La suya es una de esas vidas intensas para ser vividas y geniales para ser contadas siempre y cuando -pequeño detalle- hayas logrado sobrevivir. Tom Hardy nació el 15 de septiembre de 1977 en Londres. En su hogar se respiraba arte, su mamá era artista plástica y su padre un reconocido escritor, guionista y profesor universitario. Lo inscribieron en muy buenos colegios, pero... “Joder, ¡las odiaba! Pantalones cortos, camisa de Aertex, hebillas... No estaba hecho para mí. Desde el punto de vista académico, soy un fracaso absoluto”, recordó en Esquire.
Una mañana en su escuela asistió a una charla sobre el abuso de drogas. Un policía les contó a los atentos alumnos el peligro de aspirar pegamento. Lo que debía servir para desalentar, a Tommy -como lo llamaban- le despertó la curiosidad por consumir. Con 11 años comenzó a tomar drogas. Arrancó aspirando pegamento, siguió con las drogas alucinógenas, sumó crack y por último, esa droga legalizada que es el alcohol. Quién se las suministraba, cómo las conseguía, nunca se supo.
Las drogas pronto cambiaron su comportamiento: “Hubiera vendido a mi madre por crack en aquella época”. Constantemente se metía en peleas callejeras y hasta robó un auto con un amigo. “Las cosas eran muy complicadas en mi juventud, no sabía lo que quería hacer y ni cómo quería hacerlo, y cuando tienes 20 años no piensas con la cabeza. Quería parar pero era un muchacho duro, o eso se suponía, y cuando entras en esa dinámica es muy difícil cambiar”.
Para complicar el panorama, a los 15 años le diagnosticaron “una psicopatía menor, esquizofrénico con tendencias psicopáticas, me dijo el médico”, contó en aquella entrevista. “Es algo muy jodido para un adolescente. Y una etiqueta de mierda. Probablemente había fumado algo de marihuana, lo estaba pasando mal y me comporté como un idiota delante del médico. Quizá estaba asustado, pero te meten en la mierda ¿y cómo sales de ella?”.
Una noche debía reunirse con el director John Woo, pero en lugar de encontrarse con él se despertó borracho en un callejón, con un desconocido durmiendo desnudo a su lado y un gato que lo miraba con cara de “mi vida parece bastante mejor que la tuya”. Decidió ingresar en un centro de rehabilitación para dejar atrás sus adicciones y comenzar un tratamiento psicológico. Desde entonces logró mantenerse sobrio. No le resulta fácil. “Si tuviera cuatro pintas de cerveza y media botella de vodka, podría convertir esta habitación en una maldita pesadilla en unos tres minutos. Podría destruir todo en mi vida por lo que he trabajado tan duro”, dijo el actor a The Mirror.
Aunque durante la adolescencia parecía que las drogas controlaban su vida, no lo hicieron del todo. Se inscribió en dos escuelas de actuación. En ambas descubrieron su potencial y de ambas lo expulsaron por indomable. A los 21 años sus labios carnosos, los ojos entre azules y verdes, y ese aire de chico malo pero desamparado le permitieron ganar un concurso de modelaje.
La actuación era lo suyo: su debut fue en 2001 en la serie Band of Brothers (Hermanos de sangre), pero no imagine el lector un rol protagónico ni deslumbrante. “Alguien vino a la escuela y dijo que necesitaban algo así como 500 actores”, recordaría.
Desde ese debut, Hardy fue construyendo una carrera que es la envidia de más de uno; pasa de superproducciones que aman las multitudes y aumentan la cuenta bancaria a pequeños filmes independientes, de esos que aman las minorías cinéfilas y aumentan la admiración. Así lo vimos en Locke, un magnético thriller donde Hardy durante hora y media se banca un primer plano y es el único actor que aparece en pantalla. Si el lector no la vio, tómese el tiempo para hacerlo; como decían por allí, le aseguro que no lo va a defraudar. Fue parte de La última pelea junto a otro actor gigante como es Nick Nolte. Estuvo en ese exitazo que fue El renacido, se lució en Mad Max, y fue el supervillano Bane en la trilogía de Batman bajo las órdenes de Christopher Nolan.
Al repasar sus películas, se puede pensar “qué buen ojo para elegir guiones”, pero por más insólito que parezca Hardy jamás lee los proyectos que le llegan. Él tiene un método bastante más original: se lo deben contar en un minuto. “Casi no leo guiones, prefiero que me cuenten la historia; si me suena bien, acepto. Tampoco es tan fácil que me suene bien. Si te pido que me cuentes Warrior en un minuto y lo haces bien sabré perfectamente de qué clase de película estamos hablando. Para eso tengo a mi representante (Lindy King). Ella me ahorra un montón de horas de lectura. Así que cuando un actor te diga que se pasa el día leyendo guiones, no te fíes: ¡yo leo cada vez menos!”. Así que al parecer, no solo los jóvenes no leen; algunos actores famosos parece que tampoco.
Si algo impresiona de este actor impresionante es su capacidad de transformación. No solo modifica su típico acento inglés cada vez que el personaje lo requiere, sus cambios físicos son increíbles de tan creíbles.
Para el papel de Bronson, el famoso criminal apodado el “preso más violento de Gran Bretaña” y que pasó la mayor parte de condena en confinamiento solitario, Hardy se reunió con él en hospitales psiquiátricos de alta seguridad. Además se afeitó la cabeza y engordó 19 kilos. Lo llamativo es que un año antes adelgazó 12 kilos para interpretar a un drogadicto sin hogar en Stuart: una vida al revés.
En el 2011 se estrenó Warrior: para interpretar al delgado y enérgico luchador Tommy Conlon redujo un 15% de grasa corporal y ganó 20 kg de músculo. Según cuenta la revista Men’s Health, lo logró poniéndose bajos las órdenes de Patrick Pnut Monroe, un ex entrenador de marines. Comenzaba con una sesión de gimnasio a las 7 de la mañana y durante el día hacía saltos, dos horas de trabajo con almohadillas, sparring, un par de horas de jiu-jitsu, coreografía y dos horas más en el gimnasio. De solo leerlo, uno se cansa.
Para su siguiente papel en Batman, El Caballero de la Noche, Hardy engordó 13 kilos hasta alcanzar los 90. “Comparado con Christian Bale, no he sido en absoluto extremista en mis cambios corporales”, minimizó el actor en The Daily Beast. Sin embargo reconoció que “se paga un precio después de cualquier cambio drástico. Es más fácil cuando eres joven. A medida que cumples años es más complicado porque debes cambiar tu aspecto rápidamente y no es tan sencillo cuando además estás filmando continuamente. Pasar de un extremo a otro es duro, y ya tengo algunas articulaciones que suenan cuando no deberían”.
Aunque su filmografía es extensa, en los últimos años Hardy se metió en el mundo de la televisión. Tiene su propia compañía de producción llamada Hardy Son & Baker, que produce el drama Taboo de BBC One, e interpretó a un personaje clave en Peaky Blinders, tanto que a pedido del público lo volvieron a convocar.
Lejos de la rivalidad cine/televisión, Hardy tiene una respetable/insólita teoría. En una entrevista con El Mundo aseguró: “Todos dicen que la televisión es mejor que el cine y cosas por el estilo. Y no. No se trata de eso. Es algo mucho más pragmático: yo tengo un hijo y una esposa. Si queremos ir al cine tengo que buscar una niñera, pagar las entradas, la cena, las malditas palomitas, etcétera. Así que miro a mi mujer y le digo: ‘Cariño, ¿una pizza?’. Y nos quedamos en casa con alguna plataforma. Tenemos miles de películas a nuestra disposición y no tenemos que movernos de casa. El catálogo es inacabable, así que ¿para qué tengo que montar una infraestructura de combate cuando lo tengo todo en mi sofá? Ya sé que me estoy tirando piedras en mi propio tejado, ¡pero tú me has preguntado!”.
Se sabe que Hardy puede ser un tipo de carácter difícil. Tuvo problemas con Shia LaBeouf y con el director mexicano Alejandro González Iñárritu. Durante el rodaje de El renacido la forma de quitarse la tensión era luchando con Iñárritu en la nieve. El actor reconoce: “No tengo ningún amigo, no los mantengo, ni les doy bola con sus problemas. Me gusta estar solo. Tengo un perro y dos hijos. Mi perro jamás hará nada que me moleste, y mis hijos tampoco”.
Su amor por las mascotas es casi tan legendario como sus transformaciones físicas. Asegura que no puede ni quiere vivir sin un perro a su lado. “¡No es una obsesión! Yo amo a los perros. Son criaturas especiales. Me encantan todos los animales, pero creo que los perros son simplemente fantásticos”; “Los perros harían cualquier cosa por ti, y nosotros los llevamos a la peluquería. Nadie les pregunta a los caniches si quieren llevar el pelo así, ¿verdad? Luego la gente se pregunta que por qué los caniches son tan irritables”; “Perro (dog) escrito al revés es Dios (God, en inglés)”; “A los perros nunca podés engañarlo para que piense que sos otra persona, por lo que son excelentes monitores de mierda, especialmente para los actores”; son algunas de sus frases sobre sus amigos de cuatro patas.
Cuando sale de su casa les deja el televisor prendido para que no se sientan solos, y lo acompañan a bares y galas. Es embajador de Battersea Dogs and Cats Home, una ONG que asiste a los animales y suele ayudar a personas a realojar a perros rescatados. En La Entrega, terminó adoptando al cachorro pit bull que aparecía en la película. Tuvo un labrador, llamado Mad Max, que murió en 2007, y que lo llevó a aceptar protagonizar la película solo como homenaje a él. Las cenizas de Mad las guarda en una urna arriba de su sofá favorito.
Con 44 años, Hardy levanta suspiros pero no hay muchas chances: está casado con Charlotte Riley. La pareja pasó por el altar en 2014 y ya son padres de dos niños. “Me encanta mi trabajo, pero todavía me gusta más ser padre. No hay trabajo más duro en todo el planeta, y más importante, que ser padre”.
El actor a veces fantasea con largar todo y “abrir una cafetería especializada en masa madre. Vender café y pan, organizar clases de jiu-jitsu y reuniones de alcohólicos anónimos. Y podrías traer a tu perro, por supuesto”. Después de cuatro décadas intensas, Hardy aprendió que, como asegura, “la vida no es un ensayo general, ¿verdad? Es en directo. Y pasa una sola vez”. Y ya sabemos que vivir solo cuesta vida.
SEGUIR LEYENDO: