienen sentido, están injustificadas. Pero si uno entiende que son la representación de la falta de respeto de unos contra otros, y en este caso Vladimir Putin representa una mentalidad y ejemplo de un liderazgo de imperio caudillista simplemente desde un ego que le representa poder. Y como no tiene poder y paz dentro, quien no tiene paz interior y no siente poder verdadero cuando cierra sus ojos, siempre se peleará con el mundo para rescatar eso que no hay dentro. Y eso es lo que está sucediendo con esta guerra. Y mira lo que pasa del otro lado, en Ucrania, con una persona que está ahí defendiendo valores, principios, el derecho de soberanía de un pueblo de no sentirse amedrentados por el gran imperio histórico. Realmente espero que la experiencia de esta guerra nos deje a todos más sensibles para ser la paz que queremos ver en el mundo.
—Dios quiera que sí, porque lo necesitamos. ¿Hace cuánto que no vas a Cuba?
—Fui dos veces en 2019 con Mario Escobar, escritor español que ha escrito una novelgrafía, es una novela medio biográfica basada en la historia de mi vida, pero con mucho de ficción.
—¿Y cómo encontraste la isla?
—En algunas cosas mejor, en otras peor. Por ejemplo, a Santiago de Cuba lo vi más bonito que en el 2016 que había sido mi visita anterior. Y mi pueblo natal, que se llama El Caney, lo vi peor que nunca: vi decadencia, vi descuido, y eso se reflejaba también en cómo vivía la gente. Ojalá que Cuba despierte. Ojalá que en su momento haya un cambio que favorezca la prosperidad del individuo y no solo la hegemonía de una idea que utópicamente suena lindo, pero que lo único que hace es empobrecer a la mayoría.
—Una idea que ya está probado que no ha funcionado.
—No. No funciona y no funcionará porque anula la sed y el libre albedrío del individuo de crear su propio destino y eso no funciona.
—¿Sos un hombre feliz?
—Sí. Ahora más que nunca, porque cambié mi concepto de felicidad. Ya no es ser el número uno o vender muchos libros, esas cosas las celebro, pero mi concepto de felicidad pasa por sentir paz en el corazón.
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