Charly Melgar tenía 16 años cuando en aquella mañana del 27 de febrero de 2009 sonó el teléfono en la casa de sus padres en Gualeguaychú. Al otro lado de la línea se lo escuchó al novio de su tía con unas palabras que no resultarían del todo claras: les contó que su pareja se había descompuesto, o al menos eso llegaron a comprender. La manera de expresarse del hombre, nervioso, como si se hallara en shock, parecía desmedida frente a lo que era el anuncio de un malestar. Charly y su mamá subieron al auto de inmediato. A los pocos minutos llegaron: su tía vivía a solo ocho cuadras.
Un par de efectivos policiales colocaban unas cintas de seguridad, cortando el tránsito y evitando que los curiosos se acercaran. La escena le resultó extraña a aquel adolescente, más propia de las series que miraba en televisión que de la parsimonia del barrio, pero la prisa le quitaba prioridad a la confusión. Entonces, ingresó a la vivienda junto a su madre. “Y cuando entramos... lo primero que vemos es... es a la Peque... ahí...”.
Charly está próximo a los 30. Sigue residiendo en la ciudad entrerriana que aquella mañana se conmocionó tanto como él, pero que con los meses iría dejando atrás lo ocurrido con Pequeña Pe. Lo suyo es distinto: porta esa herida que sigue abierta -y así permanecerá- pero ya no lo desangra. “Yo era un pibito... y fue duro lo que tuve que atravesar. Fue duro para todos, a nivel familiar. Y fue muy largo. Tuve que aprender a asimilarlo”.
Cuando evoca a la Pe -como también la llamará- su tono de voz se ilumina, adquiere nuevos colores, consecuente con lo que ella generaba. “Era fresca, cálida, graciosa. Y era un minón: hermosa, divina, medía como dos metros”. Aquel Charly adolescente compartía tardes de mate con su tía en el patio de su casa, y noches en los boliches de Gualeguaychú en los cuales Pequeña Pe, brillaba. “Por esa época yo estaba arrancando la etapa de salir, y ella me presentaba a todo el mundo, era atenta, controlaba que con mi hermano no tomáramos alcohol”.
Aunque seguía en Entre Ríos, Pequeña Pe ya se había entremezclado con las figuras del espectáculo grande en Buenos Aires. De a poco aquel nombre artístico iba ganando fuerza en el mundo del teatro de revista, también gracias a alguna que otra disputa mediática. La noche que debutó en la Calle Corrientes su familia alquiló un combi para estar presente y no perderse su primera vez sobre las tablas porteñas. Y así, todos juntos, la ovacionaron de pie, haciendo tanto ruido como una comparsa de Gualeguaychú, mientras en una de las butacas Gladys Sandoval mostraba esa sonrisa orgullosa que solo portan las madres.
Aquella mañana trágica Gladys arribó a la casa de su hija minutos después de que lo hiciera Charly. Y en la puerta se cruzó con su yerno, Miguel Horisberger. Hubo reproches y acusaciones prematuras, en una discusión acalorada que, sin embargo, no era la primera entre ellos. “Mi abuela no tenía una buena relación con Miguel. Siempre hubo cortocircuitos”, explica Charly, para de inmediato dirigir su memoria a las últimas Fiestas que disfrutarían todos juntos.
“Fue en la casa de mis viejos. Y la estábamos pasando joya. Pero hubo una pelea muy grande entre la Pe y Miguel: ella se tuvo que ir llorando a su casa. Calculo que eran peleas de cualquier pareja o matrimonio, pero se repetían siempre. Y esa noche tuvieron una situación media rara, como que la Peque le tiró con una olla, una cosa así; ya no era solo de palabra, verbal... Y en la familia veníamos sabiendo de una serie de peleas grandes”.
En su relato, repara entonces en los celos de Miguel, quien no habría aceptado la faceta artística de su pareja: “Ella laburaba de linda. En (la disco) El Ángel actuaba con poca ropa porque era ‘la bonita’, como se le dice en el show de transformismo”.
Las sospechas de Gladys sobre la responsabilidad de Horisberger eran las de toda una familia. “Es que cuando pasa esto -reflexiona Charly-, la cabeza de uno, al no querer creer lo que decían, que había sido un suicidio... Y estaba la cantidad de veces que Miguel declaró (en la Justicia) y se contradijo, eso a nosotros nos daba a entender que podía venir por ese lado”.
En la causa que se abrió para investigar la muerte se inscribió Mario Alberto Atum, tal como constaba en un DNI que no contemplaba de qué manera se autopercibía Pequeña Pe. Incluso algunos medios informaban sobre lo que le había sucedido a el travesti. Una época muy distinta, aunque apenas hayan transcurrido 13 años.
“Yo lo viví de chico: fijate que nunca tuve que preguntar -puntualiza Charly-. Iba creciendo y no me daba cuenta de por qué mi tío se vestía de mujer. Fue tan pero tan genuino que lo asimilé esa transición sin tener que inventar nada. Para sus padres sí fue fuerte decir: ‘Che, no lo llamemos más Mario porque no se siente cómodo. y digámosle Pequeña, Peque o Pe’. Mi abuela tenía una panadería donde mí tía atendía, y a veces se equivocaba: ‘Marito... ¡Pe!’. Le costaba cambiarle el nombre. Pero lo fue asimilando. Y nunca se opuso. La Peque siempre fue aceptada. Y para nosotros, era una estrella”.
Poco después de la muerte de su pareja ya nada más se supo de Horisberger. Su remise dejó de circular por las calles de Gualeguaychú. “Hace un tiempo me había generado curiosidad saber qué había sido de su vida; lo he buscado en las redes -reconoce Melgar- y no lo pude encontrar. Si alguna vez el destino me da la oportunidad de cruzarlo sin querer, te juro que no sé qué le diría... Es que hago ese ejercicio: imaginarme que lo tengo en frente y pensar qué le diría, y no lo sé. Pero me gustaría que me dijera algo, saber qué piensa después de tantos años”.
El accionar de su abuela fue otro. “Ella lo buscó desde el principio, ¿viste? Quería respuestas, quería preguntarle cosas de esa madrugada. Y él nunca quiso hablar. Eso nos pareció muy raro. Si no tenés nada que ocultar, de última: ‘Che, vamos a sentarnos. Si quieren putearme, putéenme, pero yo necesito decirles que no tengo nada que ver’. Una sola vez dio una nota en Intrusos y le jugó en contra porque declaró lo contrario a lo que había dicho en la Justicia. Ese reportaje fue incluido en la causa”.
La Justicia determinó que Pequeña Pe se quitó la vida ahorcándose. Tenía 29 años. El 19 de junio de 2014 el juez Arturo Exequiel Dumón dictó el sobreseimiento de Miguel Horisberger luego de que hubiera sido imputado de homicidio simple. Apenas un año más tarde Gladys murió, sosteniendo hasta el último suspiro una férrea convicción: aseguraba que su hija no se había suicidado.
“Yo también sostengo que no se suicidó. Para nosotros, la familia, no se hizo Justicia. En un momento pensé en Miguel -admite Charly-, pero con el tiempo tiempo uno va sabiendo un montón de cuestiones, de cosas. Hoy dijo que para mí no fue Miguel: sospecho de algo más armado, más de arriba. Siempre circuló el rumor de que a Pequeña la llevaban a reuniones de personas poderosas, y lo que yo pienso es que ella vio algo que no tenía que ver o supo algo que no tenía que saber. Quisieron darle un susto y se les fue de las manos; creo que viene por ahí. Teniendo en cuenta el informe de la autopsia, ese estrangulamiento por llave que provocó su muerte solo lo practican integrantes de seguridad”.
En octubre de 2019, tras permanecer más de 10 años en la Morgue Judicial, el cuerpo de Pequeña Pe fue entregado a la familia. Sus restos descansan en un nicho del Cementerio Norte. “Ahora por lo menos tenemos un lugar para llevarle una flor”, suspira Charly. “Y recién hoy puedo hablar bien de todo esto, que no sé decirte si no fue una tortura...”.
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