Hasta hace un tiempo, su edad era casi casi que un secreto de estado, pero después de haber vivido -y no solo transitado- más de nueve décadas, Mirtha Legrand sabe que los años en su caso no son un pesar sino un orgullo. Lo reconoció al cumplir 92, cuando por primera vez reveló su edad ante cámaras. “Esto no sé cómo decirlo. No me gusta decirlo, pero lo tengo que decir. El 23 de febrero de 2019, esta persona que ustedes ven aquí... Me voy a poner bien erguida para decirlo... Va a cumplir 92 años... ¡Y aquí estamos! ¡Y aquí estamos!”, dijo mientras en el estudio la ovacionaban para cerrar con un: “Toda una vida dedicada a esto. A los 14 años empecé con mi primer película, Los martes orquídeas. Y aquí estoy, entera, aquí sigo, adelante, ¡adelante la Chiqui!”. Porque Mirtha sin duda es un ejemplo de vitalidad y vigencia y quizá el secreto de su vida plena no está en su biología sino en sus grandes amores.
Daniel Tinayre, su mentor y único gran amor
El amor de pareja llegó al corazón de Mirtha con acento francés. Tenía 17 años y estaba comprometida con un militar cuando conoció a Daniel Andrés Manoli Tinayre, un hombre oriundo de Vertheuil, Francia, de 35 años de edad, gran director de cine pero también con una bien ganada fama de mundano y mujeriego. Infobae contó cómo fue ese primer encuentro:
Año: 1939. Radio Belgrano –una potencia–, desde su programa Diario de Cine, abre un concurso. Busca nuevas figuras. En lo posible y a futuro, estrellas, en un cielo donde ya fulguran damas y caballeros de popularidad apabullante. Entrar allí es como –digamos– derribar la Muralla China. Rosa Juana se presenta. Es una más en la colmena, como un día cantará Eladia Blázquez. Pero entra por primera vez en un set (las eternas audiciones…), y ve a un hombre.
Pregunta: —¿Quién es?
Alguien le desliza al oído: —Un director de cine francés.
La curiosidad es de ida y vuelta. Porque Daniel Tinayre, el director francés de marras, entre decorados y luces, descubre a la Rosa María de Villa Cañás, y pregunta, arrastrando de rrrrrr: —¿Quién es esa mujer?
Lo informan. Y cuando Rosa María llega a su casa, la esperan dos docenas de rosas rojas.
De ese día, del día de la prueba, Rosa María recordará siempre: —Fui en colectivo… ¡y volví a mi casa en limusina!
Se casaron en 1946. Tinayre se convirtió en su marido pero también en guía, mánager y productor. Entre los años 1939 y 1965 Mirtha filmó 39 películas, la mayoría grandes éxitos, y protagonizó una docena de obras teatrales. Juntos formaron un matrimonio glamoroso que con su presencia transformaba los eventos en algo exclusivo y elegante. Tinayre poco a poco comprobó cómo su bellísima pero tímida esposa se convertía en una mujer segura, rebelde y que exigía su lugar de estrella.
Mantuvieron un matrimonio tan estable como volcánico. Las discusiones a viva voz, los debates enardecidos, los enojos seguidos de largos silencios, los dormitorios y vacaciones separados, fueron parte de su cotidianidad. Sus peleas eran antológicas. Podían trenzarse a los gritos en un restó, en su mansión de Barrio Parque o en el set de un canal como la famosa pelea que trascendió y que terminó con el famoso “¡Carajo, mierda!” de la diva.
Las peleas eran descomunales, pero las reconciliaciones inolvidables. Tinayre era un eterno seductor que sabía agasajar a su mujer. Luego de un encontronazo podía aparecer con joyas costosísimas, pieles, y hasta una casa nueva. En una ocasión Mirtha fue a conducir un evento al Interior, al volver su esposo la buscó en el aeropuerto pero la llevó en auto por un camino diferente que culminó en un lujoso y exclusivo piso de Avenida del Libertador. “¡Acá vamos a vivir de ahora en más!”, le dijo. No hubo objeciones.
Ese vínculo tan amoroso como intenso se rompió en 1994 cuando una hepatitis B terminó con la vida de Tinayre. El 23 de octubre falleció el director. Dos semanas después Mirtha enfrentó el duelo en el único lugar que sentía hogar y refugio: la televisión. Rodeada de algunos amigos como Delia Garcés, Leonardo Favio y Enrique Pinti, lloró ante la audiencia y despidió a su marido ante las cámaras.
Retomar su vida social le costó más. Solía contar que cuando volvió de su primera cena sin su esposo tuvo que abrir sola la puerta de su departamento algo que siempre hacía su galante marido. Al encender la luz se dijo: “Chiquita, esto es la soledad”.
“No extraño un beso sino sus consejos. El ´Chiquita abrígate que hace frío´, el ´ese color te queda mejor´. Eso lo añoro. Recuerdo sus risas, sus charlas, su sabiduría, su amor por la buena vida”, afirmaba con tristeza. En 2019 se cumplieron 25 años del fallecimiento del hombre que fue su mentor pero sobre todo su gran amor. En ese momento la diva le dijo a Teleshow. “Salíamos mucho, también viajábamos. La pasábamos muy bien. Además, era un referente: cuando quiero recordar algo sobre los festivales o personas que hemos conocido, me falta él para comentar”. Desde entonces, cada 24 de octubre va a la Iglesia a rezar por Daniel Tinayre. “Él disfrutaba mucho de la vida. Podría haber vivido más tiempo, se fue muy temprano...”.
El amor de familia
Si su matrimonio con Tinayre fue amoroso e intenso, su rol como madre de Marcela y Daniel no fue sencillo. La fama, sus compromisos laborales más de una vez hicieron que delegara sus funciones maternales en niñeras y empleadas. “Mamá, nos hubiera gustado que estuvieras más con nosotros”, le reclamaban sus hijos. “Yo les hacía entender que gracias al trabajo de sus padres tenían un buen bienestar económico, un buen colegio, un buen estándar de vida. Pero bueno, el amor es el amor”, se justificaba.
Con el tiempo los reproches se transformaron en reconocimientos. Marcela aceptaba: “Soy una madre mucho más presente porque mi mamá trabajó desde muy chica, pero yo no tengo ningún mambo con eso. Al contrario, nos dio bienestar, adultez, individualidad, nos enseñó en la vida que hay que tirar siempre para adelante”.
Cuando Mirtha cumplió 90 años, en una entrevista con Infobae su hija contó: “Hay cosas que la gente desconoce, por ahí estamos comiendo en casa con amigos y está ella invitada, y de golpe a las 11 de la noche dice: ‘Me tengo que ir porque tengo que leer dos libros’; eso es impagable. Tiene un sentido del trabajo y de la profesionalidad que muy poca gente la tiene, le decimos Sarmientito. Se permite pocas cosas, es decir, puede salir pero ante todo está su trabajo. Ella es estrella, se cambia para nosotros, se viste para nosotros, nos recibe como si fuese la primera vez cada vez porque le da enorme placer que estemos. Tiene luz propia, entramos a este estudio de Infobae y nadie levantó los ojos; te lo firmo que si Mirtha se sienta acá, todos la miran. Es una estrella”.
Con su hijo, la relación pasó por momentos difíciles. Daniel Tinayre o Danielito, como le decían, nació el 20 de agosto de 1948. Pintón pero de perfil bajísimo, durante años trabajó en una veterinaria de Palermo. La muerte de su padre los unió mucho. Su sonrisa constante, su apoyo desinteresado, fueron fundamentales para que Mirtha atravesara el duelo y se reconciliara con la vida privada de su hijo.
Daniel Tinayre murió joven, con apenas 50 años. “Era la persona más buena que conocí en mi vida, la más bondadosa. Falleció en mi casa. Yo le leía libros cuando estaba en la cama, me ponía una bata y me ponía al lado de él y le leía, y él me miraba... Recuerdo el momento que murió: me decía que quería ver el sol, la calle, los árboles, estaba frente a un ventanal enorme y dio vuelta la cabeza y se durmió”, relató su madre cerca del hijo, lejos de la diva.
Su nieta, Juana Viale, reconoció que no fue fácil ser su nieta. “Me venía a buscar al colegio, me subía al auto sin mirar nada… Íbamos a almorzar a El Pigüino de Palermo y comíamos pizza, y era lo mejor ver a mi abuela comer pizza con la mano… Por un rato era mi abuela, después volvía a ser Mirtha Legrand”. Su nieto, Nacho Viale, en los últimos años se sumó como productor al programa de su abuela, tarea no tan sencilla. “Mirtha, desde que tiene el WhatsApp, es terrible. Ahora aprendió a usar FaceTime… En el primer llamado te dice: ‘Bueno, esto es espectacular, ahora sé dónde estás siempre’. Es controladora”. El nieto productor estaba acostumbrado a recibir mensajes a las tres de la mañana estilo: “Contestame, besito, chau, chau”, de su noctámbula y responsable abuela.
En 2016 Mirtha reafirmó el amor a su familia en un tuit. “Estoy muy orgullosa de mis nietos y de mis bisnietos. Ellos son mis grandes amores”.
El amor fraterno
Dicen que los hermanos no se eligen, pero construir un vínculo cercano con ellos, sí. Quizá por eso los tres hermanos Martínez Suárez, o Chiqui, Goldi y Josecito, lograron una relación amorosa y compinche que se afianzó con los años y se transformó en un pilar para la vida de cada uno.
Los comienzos de ese lazo tan fuerte hay que rastrearlos en la casa familiar en Villa Cañás, en las tardes compartidas en el club Sportman, en el recorrido cotidiano hasta la Escuela 178 donde eran alumnos y su mamá, maestra.
El 20 de enero de 1937 su papá falleció y la vida de los hermanos se trastocó. Su mamá vendió la casa de Villa Cañás y se mudaron al barrio porteño de La Paternal. Tiempo después, las hermanas comenzaron a participar en distintas películas. Mientras Chiqui protagonizaba Los martes orquídeas, José ganó cinco pesos actuando de extra. Un día su mamá le pidió que acompañara a sus hermanas mientras filmaban en los estudios Lumiton y Josecito, fanático del cine, se coló en la filmación.
A partir de ese momento comenzó una carrera en paralelo. Mientras Mirtha se convertía en una estrella de la pantalla grande y con el tiempo de la televisión, José comenzaba su camino detrás de las cámaras como guionista y director. Mientras José y Mirtha delante o detrás de cámara hacían del cine su vida, Goldie prefirió retirarse del espectáculo y dedicarse a su familia.
Aunque los Martínez Suárez eligieron distintos caminos siguieron unidos de forma estrecha. Mirtha, que nunca tuvo problemas en hablar de su vida, siempre fue muy discreta y respetuosa con la de sus hermanos.
Con José mantenían un vínculo amoroso matizado con algunas picardías del hermano menor. Como aquella vez que, conocedor de la negativa tajante de Mirtha de dar a conocer su edad, él la reveló en el Festival de Mar del Plata. El hecho fue así. En medio de una conferencia, Ricardo Darín le dijo si podía hacerle una pregunta y Martínez Suárez, pícaro, contestó: “Menos la edad de mis hermanas puedo responder todo”, para rematar un rato después con un “aunque en honor a la verdad, yo soy de 1925 y mis hermanas, de 1927″.
En otra oportunidad y también en el Festival de Cine, Mirtha era la invitada de honor. José desde el escenario le agradeció con un: “Estoy muy contento de que acá esté mi hermana mayor”. Hizo una estudiada pausa y ante la cara de desesperación de la diva repitió la frase. “Estoy muy contento de que acá este mi hermana mayor… mayor alegría no podría tener”. Se ganó la risa de Mirtha y la ovación del público.
A Mirtha siempre la llamaba por su apodo de infancia, Chiquita, y jamás por su nombre artístico. Siempre la presentaba como “La señora de Tinayre” y nunca como “la señora Mirtha Legrand”.
Es conocida la generosidad de Mirtha para hacer fantásticos regalos a su familia. Cuando su hija Marcela cumplió 67 años le regaló una camioneta alemana de 71 mil dólares. Con su hermano no fue menos generosa y le obsequió un departamento sobre Avenida del Libertador, muy cerca de donde vive ella. Josecito reconocía su generosidad aunque solía comentar, entre risas: “Lástima que no tuvo en cuenta que media jubilación se me va para pagar las expensas”.
Las creencias y simpatías ideológicas de los hermanos muchas veces eran opuestas. José era de ideas progresistas. Su hija, María Fernanda, y su yerno, Julio Enzo Panebianco, fueron secuestrados en la dictadura militar. Fernanda recuperó su libertad, Julio continúa desaparecido. En cambio Goldie -casada con un militar- y Mirtha eran de ideas conservadoras y en los últimos años, Mirtha mostró su fervor por el espacio político liderado por Mauricio Macri. Pese a estas diferencias, la relación entre los hermanos siempre fue entrañable. Lograron quererse con sus defectos y respetar sus diferencias.
En los últimos años Mirtha puso un auto con chofer a disposición de su hermano pero él prefería viajar en colectivo y jamás aceptó ese servicio. José jamás renegaba de la fama de su hermana pero sí le molestaba cuando solo se lo reconocía por ese vínculo: “Yo tengo mi propia personalidad. Me molesta cuando dicen que soy ‘el hermano de Mirtha…’. A veces la gente me reconoce, pero como me da vergüenza digo que se confundieron de persona. Otras veces, que me agarran con mejor gana, digo que soy yo”.
Aunque casi no hay fotos los tres juntos -Goldi como José eran reacios a participar de los almuerzos televisivos- los hermanos se veían todas las semanas y hablaban casi todas las noches. Le realizaban críticas y comentarios acerca de su programa o le daban ideas, “siempre con cariño y respeto”. Una de las frases más conocidas de Mirtha, “Lo que no es puede llegar a ser; como te ven te tratan, y, si te ven mal te maltratan”, fue creación de su hermana, lo mismo que la calificación de “Mesaza” con que la diva se refería a sus almuerzos.
Era frecuente que en medio de la noche José recibiera un llamado. Lejos de asustarse, atendía tranquilo. Es que que del otro lado de la línea siempre estaba la Chiqui para preguntar el nombre de una persona o un dato que no podía recordar con certeza.
La memoria de los Martínez Suárez era tan legendaria como su longevidad. Los hermanos solían organizar concursos sobre quién recordaba más datos y, aunque peleaban “cabeza a cabeza” por el primer puesto, era Josecito el que terminaba imponiéndose.
Otro cita ineludible era cada domingo, cuando Mirtha terminaba su programa, se reunían los tres a tomar el té. “En esos encuentros hablamos de la actualidad, de la situación del país. De cómo salir del pozo en el que nos encontramos, de la ineficacia en la lucha contra la pobreza. Contra el pobre jubilado, de los asaltos a plena luz del día…”, contó José.
El 17 de agosto de 2019, a los 93 años, falleció José. “Nos afectó a mi hermana y a mí muchísimo. Somos grandes los tres, y hemos vivido muchos años juntos. Un amor fraterno maravilloso. Él era un ser extraordinario”, dijo Mirtha en ese momento. El 1 de mayo de 2020, Goldy Legrand se fue a dormir la siesta en su casa en Martínez y ya no se despertó. “Hermana querida, te fuiste sorpresivamente. No olvidaré tu ternura, cariño y sabiduría. Desde el cielo seguirás con tu amor incondicional hacia todos nosotros. Hermana, cómo te voy a extrañar. Hoy no tengo consuelo”, escribió la Chiqui. Con la despedida de sus hermanos Mirtha sabe que se quedó sin una parte esencial de sí misma.
El otro amor: el público
“Desde que me levanto trabajo para tener éxito”, afirma Mirtha. Y para ella, el éxito es: “La aprobación del público, porque en el fondo mi vida es gustar y que me quieran”. Se convirtió en la única conductora del mundo que pasó cinco décadas al frente de un ciclo y cumplió sus 90 años al frente de un programa.
Mirtha suele repetir: “Todo lo que soy se lo debo al público, todo… y quiero que sepan que yo les he dado mi vida”. No son solo palabras sino una actitud de vida. Se sabe que en el trayecto que une Buenos Aires con Mar del Plata Mirtha solía realizar una detención estratégica para cambiar de vestuario ya que sabía que su público deseaba verla con un atuendo distinto.
A diferencia de otras figuras sin su trayectoria ni su historia, es una verdadera profesional. Atiende las consultas de los periodistas y si bien da escasas entrevistas en radio y televisión porque “no podría con tantos pedidos”, siempre se detiene para conversar con los movileros. Esta cronista da fe de la vez que la contactó para pedirle su recuerdo sobre el gran Alfredo Alcón, Mirtha no solo contestó sino que el chat siguió y resignificó para siempre ese viaje en Subte A. Solo hay un casillero que la diva no llenó: jamás escribió su biografía ni permitió a nadie hacerla.
Con tantas horas frente a la televisión, Mirtha podría realizar su programa de “taquito” o tener un séquito de productores que se encarguen de decirle lo que debe decir. Pero ella, no. Se prepara para cada almuerzo con responsabilidad minuciosa. Se informa de sus invitados, de la obra que hacen, el libro que presentan o las ideas políticas que defienden. Lo hace por su profesionalismo de excelencia, pero también por respeto a sus seguidores. Mirtha asegura: “El público me dio una vida maravillosa”. Quizá por eso su insistente “este es mi último año en televisión” jamás se concretó. Desde 1968, con algún parate, Mirtha ofrece a su público lo que sabe hacer y más le gusta. En su mesa, conversará, también interrumpirá y disfrutará a cada uno de sus invitados, pero sobre todo seguirá fiel a su máxima: entregarle su vida a la profesión y al público.
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