La intención de tomarse un año sabático falló. La invitación de volver a la televisión con una propuesta nueva y en un horario distinto lo tentó, y así Luis Novaresio terminó modificando su plan inicial: desde marzo conduce Buen día Nación, de 10 a 13 en LN+. Ahora es tiempo de cambiar de roles: esta vez él será quien responda las preguntas, lo que genera una responsabilidad enorme para quien esto escribe.
Novaresio llega distendido al encuentro con Infobae. Antes de ingresar al estudio, saluda a los editores y los compañeros en la redacción. Prometió venir de traje, pero optó finalmente por un look informal: jeans y remera negra. Decisión acertada: se luce más su cuerpo entrenado.
En una charla más de amigos que de colegas -aun cuando no descuidará brindar su mirada sobre la actualidad del país- Luis nos regala su honestidad emocional para conversar de todo. Su primera frustración al sentir que nunca sería periodista, la conmoción por la repentina muerte de su padre, el recuerdo de la impactante charla que tuvieron antes de ese día trágico. Y también, cómo vivió el amor en la clandestinidad hasta que una foto viralizada en las redes sociales le allanó el camino y echó por la borda tanto dolor camuflado. Hoy está felizmente casado con Braulio Bauab, un reconocido empresario inmobiliario. ”Cuánto más aposté al deseo, cuánto más fui yo, más feliz he sido y soy”, se sincera.
—¿Por qué no se tomó el año sabático que prometió?
—Te juro que mi intención era parar este año, ya lo había decidido. Pasaron un montón de cosas personales fuertes. Ahora pasó lo de Gerardo Rozín, pero me pasó que se murió uno de mis mejores amigos de 59 años en Jujuy, andando en moto. Después falleció Mauricio Marona, que era el editorialista más importante del diario La Capital, de Rosario, de quien yo no era amigo pero teníamos más o menos de la misma edad, y para mi fueron dos golpazos enormes. Más el Covid, más qué sé yo qué... Tengo muchas ganas de escribir; de hecho, lo estoy haciendo. Terminé 10 años de ciclo en América, a quien le estoy muy agradecido. Dije que iba a parar y juro que esa era la intención. Sin embargo, sucede que en enero me llamó Juan Cruz Ávila y me dijo que quería que hiciera la mañana. Me sedujo el hecho de que me llamara para hacer no el momento de la noche de la información, de la política, sino la mañana, que si bien ahora nos agarró la guerra, te permite jugar un poco más. Y también hacer algo que yo amo: hacer entrevistas. Amo cuando me toca de tu lado y no de mi lado, la entrevista mano a mano. Así que voy a hacer esas dos cosas y estoy muy contento.
—¿Qué es lo que más le perturba que le pregunten?
—Qué buena pregunta. Me cuesta hablar un poco de mí, me parece que es muy egocéntrico. Viste que nosotros, sobre todo los que hacemos televisión a diario, tenemos un narcisismo demasiado exagerado. Entonces me molesta un poco hablar de mí mismo, como elogiándome.
—¿Cuáles fueron los momentos bisagra de su vida?
—Tuve muchos. Uno de ellos, decidir qué estudiar. Tengo 57 años, así que cuando quise ir a la facultad estaba en plena dictadura militar. Los militares habían cerrado música y Periodismo en Rosario, entonces había que venirse a La Plata, ni siquiera la UBA tenía Periodismo como tal, y en casa no teníamos guita para hacerlo. Así que, “serás lo que debas ser y sino serás abogado”. Para mí fue como mi primera frustración, porque sentía que jamás iba a poder ser periodista. Estudié, soy el primer hijo de mi familia recibido en una universidad. Para mi familia fue un gran orgullo que yo terminara la facultad porque mi papá pasó la guerra, mi tía también. Empecé a trabajar muy bien de abogado y, otro momento bisagra, un día vi un aviso para trabajar de movilero en la radio, me postulé y quedé, y dejé el trabajo que tenía, que era muy bueno económicamente. Tuve que empezar a trabajar de esto, ganarme la vida. La muerte de mi viejo, sin la menor duda, es un shock. Yo soy hijo único, y pasé a ser hijo único de madre viuda. Fue un golpazo porque mi viejo estaba fantástico, y fueron a una cena y volvió, yo ya no vivía con él hacía tiempo, y mi vieja me llamó y me dijo: “Vení porque tu padre se muere”. Cuando llegué, en piamontés, que era el dialecto que él hablaba, me dijo: “No va más, me voy a morir”. Y se murió. Pero tuvo la gentileza de esperarme para despedirse. Yo era un tipo muy tímido y eso me obligó a salir de mi timidez para asumir esta estupidez de ser “el hombre de la casa”. Ese fue un momento muy difícil. Después venirme para acá, nada menos: venir a Buenos Aires aunque me iba súper bien en Rosario.
—¿Por qué decidió venirse a Buenos Aires?
—En realidad, casi como que me empujaron a venir. Primero me llamó un tal Daniel Hadad para venir a trabajar. Venía de Rosario y hacía los domingos con Mariano Grondona, él me vio ahí y le dije que no, que estaba re cómodo en Rosario, que iba ahí un ratito y me volvía. Y al año siguiente, de manera muy generosa, Daniel, uno de los tipos más increíbles que conocí en esta profesión, me dijo: “Bueno, mirá, vas a trabajar de 10 a 13 en C5N y a la tarde vas a hacer de 18 a 21 el regreso en Radio 10″. Pero le volví a repetir que no quería venir. Me insistió y me dijo que arregle con Pablo Deluca las condiciones de trabajo. Y yo dije: “Este tipo está loco”. Le conté a mi jefe de Canal 3 de Rosario que me ofrecieron irme a trabajar a Buenos Aires, con la intención de que me dijeran que no me vaya, pero me dijo: “Andate. Te va a ir muy mal, en un año volvés fracasando”, y me pegó en el orgullo. Lo llamé a Deluca, arreglé con él lo que quería ganar y listo. Ese es un momento muy muy muy muy importante en mi vida.
—¿Cómo vivió su elección sexual con sus padres?
—Yo creo que ellos hicieron lo que pudieron hacer y yo durante mucho tiempo los juzgué y me equivoqué. Mi viejo y yo tuvimos una charla un mes antes de morir, muy impactante. Me llevó a un viaje por un pueblo de allá, de la provincia de Santa Fe. Creo que yo iba a dar una charla y él me acompañó, no me acuerdo bien.
—¿Cómo se llamaba tu papá?
—Luciano, Lucciano Ricardo Alba Novaresio. Paramos en una estación de servicio a comer algo y me dijo: “¿Estás bien?”. “Sí, papá”, le digo. “¿Pero estás bien?”. “Sí, papá estoy súper bien. ¿Qué pasa?”. Y me respondió: “No, porque lo único que quiero en la vida es que estés bien”. Yo creo que es todo lo que él pudo decir, y fue un montón. Y mi vieja no lo podía verbalizar como tal. Lo único que lamento es que no lo hayan conocido a Braulio: creo que mi viejo se hubiera divertido mucho con él, y mi vieja también. Es un tipo fabuloso.
—¿Cuándo se dio cuenta o decidió que las mujeres no eran para usted?
—No se decide, uno sabe. Yo tuve una amiga muy querida, Orly Benzacar, la hija de (la artista) Ruth, y ella dice: ”El cuerpo sabe”. Mucho antes me di cuenta, pero me reprimí bastante esta historia porque era una complicación. Encima yo sentía un peso enorme: se termina el apellido conmigo. No hay más Novaresio varones que transmitan el apellido como tal.
—¿Le pesaba mucho ese mandato?
—Sí, claro. El mandato... Uno juega a que se revela pero la cultura es la cultura, hasta que por suerte aposté al deseo antes que al deber. Esa es una pelea constante en mi vida: entre el deber y el deseo. Me gusta decir que cuanto más aposté al deseo, cuanto más fui yo, más feliz he sido y soy. Y bueno, tuve un primer novio clandestino, por supuesto.
—¿Extraña el amor en la clandestinidad?
—No. A mí me parece que es un trabajo, primero porque es un esfuerzo el ocultamiento.
—¿Es un esfuerzo que duele?
—Sí, sí. A mí la clandestinidad nunca me fue grata, porque aparte hay algo... Uno fantasea, uno le pone un fantasma a la clandestinidad. Yo sufrí muchas veces, siendo cronista o periodista de opinión en Rosario, temiendo que alguien me dijera: “¡Cállese, usted es puto!”. Una vez me pasó con un intendente del Conurbano. Era heavy.
—¿Vivía con una cierta alerta emocional?
—Vivís en alerta, no está bueno. Después, no quise hacer pública mi elección sexual por acuerdo con mis viejas relaciones, pero también yo temía que a mi mamá le jodiera un montón, que a mi familia le jodiera. Cuando lo conté, que fue casi de prepo, no fue hace tanto. El cuento de mi coming out tiene mucho que ver con Infobae, porque… hago un pequeño paréntesis. Un día publiqué (en las redes sociales) la foto de mi gato. A mí me gustan los perros, pero un día entró a vivir un gato a mi casa y se quedó. Y un día le saqué una foto en la computadora al gato, a Naju, y un cretino, porque es un cretino el que hizo esto, hizo un zoom de la computadora y se ve una solapita de una página porno gay. Yo la subí a Instagram o a Twitter, no me acuerdo dónde, pero el responsable comercial de esta compañía, Gonzalo Figueira, me llamó y me preguntó: “¿Qué vas a hacer con la foto que subiste?”. Le digo: “¿Qué tiene mi foto del gato?”. Me responde: “¿Por qué no mirás bien? ¿Por qué no entrás a Twitter?”. “El gato de Novaresio” fue tendencia por tres días. Y ahí, bueno... creo que fue mi inconsciente.
—¿Qué fue lo que primero que pensó luego del llamado de Figueira?
—Un escándalo. “¿Cómo lo explico? ¿Qué digo en mi casa? ¿Qué va a decir mi ex? ¿Y mis compañeros?”. Bueno, la gran mayoría de mis compañeros sabía. (La foto del gato) fue un domingo. Yo hacía radio y justo había pedido el lunes y el martes para descansar, pero no me los podía tomar en este contexto, así que encima tuve que ir a trabajar. En aquel momento fue un escándalo. En crisis tengo algunas personas a las que recurro en situaciones de emergencia. Uno es Juan Cruz Ávila, que lo conocí más tarde, y el otro es Daniel (Hadad). Lo llamé y me vine a este mismo lugar, a este mismo edificio adonde estoy, me recibió y se puso a hablar de cualquier cosa. En un momento dado le digo por qué vine y me dice: “¿Cuál es el problema? Los que te respetamos y te queremos, te respetamos y te queremos. Andá para adelante, son dos días más”. Fue toda una semana dura, porque era difícil ser el trending topic de “El gato de Novaresio”.
—Recuerdo que sobre el hecho no dijo nada.
—Ahí no dije nada. Nada. Yo cometí un error: me debería haber reído y no supe hacerlo.
—¿Tuvo miedo de perder la credibilidad en el trabajo?
—Sí. Pero lo poco o lo mucho que a mí me funciona en mi trabajo siguió estando intacto, y por eso digo que la clandestinidad es mucho más cansadora. Y después hay todavía mucho para construir. Me pasó con un gremialista muy conocido, afectuoso, que me dijo: “Bueno, le deseo feliz año y feliz año para su…”, entonces ahora yo lo que hago es quedarme callado y termino: “¿...esposo?”. Todavía falta esta cosa de que entendamos que se trata de una institución que funciona para heterosexuales o para homosexuales.
—¿Falta mucho todavía?
—Falta, re contra falta. Nosotros vivimos en un microclima en la Capital Federal. Rosario es pionera en la diversidad, Córdoba, pero alejate un poquito de los grandes centros urbanos y vas a ver cuánto falta, cuán mal la pasa el chico, la chica que decide vivir su sexualidad libremente. Falta un montón.
—¿Cómo ve al país y a su profesión?
—Somos privilegiados en un país dificilísimo, con 50% de pobres, con muchísima exclusión, con un nivel de inseguridad fenomenal. ¿Sabés lo que más me angustia de este país? La ausencia de perspectiva, la ausencia de proyecto. La política no es una cosa épica. ¿Qué le pedís a un político? Nada épico. Le pido que trace un horizonte más o menos previsible para que yo me dedique a proyectar lo que quiera en ese horizonte. Y nuestro país no tiene horizonte de previsibilidad. Entonces, ¿cómo lo veo? Mal. Veo una situación horrible, una situación de egoísmo, de ignorancia. Nuestros dirigentes son esencialmente burros, son tipos ignorantes, perdón la generalización, pero es gente sin ningún tipo de valor de perspectiva y mucho menos de generosidad, de entregar una parte de su ego en pos de decir: “Che, yo voy a hacer un proyecto un poco más profundo”. Y en el medio estamos nosotros, que no nos podemos escapar de las reglas. Estamos pasando un momento dificilísimo en el periodismo. Primero, estamos muy narcisistas, muy egocéntricos: nos importa mucho más lo que decimos que escuchar lo que nos vienen a decir. El periodismo es un acto de escucha, de indagación, de observación, mirada, de búsqueda, de averiguar sobre un otro o sobre otra cosa; no de opinar. Y en realidad, estamos mucho más interesados en escuchar nuestra voz, saber qué tono tiene, qué importancia tiene, antes que otra cuestión. Y en el medio, la grieta, que compramos torpemente, peleamos personalmente entre nosotros. Es muy feo eso.
—De todas sus entrevistas, ¿en cuál le sorprendió más la escucha?
—Hay montones de entrevistas que se plantearon de coyuntura y terminaron siendo personales. De vuelta acá, acá donde estamos sentados… En este lugar tuvimos sentada, con una mesa y dos sillones, a Cristina (Kirchner) en 2017.
—¿Cómo estaba ese día?
—Aterrorizado, como estoy cada día, pero ese día un poco más. A mí me sigue dando susto este trabajo. Ese día estaba con un especial susto....
—Igual, no se notó.
—Bueno, viste que hay alguien que en un momento te posee y te dice: “Bajá, tranquilo. Ahora trabajás”. Esto era un escándalo, todos estos vidrios eran un escándalo de gente. Pero por suerte convinimos que solo entrase al estudio ella, su fotógrafo y yo. Cristina estaba sentada de ese lado exactamente y yo estaba de este lado en la mesa grande. Valeria Cavallo, la directora de Infobae, se ríe mucho porque yo rompí mucho los cocos con la mesa grande, porque yo no quería que pareciera una mesa de café, una charla de café. Mirá, pobre Rozín, la entrevista posterior fue en Morfi con él y se sentó en una mesita. La mesita que tenían. Gerardo se cruzó de piernas y la pateó por debajo de la mesa sin querer y ella dijo: “Ahí está, ¿ves? Vengo yo y me patean. Seguro que cuando venga (María Eugenia) Vidal la vas a atender…”. Es una artista de los tiempos y de las cosas. Entonces, yo dije: “Quiero una mesa grande. Quiero una mesa que estemos distantes, que no haya un vínculo de proximidad que suponga ni afecto ni nada de eso”. Ella me decía todo el tiempo: “Decime Cristina”, y yo le decía “Doctora”. Me costó como un año volver a ver esa entrevista. Si lo del gato fue un lío (risas), lo de Cristina fue a la enésima potencia.
—Cuando estuvo frente a Cristina, ¿qué vio?
—Yo digo siempre que vi a una mujer que no reconoce pares. Sentí que es una mujer que está convencida. Después discutimos si es verdad o no que ella está siempre por encima de, incluso, los que la rodean y en los que debería confiar. Yo vi el trato que les daba a las personas que estaban con ella.
—¿Cómo era ese trato?
—Con una distancia de jefe a subordinado. No vi nunca a nadie que ella reconociera en su paridad. No sentí que le importara la mirada de nadie más que la suya propia. Grave. Para mí, la pinta tal cual es. Vos la ves en el ejercicio del poder en los últimos días, en los últimos tiempos, en las cosas que han pasado, sus cartas: “Vengo yo a explicarles cómo es la cosa”, su off diciendo “Yo, yo, yo hice”, habla de una persona que no reconoce, que tiene una veta narcisista heavy.
—¿Por qué los políticos no cumplen con su palabra y la gente los vuelve a elegir?
—Yo creo que se vota a los mismos porque el sistema solo permite llegar a los mismos y porque el voto es obligatorio. Me parece que si el voto fuese optativo, el sopapo de demostración de que la gente no está interesada en la elección sería muy grande. En tren de diferenciar, tengo un gran respeto y una gran admiración por Margarita Stolbizer porque me parece consecuente con lo que dice y con lo que hace. La voté cuando fue candidata, cuando ganó Macri. Hablé con varias personas que me dijeron que la votaron a Margarita, pero Margarita me dice: “Che, yo saqué el 3 % de los votos, ¿todos estos votos dónde están?”. O sea, nos encanta decir que hacemos algunas cosas, pero terminamos optando por los de siempre porque el sistema los produce, les permite llegar solo a ellos porque el voto es obligatorio.
—Si tuviera que votar mañana, ¿por qué político se siente más representado?
—Es que uno vota por el que zafa más... Voté en blanco en la segunda vuelta por primera vez en mi historia. Siempre cuento a quién voto, me parece que es un compromiso con quien te está viendo, el que te está leyendo. Me parece que está bueno decirlo y me da la libertad: la voté a Margarita, lo voté a Macri en la segunda vuelta y voté en blanco en la elección presidencial, no podía votar entre Macri y Alberto. Macri, creo, tuvo una oportunidad y fracasó. Un muy mal gobierno. Y Alberto era, es, absolutamente invotable al lado de Cristina, de un nivel de contradicción patológica. Si hoy te tengo que decir, escucho con atención a Martín Lousteau; Horacio Rodriguez Larreta tiene algo de movida que me parece interesante: no tiene ambición de prócer. ¿Viste que todos tienen una ambición de prócer? Todos vienen a cambiar el mundo: “Después de mí, la vida es…”. Sin embargo, él es un administrador, es un intendente, a él le gusta la intendencia. Digo, ¿no será hora de buscar en ese lugar? ¿Buscar en los intendentes y en los gestionadores, los tipos que tienen que cerrar la caja? No sé.
—¿En algún momento sintió que no podía con usted mismo?
—Sí. Mirá hay un episodio sobre el que a mí me cuesta hablar mucho y puso en riesgo mi vida, sin metáfora. Ya hace muchos años, antes de venirme acá. Y después hubo una instancia en la que estaba muy agobiado con mi trabajo, con lo que esto implicaba… Solo sentí la adrenalina puesta en el trabajo y también sentí esta cosa de “no voy a poder”. Y pude. Pero pude, aferrándome al deseo. Esto es, de vuelta: hay una cosa que los psicoanalistas definen como la pulsión de vida y yo creo que esa pulsión de vida está basada en el deseo. Es decir, perseguir más el deseo. “Si yo quiero esto, ¿cómo no voy a poder? ¿Quién me está diciendo que no está dado?”. Entonces, cuanto más puedo aferrarme a eso, más fácil me fue.
—Si pudiera recuperar un único momento de sus 57 años ¿cuál sería?
—Un almuerzo de domingo con mis viejos, con los ñoquis amasados por él, con la salsa hecha por mi vieja, con alguno de todos nuestros perros ladrando pidiendo comida en la casa de 27 de Febrero en Rosario, discutiendo como discutíamos, fuerte. Y sabiendo que ese mismo día, a la noche, cuando ya todos se iban a dormir, mi viejo preparaba café, en la cafetera que aún conservo, el aroma lo envolvía todo, y yo me sentaba a tomar un café solo con mi papá, a veces sin hablar, mientras él, además, tomaba un dedo de Fernet puro. Hasta que me decía: “Mañana te tenés que levantar temprano”. Eso querría.
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