“¡Mi hijo no se va a ningún lado!”, le dijo, imperativa, Marta Campa. “Tu hijo se va a venir conmigo”, le respondió, inmutable, Gabriel Rydz. Y Ricardo Fort lo miró embelesado. Era la primera vez que alguien se animaba a enfrentar así a su madre. Por entonces, el chocolatero tenía apenas 20 años y aún le faltaban seis meses para cumplir la mayoría de edad, con lo cual necesitaba de la autorización de sus padres para poder viajar al extranjero. A los pocos días, sin embargo, la mujer le firmó el permiso. Y él se embarcó en un vuelo rumbo a Los Ángeles con el hombre que se había adueñado de su corazón.
Nacido en la Argentina, Rydz se había radicado en Estados Unidos hacía ya un par de años y trabajaba para una de las corporaciones más importantes del mercado hispano. Pero, por aquellos meses de 1988, había decidido abrir unas oficinas en Buenos Aires, más precisamente sobre la calle Quintana de Recoleta, con el objetivo de promover inversiones en Norteamérica. Aquí conoció a Guido Süller, con quien mantuvo una relación fugaz. Y fue éste quien, sin imaginarlo, se terminó convirtiendo en el celestino entre él y Ricardo.
En un intento de robo del que fue víctima mientras circulaba por la Avenida 9 de Julio, a metros del obelisco, Rydz sufrió un fuerte golpe en la nariz. Fue entonces cuando el mediático le recomendó visitar el consultorio del cirujano plástico Ricardo Leguizamón. Y el destino quiso que allí, en una desabrida sala de espera, sus ojos se cruzaran con los de Fort. El flechazo fue inmediato. Así que, tras pasarse los números de teléfono en un trozo de papel, como era costumbre por aquellos años, los dos acordaron una cita para el día siguiente.
Lo gracioso del caso fue que, en medio de esa primera cena que se prolongó en una larga sobremesa, ambos se dieron cuenta de que Guido, por entonces novio oficial del chocolatero, lo estaba engañando a Ricardo con Rydz. La versión del mediático, en tanto, fue que Fort lo dejó a él subyugado con el empresario después de haberle sido infiel. Pero, sea como fuere, lo concreto es que desde ese momento se empezó a escribir una historia que continúa hasta el día de hoy...
Con Rydz, Ricardo conoció por primera vez un hotel alojamiento. Tres décadas atrás, no estaba permitido el ingreso de parejas del mismo sexo en este tipo de establecimientos. Y a Fort no se le ocurrió mejor idea que vestirse de mujer, utilizando prendas y pelucas de su madre, para poder entrar a uno de ellos junto a Gabriel. De hecho, fue él mismo quien, mucho tiempo después, contó la anécdota en una de las ediciones de su programa de América, Fort Night Show. Y, olvidando el perfil bajo del empresario, se animó a pronunciar su nombre en público por primera vez.
Lo cierto es que, pese al amor que se tenían, Gabriel y Ricardo no lograron compatibilizar sus caracteres. Y, ya instalados en el departamento que el hombre de negocios tenía en Los Ángeles, la convivencia se empezó a tornar cada vez más intolerable. Cuentan que, en una de sus tantas peleas, Rydz terminó arrojándole la ropa a Fort por la ventana. Y así fue como, después de muchas idas y vueltas, a poco más de un año y medio de empezada la relación ambos decidieron separarse.
Seguro de querer forjar una carrera artística, algo que sentía que le iba a ser imposible en su país, Ricardo decidió alquilarse una vivienda a tres cuadras del domicilio del empresario. Y lo que en un principio había sido un amor apasionado, terminó transformándose se en una férrea amistad. De hecho, Fort solía llamar a Rydz para pedirle consejos tanto en relación a su vida profesional como la personal. Y así fue como Gabriel se convirtió en su sostén incondicional.
Sin ir más lejos, poco antes de su muerte, Fort estuvo cenando con Rydz en Miami. Había viajado hasta allí con Gustavo Martínez, el hombre al que había designado como tutor de sus hijos, Martita y Felipe, y un séquito de acompañantes. Pero decidió que, esa noche, la comida debía ser íntima. Para entonces, la salud del chocolatero ya estaba bastante deteriorada. Y vaya a saber por qué, quiso reflejar el momento en una foto en blanco y negro que luego compartió diciendo que estaba junto a las personas que realmente lo apreciaban.
La distancia hizo que Rydz no pudiera llegar al velatorio de Ricardo ese triste 25 de noviembre de 2013. Y no le quedó más remedio que llorarlo en soledad. De todas formas, se mantuvo en contacto con la familia Fort. Y, en 2019, fue uno de los selectos invitados a la fiesta que se llevó a cabo en el Hotel Faena por el cumpleaños de quince de los hijos de quien fuera su amor de juventud. Desde ese momento, Gabriel comenzó a vincularse cada vez más con los mellizos, que empezaron a frecuentar su casa cada vez que viajaban a los Estados Unidos. Y su relación con ellos se fue tornando cada vez más íntima. Al punto que, tal como había ocurrido con su padre, el empresario se terminó convirtiendo en su fiel consejero.
En los últimos meses, Martita recurrió a Rydz para que le enseñara a manejar por las calles de La Florida. Y Felipe le pidió que lo ayudara a incursionar en el mundo de los bienes raíces, ya que tiene intenciones de radicarse en Norteamérica. Así que no sorprendió que, para su cumpleaños número 18, ambos quisieran compartir con él un festejo que se suponía iba a estar plagado de sorpresas. Ninguno imaginaba, sin embargo, que días antes del viaje de los adolescentes a Los Ángeles, Martínez iba a tomar la drástica determinación de quitarse la vida.
De todas formas, pese a algunas dudas, los hijos de Ricardo optaron por no cancelar el viaje previsto para este domingo, de manera que estarán arribando a suelo estadounidense este lunes junto a su eterna niñera, Marisa López. Y Rydz, quien desde hace 18 años reside en Miami, dónde maneja fondos de inversiones e invierte de forma personal en bienes raíces, se tomará unos días para acompañarlos a California, tal como se los había prometido. Está claro que, después de lo sucedido, ninguno estará con ánimo como para grandes celebraciones. Pero la realidad es que, hoy más que nunca, Martita y Felipe necesitan de la contención del hombre que durante tantos años supo acompañar a su padre.
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