Vida y obra de Arturo Bonín: mecánico por castigo, kiosquero para sobrevivir y actor de carácter como única vocación

Se formó en el teatro y se hizo popular con Yo fui testigo, un programa que mezclaba ficción, historia y periodismo. Se corrió del rol de galán y se animó a encarnar personajes comprometidos y jugados. Este martes murió, a los 78 años. Se despide un artista que supo honrar la vida y el oficio

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Arturo Bonín en una escena el filme Otra historia de amor
Arturo Bonín en una escena el filme Otra historia de amor

Nieto de un abuelo que fue cura, ya desde sus comienzos la vida de Arturo Bonín tuvo mucho de ficción. Según contó en Infobae su abuelo italiano se hizo sacerdote por mandato de su madre, cuando la mujer murió, el hijo le prendió fuego a la sotana en el puerto de Génova y se subió a un barco del que se bajó en Uruguay. Se casó, tuvo tres hijos y a los 40 años, enviudó. Cruzó a la Argentina y se casó con una adolescente de 15 años, “un tipo con posibilidades, los amigos le buscaban alternativas y conoce, mejor dicho atrapa, a esta criatura de 15 años. Así eran en ese momento histórico. Elige: ‘Bueno, vení para acá, pum, diez hijos’. Yo digo es abuso eso, es abuso de poder”.

Así contaba Arturo su historia familiar y en su relato ya mostraba algo que fue su sello: un hombre que siempre supo que no todo está bien ni da lo mismo, que no todo se justifica y que vale la pena ser coherente, vivir sin traicionarse. Y así lo hizo hasta el último día de su vida: Bonín murió este martes 15 de marzo luego de haber enfrentado un cáncer de pulmón. Tenía 78 años.

Nació en Villa Urquiza el 11 de noviembre de 1943; “dicen que es el día del cornudo”, contaba con humor. A los tres años se mudó a Ballester. Su primer trabajo fue cuando terminaba la primaria. “En mi casa no me aguantaban y me mandaron a un taller mecánico a limpiar piezas. Metía las piezas en un tacho con nafta y las limpiaba, con un trapito. Estaba siempre sucio”. Tímido, “muy metido para adentro”, la payasa de la familia era su hermana que sí cantaba, bailaba y actuaba. “A mí me decían dale, animate, sobre todo en las obras del colegio, pero yo me negaba”.

Cursaba segundo año de química para la alimentación en un colegio industrial de Floresta cuando un amigo lo invitó a integrarse en un grupo de teatro. “Lo primero que pregunté fue ‘¿hay minas?’. Me contestaron que sí. Y entonces fui. No conseguí ninguna mina, pero el teatro me ganó el corazón”.

Arturo Bonín
Arturo Bonín

Cuando le dijo a su papá que quería ser actor, el hombre lo llevó al médico. “Creo que me salió medio raro.. quiere actuar”, le comentó preocupado al profesional. Eran los 50 y la actuación no parecía una profesión. El médico lo calmó y su papá que era un “tipo elemental, colectivero en la línea 4 pero con el que se podía hablar de todo” confió en ese hijo que solía acompañarlo en el recorrido San Isidro- Liniers “fascinado por verlo manejar esa cosa enorme”. De ese padre también aprendió lo que significaba el compromiso. En el 55, en plena revolución antiperonista, Bonín padre escondió a un dirigente peronista dentro de su auto y lo llevó al puerto para que el hombre – que además era su amigo- pudiera exiliarse en Uruguay. Por eso, diría después “yo provengo de eso, del código, del barrio. Yo me esfuerzo por tratar de ser coherente, por no traicionarme”.

Decidido a ser actor “más que como una necesidad de expresión que de realización” realizó distintos trabajos como “excusa para sobrevivir y poder seguir haciendo teatro”. Fue vidrierista, carpintero “oficio al que amo” y uno de los primeros que se interesó por esos aparatos que decían traían el futuro: las computadoras. Trabajó siete años como programador de sistemas en una gran empresa. Progresó pero pagó el precio: una úlcera. Otra vez un médico, lo rescató; le preguntó ‘¿Qué hacés con un equipo de computación si vos querés ser actor?’ Sabía la respuesta, pero le faltaba animarse a dar el paso y decidió darlo. “Cuando renuncié, mi jefe que era un tipo encantador me quería convencer que me quedara, que allí tenía futuro, pero era esa perspectiva lo que me ponía loco: llegar a los sesenta años, que te den un reloj, te jubilen y entonces darte cuenta de que no hiciste nada con tu vida, que no sabés dónde estuviste metido todo ese tiempo”.

Bonín largó el trabajo y lo largó esa novia con la que ya tenían plazo para casarse.. De 1974 a 1986 integró el Grupo del Centro, con Villanueva Cosse y Juan Manuel Tenuta. Allí conoció a Susana Cart. Él estaba separado y con un hijo, ella estaba casada. No pasó nada. “Tuvimos una relación espantosa de movida. Integrábamos dos grupos diferentes de trabajo que tenían miradas oblicuas, pero debimos asociarnos para rescatar un teatro que estaba en caída libre. Entonces, un día me convocó un director que planteó la idea de la fusión para lograr tener la sala propia. Un día fui para hablar con Susana Cart, que coordinaba las tareas a realizar. Llegué y ella estaba sobre una tarima dando órdenes. Pensé que era muy dura, y así nos conocimos. Tuvimos tres años de muchas discusiones. Después nos hicimos amigos por mucho tiempo. Con el correr de los años fuimos compinches, después se aclaró la cosa, nos casamos, y hace más de 40 años que estamos juntos. Siempre digo que me doy vuelta en la cama y la veo, me doy vuelta en la cocina y la veo, me doy vuelta en el escenario y la veo. Estoy muy feliz de compartir mi vida con ella. Nos gusta trabajar juntos, es muy placentero”, recordó en Diario hoy.

Arturo Bonin con su compañera, Susana Cart
Arturo Bonin con su compañera, Susana Cart

Hacían la versión teatral de Esperando la carroza cuando Villanueva le dijo que le gustaba “esa cosa derruida que tenés en la cara” y le aconsejó dejarse el bigote. “Primero no me gustó, pero después me acostumbré y ya no me lo pude quitar. Con esa cara que él me armó hice prácticamente toda mi carrera”.

En 1981 interpretaba Los pequeños burgueses cuando lo vio Wilfredo Ferrán, un director de televisión y lo convocó para la telenovela El amor tiene cara de mujer. Habló con Susana, vendió el kiosco “chiquito como un ataúd vertical ” que atendía sobre la calle Lavalle y Montevideo y se jugó por ese contrato en canal 7. “Se me desorganizaba todo, porque yo hacía uno que otro bolo en televisión, una publicidad, y a la noche teatro, y los fines de semana a veces hacíamos infantiles, y ensayábamos otra obra, que era para reponer cuando esa bajaba. Apareció esta posibilidad con opción a continuar, y había que tomar una decisión. Y cuando tienen que ver con lo económico, las decisiones las toma Susana porque es la que sabe; yo de eso no entiendo nada”.

Pintaba para galán pero no quiso encasillarse. En 1985 interpretó a Bailoreto y al año siguiente protagonizó Otra historia de amor, una de las primeras películas que se animó a hablar de amor en vez de escándalo entre dos hombres. Faltaban veinticinco años para la aprobación del matrimonio igualitario, Bonín desoyó a esos amigos que le aconsejaban no protagonizarla para “no dilapidar la estirpe de macho”. Además quería apoyar al director Américo Ortiz de Zárate al que algunos directores del INCAA despreciaban y le aseguraban que les daba “asco financiar una película de putos”. En una entrevista en El destape, admitía sin jactancia de héroe que “ese período fue muy duro para mí. Lamentablemente nuestro director, Américo Ortiz de Zárate, falleció por complicaciones que le trajo el SIDA. Con Mario Pasik íbamos a verlo al Hospital Muñiz. Un amigo, fue muy duro perderlo. Por suerte, esos años oscuros pasaron con rapidez, ya no es la “peste rosa” que titulaban los diarios y se comprendió que no solo ataca a la población homosexual.

Arturo Bonín en Otra historia de amor, el filme que le valió el único reconocimiento artístico que le hizo su padre, quien nunca quiso que fuera actor. “Me hiciste llorar en un momento”, le dijo el hombre; y nada más
Arturo Bonín en Otra historia de amor, el filme que le valió el único reconocimiento artístico que le hizo su padre, quien nunca quiso que fuera actor. “Me hiciste llorar en un momento”, le dijo el hombre; y nada más

La película fue un éxito en España. Lo convocaron para trabajar en Amanece que no es poco. Filmó, triunfó, no se quedó. Los afectos, su patria estaban en otro lado.

Aunque la mayoría lo conoce por sus participaciones en teatro y televisión, Bonín era uno de los actores favoritos para las editoriales. Es que el actor poseía una increíble capacidad para interpretar textos sin sobreactuarlos ni modificarlos. Prestaba su voz a un poema de Borges, un cuento de Cortázar o un texto de Camus atrapando a la audiencia sin traicionar a los autores y sobre todo, sabiendo que el protagonista era la obra y no el intérprete.

Uno de sus trabajos más conocidos fue el que menos lo desafió actoralmente. Condujo Yo fui testigo, un ciclo que entrecruzaba periodismo, historia y ficción. Fue la época en que cuando salía a correr, los mismos adolescentes que se “rateaban” y se escondían en los bosques de Palermo lo paraban para hacerle preguntas como si fuera un profesor de historia.

Arturo Bonín en Yo fui testigo, que recreaba la vida de algún personaje de la historia argentina, mezclando material de archivo con ficción
Arturo Bonín en Yo fui testigo, que recreaba la vida de algún personaje de la historia argentina, mezclando material de archivo con ficción

Después llegó la propuesta en la telenovela De corazón, la telenovela planteaba el amor a los 50, algo que pocos se atrevían a mostrar. A los 54 años se encontró siendo el objeto de deseo de muchas mujeres.

Actor todo terreno. Podía participar en la puesta de Cuestiones con Ernesto Che Guevara en el teatro a la par que en televisión era parte del elenco de Verdad consecuencia; repartir sus días entre las grabaciones de Vidas robadas y la puesta de Whitelocke, un general inglés en el Cervantes.

Solía interpretar hombres cabales, coherentes, de esos que prefieren perder la guerra pero no sus principios. “Cuando estoy en un escenario trato de hacerle ver a la gente que la solidaridad y el amor por el prójimo también son valores importantes (aunque no estén de moda) y que cultivar esos valores nos hace mejores y más libres”, por eso “solo hago personajes indeseables si la conclusión de todo es que reciben su castigo”. No solía protagonizar portadas de revistas ni grandes notas “hace 30 años que estoy casado con la misma mujer, soy abuelo, no hago escándalos, laburo sin hacer bandera, eso no es nota”.

A la televisión le agradecía que entre la grabación de escena y escena quizá debía estar 50 minutos esperando que aprovechaba para leer. Fue así que descubrió la novela El delicado umbral de la tempestad de Jorge Castelli, humilde y humano le escribió al autor para agradecerla la obra y decirle que le veía “corazón teatral”. Años después lograron hacer su puesta en el Cervantes. “Eso se lo tengo que agradecer a la televisión. No todo es tan terrible ni maravilloso como parece a veces”. Su última participación fue en La 1-5/18, donde era el tío del padre Lorenzo (Esteban Lamothe) y Coty (Rodrigo Pedreira).

Nelson Rueda y Arturo Bonín en la puesta de Un instante sin Dios
Nelson Rueda y Arturo Bonín en la puesta de Un instante sin Dios

Cuando no actuaba tenía un pasatiempo que le causó algunos problemas de convivencia. Le gustaba juntar de los contenedores marcos de cuadros, trozos de madera y cualquier cosa que le pareciera útil. Después en el taller de carpintería que tenía armado en el garaje de su casa, los restauraba y la basura se transformaba en maravilla. Si no hubiera brillado en las tablas podría haber brillado con las tablas ya que era un gran carpintero.

El actor aseguraba que “me complemento con el otro, me sumo a la diversidad y ahí conformamos una identidad colectiva”. Enseñaba que “Actuar es viajar para adentro, es reconocer las resonancias que hay dentro de uno, dentro mío, de cada uno de estos personajes que me toca interpretar. Poder tener la generosidad de prestarle mis miserias a los personajes, ser lo más auténtico posible en ese sentido”. Se reconocía “un tipo jodido: hay cosas que me enojan mucho. Dame un motivo y te voy a putear. Dame un motivo y me enojo. Ahora, elijo tratar de ser un ser civilizado, elijo eso. Hay veces que piso la cáscara y me voy”. Contaba que había situaciones que lo llevaban al grito “El destrato me conduce a ese tipo de cosas. Y me pongo jodido. Grito. Y grito. Entonces me dicen: “No me faltes el respeto”. “No te falto el respeto, te estoy gritando, que es otra cosa. No te insulté, grito porque estoy enojado. Pero vos no sos el destinatario de eso, tu falta de respeto es la destinataria de mi enojo”. Compartía que le gustaba “contar historias y ser testigo de la época”, afín a los gobiernos kirchneristas contó que “no puedo decir que me hayan prohibido, las listas negras fueron durante la última dictadura cívico militar. Lo que sí, he laburado mucho menos. A veces, visibilizar tu compromiso con un proyecto social implica rechazo en cierto sector”.

Bonín decía que “uno es lo que hizo en la vida” y que por eso “lo más complicado, lo más duro, es ser coherente más allá de los éxitos y los fracasos”. Dicen que la gente decente, sabia, amorosa; llega hace su magia y se va. Bonín nos dio muchos años de magia, por eso duele tanto que se vaya.

Arturo Bonín, en su última visita a Infobae
Arturo Bonín, en su última visita a Infobae

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