La dura historia de Kate Rodríguez, de El Hotel de los Famosos: a los 16 sus padres la echaron y durmió en la calle en su Panamá natal

La bailarina se presenta como una de las más estrategas del juego y si gana, usaría el premio para visitar a su abuela, quien la ayudó de manera incondicional. Su conflictiva relación con sus padres con quienes no tiene contacto y cómo fueron sus primeros tiempos en Buenos Aires

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Kate Rodríguez en El Hotel de los Famosos

“Expectativa ninguna, cero, quiero ir a divertirme, hacer amigos, pasarla bien. Mi arma letal en la competencia es mi personalidad. Soy muy ordenada y obesivba con la gente que no usa el sentido común. El trabajo que odiaría hacer es limpiar baños y como huésped no soy sucia, trato de dejar todo prolijo. Me gustaría compartir habitación con alguien que no ronque”, se presentó Kate Rodríguez en El Hotel de los Famosos.

Además, dijo que lo primero que haría si ganara el premio, diez millones de pesos, sería visitar a su “abuelita” en Panamá. Es que, tras irse de la casa de sus padres siendo adolescente, su abuela fue un pilar fundamental y una de las personas que ayudó a la morocha a venir a la Argentina, cuando ser bailarina y famosa parecía un sueño imposible.

Kate Rodríguez, una de las
Kate Rodríguez, una de las figuras de El hotel de los famosos

Vestido blanco, pelo ondulado, llena de sueños y contemplativa, así se ve a la pequeña Kate de la foto que ella misma compartió hace un tiempo con Teleshow y que justamente se la pidió a su abuela. Pocos años después de esa instantánea, a sus 16, la participante del reality conducido por Pampita y el Chino Leunis, tomaría la drástica decisión de irse de su casa. De ahí en más, fue largo, difícil y con varias piedras el camino que la trajo primero a la Argentina y que luego la llevó a brillar en la pista de ShowMatch.

Kate Rodríguez de niña
Kate Rodríguez de niña

“Estaba sentada en una hamaca paraguaya y me hacía la modelo. Tendría nueve o diez años. Estaba de cumpleaños y mis papás como regalo me llevaron a un salón de belleza, me plancharon el pelo, el mío no era así”, había contado hace un tiempo a este sitio, entre risas sobre su cabellera, una de sus características distintivas. Kate creció en Samaria, una villa de Panamá, donde (sobre)vivir no era fácil. Incluso para graficar el lugar, recordó un trágico episodio: “Cuando yo tenía unos trece años violaron y mataron a una vecinita y el cadáver lo tiraron al patio de mi casa”.

“Mucha gente hoy lleva la bandera de ‘crecí en un lugar humilde y peligroso’, como que estuvo feliz, yo no fui feliz. Mi barrio era una favela, se robaba, había asesinatos alrededor de mí. Yo no era parte de eso. Se naturalizó lo peligroso, las chicas de mi generación terminaron una casada con un narco, otra con el marido en la cárcel, otra presa y cuidando en una celda a sus hijos porque apuñaló a alguien. No fue lindo el futuro y siempre supe que no quería estar ahí”, contaba hace un tiempo con tristeza, pero también con alivio por haberse ido a tiempo.

Claro que esa huida de su casa y del barrio que hoy entiende como salvadora, fue traumática. Con sus padres pastores, su hogar era una burbuja en medio de un entorno por demás hostil, lo que no le dejaba demasiadas herramientas a la hora de salir a la calle. Pero como los niños no entienden de mandatos, aunque su familia no apoyaba ninguna inquietud artística ella no se resignaba a soñar con su actual presente y jugaba como muchas chicas de su generación a ser Xuxa.

Encerrada en una casa ultra religiosa, dentro de un barrio marginal, ella quería bailar y cambiar el futuro que parecía estar dado como un hecho. “Estaba por cumplir 17 y tuve una epifanía: dije que no iba a ir más a la iglesia. Mis padres enloquecieron y me desheredaron, me dijeron que me tenía que ir de casa”, recordó y les hizo caso: se fue. Y fueron ellos mismos quienes pusieron sus cosas en dos bolsas de consorcio. Una imagen más gráfica, imposible.

Sin dinero, no tuvo a dónde ir y estuvo “dos o tres días deambulando”, durmió en la calle, pero no pudo recordar demasiado sobre ese momento, a modo de defensa su cabeza lo borró. Hasta que su abuela materna, su “abuelita” a quien visitará si gana los diez millones de El Hotel de los famosos la encontró y la llevó a vivir con ella, a pesar incluso de que ella se resistía a ir. De la mano de la mujer que la hizo fuerte -según ella misma definió- terminó la escuela y luego trabajó en una financiera donde cada peso que ganaba lo destinaba al hogar y a ahorrar.

Cinco años después, con algo de dinero guardado, estaba mirando un video de Youtube de Marcelo Tinelli y otra decisión la marcó. “Me voy de Panamá, me voy a Argentina”, le dijo a su abuela sobre el que hoy es su país y del que solo conocía a Axel y a Los Pimpinela.

Primero vivió en lo de una tía lejana en Córdoba, pero como reza el popular dicho “Dios es argentino pero atiende en Buenos Aires”. Sus primeros trabajos en la jungla de cemento fueron dando clases de baile en clubes -“por cincuenta pesos al mes daba dos clases por semana”- y como bailarina en los boliches, mientras vivía en una pensión. Entre casting y casting, hasta que logró entrar a lo que antes era Ideas del Sur (actual LaFlia) se encontró “a todos los chantas”: “Me pedían que me pusiera en bolas para un papel, otro que me quería tocar, no me pasó nada grave pero estuve en un circuito peligroso, pero vengo de una villa, con calle y hay cosas que las veo venir”.

Hasta que un día.... escuchó las palabras mágicas: “Quedaste”. Y luego de cuatro años de intentos fallidos formó parte del staff de bailarinas de ShowMatch. Su altura, su mega sonrisa y su pelo hicieron que pronto se destacara y que todos se preguntaran quién era esa chica que bailaba atrás de Marcelo Tinelli. El resto, es historia conocida. El ciclo como a tantos artistas le abrió las puertas a más proyectos, fue conductora de los canales Quiero, TyC Sports y participó de programas como Polémica en el Bar y El gran premio de la cocina y como actriz en El Marginal, entre otras cosas.

Kate Rodríguez en El Marginal
Kate Rodríguez en El Marginal

Decidida a ser la ganadora del reality que se emite todas las noches por El Trece, lo primero que hará con el premio será visitar a su abuela, aquella mujer que la recibió cuando sus padres le cerraron las puertas. Prácticamente no tiene relación con su familia. “Ellos ven todo desde la religión, entonces no se puede razonar. Los religiosos son fanáticos y en nombre de Dios hacen cagadas”, había dicho a este sitio y al ser consultada sobre si creía en “el de arriba”, dudó: “No sé. Estoy en un proceso de que por lo menos el Dios que yo conocí y con el que mis papás me ensalzaron no lo quiero, no quiero crecer con miedo y que mis hijos, si algún día los tengo, crezcan así. ¿Sabés lo que es crecer e irte a dormir con miedo a ir al infierno? No es vida para una nena. Fue un disparate lo que viví. Me duele porque eso arruinó mi familia”.

“No me crié con las mejores condiciones”, dijo, pero a su vez sabiendo que esa personalidad que forjó es la que le permitió torcer su destino: “Empoderarse es eso, cortar los vínculos tóxicos. Lloré, grité, tuve depresión, pero hoy me doy cuenta que todo valió la pena. No tengo vínculo con mis papás, pero tengo otras cosas y me dedico a lo que me gusta sin culpas”. Seguramente sean esa valentía, carácter, determinación, la que hagan que si se lo propone, pase las 16 semanas de encierro para ser una de las finalistas de El Hotel de los Famosos para volver, de vista, a Panamá a casi diez años de su partida.

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