La caravana de taxis paraliza las calles de la Ciudad de Córdoba. Hay banderas argentinas, bocinazos, gritos. También mucha euforia y algo de histeria entre quienes ven pasar asomados sobre el techo corredizo de un Peugeot 404, de aquellos que tenían una especie de visera sobre el parabrisas, a dos jóvenes actores que saludan “tipo Perón y Evita”: Claudio García Satur y Soledad Silveyra. Hasta que en un momento, ella lo agarra de la mano. Y al oído, en un tono mucho más alto que un susurro -imposible hacerse oír entre tanto ruido- le dijo: “No nos creamos porque de lo contrario, estamos muertos. No perdamos la humildad”.
Solita ríe al evocar el momento. “Claudio siempre dice que yo voy contando distinto. Bueno, mejor...”, dice. Y se explica: “Yo ya llevaba ocho años en el medio, había empezado a los 12, y sabía que en esta profesión el éxito te puede hacer mucho daño”. Sin embargo, pese a la experiencia con la que ya contaba por entonces, todo lo que sucedió con Rolando Rivas, taxista la sorprendió: emitida por Canal 13, alcanzaba los 40 puntos de rating luego de haber soportado dos meses iniciales a la deriva en las mediciones.
Aquella advertencia de Solita entre la multitud cordobesa tenía su razón de ser: para García Satur, Rolando Rivas, taxista significaría el primer protagónico luego de haber realizado distintos personajes secundarios. Sucedió que un día Alberto Migré lo vio actuando de chofer de Beatriz Taibo -en Adorable profesor Aldao, en 1969- y en ese instante encontró el actor antes que el personaje: supo que allí tendría al nuevo de su novela. Claro que tardaría dos años en convocarlo: primero, se le tenía que ocurrir la historia.
La trama que le imaginó Migré -”él fue una época” en la televisión, resalta Solita- reflejaba la historia de un taxista porteño, tan apuesto como bonachón, que en un viaje más conoce al amor de su vida: Mónica Helguera Paz. Rolando había alcanzado los 30, Mónica era una jovencita de 20 años. Él era laburante, de vida sacrificada; ella era rica, pero con un dejo de tristeza. Y lo que sucedería a partir de entonces entre ellos terminaría cautivando al público: millones se identificarían con ese hombre que estaba lejos del arquetipo de galán de las telenovelas.
“El gran protagonista de esto es Claudio -le aclara Silveyra a Teleshow-. Nuestra pareja tuvo una química maravillosa. Y creo que fue la primera novela que vieron los varones. Eso fue primordial. Fue pegarla con el tachero, que es el que recorre las calles, porque Rolando... era un productor totalmente argentino: el paisaje era la Ciudad de Buenos Aires, ese bar donde se reunían”, dice la actriz, presa de la nostalgia por tanta novela turca o extranjera que hoy abunda en la pantalla. Y a la distancia, acerca un lamento: “Con la novela reventamos el mercado extranjero. Decí que en ese momento los actores no cobrábamos derechos...”.
“Rolando Rivas es un ícono: cuando se vaya mi generación, dejará de serlo”, especula Solita sobre la ficción en la que ella misma arribó “de una manera impresionante a la popularidad”. “Hoy la recuerdo como una pasión, el placer de trabajar: nos matábamos laburando 16, 17 horas. No sé cómo nos permitían grabar tanto...”. Claro que entre tanto tiempo compartido, nacería algo más.
—Claudio García Satur se enamoró de usted.
—No tanto, no tanto...— dice, haciéndose la desentendida.
Pero enseguida, cuenta. “La cosa se puso picante, yo estaba muy enamorada de mi marido (José Jaramillo) y ese fue el motivo por el que yo me fui (de la novela). Sentí que... nada: ‘A ver si me la termino creyendo esta’”. Soledad se explaya sobre Claudino, con quien sigue en contacto. “Está bien, con el mismo humor siempre: cascarrabias”, lo describe. Y apunta: “No sé si Claudio se enamoró, no sé si ex exactamente así, pero que la chiquita le gustaba, le gustaba. ¿Y a mí qué me pasaba con él? No, no... Yo lo amo, es el día de hoy que lo amo, lo respeto, lo quiero muchísimo, lo adoro. Estaba enamorada: pensá que me casé a los 18, a los 19 tuve a mi primer hijo y esta novela la hice a los 20. Entonces dije: ‘No, mejor me las pico...’”.
—García Satur la definió a usted como “una criatura deliciosa”.
—Sí, eso me lo ha dicho...
—Claramente surgió algo entre ustedes, en aquellos años. Amor, en alguna dimensión.
—Por algo la chiquita rajo, ¿viste? (risas).
Cuando Soledad Silveyra se sentó con Alberto Migré para comunicarle su renuncia a la segunda temporada, recibió a cambio un enojo (aun comprendiendo la situación, el autor nunca le perdonaría su decisión) y también una propuesta: que protagonizara una nueva novela (al fin de cuentas, era televisión, y él mejor que nadie comprendía que a Solita no podía dejarla ir).
Migré convocó a Nora Cárpena en su reemplazo: sería Natalia Ríos Arana en Rolando Rivas. Pero, ¿qué hacer con la Mónica de Silveyra? Había que lograr que la audiencia la odiara. “Le hizo pasar de todo, la hizo quedar como la mona para destruirla bien y, cuando viniera Nora, la gente no quisiera tanto a Mónica”, explica la actriz, quien se convertiría en la figura de otro éxito que escribió especialmente para ella: Pobre Diabla. Y poniéndole ese nombre, el productor se tomaba una pequeña revancha personal, porque al abandonar el éxito Solita se había convertido en eso, en una pobre diabla. “Y en realidad -advierte- mi personaje también lo era en la historia: una pobre diabla que había heredado una fortuna. En esa novela la pasamos muy bien con Migre, sobre todo por China Zorrilla”.
Soledad cree que el medio siglo que transcurrió desde Rolando Rivas, taxista hace imposible pensar en la realización de una remake. “Ha cambiado tanto todo... Ya no se puede replicar esto del rico y el pobre, y también está el tratamiento sobre la mujer. Además, el mundo de las plataformas cambió la manera de contar la historia y producirlas: hoy las actrices arman sus propios castings y lo mandan”.
De gira con Dos locas de remate junto a Verónica Llinás, Solita descartó el ofrecimiento de sumarse a una serie. “Es la primera vez que digo que no: estoy muy cansada... Hoy, me conformo con el teatro. Me estoy yendo los jueves a la noche, en el motorhome o a veces en avión, y tendría que volver los lunes para grabar 10 horas cuatro días. No, no se puede con todo. Cumplí los 70 y hay todo un cambio en mi vida”, afirma, contando que sus rodillas están maltrechas, producto de una caída sobre el escenario junto a Llinás. “Estoy jorobada: una la tengo hecha pelota y la que estaba más o menos bien, fue la que me golpeé. Ahora empiezo el tratamiento”.
Este lunes no habrá celebración alguna por los 50 años de Rolando Rivas, taxista. Sí un llamado telefónico con Claudino, las felicitaciones de todo el medio artístico, varias entrevistas, sobre un fenómeno que, al fin de cuentas, Soledad Silveyra evoca a diario, aún sin buscarlo. “Anoche venía de lo de mi hijo y la tarifa del tacho que me deja en casa, en Palermo, era 550. ‘Cobre 600′, le digo. Le doy 1000 y me devuelve 500. ‘Usted se piensa... ¡yo le tengo que dar propina a usted!’, me dice el taxista. Eso me pasa muy seguido. Cuando me subo a un taxi me reconocen por la voz, porque voy tapada por el barbijo, los jóvenes me suelen decir: ‘Huy, mi viejo... ¡si supiera que usted está acá!’. Y me piden la foto para el padre. Porque Rolando Rivas es historia”.
SEGUIR LEYENDO: