Cómo escribir una nota en pasado cuando uno desea que siga en presente. Cómo conjugar verbos en pretérito como fue, trabajó, entrevistó cuando queremos que los verbos sean es, trabaja, entrevista. Porque se despidió Gerardo Rozín, el productor obsesivo, el entrevistador cálido pero mordaz, el profesional riguroso, pero sobre todo un buen tipo.
Especialista en mezclar entretenimiento con información, en distender basándose en el diálogo y no la agresión, Gerardo Rozín transitó por los medios sin caer en la ley del todo vale por un punto de rating.
Con una capacidad única para contar anécdotas el mismo recordó en una maravillosa charla en Infobae cómo descubrió su vocación. “Fui a un colegio estatal, soy hijo de la educación pública, hijo de padres separados de la época en la que eso todavía era nota. De hecho, creo que descubrí que era productor de televisión cuando logré un efecto con el hecho de ser hijo de padres separados: ‘¿Por qué no estudió Rozín? No, porque soy hijo de padres separados’. Medio que los conmoví y zafé”.
A los ocho años ya armaba un periódico con un compañero. Gran lector con diez años devoraba revistas para adultos esas con notas serias y humor político; las consumía a la par que los comics. “Yo estaba muy politizado, o muy informado más bien. A los 12 años ya era fanático de la revista Humor, leía política, tenía una mirada sobre la dictadura. Cambié muchísimas cosas, pero eso no, es una mirada parecida a la que tengo hoy”.
Se metió en el periodismo sin saber que quería ser periodista. Era el 83, la primavera alfonsinista estallaba y todos sentíamos que estábamos viviendo un tiempo tan esperanzador como histórico. En ese contexto Rozín empezaba el secundario. “Hicimos una revista a la que le pusimos La Gallina Prolija porque el director se acomodaba los huevos todo el tiempo, era un chiste al director de la escuela”. Parecía una broma adolescente, pero ese adolescente de mirada divertida demostró que además de reírse se tomaba la vida en serio. En tiempos sin Google, solo su curiosidad, el sentido de justicia, una libreta y una lapicera realizó una investigación periodística con la lista de desaparecidos de Rosario que luego incorporó la Conadep en el Nunca más.
En tercer año de la secundaria entró a Canal 3 de Rosario a ordenar dibujitos en un programa infantil. Después participó con unos amigos en una radio trucha y de ahí paso a una FM poco conocida. Sintió qué era ser productor a los 15 años cuando Hugo Moser llegó a la ciudad para realizar una ficción con Guillermo Francella y Carlín Calvo, él se ofreció a ayudar y terminó arruinando el final de una miniserie.
“En una escena final, al borde del río, un tipo desde arriba del barco se agachaba y sacaba una bolsa de guita que es la que se había buscado durante toda la miniserie, estaba abajo del agua. Se ensayó esto, lo otro, el barco que venía, el auto que corría, y cuando llegó el momento de grabar, hay un boludo que está haciendo fuerza, ¿viste? La bolsa no bajaba, y Moser, re-caliente, abre la bolsa y la habían llenado con madera: “¿Quién fue el pelotudo que armó un botín con una bolsa de madera?”. Todos empezaron a mirar y estaba el nene de 15 años que levantó la mano. Me cagaron a pedos y entendí de qué se trataba ser productor. Ser productor es entender que todo importa; y cuando hay algo que no te importa, estás arruinando todo. Después aprendí, me pasó ahí y no me pasó más”, contó en una entrevista para El planeta urbano.
Los trabajos se sucedían. “¿Y qué quería hacer yo? Escribir. Escribía todo el puto día. A los 18 años mi vieja me sugirió que, ya que contábamos con otro departamento familiar, me fuera porque yo escribía en la máquina de escribir todas las putas noches, era insoportable”.
Se anotó en la facultad y vio la convocatoria para formar parte del diario Rosario 12. “Era una redacción con diez personas y una facultad de tres mil, llevé dos notas, sin conocer a nadie, y quedé de cronista. Eso me dio seguridad y dije: “Si algo sale mal, algo para escribir voy a encontrar y me voy a ganar la vida escribiendo’”. Salía de trabajar y se iba al bar El Cairo donde compartía charlas y aprendizajes junto a Roberto Fontanarrosa.
La gráfica fue su casa por más de una década. Entonces algo malo, el cierre del diario donde trabajaba, le trajo algo nuevo: ser productor de Nicolás Repetto. Sábado Bus. Allí Gerardo hacía preguntas a los muchos invitados que había cada sábado. Al aire se lo veía seguro, simpático. Sin embargo, atravesaba un momento complejo de su vida. “Yo salí al aire en televisión por primera vez a los 30 años, y en una circunstancia personal muy, muy, muy abrumadora. Yo salí al aire por primera vez a menos de seis meses de haberme quedado sordo de un oído, que es algo para nada grave pero muy perturbador, y con más de 20 kilos, bastante más, casi 30 kilos encima de lo que yo había pesado toda mi vida, producto del tratamiento con corticoides que hice a partir de la pérdida de este oído y con la intención de no perder el otro (cosa que se logró). Es decir, ese plan valió la pena. Y salir al aire en esas circunstancias era menor, tenía muchos otros problemas antes de pensar qué iba a hacer yo al aire”.
Fue parte de la mesa de Mariano Grondona en Hora Clave. En esa época recibía críticas de cómo él un referente progre formaba parte de ese propuesta pero también cuando visitaba a Grondona en Barrio Parque varias personas lo “bardeaban por comunista”. En el medio Rozín reivindicaba que “opino desde un lugar que me parece interesante y, obviamente, tengo mis diferencias con él, pero yo siento la libertad”.
Preparaba esas entrevistas con un trabajo previo de archivo intenso, el día que le tocó entrevistar a Norma Aleandro se pasó veinte días viendo todas sus películas. Dos minutos antes de salir al aire no hablaba con nadie. “Me concentro como los jugadores de fútbol en el vestuario”. Como productor se ufanaba de haber aprendido que “ritmo no es velocidad” por eso en sus programas había tiempo para hablar pero también para escuchar.
Otra de sus características era su capacidad única de no tomarse demasiado en serio. Como esa vez que Rolando Hanglin estaba de invitado a Sábado bus y él se apareció desnudo como homenaje al pionero del nudismo. O cuando decía que “de joven era muy lindo. Pero si hoy baja un marciano y me ve a mí junto a Meolans no creería que somos de la misma especie”. Contaba con gracia que no poseía récords deportivos pero sí una capacidad única para, mientras realizaba una entrevista, contar cuántas veces se pasaba una misma imagen en el programa.
Se definía como rosarino, judío, de Central, periodista y productor. Los que lo conocen dicen que además era compañero y sobre todo buena gente. Esta cronista puede dar fe, como profesora de TEAImagen, cada año alguno de mis alumnos lo entrevistaba. Los recibía con una paciencia infinita, una sencillez natural y el ego domado. Les brindaba tiempo no apurado y conocimiento no impostado. Recuerdo que al corregir, lo primero que buscaba era la entrevista a Rozín. Aún siendo entrevistado por el peor alumno, ese trabajo se convertía en el mejor. No hubo una sola vez que no terminé aprendiendo, reflexionando y también riendo. Y hay que reconocer el mérito para transformar el tedioso momento de corregir en un momento de disfrute. Solo por eso Rozín ya tiene el cielo ganado.
Fanático de Central sus anécdotas como canalla son imperdibles. Se sentaba detrás del banco de suplentes rival y picoteaba la cabeza del técnico con un “se les viene la noche”, “no existen” porque sentía que contribuía al equipo. Se juntaba con su amigo Reynaldo Sietecase a ver los partidos en un bar de Palermo “y se corta el Palermo cool”. “Central es mi patria, me mata su himno, lloro y me siento parte de algo grande”. Con la madre de su hijo hizo un pacto, aceptó que fuera católico si era de Central. Su hijo festeja la Navidad, pero con la camiseta canalla. Para convencer a su hijo tenía una táctica de convencimiento. “Le explico quién fue el Che Guevara como en un cuento y le agrego que es hincha de Central. Después le muestro un dibujo de Fontanarrosa, le hago escuchar una canción de Fito y le digo lo mismo… Ahora después él se ríe con Pachu y Pablo que son fanáticos de los otros y me quiero matar”.
Rozín decía que “en la Argentina, para cometer el crimen perfecto no hace falta ocultar huellas: basta con ser millonario”. Le molestaba “la simplificación del mundo que hacen algunos progres” pero detestaba sobre todo que “arruinen una buena mousse de chocolate decorándola con crema o con una cereza de lata”. Aseguraba que el principal rasgo de su carácter era la velocidad con la que mutaba “tengo los cuatro climas, como el país, y puedo pasar de uno al otro con alarmante velocidad”. Reconocía que su mayor desgracia era haber perdido su oído sano porque “la idea de que algo le suceda a mi hijo no la puedo ni pensar”. Sostenía que ni a palos podría “sostener una idea que no sienta, votar a gente que siempre está en la vereda de enfrente. Ni a palos sentir que no estoy en ninguna vereda, ni a palos me da lo mismo de qué lado estés. Y ni a palos con mis hijos”.
Se fue Rozín. El periodista Osvaldo Ardizzone escribió alguna vez “a la muerte a veces habría que matarla”. Este es uno de esos momentos.
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